MENS SANA IN CORPORE SANO
Como todas las grandes palabras que configuran nuestro universo simbólico, la Salud se ha depreciado situándose al nivel de objeto de consumo. También el Amor, la Libertad, la Solidaridad...Esos conceptos del pensamiento abstracto que podíamos alcanzar cuando nuestra mente traspasaba el umbral de la infancia, quedan reducidos a objetos a los que podemos acceder entrando en la dinámica de las normas de mercado.
Sin embargo, la Salud podría considerarse un estado del alma. La OMS la eleva a la categoría de "bienestar físico, psíquico y social" y si le añadimos la excelencia moral, llegaríamos a lo que muchos entenderíamos por Felicidad.
Por eso resulta decepcionante todo intento reduccionista del concepto Salud. Los profesionales de la medicina hemos contribuido sin duda a esta devaluación, en la medida en la que entramos en la dinámica de "medicalizar" toda referencia a este término.
Por una parte, es muy común entre nosotros atribuir cualquier trastorno de nuestro organismo una disfunción física, bioquímica o genética. Con ello, si logramos descubrir y corregir esa alteración, hemos resuelto el problema. No cabe duda que este enfoque interesa a la industria, puesto que es una fuente ilimitada de consumo de productos; con ello, fomentar la investigación sobre los orígenes bioquímicos y genéticos de nuestras alteraciones (no siempre propiamente enfermedades), es una inversión más que rentable. Valga como ejemplo todo lo que concierne al famoso colesterol: conocemos su responsabilidad en múltiples procesos causantes de enfermedad, invalidez o muerte; disponemos de fármacos eficaces para combatir sus efectos nocivos, pero de este modo promovemos la existencia de una gran parte de población de países ricos que consumirán de por vida dichos fármacos; ello financiará el fomento de más investigación sobre el tema, por cierto apasionante, en detrimento de otras líneas menos rentables pero más necesarias para un mayor porcentaje de humanidad.
Por otra parte, también los sanitarios en general, caemos también en la trampa de estigmatizar a los pacientes que nos consultan por sus problemas de salud. El fumador, el diabético, el obeso..etc. son tratados como personas inmaduras que no son capaces de seguir nuestras sabias normas de vida saludable, y que por tanto no merecen nuestro esfuerzo mientras no cambien sus nocivos hábitos de vida. Como mucho, recurrimos a la ayuda de técnicas psicológicas (de tipo conductual, grupos de autoayuda..etc) para que nuestros pacientes superen sus adicciones y vengan al redil de los del "cuerpo sano".
Y aquí interviene de nuevo la industria y el comercio. Todos sabemos la cantidad de productos destinados especialmente a fomentar el culto al cuerpo: desde los dietéticos hasta el material deportivo; desde los gimnasios a las agencias de viajes..etc.
Pocos profesionales de la salud se ocupan del aspecto social de la misma: está ausente en muchos de nuestros foros la reflexión acerca de qué mundo estamos haciendo, qué estructuras promovemos, qué relaciones laborales y familiares tenemos, cómo mantenemos nuestro entorno físico, qué prioridades económicas fomentamos ...y en qué medida todo ello contribuye o dificulta la salud de las personas.
Sin embargo, sin esta reflexión difícil será poder ayudar al fumador o al obeso a entenderse y desde ahí a identificar los factores externos e internos que mantienen su condición, y posteriormente desear un posible cambio, decidirlo e intentarlo. Entonces el arsenal de medios farmacológicos o psicológicos pueden tener su misión. De lo contrario estamos haciendo no solo "una delegación de poderes sino de deberes...reclamar al hombre actual de las sociedades occidentales un estilo de vida saludable supone ignorar la antinomia que de ese modo se produce en la disciplina que se le propone y el hedonismo que continuamente se le sugiere, para bien de la dinámica económica, a través de los medios de comunicación. Así mismo se presenta una curiosa delegación de responsabilidades: se insta al individuo a comportarse de cierta manera, a hacer ciertas cosas y abstenerse de otras y, llegado el caso, se le brinda apoyo psicológico, terapias relajantes y, en último término la medicina curativa; todo ello antes que variar las circunstancias ambientales, laborales o , en general, psicosociales que pueden estar en la base de sus dolencias, así como de la incapacidad de facto para cambiar de modo de vida."
Y cuando llevas esta reflexión hasta el final, resulta ineludible el compromiso por cambiar estas condiciones que apartan al ser humano de vivir saludablemente. "Para ser justa cada demanda de cambio en el "estilo de vida" debe acompañarse por el correlativo esfuerzo por mejorar las "condiciones de vida". En caso contrario triunfará la hipocresía, pero no la salud de los individuos, ni esa otra, -metafórica pero ¡tan importante!-, de la sociedad."
Los profesionales sanitarios hemos adoptado también una actitud paternalista respecto a nuestros pacientes. Siempre hemos decidido por ellos. Y he aquí que parece que la gente quiere estar informada, conocer los riesgos, tomar sus decisiones y reclamar si sus expectativas no han sido satisfechas. Esto ha llevado al ejercicio de la medicina a una situación de judicialización que a menudo nos sobrepasa: hojas informativas, firma de consentimiento, reclamaciones, voluntades anticipadas...En el fondo no es más que el protagonismo de cada persona en las decisiones acerca de su modo de vivir y morir. Surgen los debates en los grandes temas de la bioética (aborto, eutanasia...) y ello nos induce a interiorizar y actualizar los principios éticos que se han ido formulando desde Hipócrates. El principio de autonomía, de justicia, de beneficencia, de no maleficencia...Todos ellos deben presidir nuestro ejercicio médico, y sólo desde ellos podemos hablar de la Salud como algo más que la ausencia de enfermedad.
Si tras todo este discurso, la Salud es algo así como el camino a la Felicidad...¿Es un bien inalcanzable?
Pues es más bien un camino. Y, sorprendentemente, desde este punto de vista no estamos más avanzados los humanos que nos beneficiamos de mayor bienestar socioeconómico. En muchos aspectos aunque la esperanza de vida sea menor para los habitantes de lugares llamados subdesarrollados, la simplicidad de sus vidas hace que éstas puedan considerarse más saludables que las nuestras. Poseen una sabiduría impresa (a menudo por nosotros olvidada), que hace intuir lo bueno, lo adecuado, lo coherente. Es ese sentido que nos lleva a rechazar los excesos, a apreciar la frugalidad y desear el equilibrio, la serenidad, la armonía.
Despertar en nosotros ese sentido y educarlo en aquellos que dependen de nosotros (hijos, alumnos, compañeros) es ya educar para la Salud. Con ello disfrutaremos del ejercicio físico como fuente de bienestar (y no como imposición obsesiva), de la alimentación sana y frugal como goce creativo (y no como prohibición culpabilizadora), de la no dependencia de sustancias como incremento de autoestima (y no como placer trangresor).
Qué duda cabe que esto requiere un esfuerzo, no sólo para decidir cambiar determinados hábitos en un medio hostil, sino para mantener la constancia que requiere todo hábito que valga la pena. Pero también el esfuerzo es saludable: la autodisciplina bien entendida, nos capacita para ser autónomos y resistentes ante las dificultades que en uno u otro momento nos vamos a encontrar. No se trata de no morirnos, o de vivir más (la esperanza de vida no es más que un término estadístico), ni siquiera de vivir mejor (¿que quién o qué?). Sólo se trata de VIVIR, es decir, ocupar nuestro lugar en el mundo en armonía con él y nuestros semejantes, conscientes de las tensiones que ello supone, pero felices también de experimentar la posibilidad de un crecimiento sin límites, libres del miedo a la enfermedad y a la muerte, porque asumimos que misteriosamente forman parte de ese VIVIR.
Eso es, a mi entender, vida saludable.
Julia Navarro.
Los párrafos citados en cursiva, pertenecen a un artículo en la revista FOMECO,de Luis Montiel, Profesor titular de la Fac. de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid. "Estilos de vida saludables: una consigna para una sociedad confusa".