Salvador Amigó Borrás |
PREÁMBULO “Televisión española es la mejor televisión de España”, se decía irónicamente en los tiempos del monopolio estatal. El advenimiento de la televisión privada y, en época más reciente, de la Televisión Digital Terrestre, iba a suponer un incremento de la oferta televisiva y, por tanto, de la calidad del producto audiovisual. El resultado no puede ser más desolador: telebasura, homogeneidad de contenidos, desinformación, y un largo etcétera de consecuencias indeseables. Pero lo que más me llamó la atención desde los mismos comienzos de la televisión privada no fue tanto la deriva que ha desembocado en un poder omnímodo de los medios, sino la creciente desafección de la audiencia respecto a mínimos criterios de calidad. La falta de respuesta de los espectadores al permanente despropósito de los medios, instalados en el más puro mercadeo de la información y entretenimiento, que lleva a la degradación de todo mensaje, la atonía social al respecto, la connivencia con los supuestos mercantiles de lo audiovisual, y el conformismo, solo comparable a la adhesión a una fe sin condiciones…, con el estado de cosas que han generado los medios. El punto de mira de mi crítica se dirige a los medios tradicionales de comunicación de masas, y en particular a la televisión (sin desatender los desatinos de las llamadas “nuevas tecnologías”), y esto es así porque la televisión en línea, con su poder de convocatoria e impacto social y su oferta de visionado simultaneo de programas, se convierte en la moderna ágora, espacio público de debate, de servicio y de socialización. La basura que impregna toda la programación televisiva adquiere así, una connotación especialmente grave. Los medios de comunicación de masas no solo no disimulan las miserias (sus miserias al ofrecer telebasura) sino que las muestran con una mezcla de exhibicionismo y jactancia que resulta, cuanto menos, innovador en la historia de la cultura occidental, todo ello aplaudido o tolerado por la ciudadanía y los poderes públicos. Recuperar ese espacio público se convierte en un objetivo fundamental para la legitimación democrática. Por tanto, y sobre todo, este libro es una llamada de atención sobre la necesidad de concienciación, en primera instancia, y de actuación en segundo lugar, ante el poder de los medios de comunicación de masas. Los grupos mediáticos detentan ahora un poder de tal magnitud y amplitud (ya que su poder se extiende a las esferas de lo económico, político y, obviamente, lo mediático) así como alcance (ya que influye en la sociedad en su conjunto y no solo en determinados colectivos, como es más propio de otros poderes fácticos) que connota significados dictatoriales. Salir del letargo mediático y reivindicar unos medios de comunicación con criterios de respeto y buena praxis a los espectadores y ciudadanos, conlleva consecuencias inesperadas, como la propuesta de un nuevo modelo social y económico en Occidente que tenga, como punto de partida y estímulo, la transformación radical de los actuales medios de comunicación de masas.
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