Salvador Amigó Borrás |
Salvador Amigó Borrás
Nací en las postrimerías del gobierno mititar, tiempos oscurantistas, de carencias, si bien de desarrollismo, y de descubrimientos vitales, hedónicos, y también de confesionario y perdón de los pecados. Abrí los ojos al mundo al realizar mis estudios de secundaria en la ciudad de Valencia, dejando atrás la seguridad y resguardo de los amigos de mi pueblo natal y de una madre que era mi protección, mi alimento, mi cobijo. Fui un niño muy curioso e inquieto, interesado por todo lo que me rodeaba, descubriendo un mundo adulto que me inspiraba serios recelos y en el que nunca he querido participar del todo. Pronto hice mías las palabras de don Santiago Ramón y Cajal, quien decía sabiamente que el ser humano sólo había conseguido dos grandes triunfos: la ciencia y el arte. Y esa reflexión fue el motor de toda mi vida. Me convertí en un científico del comportamiento humano, pero en ningún momento dejé de disfrutar el arte en todas sus manifestaciones. Mi vida adulta no es más que una negación de la misma y un intento permanente, desesperado, de regresar a la infancia, recuperando la curiosidad por las cosas con mi trabajo científico y reencontrándome con la literatura, con aquellos poemas y novelas cortas que escribí en mi mundo de inocencia. Una época sin redes virtuales ni teléfonos móviles, pero donde la cercanía y la palabra nos permitían manifestar aquello de nosotros más íntimo y humano, aquello que, bien parece, nunca vamos a recuperar.
CIUDAD SIN NOMBRE
Nunca volveré a las calles luminosas Cristalina esencia de iridiscentes reflejos Labios henchidos de sonrisa límpida y abierta
Me quedaré en la ciudad sin nombre A la sombra de iniquidades lóbregas Atrapando recuerdos de inicuas soledades
Nunca volveré a las plazuelas calmas De tupidas balconadas Aromas de eneldos, diandros y estelarias
Me quedaré aquí, sombrío, pertérrito, hirsuto Plañendo lamentos de oscuras oquedades de la noche vacía
Nunca volveré a la algarabía feliz Lozanía e inocencia de quien aún se siente niño
Respiraré la melancolía del desencuentro Murmullo de silencios, piel vencida por la lluvia Crepúsculo de otoño en ciernes Hojas secas bajo mis pies Lánguida luz de farolas vigilantes De esquivos pasos sobre el frío asfalto Lisonjero diletante de tiritañas vacías Días pequeños persiguiéndose...
Nunca volveré a la ciudad que se mostró solícita de corazones Porque en ella amé sin límite ni medida Y sin conservar mayor recuerdo que la herida cierta Y aún sintiendo la distancia lacerante y cruel... Haré cautivo mi corazón desnudo que aún llora tu mano impúdica
EL ÚLTIMO TREN
De los besos que te di... Aún guardo en un pequeño desván Tus palabras envejecidas Tu mirada melancólica Junto a mi cuaderno de bitácora Vagabundo errante Y los besos que me diste, amor
De las caricias que soñé para ti... Aún las siento en la fría y sórdida estación Mientras se anuncia un nuevo destino Amaneciendo en nuevas soledades Saludando atardeceres en trenes desvencijados Con la memoria quebrada de tu anhelo Que buscó, vana ilusión En mi corazón perenne cobijo Y las caricias que me soñaste
Del alma que te entregué... Y te arrebaté al tiempo, solícita de nuevo albur Eterno retorno con nuevos rostros, distintas pieles Tantas veces se ha fundido tu rostro En el asfalto de mi viaje... Y el alma y deseo que me entregaste, amor
De la vida que viví para ti... Acudo al reclamo lascivo de los seres de la mar Y abandono de nuevo el puerto Claveles y guirnaldas en los muelles de mi despedida Nave a la deriva de islas sin dueño Reloj implacable para el tiempo de las lágrimas Y la vida que viviste tantas veces para mi
Tus besos, tus caricias, tu alma y tu vida... ¿Dónde quedan cuando, de nuevo, inexorable, sale mi tren?
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