III SEMINARIO DE SOCIOLOGÍA CRÍTICA "JESÚS IBÁÑEZ

"Transiciones del capitalismo. Crítica y resistencias"

Facultad de Ciencias Sociales
Universidad de Valencia 
12-16 noviembre 2007

 

Por una sociología pública[1]

 

Michael BURAWOY 

Universidad de California, Berkeley 

 

[…] La pasión primigenia de la sociología por la justicia social, la igualdad económica, los derechos humanos, la sostenibilidad del entorno, la libertad política o, simplemente, por un mundo mejor se torna en un esfuerzo por obtener credenciales académicas. El progreso se convierte en una batería de técnicas disciplinarias —asignaturas estandarizadas, bibliografías normalizadas, clasificaciones burocratizadas, exámenes continuos, reseñas de la literatura, tesis doctorales a medida, publicaciones evaluadas, el todopoderoso CV, búsqueda de trabajo, estabilización laboral y posterior politización de los colegas y de los sucesores para asegurarnos de que todo va según lo establecido. Pues bien, a pesar de las presiones para la normalización de las carreras, el ímpetu moral originario raramente es vencido en su totalidad, el espíritu sociológico no puede extinguirse tan fácilmente.

Aún produciéndose tales constricciones, la disciplina, individual y colectivamente hablando, ha dado sus frutos. Llevamos un siglo construyendo conocimiento profesional, convirtiendo el sentido común en ciencia. Por ello, estamos más que preparados para embarcarnos en una re-traducción sistemática de nuestra disciplina, esto es, devolver el conocimiento a sus inspiradores haciendo públicas las cuestiones referentes a problemas privados y así regenerar la fibra moral de la sociología. En esta acción descansa la promesa y el desafío de la sociología pública, ser complemento y no negación de la sociología profesional. […]

 […] A pesar de la intensificación de la retórica de la igualdad y de la libertad los sociólogos han documentado una cada vez mayor y más profunda dominación y desigualdad. A lo largo de los últimos veinticinco años, los logros en seguridad económica y en derechos civiles se están revocando por la expansión del mercado (con el consiguiente aumento de las desigualdades) y el incremento de la coerción por parte del Estado viola cada vez más los derechos civiles tanto dentro como en fuera. Tanto mercado como Estado han actuado en contra de la humanidad en lo que comúnmente se ha conocido como neoliberalismo. Los sociólogos se han mostrado más sensibles, más vigilantes ante los elementos negativos y ello ha supuesto que la evidencia acumulada al respecto indique una regresión en muchos ámbitos de la vida. Y, por supuesto, estamos gobernados por un régimen que es profundamente antisociológico en su ethos y hostil ante la propia idea de «sociedad». […]

 […] Al mismo tiempo, hemos tenido que afrontar la reducción de presupuestos. Bajo una competencia cada vez mayor, las  universidades públicas han respondido con soluciones de «mercado» —acuerdos con empresas privadas, campañas de publicidad para atraer a estudiantes, servilismo ante los donantes privados, mercantilización de la educación en el caso de la educación a distancia, precarización del empleo (temporalidad, bajos salarios, subcontratación de los servicios). ¿Es el mercado la única solución? ¿Tenemos que olvidarnos de la idea de universidad como un bien «público»? El interés en una sociología pública es, en parte, una reacción y una respuesta al avance de la privatización generalizada. Su vitalidad depende de la resurrección de la propia idea de lo «público», otra herida producida por el huracán del progreso. […]

 […]      Cada año creamos aproximadamente 25.000 nuevos licenciados en Sociología. ¿Qué significa pensar en ellos como público potencial? Esto no significa que debamos tratarlos como recipientes vacíos sobre los cuales verter nuestro maduro vino o como prístinos encerados en los cuales escribir nuestro profundo conocimiento. Más bien debemos pensar en ellos como portadores de una rica experiencia vivida elaborada gracias a una profunda comprensión propia de los contextos históricos y sociales que les han hecho como son. Con la ayuda de nuestras grandes tradiciones sociológicas, convertimos sus problemas privados en cuestiones públicas. Y lo hacemos gracias a su compromiso y no a su exclusión, partiendo de donde ellos están no de dónde estamos nosotros. La educación se convierte en una serie de diálogos que fomentamos sobre la sociología —un diálogo entre nosotros y los estudiantes, entre los estudiantes y sus propias experiencias, entre los propios estudiantes y, por último, un diálogo de los estudiantes con los públicos de más allá de la universidad. Su aprendizaje del oficio es nuestra garantía: según aprenden los estudiantes se convierten en embajadores de la sociología en el mundo, de igual manera que ellos traen al aula su compromiso con los diferentes públicos. En tanto que docentes todos somos potenciales sociólogos públicos.

 […] La sociología pública es parte de una división más amplia del trabajo sociológico que también incluye a la sociología práctica, a la sociología profesional y a la sociología crítica. […]

[…] Mills recordaba que para los padres fundadores de la sociología la empresa académica y moral eran indistinguibles. Sin embargo, no hay vuelta atrás posible a ese período inicial previo a la revolución académica[2]. Hoy trabajamos y avanzamos desde otro lugar, desde la división del trabajo sociológico. El primer paso es distinguir la sociología pública de la sociología práctica. La sociología práctica es sociología al servicio de una meta definida por el cliente. La raison d’etre de la sociología práctica es suministrar soluciones a problemas que se nos presentan o legitimar soluciones tomadas de antemano. […]

 […] La sociología pública, por contra, entabla una relación dialógica entre el sociólogo y el público en la que cada parte pone su agenda sobre la mesa y trata de ajustarla a la del otro. En la sociología pública, la discusión suele implicar valores o metas que no son compartidos automáticamente por ambas partes. Por esta razón, la reciprocidad, o como la denomina Habermas (1984): la «acción comunicativa», suele ser difícilmente sostenible. A su pesar, la meta de la sociología pública es desarrollar tal conversación. […]

 […] Existe, sin embargo, otro tipo de sociología pública —la sociología pública orgánica— en la que el sociólogo trabaja en estrecha conexión con un público visible, denso, activo, local y a menudo a contracorriente. De hecho, la mayoría de la sociología pública es de tipo orgánico — sociólogos que trabajan con movimientos laborales, con asociaciones vecinales, con comunidades de fe, con grupos a favor de los derechos de los inmigrantes, con organizaciones de derechos humanos. […] 

[…] Las aproximaciones de la sociología pública y de la sociología práctica no son ni mutuamente excluyentes ni antagónicas. Como en este caso, pueden ser perfectamente complementarias. La sociología práctica puede convertirse en sociología pública. […]

 […] No puede existir ni sociología práctica ni pública sin una sociología profesional que suministre los métodos adecuados y ya experimentados, los cuerpos de conocimiento acumulados, las orientaciones necesarias y los marcos conceptuales. La sociología profesional no es el enemigo de la sociología práctica y pública sino todo lo contrario, es la condición sine qua non de su existencia —proveer tanto de legitimidad como de expertez a la sociología práctica y pública. La sociología profesional consiste ante todo en la múltiple intersección de programas de investigación con sus supuestos, ejemplares, definiciones, conceptos y teorías. […]

 […] El papel de la sociología crítica, mi cuarto tipo de sociología, es examinar los fundamentos de los programas de investigación de la sociología profesional —tanto explícitos como implícitos, tanto normativos como descriptivos. Pienso en el trabajo de Robert Lynd (1939) y en su queja de que la ciencia social estuviese abdicando de su responsabilidad en el abordaje de los problemas culturales e institucionales imperantes en su época, obsesionada por la técnica y la especialización. C. Wright Mills (1959) acusó en los años cincuenta a la sociología profesional de irrelevante, de cambiar de dirección en pos de la «gran teoría» abstrusa o del «empirismo abstracto» sin sentido que consideraba los datos al margen del contexto. Alvin Gouldner (1970) criticó al estructural funcionalismo su supuesto de una sociedad regida por el consenso que no estaba para nada en consonancia con la escalada de los conflictos sociales durante los años sesenta. El feminismo, la teoría queer y la teoría crítica de la raza han criticado a la sociología profesional su actitud de pasar por alto la ubicuidad y profundidad de las opresiones por razón de género, sexo y raza.

La sociología crítica intenta hacer una sociología profesional reconocedora de sus prejuicios, de sus silencios, promoviendo nuevos programas de investigación erigidos sobre fundamentos alternativos. La sociología crítica es la conciencia de la sociología profesional en tanto que la sociología pública es la conciencia de la sociología práctica. La sociología crítica también nos da las claves para fijar las relaciones entre nuestras cuatro sociologías. La primera ya la planteó Alfred McLung Lee (1976) en su discurso presidencial: «¿sociología para quién?» ¿Nos dirigimos a nosotros mismos (una audiencia académica) o nos estamos dirigiendo a los otros (una audiencia extra-académica)? Plantear esta cuestión supone ir en contra de una disciplina herméticamente sellada y de la búsqueda del conocimiento por el conocimiento. Es necesario defender el compromiso con las audiencias extra-académicas, sirviendo a los clientes o hablando para los públicos. Esto no es negar los peligros y riesgos de este tipo de sociología, todo lo contrario, necesitamos hacer sociología a pesar o por culpa de tales peligros y riesgos. 

La segunda cuestión es la pregunta de Lynd: «¿sociología para qué?» Deberíamos comprometernos con los fines de la sociedad o simplemente interesarnos por los medios para alcanzar tales fines. Ésta es la distinción subyacente en la discusión de Max Weber sobre la racionalidad técnica y la racionalidad valorativa. Weber y, posteriormente, la Escuela de Frankfurt estaban preocupados porque la racionalidad técnica suplantase la discusión sobre los valores, Horkheimer (1974[1947]) se refirió a esta situación como el eclipse de la razón, y en colaboración con Theodor Adorno (1969[1944]) definieron como la dialéctica de la Ilustración. Denomino a este tipo de conocimiento, conocimiento instrumental, bien sea para resolver los enigmas de la sociología profesional o la resolución de problemas de la sociología práctica. Denomino al otro tipo de conocimiento, conocimiento reflexivo, porque está interesado en un diálogo sobre los fines, tome lugar dicho diálogo dentro de la comunidad académica y aborde los fundamentos de sus programas de investigación o entre académicos y los diferentes públicos en torno a la dirección de la sociedad. El conocimiento reflexivo interroga el valor de las premisas de la sociedad así como también nuestra profesión. […]

 […] Nuestros cuatro tipos de conocimiento representan no sólo una diferenciación funcional de la sociología sino también cuatro perspectivas diferentes. La división del trabajo sociológico parece muy diferente desde el punto de vista de la sociología crítica comparado, por ejemplo, con la perspectiva de la sociología práctica. De hecho, la sociología crítica se define a sí misma por su oposición con la sociología («dominante ») profesional. Ésta a su vez se ve inseparable de la renegada sociología práctica. Sociología práctica que se restituye atacando a la sociología crítica por politizar y por desacreditar a la disciplina. Así pues, desde cada categoría tendemos a esencializar, homogeneizar y estereotipar a las otras. Debemos, por tanto, procurar reconocer la complejidad de los cuatro tipos de sociología. Y lo podemos hacer mejor planteándonos una vez más dos cuestiones básicas: ¿conocimiento para quién y conocimiento para qué? Esto produce una diferenciación interna de cada tipo de sociología y, por tanto, una imagen más matizada. […]

 […] Deberíamos distinguir entre la división del trabajo sociológico y los sociólogos que habitan en uno o más lugares dentro de dicha división. En torno al 30% de los doctores en sociología trabajan fuera de la universidad, principalmente en el mundo de la investigación política y desde el cual pueden adentrarse en el ámbito público. El 70% de los doctores que enseñan en las universidades ocupan el cuadrante profesional dirigiendo investigaciones o diseminando sus resultados, pero también pueden mantener posiciones distintas en otros cuadrantes, especialmente en el caso de que tengan posiciones estables en la carrera académica. Por contra, el contingente de trabajadores —profesores ayudantes, eventuales o a tiempo parcial— se encuentra atrapado en la carrera académica con salarios míseros (de 2000 a 4000 dólares por curso), con un empleo precario y sin beneficios sociales. Este grupo es más numeroso en las universidades de reconocido prestigio donde pueden llegar a suponer el 40% del profesorado e impartir hasta el 40% de las asignaturas. Son la fuerza de trabajo precaria que permite la investigación y los elevados salarios del personal docente permanente al liberarles de las múltiples actividades rutinarias de la docencia y la investigación. Ésta es la razón por la que muchos de nuestros más distinguidos sociólogos han podido ocupar múltiples posiciones en el ámbito sociológico. […] Por supuesto, estos sociólogos gozan o han gozado de cómodas posiciones académicas en prestigiosos departamentos de Sociología en los que las condiciones de trabajo les han permitido múltiples puestos. […]

 […] Hoy en día, un licenciado al uso, quizá alentado por un profesor de la licenciatura, quizá quemado por su militancia en algún movimiento social, (los estudiantes entran en la Facultad con una disposición crítica, con una pretensión de aprender más sobre las posibilidades del cambio social —bien sea para limitar el avance del SIDA en África, para reducir la violencia juvenil, para facilitar las condiciones del éxito de los movimientos feministas en Turquía e Irán, para mantener a la familia como fuente de moralidad, para conseguir variar el apoyo a la pena de muerte, cambiar la tergiversación pública del Islam, etcétera), tiene que enfrentarse a una serie de asignaturas, cada una de ellas con abstrusos textos que aprender y/o abstractas técnicas que dominar. Después de tres o cuatro años tiene que afrontar su evaluación en tres o cuatro áreas y posteriormente llevar a cabo su trabajo de licenciatura. Todo el proceso puede suponerle hasta cinco años. Éste es el panorama ante el cual se enfrenta un estudiante que trata de mantener y extender aquellos compromisos morales que le motivaron su interés por la sociología. 

Entre el 50% y el 70% de los licenciados que consiguen obtener su título de doctor, mantienen su compromiso inicial con la sociología pública —a menudo ocultándoselo a su director de tesis. He escuchado en infinidad de ocasiones a los docentes aconsejar a sus estudiantes que dejen apartada la sociología pública hasta que no consigan su plaza fija —sin darse cuenta (¿o sí?) de que la sociología pública es lo que mantiene viva la pasión sociológica. Si siguieran el consejo de sus directores, estos estudiantes formarían parte del contingente laboral que dispondría, paradójicamente, de mucho menos tiempo para la sociología pública. Además, en el caso de que tuvieran la fortuna de conseguir la tan ansiada plaza fija tendrían que preocuparse casi exclusivamente de publicar artículos en revistas acreditadas o libros en reconocidas editoriales universitarias. Una vez obtenida la plaza fija, son libres de satisfacer sus pasiones juveniles pero para entonces ya no son jóvenes. Puede que ya hayan perdido todo el interés en la sociología pública al optar por el más lucrativo mundo práctico de la consultoría o por un nicho en la sociología profesional. Lo mejor sería poder satisfacer el compromiso con la sociología pública desde los inicios y de esa manera encender posteriormente la antorcha de la sociología profesional. […]

  […] El conocimiento que asociamos a la sociología profesional se basa en el desarrollo de programas de investigación, es diferente tanto del conocimiento concreto que requieren los clientes de la sociología práctica como del conocimiento comunicativo intercambiado entre los sociólogos y sus públicos y que a su vez es diferente del conocimiento fundacional de la sociología crítica. De esto se deriva la noción de verdad a la que cada uno se adhiere. En el caso de la sociología profesional el objetivo se centra en producir teorías que se correspondan con el mundo empírico, en el caso de la sociología práctica el conocimiento tiene que ser «práctico » o «útil», mientras que el conocimiento de la sociología pública se basa en el consenso entre los sociólogos y sus públicos y por último la verdad para la sociología crítica no es nada si no existe una base normativa que la sustente. Cada tipo de sociología tiene su propia legitimación: la sociología profesional se justifica sobre la base de las normas científicas, la sociología práctica sobre la base de su efectividad, la sociología pública sobre la base de su relevancia y la sociología crítica tiene que aportar visiones morales. Cada tipo de sociología también tiene su propia responsabilidad. La sociología profesional se apoya en el sistema de pares, la sociología práctica ante sus clientes, la sociología pública ante su público, mientras que la sociología crítica es responsable ante una comunidad de intelectuales críticos que pueden trascender las fronteras disciplinares. Además cada tipo de sociología tiene su propia política. La sociología profesional defiende las condiciones de la ciencia, la sociología práctica propone intervenciones políticas, la sociología pública entiende la política como un diálogo democrático mientras que la sociología crítica está comprometida con la apertura de un debate dentro de nuestra disciplina. 

Por último, y más significativo si cabe, cada tipo de sociología sufre de su propia patología procedente de su práctica cognitiva y de su encaje en instituciones divergentes. Aquellos que sólo hablan para un círculo reducido de compañeros de la academia están destinados a la insularidad. En la consecución de la resolución de aquellos enigmas definidos por nuestros programas de investigación, la sociología profesional puede convertirse fácilmente en algo aparentemente irrelevante9. En el intento de defender nuestro lugar en el mundo de la ciencia, el interés por monopolizar el conocimiento inaccesible puede conducirnos a una grandilocuencia incomprensible o a un «metodologismo» estéril. No menos que la sociología profesional, la sociología crítica tiene sus propias tendencias patológicas hacia el sectarismo involucionista —comunidades de dogma que ya no ofrecen ningún compromiso serio con la sociología profesional o la infusión de valores dentro de la sociología pública. Por otro lado, la sociología práctica es fácilmente atrapable por los clientes que imponen las estrictas obligaciones contractuales en su financiación, distorsiones que por otro lado pueden reverberar en la sociología profesional. Si la investigación de mercados termina dominando la financiación de la sociología práctica, como de hecho Mills temía que pudiera ocurrir, entonces nos encontraríamos en una situación muy comprometida. La migración de los sociólogos a las facultades de empresariales, de educación y de ciencias políticas puede haber atemperado esta patología aunque no ha conseguido aislar a la disciplina de tales presiones. La sociología pública no menos que la sociología práctica puede sentirse libre de estas fuerzas. En la búsqueda de popularidad, la sociología pública se ve tentada de complacer y adular a sus públicos y, por lo tanto, de poner en entre dicho sus compromisos profesionales y críticos. Existe, por supuesto, el otro peligro de que la sociología pública reduzca sus públicos en una especie de vanguardismo intelectual.

 […] Entre la sociología profesional y la pública debería haber, y a menudo es lo que acontece, respeto y sinergias. Lejos de ser incompatibles son hermanas siamesas. De hecho, mi visión normativa de nuestra disciplina es de interdependencia recíproca entre nuestros cuatro tipos —la solidaridad orgánica que permite que cada tipo de sociología obtenga energía, significado e imaginación gracias a su interrelación.

Los ejemplos de estas sinergias son abundantes, pero deberíamos ser precavidos a la hora de pensar que la integración de nuestra disciplina es fácil. Muy a menudo, las conexiones de las cuatro sociologías suelen ser difíciles de obtener puesto que están compuestas por prácticas cognitivas profundamente diferentes en sus distintas dimensiones —formas de conocimiento, verdad, legitimidad, responsabilidad y política, que culminan en sus propias patologías distintivas. […]

 […] El campo de la sociología también se encuentra dividido. La sociedad civil, después de todo, no es una comunidad armónica sino que está escindida por segregaciones, dominaciones y explotaciones. A lo largo de la historia, la sociedad civil ha sido masculina y blanca. A la vez que integradora también ha sido invadida por el Estado y el mercado lo que se ha reflejado en la sociología a través del uso de conceptos acríticos tales como capital social. Si bien la sociedad civil es aún un terreno disputado, afirmo que en la coyuntura actual es el mejor terreno posible para la defensa de la humanidad — una defensa que estaría socorrida por el cultivo de una sociología pública críticamente dispuesta a esta labor.

¿Cómo podemos alcanzar esta meta? Tal como he sugerido en la Tesis VII la división institucional del trabajo sociológico y el correspondiente campo de poder han restringido hasta ahora la expansión de las sociologías públicas. No tendríamos que defender la sociología pública si no hubiera obstáculos para llevarla a cabo. Su superación requiere del compromiso y sacrificio que muchos ya han hecho y continúan haciendo. Esta es la razón de su vocación sociológica —no para hacer dinero sino para crear un mundo mejor. Así pues, ya existe una plétora de sociologías públicas.

[…] Una cuestión importante para estos cambios institucionales es que el éxito de la sociología pública surja desde abajo. Esto ocurrirá si la sociología pública es capaz de atrapar la imaginación de los sociólogos y cuando estos reconozcan la importancia de la sociología pública en sí misma y por las gratificaciones que presta así como cuando los sociólogos la asuman como un movimiento social que va más allá de la academia. Preveo un sinnúmero de nodos, cada uno de ellos forjando colaboraciones de sociólogos con sus públicos, fluyendo todos juntos a través de una corriente única. Inspirados por un siglo de extensa investigación, de elaboración de teorías, de intervenciones prácticas y de pensamiento crítico lograremos alcanzará un entendimiento común a lo largo de múltiples fronteras incluidas las nacionales. Y al lograrlo de esta manera eliminaremos las viejas insularidades. Entonces, nuestro ángel de la historia desplegará sus alas y remontará el vuelo por encima del huracán. […]


[1] Michael Burawoy, Dpto de Sociología, Universidad de California, Berkeley (burawoy@socrates.berkeley. edu). Este artículo se publicó, en su versión inglesa, en la American Sociological Review vol. 70 (Febrero 2005). 

Como presidente de la Asociación Americana de Sociología, Michael Burawoy ha presentado y discutido este texto en numerosas universidades a escala mundial. Su objetivo es reflexionar sobre el papel actual de la Sociología, desde la enseñanza al ámbito profesional, pasando por la investigación y por el compromiso social. Aunque el autor se refiere a la situación de la Sociología en Estados Unidos y los datos que aporta en el texto corresponden a esa realidad, su utilidad para el caso español es considerable ya que invita a abrir un debate sobre el sentido general de la Sociología.

Se presenta aquí un extracto del texto que puede leerse en versión completa en Política y Sociedad, 2005, Vol. 42 Núm. 1: 197-225. El extracto no está realizado específicamente para sintetizar el artículo, sino para extraer fragmentos sugerentes y generadores de discusión en el contexto de las jornadas para alumnos del Seminario de Sociología crítica “Jesús Ibáñez”: Transiciones del capitalismo. Crítica y resistencias”. Por este motivo cabe avisar de que para una visión general del artículo, es necesario dirigirse a la versión íntegra del texto. La responsabilidad del extracto corresponde a Antonio Santos (Dpto. Sociología-Univ. Valencia).   

[2] Con “revolución académica”, el autor hace referencia al proceso de institucionalización de la Sociología a lo largo del siglo XX.