No existe un solo Camino de Santiago. Y ni siquiera el más famoso
de ellos, el Camino Francés, así llamado por la importante
contribución de los francos en la apertura de la ruta, ha mantenido un
trazado exacto a lo largo de los siglos. El tramo de Burgos a Sahagún,
por ejemplo, era aún peligroso en el siglo XII y muchos viajeros se
desviaban hacia el sur, buscando la protección del obispado de
Palencia. Lo que el peregrino del siglo XXI va a encontrar es un vago
recuerdo del vial abierto por Sancho el Mayor de Navarra para repoblar
sus territorios, detallado ya en 1139 con precisión por Aymeric Picaud
en el Codex Calixtinus. Con la diferencia de que donde antes
existían bosques, zonas pantanosas y trochas, ahora hay asfalto,
urbanizaciones y caminos de concentración parcelaria.
Sería un sarcasmo afirmar que las piedras que en la actualidad pisan
botas de gore-tex y otros tejidos futuristas son las mismas
bruñidas por sandalias medievales hace siglos.
En la provincia de Palencia, por ejemplo, de los 64.3 km de Ruta
Jacobea, sólo 26.2 corresponden a la traza histórica; el resto se
encuentra bajo cultivos o ha sido mejorado y ensanchado hasta
convertirse en una carretera nacional. Las zonas de montaña y la
travesía de localidades históricas-las famosas calles peregrinas,
trazadasde este a oeste-son los lugares donde más se acompasa nuestro
caminar al de los viajeros del medievo. Lo mismo cabe decir de la
señalización. Las flechas amarillas que unifican gran parte del Camino
son, a la postre, la mejor referencia para el caminante. En Navarra el
Camino coincide con el sendero de gran recorrido GR 65, por lo que
junto a las flechas amarillas aparecen también las características
franjas rojas y blancas de GR.
La aportación oficial a la señalización del Camino es desigual. En Navarra se utilizan azulejos con un grafismo de la vieira acoplados a mojones de cemento o a fachadas de viviendas. En La Rioja no hay más señalización que las flechas amarillas. En Castilla se usan mojones de piedra similares a los antiguos kilométricos, pero su distribución es desigual; pueden desaparecer durante kilómetros y luego surgir cada centenar de metros. En León se hizo un cartel de un león vestido de peregrino, pero apenas se usó. En Galicia, en cambio, el exceso de marcas abruma. Cada 500 metros, un mojón recuerda la distancia a Santiago, aunque están colocados con más criterio estético que topográfico, y una vez en la provinicia de A Coruña, otros mojones diferentes indican la dirección correcta en cada cruce.
Lo malo es que la señalización a veces engaña. ¿Cómo?. Ahora lo
explico. A menudo hay bifurcaciones, y las flechas señalan ambas
posibilidades, pero sin advertir cuál es el mejor camino. Las
distancias son a menudo sorprendentes. No coinciden con ninguna guía,
ni las distancias relativas entre dos puntos cualesquiera ni la
distancia a Santiago. Las señales de la carretera también discrepan,
pero esto es lógico porque no es lo mismo andar por el asfalto que por
el camino. Pero, al final, etapas planificadas de 25 km se convierten
en 30. Y según los hospitaleros, de 32. Nadie se aclara.
No obstante, hay que reconocer que el Camino está bastante bien
señalizado con flechas amarillas, mojones y azulejos con vieiras. En
algunos lugares, donde las señales han sido borradas por el tiempo o
la lluvia, debemos examinar cuidadosamente el terreno (buscando
huellas, basura tirada por peregrinos desaprensivos...), el libro de
ruta o cualquier otra indicación que nos ponga en el itinerario cierto
para evitar errores que nos obliguen a volver sobre nuestros pasos y
aumenten la distancia a recorrer. Preguntar a cualquier habitante de
la localidad es una buena solución.
Los albergues y refugios han sido una constante en el Camino desde
hace mucho tiempo. Todos los finales de etapa citados en el Codex
Calixtinus cuentan con refugio para uso de peregrinos e, incluso,
en pueblos y localidades intermedias. Actualmente hay 79
(contabilizados hasta 1998; en 2001 conozco la existencia de al menos
2 más, uno de los cuales está en Cacabelos y fue inaugurado el 1-8-
2000), estando casi todos a cargo de las parroquias y ayuntamientos.
Cada 15 ó 20 km es posible encontrar uno. En León y Galicia, están aún
más cerca (salvo en el tramo Melide - Santa Irene). Pueden ser muy
sencillos-un simple recinto a cubierto para guarecerse de kas
indulgencias del tiempo- o edificios singulares antiguos, hospitales,
monasterios, hospederías...que disponen de camas o literas, servicios,
cocinas, duchas...Estos albergues van desde ser casi hoteles de cinco
estrellas (Cacabelos) a ser poco más que una casa (la única
del "pueblo") donde se duerme en el suelo de una polvorienta
buhardilla, sin baños ni duchas, donde nadie para, en compañía de un
trasnochado templario medio loco y tres o cuatro vividores de dudosa
reputación que escapan (¿de la ley?) en ese remoto paraje. Me estoy
refiriendo a Manjarín.
Para mantener el albergue, en todos se paga obligatoriamente una
cierta cifra, que oscila entre 300 y 600 pesetas. En Galicia, al
contar con patrocinadores, los refugios son gratis. Excepto en
Santiago, donde se ha de pagar 500 ptas. por noche en el Seminario
Menor de Belvis.
Recordar que algunos refugios no tienen camas, literas ni agua, y
pueden estar sucios. Quienes no deseen usarlos en estas condiciones
pueden acudir a los muchos hostales que se encuentran en la mayoría de
los pueblos. Aceptar la acogida en los albergues significa aceptar las
limitaciones, aunque éstas sean lamentables. También debe tenerse
presente que no se admiten reservas; las plazas se van ocupando según
vayan llegando los peregrinos. En los últimos años, instituciones
públicas y privadas han colaborqado para mejorar bastante los
principales refugios del Camino y creado otros nuevos. Hay que
cooperar en mantener el buen estado de los refugios.
Poco hemos hablado hasta ahora del atuendo original de los peregrinos. Actualmente los únicos símbolos del pasado que suelen portar los peregrinos es la concha o vieira atada a la mochila y el bordón con su calabaza atada en la parte superior.
Al principio, los peregrinos vestían ropas comunes al resto de los
viajeros. Poco a poco, la indumentaria fue concretándose en un abrigo
corto que no estorbaba el movimiento de las piernas, una esclavina o
pelerina de cuero que protegía del frío y la lluvia, sombrero redondo
de ala ancha que servía tanto para la lluvia como para el sol y un
bordón más alto que la cabeza con punta de hierro; colgada de él, una
calabaza que hacía las veces de cantimplora. El bordón servía a su vez
de credencial; los hospitaleros realizaban una marca característica en
él para saber cuántos días llevaba cada transeúnte en el refugio.
El hábito llegó a ser identificativo de los viajeros a Santiago y
actuaba como salvoconducto para obtener la caridad destinada a los
peregrinos. La vieira, concha habitual en los mares de Galicia, se
prendía a la ropa para autentificar la estancia en la ciudad del
Apóstol en el camino de regreso. En el siglo XII, en la plaza del
Paraíso de Santiago (actual Azabachería) existía ya un próspero
negocio de conchas de plomo, estaño y azabache como recuerdo para los
visitantes.