|
![]() |
DOCUMENTOS |
|
Estudio CIS 2452, marzo 2002
La primera cuestión a clarificar –básica en el texto legal- es el
concepto de esfuerzo, así como el sentido según el cual éste puede ser
considerado valor. Aceptando el concepto más genérico de valor, como aquello
que vale en algún sentido positivo, nos encontramos con múltiples sinónimos
de valor: cualidad, aprecio, importancia, valentía, firmeza, mérito, coraje,
esfuerzo etc. El Diccionario de la Real Academia de la Lengua define el esfuerzo
como "el empleo de la fuerza física contra algún impulso o
resistencia. Empleo energético del vigor o actividad de ánimo para conseguir
una cosa venciendo dificultades". La definición expresa dos acepciones
distintas y complementarias, una referente al esfuerzo físico y otra alusiva al
esfuerzo psíquico o moral. En ambos casos, forman parte del concepto, tanto la
fuerza del impulso como la fuerza de la resistencia:
la no-violencia de los movimientos pacifistas, son ejemplos claros de fuerza en
este último sentido.
La etimología del vocablo esfuerzo confirma también lo expresado. La raíz
latina "fortis", "fort", precedida del prefijo
"ex" expresa la idea de movimiento hacia afuera. El esfuerzo es
siempre la acción de esforzarse, es decir, de poner en movimiento, en acción,
las fuerzas de que disponemos para vencer una resistencia interior o exterior.
Así, es necesario un esfuerzo muscular para subir a un quinto piso que carece
de ascensor, un esfuerzo moral para dominar la pereza o decir la verdad cuando
nos favorece la mentira, o bien un esfuerzo intelectual para hallar la solución
a un difícil problema matemático. El esfuerzo se presenta siempre como
sacrificio, privación o renuncia de algo -en sí nada agradable- que se hace
para conseguir algún fin valioso. Sin finalidad valiosa el esfuerzo es sólo
tensión, lucha ciega e irreflexiva, desgaste inútil de energías. Es, pues,
siempre un medio para conseguir algo previamente propuesto. Y, como todo medio,
su función es utilitaria, cuya única atención es dirigir nuestra atención al
fin, unir la intención con la ejecución, sólo válido en la medida que nos
acerca al fin deseado (intención + esfuerzo = consecución). Así lo entendió
Aristóteles al afirmar, al comienzo de su “Ética a Nicómaco”, que "hay un fin de nuestros actos que queremos por sí mismo, mientras que
los demás fines no los buscamos sino en orden al fin deseado por sí mismo"[xii].
En relación a los valores, pues, existen valores fines (o valores
propios), y valores derivados -instrumentales o económicos- que son medios para
conseguir fines. Y, aunque los valores, en algún sentido, son fines, es posible
hacer un uso instrumental de los mismos, empleando
los valores bajos para conseguir valores
altos, esto es, los valores inferiores para conseguir los valores
superiores. Así, no se debe utilizar la religión o el comercio con personas
para obtener dinero, pero sí dinero para difundir la religión o defender la
dignidad humana. De este modo, el
valor/medio o valor/derivado no aparece dotado de un "deber ser" o
presión finalista, y es diverso al valor-fin, pues éste se desea por sí
mismo, aquél sólo en relación al otro. No obstante, la importancia del medio
es grande, por cuanto si éste no se da es imposible alcanzar el fin. Adelgazar
sin esfuerzo, sanar sin medicinas o ser gran deportista sin entrenar sería
ideal, pero si ello no es posible, mejor que poner los medios, aunque sean
dolorosos, si con ello logramos el fin deseado. El medio sin el fin es ilógico
e admisible, pues la única razón del medio es conducir hacia el fin. Nos
esforzamos para alcanzar algo valioso, que merece la pena, aunque para ello sea
necesario, mostrar resistencia o vencer obstáculos.
Tradicionalmente al esfuerzo se le ha denominado fortaleza, pues su
posesión nos hace vencer las dificultades y superar los obstáculos que se
oponen al bien obrar. Se trata de un conflicto de bienes circunstanciales,
frecuentemente en abierta oposición entre la razón y la decisión, en cuya
lucha siempre uno es el vencedor. La vida de todo ser humano es, así, una
batalla entre placer y deber, entre lo que vale y lo que más vale, de la cual
no es posible huir, sino triunfar o perecer, vencer o ser vencido. De aquí que,
hoy la necesidad del esfuerzo se presente con una urgencia especial, para lograr
el triunfo de los valores
superiores, dada la situación de comodidad bastante generalizada. Más aún
entre adolescentes, como constata Javier Elzo: “En muchos
adolescentes españoles existe un hiato, una disociación entre los valores
finalistas y los valores instrumentales. Los adolescentes españoles de finales
de los 90 invierten afectiva y racionalmente en valores finalistas, tales como
el pacifismo, tolerancia, ecología, etc., y sin embargo presentan grandes
fallos en valores instrumentales sin los cuales es imposible su consecución. Me
refiero a los deficits que los jóvenes presentan en valores tales como el
esfuerzo, la autorresponsabilidad, la abnegación, el trabajo bien hecho, etc.
La falta de articulación entre valores finalistas e instrumentales está
poniendo de manifiesto la contradicción de muchos adolescentes y jóvenes para
mantener una coherencia entre el discurso y la práctica allí donde sea
necesario el esfuerzo sin utilidad inmediata” [xiii]. 3.2.
La “exigencia personal” en la construcción humana En congruencia con lo indicado, la
Ley alude, de modo repetitivo y explícito, en los diversos niveles educativos, a la necesidad del esfuerzo para el
desarrollo personal, si bien, en cada etapa, asociado a la creación y
consolidación de hábitos: hábitos de esfuerzo y responsabilidad (Primaria), hábitos
de estudio y disciplina (Secundaria), hábitos de lectura, estudio y disciplina
(Bachillerato)[xiv].
La importancia del hábito en la educación es tal –como sostiene J.
Dewey- que la misma educación “se
define con frecuencia como la adquisición de aquellos hábitos que efectúan un
ajuste del individuo y su ambiente”[xv]. Gracias a los hábitos, los humanos adquirimos
disposiciones estables en el orden intelectual, físico y moral. Se trata de una
segunda naturaleza, “éthos”, “un
nuevo modo de ser y un nuevo modo de comportarse” [xvi] acorde con unas finalidades. Dada la pluralidad de direcciones en la que
es posible orientar los hábitos, tanto en un sentido positivo como negativo, el
esfuerzo se hace frecuentemente imprescindible. Y ello de modo constante, por
cuanto es imposible el hábito sin la repetición de los actos. De este modo, el
esfuerzo se hace doblemente presente: en cada repetición del acto, con
intensidad variable, según el proceso de adquisición, y como facilitador del
mismo, una vez adquirido, pues el que el acto se realiza con una mayor rapidez y
perfección, y con un menor esfuerzo.
En la formación humana, la exigencia se torna exigencia personal y, por lo mismo, autoexigencia,
orientada hacia la humanización o personalización, en su doble dimensión
individual y social. La finalidad, pues, de la exigencia personal, en el
contexto legislativo, es la construcción humana en la cual la autonomía y la
libertad son elementos esenciales de la misma.
Cada momento histórico, con su sensibilidad y educabilidad, propias de
las circunstancias ambientales, demandan una respuesta educativa de acomodación
o de superación personal, en cuyo proceso el esfuerzo y la disciplina, en mayor
o menor grado, se orientan a la consecución de la autonomía personal.
Ser autónomo ("autos": yo mismo, y "nomos":
ley) es el pensamiento y la actuación de la
persona por sí misma y, por tanto, opuesto a la heteronomía, dependencia y
alienación, en la cual el ser humano deja de ser él mismo para actuar como si
fuera otro, al ser dirigido o
gobernado por otro. Por eso,
la mismidad, no es una cualidad más de los humanos, sino la cualidad
por excelencia con una importancia tal que, como afirma E. Fromm, "constituye
un fin que nunca debe ser subordinado a propósitos a los que se atribuye una
dignidad mayor"[xvii]. De aquí que, perder la autonomía o "mismidad"
sería dejar de ser uno mismo, incorporándose a un proceso alienante, lo
opuesta a lo que entendemos por educación[xviii].
Esta autonomía personal demanda, hoy quizás más que en otros tiempos,
un constante esfuerzo para no caer en la alienación, sinviendo fielmente las
ideas de los otros y privándose del derecho a la diferencia. Ser uno mismo
entre los demás, es un objetivo irrenunciable y esencial en la construcción
personal, pues la educación jamás podrá realizarse en serie o en masa, por
cuanto cada ser humano es único e irrepetible.
Para muchos, hoy, la nueva alienación se encuentra bajo el rostro del
consumismo y hedonismo orientados a la imposición del tener, de
la apariencia y de la comodidad, como valores supremos, a costa incluso
del sacrificio de otros de una mayor dignidad y poder humanizador. Así, la
autonomía personal es hoy un permanente combate contra la alienación y la
despersonalización para no dejarnos caer ante presiones ambientales, pues la
propaganda, el consumismo, la moda, el aparecer ("look"),
etc. se imponen frecuentemente por encima de las posibilidades económicas, de
ideologías y de creencias. De este modo, hacemos lo que, en nuestro interior no
queremos, pero forzados por presiones o motivos ajenos a nosotros mismos, alienándonos,
así, en provecho de alguien o de algo: ideologías, moda, presión social,
poder, consumo, etc. Sólo el sentido crítico y una voluntad firme pueden
liberarnos de esta red de alienaciones y esclavitudes, propias de las sociedades
opulentas.
De este modo, las personas, nacidas con la capacidad y el deseo de ser
libres, tenemos el riesgo de convertirnos en esclavas a tenor de las
circunstancias ambientales, pues no siempre se encuentran en armonía, y en una
misma orientación, el deseo, la razón y la situación. Como ya escribió
Ovidio: "Video meliora proboque,
deteriora sequor": Veo lo mejor y lo apruebo, y sin embargo sigo lo
peor[xix]. Esta oposición se presenta frecuentemente problemática,
ocasionando conflictos y tensiones internas al no coincidir, en la misma dirección,
la razón y el placer, o lo que nos gusta y lo que razón nos dicta como bueno.
A este problema, cuya experiencia diaria todos constatamos, en mayor o menor
grado, se refirió Pascal con estas palabras: "En
el hombre hay una guerra intestina entre la razón y las pasiones (...).
Poseyendo una y otra, no puede estar sin guerra, dado que no puede estar en paz
con una parte sin hallarse en guerra con la otra. De este modo el hombre se
halla siempre dividido y contrario a sí mismo"[xx]. La armonía del animal ha quedado, así, positivamente
rota en los humanos, sin que sea posible identificar siempre bien con placer y
el mal con dolor, pues, en palabras de E. Fromm:
"la conciencia de sí mismo,
razón e imaginación han roto la 'armonía' que caracteriza la existencia del
animal. Su emergencia ha hecho del hombre una anomalía, la extravagancia del
universo. Es parte de la naturaleza y, sin embargo, transciende el resto de la
naturaleza (...). La razón, la bendición del hombre, es a la vez su maldición.
Ella le obliga a enfrentar sempiternamente la tarea de resolver una dicotomía:
la divergencia entre sus apetencias animales y las racionales; en consecuencia,
debe proceder a desarrollar su razón hasta llegar a ser el amo de la naturaleza
y de sí mismo" [xxi]. La construcción de la libertad, pues, se encuentra
vinculada a la opción y decisión de esta "agonía" o conflicto
humano, al triunfo o fracaso de nuestras decisiones. En éstas, la formación de
hábitos, como ya indicamos, constituye los pilares más sólidos de la libertad
de arbitrio para decidir en pro o en contra de la inteligencia.
Frecuentemente en mis escritos me agrada repetir el significativo cuento
que Anthony de Mello narra en su libro "El
canto del pájaro", muy acorde con la formación del ser humano autónomo
y libre: Estaba
el filósofo Diógenes cenando lentejas cuando le vio el filósofo Aristipo, que
vivía confortablemente a base de adular al rey. Y le dijo Aristipo: - "Si aprendieras a ser
sumiso al rey, no tendrías que comer esa basura de lentejas". A lo que Diógenes
le replicó: - "Si hubieras tú
aprendido a comer lentejas, no tendrías que adular al rey". Hoy quien no ha aprendido a “comer lentejas”, es un
ser carente de personalidad propia, sometido a la opinión de los demás:
superiores, moda, placer, consumo, etc. Y la libertad, que siempre es autoposesión,
no es un regalo, sino una conquista hasta lograr la cualidad más valiosa de la
persona, pues sólo es libre quien lucha por serlo, mediante el dominio de sí y
la superación de las circunstancias. Ser libre es ser uno mismo, ser capaz de
trascender las situaciones, poseer la fuerza necesaria para resistir a los estímulos
deshumanizantes. La libertad es liberación, un camino nada fácil, pero sí muy
gratificante. 3.3.
Atención a “los grupos sociales menos favorecidos” La libertad humana es siempre una
libertad referida a los demás, y construida desde y “con-los-otros” , por lo que el crecimiento humano sólo es posible
entre personas. De aquí la paradoja, pues sólo aprendemos a ser humanos entre
los humanos, pero también entre los humanos aprendemos a deshumanizarnos. La
persona, en consecuencia, por ser libre, tiene posibilidad de lo mejor y de lo
peor: la guerra o la paz, la igualdad o la discriminación, la ayuda o el domino
de unas clases sociales sobre otras... son realidades que conviven entre
nosotros. Y la escuela, como
reflejo y laboratorio de la sociedad, recibe las divisiones y los
problemas de la misma, con una finalidad transformadora. De aquí que la educación
dejaría de ser tal si ignorara el esfuerzo necesario para la compensación de
las desigualdades, prestando una atención especial a los grupos sociales menos
favorecidos. En este sentido la Ley afirma: “Es precisamente un clima que no reconoce el valor del
esfuerzo el que resulta más perjudicial para los grupos sociales menos
favorecidos. En cambio, en un clima escolar ordenado, afectuoso pero exigente, y
que goza, a la vez, tanto del esfuerzo por parte de los alumnos como la
transmisión de expectativas positivas por parte del maestro, la institución
escolar es capaz de compensar diferencias asociadas a los factores de origen
social” (Exposición de Motivos)
El esfuerzo es aquí asociado al ambiente o clima escolar,
calificado de ordenado, afectuosos y exigente, cuya fuerza educadora hace posible
la compensación de las diferencias. En efecto, el ambiente educativo, en cuanto
conjunto de elementos coexistentes y cooperantes capaces de ofrecer condiciones
favorables al proceso educativo, posee una fuerte carga de educatividad, pues, más
que el entorno físico, es el ambiente quien configura el poder de las
relaciones de afectividad, confianza, seguridad, etc., o bien de discriminación,
desprecio, favoritismo... Ello condiciona el nacimiento y crecimiento de un
conjunto de valores, y también de antivalores, cuyo “contagio” ambiental es
indudable. La responsabilidad de la escuela en este “contagio” es grande,
tanto en la integración de la pluralidad, como en el rechazo de toda
discriminación. La compensación de los grupos menos favorecidos, sean sus
causas de origen familiar, económico, intelectual, físico o cultural..., es
esencial de todo centro educativo, por ser humanizar la esencia misma de la
educación. Ello, no siempre fácil, demanda la práctica del esfuerzo por
quienes se encuentran más y menos favorecidos: la justicia o generosidad para
unos, y la crítica y lucha para otros. No todo vale, y a quienes menos interesa
la defensa del principio relativista postmoderno es aquellos que se encuentran
en situaciones menos favorecidas[xxii].
Esta atención a los más débiles lleva el nombre de solidaridad, cuyo
significado educativo, no es sólo un
sentimiento de compasión, sino un compromiso que nace del reconocimiento de la
dignidad e igualdad de todos. Es un valor emergente, teóricamente en alza en
nuestra sociedad[xxiii] que, en cualquiera de sus significados históricos
(marxistas, cristiana, actual), siempre se refiere al deber moral de asistencia
a los miembros de una misma o distinta sociedad. Como ya observó Aristóteles,
“El bien es ciertamente deseable cuando
interesa a un solo individuo, pero se reviste de un carácter más bello y más
divino cuando interesa a un pueblo y a unas ciudades” [xxiv].
Esta sociedad, de recursos humanos limitados y con múltiples
posibilidades de ocio, el ser humano tiene la fuerte tendencia de
despreocuparse por los demás para ocuparse sólo de sí mismo. Más aún cuando
constatamos que "los países económicamente
más avanzados, con un producto interior bruto y una renta per cápita elevados,
con unos servicios sociales o públicos satisfactorios (educación, sanidad,
transporte), suelen ser la imagen más evidente de las insuficiencias de la
justicia. Parece existir una relación proporcional entre la mayor abundancia y
riqueza de una sociedad y el menor grado de solidaridad entre sus miembros.
Suecia y Alemania, no son un ejemplo de reconocimiento y ayuda al prójimo
(...). Diríase que a mayor desarrollo corresponde menor grado de
humanidad" [xxv]. El consumismo actual pretende convencernos de que la
felicidad es cuestión de producción y de disfrute ilimitado de bienes,
confundiendo así el placer y la felicidad. Ante la aparición de tanta
necesidades artificiales, se genera un estilo de vida en el que "tener-producir-consumir"
se convierte en el triángulo de la vida y de la cultura insolidaria[xxvi]. La gravedad de ello reside en el afán de poseer y
ganar, a cualquier precio, impulsando, así, la competencia y generando
hostilidad y violencia.
Superar críticamente esta cultura insolidaria es un quehacer fundamental
de la educación, pues la solidaridad no siempre es coincidente con los
intereses y gustos particulares, ni con bienestar propio de la sociedad
consumista. Sólo el esfuerzo ante el deber-ser puede hacer realidad la
solidaridad entre los miembros de un colectivo humano. La formación de este
"ethos" no es una herencia, sino una tarea de construcción, que se
alcanza con dominio de sí, sobriedad y austeridad, pues como ya afirmó Freinet
que "la educación cívica exige virilidad, valentía y decisión"[xxvii]. La sociedad de la opulencia, del usar y tirar, del
bienestar material... exige moderación, -templanza diría Aristóteles- dominio
de sí, para salir de los gustos e intereses propios en favor de los demás,
fuerza para superar los impulsos más inmediatos, acuciados por la sociedad
materialista y consumista, pues "pensar
en los demás implica ser austero consigo mismo"[xxviii].
3.4.
“La cultura del esfuerzo” frente a la
cultura del placer
El ambiente consumista hace hoy, quizá más necesario que en otros
tiempos, el hábito del esfuerzo, y también más difícil de entender la
reflexión sobre la cultura del mismo, pues se cultiva (“cultura”, de colere: cultivar), lo que vale y lo que interesa, lo humano y lo
inhumano, lo que nos hace progresar como personas y lo conducente a la degradación
personal, social y ambiental. Así, hablamos de cultura popular, cultura
escolar, de la muerte, del placer, de la paz, del pelotazo, de masas, del
cuerpo, etc. La nueva ley ha actualizado la expresión “cultura del
esfuerzo” como garantía del progreso personal. Así, en la exposición de
motivos, leemos: “La cultura del esfuerzo es una garantía de progreso
personal, porque sin esfuerzo no hay aprendizaje. Por eso, que los adolescentes
forjen futuro en un sistema educativo que sitúa en un lugar secundario esa
realidad, significa sumergirles en un espejismo que comporta, en el medio plazo,
un elevado coste personal, económico y social difícil de soportar tanto el
plano individual como en el colectivo” . Afirmaciones tales como: “sin esfuerzo no hay aprendizaje” sin más precisión, o bien
negar “un
lugar secundario de esa realidad” (esfuerzo), según nuestra opinión, son
expresiones inadecuadas a la realidad, por cuanto según leemos en el texto
legal, el esfuerzo parece ser el único o principal medio de aprendizaje y de
progreso personal. Ello, como ya indicamos anteriormente, no siempre es así,
pues, en la construcción humana, se dan aprendizajes agradables en los que,
afortunadamente, es innecesario el esfuerzo; sólo en aquellas situaciones en
las que se hace presente el conflicto entre el deber-ser y el placer, el
esfuerzo se hace imprescindible para llegar a la meta deseable; es, pues, como
la medicina, un valor-medio y no un valor-fin, por lo que ha de ocupar un lugar
secundario tras el interés. El esfuerzo siempre es para algo y nunca porque sí
y, en consecuencia, cuanto menos, mejor... La educación ha de priorizar los
aprendizajes agradables, acorde con las tendencias naturales del ser humano.
Frente a los aprendizajes impuestos y esforzados, es necesario fomentar los aprendizajes motivados
e interesados.
Dada la importancia de estos cinco ejes, en cuanto reflejo de los
principios de concepción y orientación de la Ley, hubiese sido deseable una
mejor formulación de esta función educativa del esfuerzo. Algunos
calificativos al sustantivo esfuerzo hubiesen sido suficientes. Ello, sin
embargo, en modo alguno, supone la ignorancia del interés en el proceso
educativo, pues en el articulado de la Ley encontramos varios artículo alusivos
al mismo en cada uno de los niveles educativos, así como en los principios
referidos a la calidad[xxix]. Un mayor énfasis y prioridad del interés sobre el
esfuerzo, así como el lugar secundario de éste, es una de las carencias que
detectamos.
Afortunadamente el progreso científico y tecnológico ha eliminado de
nuestras vidas múltiples esfuerzos, pero desgraciadamente no todos. Más aún,
muchos progresos de la técnica, además de unilaterales, han ido acompañados
de un retroceso humano y moral. Las armas de destrucción masiva y toda la
carrera del armamentos ha sido un correr
esforzado de los poderosos hacia la destrucción de los menos pudientes. En
este sentido, los educadores decimos sí al progreso tecnológico, sí a la
cultura del placer, pero no al retroceso en humanización sea este científico,
tecnológico, cultural o hedonista.
La cultura del placer, que pretende fomentar la comodidad y eliminar todo
sacrificio, domina actualmente todos los ámbitos de nuestra sociedad. Aprender
inglés sin esfuerzo, adelgazar sin esfuerzo, gimnasia pasiva, cremas y tintes a
elección de cualquier modelo estético, pastillas para todo... con tal de no
tener que hacer nada y todo se nos dé hecho. Es una manera de vivir instalados
en la comodidad... Basta conectar con cualquier medio de comunicación para
constatar esta orientación hedonista: anuncios de la Tv.,
películas, novelas, canciones, etc. invitan constantemente a pasarlo
bien, a vivir de modo placentero el presente. La famosa, olímpica e
internacional canción de Los Del Río: Dale a tu cuerpo alegría Macarena es todo un símbolo.
Actualmente goza de más popularidad y valor el dinero que se posee fruto
de la lotería, que el ganado con el esfuerzo del trabajo; la fortuna adquirida
por herencia que aquélla lograda tras años de ejercicio profesional; el
aprobado conseguido "por suerte", que el alcanzado tras un largo período
de estudio... La expresión, acuñada hace pocos años, de la "cultura
del pelotazo" se refiere a la habilidad de conseguirlo todo en el mínimo
tiempo y con el mínimo esfuerzo posible. Como sostiene Victoria Camps: "A finales del siglo XX la ostentación y el lujo no
están mal vistos. El profesional exitoso no tiene nada de ascético, la
capacidad de multiplicar el dinero en el menor tiempo posible es la medida del
éxito profesional. La valía del hombre y la mujer, en buena parte, se
manifiestan en su poder adquisitivo. El tener es la medida del ser. La
prosperidad, la opulencia, la abundancia, el comprar muchas cosas y cambiarlas a
menudo son las medidas del valor social"[xxx]. Esta minusvaloración, y hasta
desprestigio, del esfuerzo hace aumentar la cultura del placer, que con su gran
fuerza configuradora, es la circunstancia en la que vive hoy la educación, por
lo que hablar de esfuerzo resulta tan problemático como dificultoso. Ya Ortega
dejó constancia de ello en su famosa frase: "Yo
soy yo y mi circunstancia y si no la salvo a ella no me salvo yo"[xxxi]. De tales circunstancias no es
posible, ni tampoco conveniente, huir, pero sí modificar acorde con el proceso
de formación humana, pues las personas y la sociedad no cambiarán -como ya
escribió Antonio Machado- mientas no cambien sus dioses. El
informe de la Fundación Santa María, "Jóvenes
Españoles 99", constata nuevamente la situación actual: "En el universo de
valores de la sociedad española prima la ética de la diversión sobre la ética
del esfuerzo, la fiesta sobre el trabajo, la implementación de
responsabilidades en los demás sobre la autorresponsabilidad, la crítica
continua antes que el discernimiento de la reflexión, la queja sobre la
abnegación (término que ha desaparecido del vocabulario español)"[xxxii]. Se trata
de un nuevo modo de vivir, sobre todo de los jóvenes, generador de nuevas
costumbres, modas, cultura y también un nuevo modo de ser ciudadano, de fuerte
incidencia en la cultura escolar. Ante esta situación, "conviene edificar de nuevo la demolida fábrica
de la voluntad, para explicar así mejor el comportamiento humano, comprender
mejor nuestra situación en el mundo, diseñar mejor lo que desearíamos tener,
y encauzar mejor los sistemas educativos"[xxxiii]. Las siguientes respuestas a la pregunta del CIS son
suficientemente significativas al respecto. En términos generales, ¿qué calificación, de 0 a 10, daría a los
actuales jóvenes españoles que estudian en los colegios e institutos en
las siguientes cuestiones?
Estudio CIS 2452, marzo 2002 Tales datos
expresan la necesidad de una reforma educativa sin el error de situarse en el
extremo opuesto, sino más bien, un cambio en el que se sepan conjugar, según
la edad, momento y circunstancias, la cultura del esfuerzo y la cultura del
placer, la disciplina, el respeto con el esfuerzo y el interés. Más aún en
esta sociedad en la que el cambio o crisis de valores se orienta hacia el
pragmatismo y el individualismo. "Cuando nos lamentamos de que
nuestra sociedad carece de valores, queremos decir que el pragmatismo y el
individualismo lo invaden todo hasta el punto de que ahogan cualquier otro tipo
de motivación" (...). "El miedo al dogmatismo se ha proyectado en
miedo e incomprensión hacia la disciplina, y la ausencia de disciplina ha hecho
tambalear las bases de la buena educación"(...). "De una formación
de los niños y adolescentes casi militar se pasó al desorden y desconcierto
esencial. Lo cual ni facilita la tarea pedagógica, ni favorece la madurez de
los alumnos"(...). "La educación débil produce seres desorientados y
superprotegidos"[xxxiv]. Ante esta situación, hoy quizás más que nunca, la
educación ha de cumplir su función crítica: analizando
lo que hay de valioso en cada momento y situación; clarificando el lenguaje en uso (progreso, libertad, esfuerzo,
bienestar, interés, etc.) posible vehículo de manipulación; reflexionando
sobre la moda vigente, la opinión de la mayoría, la propaganda; desenmascarando
intereses subyacentes en mensajes aparentemente inofensivos; manifestando
la cara oculta de un valor, ideología o ambiente... En definitiva, la
educación ha de mantener una permanente reflexión sobre los valores de la vida
social vigente y el fundamento mismo de la educación, lejos de dogmatismos,
intereses políticos, visiones parcializadas, o condenas generalizadas. 4.
La "carrera" (currículum)
de la educación
La metáfora de la carrera relacionada con la educación, es bastante
ilustrativa y sintética de cuanto venimos diciendo. El
vocablo "currículum", en su significado etimológico de
"carrera" y de "lucha", muestra un gran paralelismo con la
educación. Una y otra, carrera y educación, poseen múltiples elementos
comunes: acción personal-insustituible, tiempo y espacio, ambiente o clima,
objetivos a alcanzar a través de unos medios, generalmente acompañados de
esfuerzo, en los que no todo vale, ni
se consigue la meta a cualquier precio. De aquí que, educar sea educarse. Frecuentemente la vivencia del valor
va acompañada de “sudor”. Nuestra sociedad, de frecuentes contradicciones,
nos invita diariamente a la vivencia de un placer y, sin embargo, exige esfuerzo
para lograr metas tan importantes como un título académico, la superación de
unas oposiciones, el cumplimiento en el trabajo, decir la verdad cuando la
mentira nos reporta beneficios, moderación en la bebida, etc. No se trata de
inculcar la vivencia de un rigorismo sin sentido, y menos aún de un masoquismo
inhumano, sino de aceptar el esfuerzo, cuando sea necesario, como medio para
alcanzar valores superiores, pues construirse
personas conlleva, no pocas veces, renuncias y sacrificios.
Rechazar todo esfuerzo en favor del placer es caminar con grandes
posibilidades de viciarse, como ya expresó Von Cube en el I Symposion
Internacional de Filosofía de la Educación. El título de su ponencia ya es
suficientemente significativo: "Exigir
en vez de mimar". En ella el profesor alemán se expresaba con estas
palabras:
"Bajo las modernas condiciones de vida, de la exonerable técnica y
del bienestar material, el hombre ya no necesita entregarse a la búsqueda
esforzada y peligrosa de la alimentación; ya no tiene que luchar por la pareja
sexual; para satisfacer su curiosidad, ya no tiene que explorar el mundo con
esfuerzos y peligros; él goza de la aventura del sillón. El hombre que puede
satisfacer sus tendencias rápida y fácilmente, que está en condiciones de
proporcionarse placer sin esfuerzo, brevemente tiene la posibilidad de viciarse"[xxxv]. El crecimiento de la violencia entre los jóvenes, el
aumento del consumo de droga y del alcoholismo, son -en opinión de Von Cube-
violencias contra sí mismo, consecuencias de una sociedad de consumo y
bienestar, en la que el hombre "se ha dejado caer" al aspirar siempre
a un placer sin esfuerzo[xxxvi], pues el ser humano necesita de uno y otro, ya que
"una renuncia duradera al placer, lo mismo que una evitación duradera del
esfuerzo, conduciría a una mayor agresividad, también contra sí mismo"[xxxvii]. La educación
no es un regalo de la naturaleza, sino una conquista de la misma; una selva que
es preciso convertir en jardín, una carrera, -"currículum"-
de un "animal racional/pasional, que necesita de la razón y de la pasión,
del “sudor” y también de la ilusión, para llegar a la meta. Una vez
lograda ésta, disfrutará del triunfo logrado. 5. Conclusiones e
interrogantes 1. La Ley de Calidad ha recuperado el valor del esfuerzo, y
con él la disciplina, la autoridad, el deber y la exigencia
personal, en la educación. Tal hecho,
llevado a término por el Grupo Popular, y con la oposición del resto de
los partidos políticos, puede interpretarse como un retroceso al pasado y, por
lo mismo, conducente a la implantación de la pedagogía del esfuerzo frente a
la pedagogía del interés. ¿Es,
pues, un retroceso con el nombre de progreso? ¿Condenaremos nuevamente al niño
a realizar “trabajos forzados” ya olvidados y superados en la educación? 2. Por nuestra parte, hemos
pretendido, atendiendo sólo a la naturaleza de la educación, ofrecer un análisis
del esfuerzo en cuanto elemento integrante de la formación humana, fuera de
todo interés político, pero conscientes de la también de la imposibilidad de
un tratamiento neutral. Para ello, hemos justificado el sentido del esfuerzo en
cuanto valor, su relación con la construcción personal, su importancia social,
así como su infravaloración en la cultura del placer. 3. Afirmamos la necesidad del
esfuerzo en la formación humana, por cuanto
la naturaleza del "ser" nos
viene dada y no seleccionada, pero el "deber
ser", el "ethos" o segunda naturaleza, es una conquista
personal atendiendo a la fuerza de la razón y de la pasión. La función
del esfuerzo es, pues, instrumental, un valor medio, orientado hacia la
consecueción de una meta valiosa. Pues sin ésta el esfuerzo es sólo tensión,
lucha ciega e irreflexiva, desgaste inútil de energías. Mejor es llegar a la
meta con esfuerzo que no llegar, pero es mejor llegar con agrado e interés. 4. Hoy, una vez institucionalizada
y profesionalizada la ciencia y la cultura, el
saber ha perdido su sabor, para
ciertos alumnos y profesores, en consecuencia, pues, el esfuerzo se hace imprescindible. La sabiduría, al carecer de sabor (sapientia,
sapere = saborear, gustar) ya no
se busca por sí misma, ni responde siempre al deseo natural de saber. Así, el
saber, divorciado de sabor, ha dejado de ser ocio y placer para convertirse en
negocio y trabajo, ajeno frecuentemente, a
los intereses y necesidades vitales de la persona[xxxviii]. Para su adquisición es necesario recurrir a variadas
imposiciones y presiones, no siempre exentas de "violencias".
¿Será posible, en el
avanzado progreso de nuestra sociedad, recuperar el sabor del saber, el interés
por la formación, el gusto por las materias escolares? 5. La LOCE ha re-valorado el
esfuerzo haciendo de éste un eje prioritario para lograr la calidad en la
educación. Tal prioridad, atendiendo a la expresión de su formulación, resulta inadecuada, pues afirma, sin
precisión alguna, que sin esfuerzo no exite aprendizaje, dotando al esfuerzo de
prioridad y silenciando el interés como medio primero y natural de aprendizaje
y formación humana. El único criterio, pues, de decisión ante la opción
esfuerzo-interés es su carácter humanizador, siendo el esfuerzo siempre el
medio cuando no es posible llegar a la meta a través del interés. ¿Tiene
algún sentido o connotación ideológica dar prioridad al esfuerzo frente al
interés? 6. El progreso científico y tecnológico nos va deparando,
de modo continuado, una vida más cómoda, más fácil y, por lo mismo, más
humana, facilitándonos múltiples placeres, y eliminado esfuerzos y
sacrificios. Tal situación, de gran fuerza configuradora, ha olvidada el valor
del esfuerzo, sin el cual se hace difícil, y acaso imposible, la vivencia de la
autonomía frente a la alienación, la libertad frente a la subordinación, y la
solidaridad frente al individualismo. Esta infravaloración del esfuerzo, nos
deja, en múltiples casos, sin la vía o camino adecuado para la realización
del bien que deseamos, por cuanto la vivencia de éste, en determinadas
circunstancias, demanda coraje, valentía y sacrificio.
¿Es posible el autodominio y la libertad sin esfuerzo? ¿Existe en el
progreso una "cara oculta" es conveniente
descubrir y criticar abiertamente? 7. La felicidad, fin último de los humanos y, por lo mismo, de la educación,
no se alcanza con sacrificios y el esfuerzos, pero tampoco se logra en una
situación de hedonismo tal que nos lleve a la alienación, impidiendo ser
nosotros mismos. Es necesario, pues, clarificar y distinguir entre la libertad y
la anarquía, la alegría y el bienestar y la felicidad y el hedonismo. [i] LEY
de Educación Primaria 17 julio 1945 (BOE, 18 julio 1945); LEY 14/1970, de 4
de agosto, General de Educación y Financiamiento de la Reforma Educativa (BOE,
6 agosto); LEY 1/1990, de 3 de octubre de Ordenación General del Sistema
Educativo (BOE, 4 octubre); LEY ORGÁNICA 10/2002, de 23 de diciembre, de
Calidad de la Educación (BOE, 24 diciembre). [ii] GERVILLA,
E. (1990): La escuela del
Nacional-Catolicismo. Granada:
Impredisur. [iii] DEWEY,
J. (1922): L’école et l’enfant.
Neuchatel: Delachaux et Niestlé, p.70. [iv]
Comentario de E. Planchard (1978): La
Pedagogía Contemporánea. Madrid: Ediciones Rialp, p. 386. [v] DEWEY,
J. (1934): La Escuela y el Niño.
Madrid: Espasa-Calpe, pp.116-117. [vi] “La victoria sobre uno mismo es la primera y la más gloriosa de todas las
victorias, mientras que la derrota en que uno es vencido por sus propias
armas es, sin duda, lo más vergonzoso y denigrante que existe” (PLATÓN,
(1991): Obras Completas. Madrid:
Aguilar, p.40) [vii] “¿Sabéis cuál es el medio más seguro de hacer miserable a vuestro
hijo? Acostumbrarle a conseguir todo, porque como aumentan sin cesar sus
deseos por la facilidad de complacerle, tarde o pronto os obligará, al no
poder satisfacerle, a negárselos, y esta negativa inhabitual le
apesadumbrará más que la privación de lo que desea. Primero querrá el
bastón que lleváis, y pronto querrá vuestro reloj, a continuación el pájaro
que vuela, la estrella que ve brillar, todo cuanto vea, y, a menos que seáis
Dios, ¿cómo le vais a contentar?” (ROUSSEAU,
J.J. (1973): Emilio o de la Educación.
Barcelona: Fontanella, p.128, Lib,2º, capt. XX). [viii] “Lo más esencial del carácter es esa actitud de autodominio, esa
facultad de freno o inhibición que nos permite poner coto a nuestras
pasiones, a nuestros deseos y a nuestros hábitos, sometiéndolos a nuestra
ley. Pues un ser personal es un ser capaz de poner en todo lo que hace una
marca que le es propia y constante, y por la cual se reconoce y distingue de
todo otro” (DURKHEIM,
E. (1963): L’éducation morale,
París: PUF, p. 40). [ix] “Una tarea agradable la puede cumplir cualquier idiota. Lo que se requiere
es saber realizar tareas desagradables, pesadas y difíciles (...). Nuestro
país necesita disciplina porque estamos realizando una obra heroica (...).
Debéis salir de la colonia templados, conociendo el valor de la
disciplina” (MAKARENKO,
A. (1977): Banderas en las torres.
Barcelona: Planeta, p.187 ss). [x] Según
el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua la convicción se
sustenta en ideas religiosas, éticas o políticas a las que alguien o
algunos están fuertemente adheridos. Se trata, pues, de convencer
racionalmente de algo a alguien, de manera que no se pueda negar. [xi] DURKHEIM, E. (1963): L’éducation
morale. París:
PUF, p.126. [xii] ARISTÓTELES,
Ética a Nicómaco, 1094 a. [xiii] ELZO, J.
(1998): "Jóvenes, noche y diversión: una interpretación sociológica".
En Misión Joven, 258-259, pp.
12-14. [xiv] Así,
entre los objetivos de la Educación Primaria, leemos: “Desarrollar
hábitos de esfuerzo y responsabilidad en el estudio, y actitudes de
curiosidad e interés por el aprendizaje, con las que descubrir la
satisfacción de la tarea bien hecha” (15,2c).
En la Educación Secundaria se afirma: “Desarrollar
y consolidar hábitos de estudio y disciplina, como condición necesaria
para una realización eficaz de las tareas del aprendizaje, y como medio
para el desarrollo personal” (Art. 22,2 b). El Bachillerato contribuirá
a desarrollar en los alumnos las siguientes capacidades: “Afianzar la iniciativa personal, así como los hábitos de lectura,
estudios y disciplina, como condiciones necesarias para el eficaz
aprovechamiento del aprendizaje, y como medio de desarrollo personal”
(Art. 34, 2 b). [xv] DEWEY,
J. (1997): Democracia y educación.
Madrid: Morata, p. 50. [xvi] ARISTÓTELES,
Metafísica V, 1022b 10-12. [xvii] FROMM, E. (1968):
El miedo a la libertad. Buenos Aires: Paidós, p. 309. [xviii] La alienación (del "alius" = otro,
distinto, diferente; o "alienus"
= ajeno, extraño) es la actividad humana realizada por un sujeto como algo
objetivo, independiente, ajeno a él mismo. En toda acción alienante la
persona deja de ser ella mismo, perdiéndose en provecho de alguien o de
algo: poder, dinero,
consumismo, hedonismo, etc. [xix] Metamorfosis, 7,21 [xx] PASCAL, (1963): Oevres complètes. París: Éditions du Seuil, p. 586. [xxi] FROMM,
E. (1986): Ética y psicoanálisis.
México: F.C.E., p. 52. [xxii] GERVILLA,
E. (1997): Postmodernidad y educación.
Valores y cultura de los jóvenes. Madrid:
Dykinson. [xxiii] Las
estadísticas actuales, a pesar de ser un valor en alza, indican, como
denominador común, la baja participación de los jóvenes en ONGs.,
asociaciones para la defensa de temas específicos: ecologismo, pacifismo,
feminismo, homosexuales, objetores de conciencia. Son grupos minoritarios
(entre 2 y 3%), más detectores de problemas sociales que de soluciones. Y
aunque todos, o mayoritariamente, reconocen y alaban la labor positiva, son
pocos los que se interesan prácticamente, implicando parte de su vida en
ellas. Cumplen una buena función social, pero sin grandes seguidores. [xxiv] Ética Nicomaquea, Lib. I, capt. 2º. [xxv] CAMPS, V. (1990): Virtudes Públicas. Madrid: Espasa Calpe, pp. 35-36. [xxvi] MARIAS, J. (1993): Razón de la
filosofía. Madrid: Alianza Editorial. [xxvii] FREINET, C. (1975): La educación
moral y cívica. Barcelona: Laia, p. 66. [xxviii] CAMPS, V. (1998): "El valor
del civismo". En
Educar en valores: un reto educativo actual. Cuadernos monográficos del ICE,
Universidad de Deusto, Bilbao, nº 9, p. 16 [xxix] Arts. 1,g; 13,2; 15,c; 16,3;
24,2; 35,9; 75,5. [xxx] CAMPS,V.-GINER,
S. (1998): Manual de civismo.
Barcelona: Ariel, pp. 74-75. [xxxi] ORTEGA Y GASSET, J. (1946-1983): Obras
Completas, Vol. I. Madrid: Revista de Occidente, p. 322. [xxxii] FUNDACIÓN STA. MARÍA (1999): Jóvenes
Españoles 99. Madrid: S.M., p. 304. [xxxiii] MARINA, J. A. (1998): El misterio de
la voluntad perdida. Barcelona: Anagrama, p. 154. [xxxiv] CAMPS, V. (1990): Virtudes públicas.
Madrid: Espasa-Calpe, pp. 126, 128, 130-131. [xxxv] CUBE.V.F.
(1988): Actas del I Symposion
Internacional de Filosofía de L'educació, Vol. I. Barcelona:
Universidad Autónoma, p. 166. [xxxvi] Ibíd. pp. 167-168. [xxxvii] Ibíd., p. 170 [xxxviii] Semejante significado tuvo el vocablo griego "scholé" del que se derivó el latino "schola" (escuela) = lugar de ocio y de descanso. Ocio y
descanso (culto) destinado a quienes podían "vacar" o
despreocuparse de lo estrictamente necesario y material. Sólo quien vivía
-tenía cubiertas sus necesidades primarias- podía, con agrado, dedicarse a
la búsqueda de la filosofía (sabiduría), como ya dijo Platón.
|
Sociedad Española de Pedagogía (http://www.uv.es/soespe). Horario de atención: de Lunes a Viernes, 10 a15 horas (Tfno.:91 561 48 39) e-mail: sep@csic.es
|