Epílogo

La Caverna


Por

José Hernández Orallo


La Oruga y Alicia se estuvieron mirando largo rato en silencio. Por fin, la Oruga, quitándose la pipa de la boca, se dirigió a Alicia con una voz lánguida y somnolienta:

- ¿Puede saberse quién eres tú? -preguntó la Oruga.

No era lo que se dice un comienzo muy alentador para una conversación. Alicia contestó intimidada:

- La verdad, señora, es que en estos momentos no estoy muy segura de quién soy. El caso es que sé muy bien quién era hace un mes, cuando llegué, pero desde entonces he debido de sufrir varias transformaciones... Además me he encerrado unos días en casa, leyendo.

- ¿Y qué era tan interesante para no salir de casa?

- La caverna, de Platón -balbuceó Alicia.

- ¡Vaya! ¿Te has aficionado ahora a la filosofía?

- Bueno, sólo lo necesario; ahora hay cosas que veo de otra manera. No dejan de rondarme las mismas ideas por la cabeza; hay tantas cosas diferentes que hacer, tantos libros y noticias, tanta gente, tanta variedad. Veo que pocas cosas me sorprenden ya; quizás esté un poco ...

- ¿Saturada? ¿Cansada? - interrumpió la Oruga.

-Todo esto está muy bien; he aprendido mucho y he hecho nuevos amigos. Pero al otro lado...

- ¿Es que quieres volver, Alicia? Pero, ¡si nadie ha vuelto nunca! -aseguró la Oruga, que, tras producir un velo de humo, reemprendió con aire de solemnidad- Aquí todos somos quienes queremos ser, tenemos acceso a los mismos derechos... En la aldea sobra libertad, igualdad...

- ¡Y fraternidad! ¿no? -saltó Alicia- Eso me decían en el colegio. Pero no es tan perfecto como crees; por ejemplo, ahora ya cobran por casi todo. Y, ya sabes, la reina siempre será la reina.

- Es cierto, pero si de verdad crees que eso es importante, hay más reinas en la baraja. Yo hablo de que aquí, en realidad, y gracias a la Gran Biblioteca, todos podemos saber lo mismo.

A Alicia le empezaba a incordiar la parsimonia con la que la Oruga respondía a todas sus preguntas.

- Claro, tú naciste aquí y sólo has oído hablar del otro lado por los viajeros que han cruzado el cristal. Pero allí hay enormes distancias, hay ignorancia, y muchas injusticias... Tú no lo puedes comprender...

La Oruga comenzaba a sentir su desencanto. Frunció el ceño, tomó de nuevo su pipa y resolvió, consciente de que Alicia ya no era la niña inocente que cruzó el espejo.

- Es tu forma de decirnos adiós, ¿verdad?

- Nada de eso; al contrario, me he propuesto animar a mis amigos para que vengan a conoceros.

-Umm...Tanta gente nueva está cambiando mucho la aldea.

Alicia recordó una conversación en uno de los grupos que tanto le gustaba frecuentar y replicó:

- Sí, pero es un riesgo que hay que correr.

La oruga tosió irónica antes de sentenciar:

- Llegó la hora; haz lo que debas, Alicia.

Pero Alicia, respondona, había aprendido (en los chats) a concluir siempre con la última palabra:

- Ahora tengo un deber allí y otro aquí.


Despertó Alicia con la cabeza en el regazo de su hermano, que la llevaba zarandeando y gritando un buen rato, sin ninguna respuesta.

- ¡Despierta, Alicia, Despierta! ¡Qué bien has dormido, chiquilla! ¡Y sin moverte ni un milímetro! -gratamente sorprendido de que no le hubiera molestado mientras trabajaba con su ordenador.

- ¿De veras? ¡Si supieras las cosas más raras que he soñado!

Y Alicia le contó a su hermano, como buenamente pudo, las mil y una peripecias que le habían ocurrido y que ustedes han estado leyendo, en los mares del Web, la realidad virtual y los divertidos grupos de debate; y le hablaba del forzudo FTP, el amigo Java, el módem antipático ... Cuando hubo acabado, su hermano le dio un beso y comenzó a reir, incrédulo:

- ¡Fantástico, un sueño muy extraño! ¡Verdaderamente extraordinario! Pero ¿sabes que no has merendado aún? ¡Se hace tarde! -le recordó con la intención de zafarse de ella, como hermano mayor que era.

Alicia, incomprendida, corrió para su casa y su hermano continuó sentado en aquel lugar, con la cabeza apoyada en las manos, contemplando el sol que se ponía lentamente en el horizonte, y pensando en Alicia y en sus maravillosas Aventuras, hasta que él también empezó a soñar a su manera... Y así, permaneció, sentado y con los ojos cerrados, y casi llegó a convencerse de que se encontraba, realmente, en el País de las Maravillas. Pero sabía muy bien que, en cuanto abriera los ojos, todo volvería a ser lo que realmente era.

Finalmente, trató de imaginarse cómo sería Alicia convertida ya en adulta. Y cómo guardaría a lo largo de su vida el alma cándida de cuando era niña. La vio rodeada ya de hijos, contándoles alguna historia que iluminara sus ojos, describiéndoles, quizás, aquel primer viaje suyo por el ciberespacio. Sabiendo que Alicia reviviría entonces, en la alegría y la tristeza de sus hijos, aquellos dulces días de su niñez, los felices días del verano.


[Las Aventuras de Alicia]