A mediados de los años sesenta del siglo pasado, cuando más se reafirmaba la masa como sinónimo de individuo, aunque, obviamente, sin la intensidad actual, Andrés Rábago emprendió un viaje personal, alejado de las futilidades de su tiempo, para dejar de ser un hombre sin atributos. Se valió, en primera instancia, de un seudónimo, OPS, que comenzó a hacerse espacio en las publicaciones más críticas con una dictadura que, como tal, era poco amiga del pensamiento libre. Aquel seudónimo le sirvió de amparo, que no de escondite, para afrontar una introspección en su inconsciente mediante una forma de autoanálisis con la que no era difícil identificarse, teniendo en cuenta que la suciedad de que se iba desprendiendo en cada viñeta era la misma que nos embotaba la sensibilidad a todos. Los monstruos que OPS descubría cuando miraba en su interior eran los mismos que habían esclavizado nuestra razón hasta volverla demasiado perezosa para emprender un tiempo nuevo que intuíamos que llegaría más tarde o más temprano.
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De tanto en tanto, sin embargo, la cuestión social y la cuestión política hacían acto de presencia en aquellos dibujos satíricos y crueles, consciente su creador de que los vínculos comunitarios habían sufrido una grave ruptura durante el largo franquismo. Sin ninguna clase de sobresalto, al principio de la década siguiente, los setenta, se fue dejando ver un heterónimo: El Roto. Un heterónimo, sí, porque su personalidad estaba claramente diferenciada de la del autor, que acertadamente instaló su criatura en el ámbito de una conciencia civil, entendiendo desde el principio que su finalidad era hacer un servicio público y social: romper la condición de individuo-masa para arrancarlo de su posición de mero espectador de una realidad disgregadora y anestesiante.
OPS y El Roto llegaron a transitar juntos una parte del camino (hay dibujos, por ejemplo, de 1976, firmados por los dos). Sin embargo, mientras el primero, limpio ya de excrecencias, deambulaba por el dibujo y seguidamente también por la pintura, por ámbitos más estéticos que bordeaban la poesía visual, el segundo se iría consolidando, hasta el día de hoy, como una de las firmas españolas más implicadas en la reconstrucción de una cohesión comunitaria y en la reivindicación del concepto de persona, acorralado por el concepto de individuo que la modernidad había parido y establecido.
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OPS, sin embargo, se iría silenciando como dibujante hasta la llegada del nuevo siglo, e hizo gala en los últimos instantes de una intensidad y una excelencia gráficas sin parangón, mientras que OPS pintor iniciaba una deriva, a partir de los años ochenta, hacia lo que se podría considerar, según denominación de los lingüistas, un ortónimo: Andrés Rábago, el artífice de una obra propia, cuya voz es la que más se parece a los intereses más profundos de su creador, con quien comparte nombre y apellido, un poco como Bernardo Soares para Fernando Pessoa.
El territorio del pintor Rábago, ciertamente, se despliega en un ámbito más elevado de conciencia, un ámbito que podríamos calificar de metafísico, en el cual “lo que se dice” no puede ser fácilmente transmitido porque se trata de asuntos más espirituales que terrenales, y en el que él, a la manera de los artistas prerrenacentistas, libres todavía de la excesiva huella del ego, actúa como modesto guía de un viaje, a través de la senda que constituyen sus obras, por un cosmos del que no hay más cartografía que la que el propio hacedor va definiendo a partir de un conocimiento más grande de los misterios infinitos de la verdadera e ignota realidad.
OPS - El Roto – Andrés Rábago se merecía esta amplísima exposición en el Centro Cultural La Nau de la Universitat de València que propone una mirada sobre su condición de artista capaz de traducir en imágenes niveles de conciencia tan diferentes.
Andrés Rábago (Madrid, 1947). Autodidacta. Colaborador, como OPS o El Roto, en revistas de análisis político (Triunfo, Cuadernos para el Diálogo, Ajoblanco, Cambio 16, Tiempo), de cómic (Tótem, Madriz) y satíricas (Hermano Lobo, El Jueves) y en los periódicos (Diario 16, El Independiente, El Periódico de Catalunya y, desde hace años, El País). Autor de más de una veintena de libros (el más reciente: Viñetas para una crisis. Barcelona: Mondadori, 2011 [Col. Reservoir Books]). Ilustrador de diversas obras, principalmente de su amigo Manuel Vicent. Escenógrafo para los textos de Luis Malilla y del grupo Ditirambo. Coautor del cortometraje de animación La edad del silencio, de Gabriel Blanco, en el año 1978, premiado en el Festival Internacional de Cine de San Sebastián. Ha realizado cerca de noventa exposiciones individuales, tanto de sus dibujos como de sus pinturas (que firma como Rábago), las últimas, este mismo año en Nueva York y en Chicago. Ha sido premiado con los galardones Premio Francisco Cereceda de periodismo (1993), Premio al Pensamiento de Cambio 16 (1995), Premio al Mérito Urbanístico del Club de Debates Urbanos (1997), Premio Internacional del Humor Gat Perich (1997), Premio Julián Besteiro de las Artes y las Letras (2005), Medalla FAD (2006), Premio Asociación Pro Derechos Humanos (2011) y Premio Nacional de Ilustración (2012).