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ERNST JÜNGER:
Guerra, Técnica y Fotografía

Ampliación de la fotografía de un ataque a la altura de Vimy.
Ampliación de la fotografía de un ataque a la altura de Vimy.

 

 

 

A partir del inicio del gran conflicto bélico de 1914-18, y también durante el periodo de entreguerras, se dispara irrefrenablemente la figuración de la guerra en múltiples aspectos. No sólo en un sentido directamente político al servicio de los gobiernos contendientes, sino también como un esfuerzo masivo de representación con el afán de ver, conocer y elaborar el significado de acontecimientos tan traumáticos. La fotografía de guerra, de producción innúmera gracias a las agencias, los estados mayores y los particulares (incluidos los soldados que llevan una cámara en la mochila), satisface esta necesidad inmediata de ver, de representar, de elaborar.

 

Ernst Jünger compuso como editor literario tres foto-libros ligados a la I Guerra Mundial: Luftfahrt ist not! de 1928 (sin indicación de lugar, ni fecha) [Necesitamos la aviación!]; Das Antlitz des Weltkrieges. Fronterlebnisse deutscher Soldaten, Neufeld & Henius Verlag, Berlin, 1930 [El rostro de la Guerra Mundial. Vivencias del frente de los soldados alemanes] y Hier Spricht der Feind. Kriegserlebnisse unserer Gegner, Neufeld & Henius Verlag, Berlin, 1931 [Aquí habla el enemigo. Vivencias de la guerra de nuestros adversarios]. Que Jünger, uno de los testimonios más perspicaces de nuestro tiempo, utilizase la fotografía y el género del foto-libro no es accidental. La posibilidad de que cualquiera pudiese –y pueda- alargar el sentido de la vista con una lente fotográfica es especialmente apropiada al carácter entremezclado de museo y taller que el mundo tiene, a principios de los años treinta, para Jünger. El “museo” implica fetichismo histórico, almacenamiento y conservación de los “así llamados bienes culturales”; lo sacado de “taller” queda fijado por la provisionalidad, la renuncia a la monumentalidad, el ilimitado tiempo de uso de los productos y por la huella de lo efímero que comportan como opuesta a la admiración inducida por toda creación destinada a perdurar en el tiempo. Estas características son las que hacen atractiva la fotografía en la época del imperio de la técnica, la expresión plena de la que es la guerra, ya que en ella la incoada movilización total de la sociedad estalla en plenitud. Por ello, Jünger toma de aquí y de allá fotografías, indistintamente de la autoría hasta en el caso que sea conocida, las recorta, de donde derivan nuevos encuadres, decide las dimensiones de la reproducción, las ordena y establece una secuencia, escribe todas las leyendas al pie, las trenza con textos suyos y de otros autores. Hay un nexo profundo entre guerra y fotografía porque las dos son expresión del progreso técnico y medios para el progreso técnico.

 

Existe, por tanto, alguna cosa más que una mera relación de analogía entre las armas y la fotografía. Armas y cámaras son “instrumentos de la consciencia técnica”. La intensidad de la mecanización provoca que armas y cámaras sean cada vez “más móviles y de total eficacia a distancias crecientes”. Armas y cámaras son instrumentos de “especial exactitud”, cosa que no les exime de ser progresivamente “abstractas”, como muestra la fotografía aérea o la aparición de los gases venenosos que cubren vastos espacios, la aviación militar que, vaciándolos, los reduce a su esquema geométrico, o el desarrollo de la artillería que, haciendo indistinto el terreno, lo barre, lo remueve y lo unifica paisajísticamente. Finalmente, armas y cámaras son empuñadas en los mismos espacios y circunstancias de combate, ya que “al lado de las bocas de los fusiles y cañones había lentes ópticas dirigidas día tras día al campo de batalla”, y de la misma forma que se habla de “afortunados impactos de cámara”, se afirma que el “obturador instantáneo” fue acondicionado por manos que por un instante renunciaron a disparar un fusil o a lanzar una granada. Y eso implica, al menos, una ironía macabra: las guerras, abismos de destrucción y dolor, han contribuido poderosamente a transformar nuestras formas de percepción. Nada más hay que comparar las fotografías de la Guerra de Crimea con las que aquí se muestran para captar de qué forma las instantáneas de la I Guerra Mundial rectificaron nuestras formas de ver.

 

 

 

 

 

Diversas secuelas de impactos en cascos de acero franceses

 

 

 

 

 

La exposición que presentamos tiene como base las más de seiscientas fotografías que Ernst Jünger utilizó en la confección de sus libros, hoy casi ignorados por no haber sido reeditados después de la edición original. No corresponde aquí buscar las fotos “originales”, no sólo porque las copias de época hayan desaparecido en la mayoría de los casos, sino porque su destino, que Jünger vio rápidamente, fue y es ser reproducidas en el movimiento frenético de los cortes de impresión. La exposición no es sólo, por tanto, un caso de historia cultural de la guerra del catorce sino, sobre todo, la ocasión de conocer una de las concepciones más primerizas y actuales de la fotografía.

 

Ernst Jünger (1895-1998) fue un viajero infatigable, soldado en dos guerras mundiales herido en combate muchas veces y apasionado escritor de filosofía, poesía, novela, zoología, diarios, ensayo, crítica política… En 1913, soñador de una África etílica de toda clase de literatura, se alistó en la Legión Extranjera en Argelia. De la experiencia, surgirá Juegos africanos (1935). En 1914 se presentó voluntario al 73 Regimiento de Fusileros Prinz Albrecht von Preussen. De la participación en la I Guerra Mundial, siempre en primera línea, se derivaron muchos escritos, como La movilización total, Fuego y movimiento (1930), Tempestades de acero (1920), que Borges consideró el único libro épico del siglo. Asiste a la Universidad de Leipzig (1923-26), donde cursa ciencias naturales (especialmente zoología) y se interesa por la filosofía. La pasión por la entomología no le abandonará nunca, y publicará como fruto de sus observaciones Cazas sutiles (1967). En 1927 se traslada a Berlín, conoce a Carl Schmitt y Niekisch, se relaciona con grupos y revistas nacionalbolcheviques y de la derecha nacionalista. En 1930 comienza su correspondencia con Heidegger, a quien dedica los escritos Más allá de línea, Al lado del muro del tiempo y Federbälle. Heidegger le contestará con Sobre la cuestión del ser. En 1933 rechaza la oferta de los nacionalsocialistas tanto de ingresar en la Deutsche Akademie der Dictung como de ocupar un escaño en el Reichstag. Antes había publicado una de sus obras centrales, El Trabajador: Dominio y figura (1932). Con el grado de capitán, se movilizó nuevamente en 1939 hasta la licencia en 1944. Gran parte de la segunda guerra la pasó en París, donde trató con Picasso, Cocteau, Gallimard, Braque, Gide,…, y en el frente del Este. En 1944, su joven hijo es detenido y acusado de conspiración; la pena capital se permuta por un destino forzoso en una unidad de asalto que garantiza una muerte en combate al final del 44, cerca de Carrara. A él le dedica La paz, texto esbozado en 1941 donde no sólo puede leerse una de las primeras denuncias del holocausto, sino un lúcido análisis de la construcción política europea prevista para después de la derrota de Alemania. Difundida en copias por la viuda de Max Weber y Jaspers, ello no impide que a Jünger se le prohíba publicar en la Alemania ocupada hasta 1949. De sus experiencias con LSD y psicolocibina, juntamente con Albert Holfman, se derivó su obra Acercamientos. Drogas y borrachera (1950). En 1979 se le concede la Medalla de la Paz de la ciudad de Verdún; en 1984, François Mitterand y Helmut Kohl le invitan a participar en los festejos por la reconciliación francoalemana, y el mismo año le invita el Senado de Francia. En 1978 aparece una segunda versión de sus obras completas en 18 volúmenes que no deja de crecer: Corazón aventurero, En los acantilados de mármol, La emboscada, Radiaciones, El nudo gordiano, El libro del reloj de arena, El Estado mundial, Diarios de la vejez son algunas de las obras que podemos encontrar.