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REGRESO AL EDÉN DE PACO ROCA.
Un viatge a la València de postguerra

© Paco Roca
© Paco Roca

 

 

 

 

 

 

No somos nada sin un pasado. Mantenemos una lucha constante contra el

olvido que intenta borrar el pasado. Creamos el dibujo y la escritura…

Y también la fotografía, capaz de retener un destello de existencia.

Paco Roca, "Regreso al Edén", 2020

 

 

Antonia y la Valencia de posguerra. 
Una ciudad vislumbrada a través de las viñetas

 

Verano de 1946. Antonia acude con su madre y sus hermanos a pasar el día en la playa de Nazaret. Una fotografía de uno de aquellos retratistas ambulantes, conocidos como “minuteros” por el tiempo que tardaban en entregar la copia, inmortalizará el momento de la comida. Esa fotografía, único recuerdo gráfico que tendrá Antonia de su madre, sirve a Paco Roca para viajar y adentrarse en el pasado de su familia y, de paso, diseccionar con su lápiz una ciudad y una sociedad que sobrevivía bajo el recién instaurado régimen de Franco. Al plasmarlo con texto y dibujos, realiza la necesaria tarea de fijar y salvar la memoria de un tiempo del que empiezan a escasear los supervivientes.


El formato cómic se revela como una forma que fue pionera a la hora de abordar la memoria histórica. El cómic incorpora el valor añadido de su capacidad para trascender los límites académicos o del mundo memorialista. 

 

 

 

 

Caixa de mistos, Foto Eduardo Alapont

 

 

 

 


En el entramado del guion afloran distintos rasgos de aquella Valencia. Es este un periodo de la historia urbana sobre el que se ha escrito poco  y del que escasean películas y filmaciones. Destaca la importancia de las fotografías para acceder a ese pasado y que han servido a Paco Roca para documentarse. Fotografías, la mayoría anónimas, con un origen muy diverso. Algunas proceden de álbumes familiares  y otras se encuentran localizadas en diversos archivos, públicos y privados, o en publicaciones de la época. Todo este material gráfico ha servido al autor de Regreso al Edén para recrear tanto el paisaje interior doméstico y sus objetos como algunos aspectos de la ciudad que se tratan a continuación.

 

 

 

 

Las Arenas, 1945, Foto Luis Vidal Corella, Arxiu Luis Vidal

 

 

 

 

La playa perdida 
La playa de Nazaret dio cobijo al ocio veraniego de una parte importante de la población, que accedía a ella con los tranvías 4 y 14. No obstante, hay que recordar que tomar el sol o bañarse en esas playas estaba regulado y vigilado. Un bando del primer gobernador civil después de la guerra, Francisco Planas de Tovar decía, entre otras cosas:
…ordeno que cuantos se bañen o practiquen el deporte de la natación en las playas, lo hagan con la corrección y decencia debidas, usando el traje de baño adecuado, evitando escenas de dudosa moralidad que por respeto al público no deben tener lugar. 


En esos años, los modestos merenderos donde se sitúa la familia de Antonia compartían la arena con casetas de madera que servían para cambiarse de ropa y con balnearios utilizados por los más pudientes. El Club Benimar, un complejo lúdico y deportivo perteneciente a la Iglesia, se inauguraría más tarde, en 1948, llegando a convertirse en un lugar muy popular y frecuentado que todavía permanece en la memoria de muchas personas mayores de 60 años. Todo esto terminó cuando se amplió el puerto en los años 80. Hoy, el edificio de Benimar permanece abandonado y en estado ruinoso como testigo mudo de otro tiempo.

 

 

 

 

Minutero, Arxiu Luis Vidal

 

 

 

 


La ciudad bombardeada
También aparece una Valencia herida como consecuencia de los numerosos bombardeos que sufrió durante la guerra civil y que posibilitaron la implantación del nuevo régimen franquista . Se refleja el miedo a la amenaza constante de la aviación y el uso generalizado de los huecos bajo las escaleras durante los bombardeos. Esta protección tan poco segura servía de alternativa cuando no había tiempo para acudir a los refugios o, como en el caso de Carmen, la madre de Antonia, se padecía de claustrofobia y el temor a entrar en un lugar subterráneo y atestado de gente era mayor que el producido por las bombas. Antonia no olvida, y es el único recuerdo que conservará de la guerra, la bomba que cayó junto a su casa, en el barrio de Ruzafa, y que destruyó un edificio con sus habitantes en el interior. Un edificio posteriormente derribado pero del que aún podía verse su huella en la medianera colindante. A aquella ciudad le costó cicatrizar la herida abierta, sobre todo en los poblados marítimos que pagaron muy cara su proximidad al puerto. 

 

 

 

 

Entrada tropes nacionals, 1939, Foto Luis Vidal Corella, Arxiu Luis Vidal

 

 

 

 


La Iglesia y sus privilegios
El relato personifica el papel de la Iglesia en el bien alimentado párroco de San Valero. Un párroco que aprovechaba los sermones para avivar el odio y el rencor contra la denominada Anti España. Este término, utilizado por los vencedores para referirse a la España leal con la República, encasillaba a los no afectos al régimen como personas peligrosas que merecían ser encarceladas y fusiladas. La Iglesia, rendida al poder establecido, no dudó en dar cobertura y apoyo al régimen generando una simbiosis muy bien aprovechada por ambas partes. Estas buenas relaciones fueron aprovechadas por la Iglesia para adueñarse de la educación, proliferaron los colegios a cargo de órdenes religiosas, y para obtener propiedades y enormes cantidades de fondos públicos que fueron destinadas principalmente a la construcción de templos y otros edificios religiosos. De estos años de hambre y carestía son el palacio arzobispal, con su lujoso salón del trono, y el desmedido seminario de Moncada. 


La vida cotidiana, descrita con amargura en Regreso al Edén, sufrirá el peso de la moral católica y Amparo, la hermana de Antonia, será arrollada por esa forma impuesta de entender el papel de la mujer y pagará con la vida de su hija y con la suya propia. 

 

 

 

 

Entrega de menjar a necessitats, 1947, Foto Luis Vidal Corella, Arxiu Luis Vidal

 

 

 

 

 

Evasión o tristeza
Paco Roca cuenta cómo el cine resultaba un recurso imprescindible para escapar de una realidad intransigente y miserable. Por un lado, la oscuridad de las salas sería, para muchas parejas, la única opción de contacto físico, por otro, la fantasía del cine facilitaría viajar con la imaginación a un mundo alternativo más feliz. 


Otra fuente de fantasía y evasión para Antonia eran las historias que contaba su madre, y de todas ellas la preferida era la del globo, donde ficción y realidad se mezclaban. Antonio Martínez Latur, de nombre artístico “Capitán Milá”, realizaba un espectáculo que consistía en ejecutar piruetas en el globo mientras este se elevaba. El Capitán Milá tuvo un desgraciado final en Vitoria el año 1889. Su trágica muerte acrecentó su leyenda y desde entonces era recordado en aucas y coplillas populares . Cuando entre 1944 y 1947 volvieron las ascensiones en globo durante las fiestas falleras, la mayoría unió en su memoria el mito de Milá con el nuevo aeronauta, Amador Martínez. Esa imagen, recreada oníricamente por Paco Roca, de alguien capaz de subir hacia el cielo huyendo de la dura realidad terrenal, permanecerá en la memoria de Antonia y le acompañará hasta su vejez como símbolo del retorno a un Edén que nunca existió.

 

 

 

 

L'arquebisbe Melo i el ministre Arrese en l'acte de la falange en l'Ateneo, 1943, Foto Luis Vidal Corella, Arxiu Luis Vidal

 

 

 

 


Esta exposición, impulsada por el equipo de La Nau, tiene la clara intención de recuperar la memoria de un espacio y de un tiempo que deben ser recordados por el peso que han tenido en la configuración del presente. Objetos, fotografías, filmaciones, documentos y publicaciones, junto a los bocetos, dibujos y textos de Regreso al Edén, nos trasladan a una ciudad que todavía existe a pesar de su invisibilidad. Y contar con Paco Roca como guía es una garantía.

 

 José Mª Azkárraga Testor