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La ciencia en el Puerto de València

La ciencia en el Puerto de València

“Todo está muy mezclado en estos barrios, y puede que sea a eso a lo que deben su sabor particular. No hace falta decir que está el Puerto y su trajín de carga y descarga y sus inevitables bajos fondos; hay una imponente actividad fabril, en la que las construcciones navales –astilleros de categoría– destacan singularmente; está eso que todavía dicen de “y aun dicen que el pescado es caro”, de las barcas humildes y arriesgadas; está la industria del restaurante, de las paradas de refrescos, del balneario, cada día más pujante; está, incluso, el regusto campesino, con la huerta tan cerca...” (J. Fuster, 1971).

Los poblados marítimos de València tienen una rica personalidad propia, vinculada al puerto y al mar, pero también a la huerta y a la ciudad. La presencia de obreros, pescadores, industriales, comerciantes y visitantes se refleja en una trama urbana de gran valor arquitectónico, así como en varios espacios relacionados con la ciencia que también hay que conservar, estudiar y proteger. El llamado “giro espacial” en la ciencia permite analizar con detalle una gran variedad de espacios científicos, así como establecer puentes con otras áreas como la historia urbana, la arquitectura, la geografía o la historia ambiental. Las profundas relaciones entre historia urbana y actividades científicas, técnicas y sanitarias se reflejan incluso en la toponimia, como es el caso de la Malva-rosa, que debe su nombre a la fábrica de perfumes basada en el cultivo del Alcea rosea o flor de la malvarrosa, que estableció en 1856 Jean Félix Robillard Closier (1812-1888), un botánico francés y antiguo jardinero mayor del Jardín Botánico de la Universitat de València. Otro ejemplo toponímico de la zona está relacionado con la propagación de enfermedades. En 1720, con el fin de evitar posibles epidemias en la ciudad, se construyó un lazareto en el margen sur de la desembocadura del río Turia, donde embarcaciones, tripulaciones y pasajeros sospechosos de sufrir algún problema de salud pasaban los periodos de cuarentena. Con el tiempo, la palabra lazareto evolucionó hasta convertirse en Nazaret, nombre de uno de los barrios marítimos en la actualidad. Las calles Industria, Boteros o Barco son otros recuerdos de las actividades científicas, técnicas y marítimas de la zona. Además del lazareto, en la fachada marítima de València se establecieron numerosas entidades vinculadas con la salud, como por ejemplo el Sanatorio Marítimo de la Malvarrosa (reorganizado el 1934 para el tratamiento de la tuberculosis; actualmente, Hospital de la Malvarrosa), y el asilo de San Juan de Dios (actual Hospital València al Mar), inicialmente destinado al cuidado de niños escrofulosos e inválidos. La proximidad al mar también implicó que algunos edificios cercanos a la playa tuvieran usos diferentes de aquellos a los cuales originariamente estaban destinados, como el antiguo Palco del Pescado. En este edificio fueron acogidos muchos de los soldados heridos en la guerra de África y llegó a transformarse en Hospital de Evacuación del Cabañal en 1921, con motivo de la intensificación de la guerra colonial en el Riff. Los balnearios son otro ejemplo del patrimonio científico-médico de los poblados marítimos. Empezaron a popularizarse a mediados de siglo XIX. Se combinaban prácticas sanitarias y actividades lúdicas. Hay noticias sobre la existencia de dieciocho barracas de baño para mujeres y quince para hombres en las playas de la ciudad de València en 1851. Poco después se empezaron a instalar balnearios flotantes, como La Florida (1863) o La rosa del Turia (1869). Los graves problemas de seguridad y flotabilidad de estas estructuras de madera, abrieron paso a otros edificios más sólidos en los cuales se ofrecían tratamientos y actividades más diversas, como el balneario de Las arenas (construido en 1887 y reformado en 1917), o las Termas Victoria (inauguradas en 1918 y reconvertidas en local de ocio nocturno).

Además de las entidades vinculadas a la salud, en los alrededores del puerto de València se realizaron numerosas actividades industriales. Debido al progresivo crecimiento del puerto se creó un gran movimiento de productos y mercancías que eran enviadas a diferentes lugares. La estación de ferrocarril del Grau tuvo como misión principal, hasta el año 2005, el movimiento de mercancías, por lo que se situó en el punto más próximo posible al mar. Fue inaugurada en 1852 y es la estación más antigua conservada en la península ibérica. Inicialmente ponía en contacto el puerto con el centro de la ciudad, pero en 1854 fue prolongada hasta Xàtiva y en 1859 hasta Madrid. Esta estación tiene un gran valor patrimonial, puesto que conserva los muelles de descarga construidos a finales del siglo XIX, así como los restos de las vías y los enlaces con el puerto. El crecimiento de la actividad comercial del puerto de València estableció en la zona una serie de servicios superior a la existente en otros núcleos de poblaciones similares. Un ejemplo son las mejoras en el abastecimiento de aguas potables (1859), la iluminación por gas (1868), el servicio de tranvías (1876) o la instalación de una estación de telégrafos (1878). Sin embargo, la creación de esta red tan amplia de industrias y servicios no debe relacionarse con una visión única y optimista de la modernidad. Los entornos urbanos también se convirtieron en espacios de luchas sociales, de reivindicaciones políticas, de marginación y de reclamaciones sobre diferentes problemas causados por esta supuesta modernidad. En el caso del distrito marítimo, el crecimiento industrial ha legado numerosos elementos patrimoniales de gran valor, pero también ha causado varios problemas que incluso se mantienen en la actualidad. Un ejemplo de esto es la contaminación causada por la manipulación de sustancias tóxicas como el amianto, que no sólo afectó a los antiguos trabajadores de los astilleros del puerto y otras industrias auxiliares, sino también sus familiares y vecinos (muchos de ellos miembros de asociaciones como ADV-València). Este producto nocivo, prohibido desde el año 2002, continúa estando presente en el organismo de muchas personas y en numerosos edificios e instalaciones públicas y privadas, y es exigible la actualización de los censos de afectados y la progresiva retirada de esta herencia material.

En el interior del recinto portuario había una gran actividad comercial pero también científica, relacionada principalmente con la regulación y el control de personas, productos y mercancías. Debido al crecimiento del puerto y de la amenaza del cólera, se construyó un lazareto auxiliar dentro del puerto a principios del siglo XIX, que se fue mejorando y consolidando hasta que sustituyó el que hubo en Nazaret hasta el año 1848. La creación de una nueva red de lazaretos en los puertos españoles formaba parte de las nuevas leyes de sanidad del régimen liberal. Estas también crearon, en 1855, el cuerpo de delegados de sanidad exterior. Se trataba de un cuerpo de expertos médicos, especializados en sanidad marítima. La misma ley también estableció el cuerpo de inspectores de géneros medicinales, formado por doctores y licenciados en farmacia que trabajaban en las principales aduanas del país (figura 1). Sus funciones incluían aspectos relacionados con la salud, la química y las finanzas. Además de reconocer las drogas medicinales y los productos químicos importados, tenían que informar al administrador de la aduana en caso de detectar alguna adulteración de estos productos que causara fraude a la hacienda pública. A pesar del prestigio de muchos de estos farmacéuticos, disponían de escasos medios y –tal como sucedía con los médicos de sanidad exterior– compatibilizaban su nombramiento con su actividad principal, como fue el caso del primer inspector de géneros medicinales de València, el farmacéutico y diputado Vicente Peset Vidal (1821-?).

Figura 1. Obres de la nova duana de València i façana principal de l’antiga. (Junta de obras del Puerto de Valencia (1928), Memoria del estado y progreso de las obras y gestión administrativa, p. 23)

Figura 1. Obras de la nueva aduana de València y la fachada principal de la antigua. (Junta de obras del Puerto de València (1928), Memoria del estado y progreso de las obras y gestión administrativa, p. 23)
 
 

Muchos trabajos recientes sobre la historia de la ciencia han mostrado las profundas relaciones existentes entre los intereses personales y profesionales de muchos científicos y las necesidades de su contexto local. La regulación de productos es un ejemplo de la variedad y complejidad de intereses en juego en el mundo de la ciencia. La exportación de vino y naranjas era una actividad especialmente importante en el puerto de València, debido al protagonismo de ambos productos en la economía local. Como más tarde se mostrará, el control del vino suponía la mayoría de los análisis que se hacían en laboratorio de la aduana de València. Por otro lado, la naranja se transformó, a partir de la década de 1920, en el producto más exportado del puerto de València, tanto en lo referente a la cantidad embarcada, como a su valor monetario. El impacto económico del sector cítrico valenciano hizo que este producto se convirtiera en la principal fuente de divisas del país. Por eso, tanto los mismos agricultores, como las autoridades locales y el gobierno, estaban muy interesados a asegurar el buen funcionamiento de este mercado. Los productores y exportadores agrícolas, con el apoyo de ingenieros agrónomos y peritos agrícolas, reclamaron la creación de sistemas que consiguieron asegurar la calidad de los productos exportados. Un ejemplo de este doble interés fue la creación en 1934 del Servicio Oficial de Inspección, Vigilancia y Regulación de las Exportaciones (SOIVRE). Este organismo tenía el objetivo de controlar la calidad de los productos agrarios exportados con el fin de aumentar el valor comercial. Sus principales promotores fueron los valencianos Vicente Iborra Gil (1898-1964), empresario agrícola y director general de comercio, y Rafael Font de Mora Llorens (1893-1978), un prestigioso ingeniero agrónomo. Para ejercer las funciones de vigilancia, inspección y regulación de las exportaciones, se establecieron cinco zonas de actuación del SOIVRE en España. El área denominada Llevant era la más importante, puesto que tenía subsedes en València, Castellón, Alicante, Burriana, Gandía y Cartagena, así como una plantilla de diecinueve ingenieros y peritos (el 50% del total nacional). Poco tiempo después de la creación de este cuerpo, se inauguró la Estación Fitosanitaria del Puerto de València, a la que fueron destinados ocho técnicos, encargados principalmente de certificar la calidad de las naranjas dedicadas a la exportación.

Otros productos estrella de la exportación valenciana fueron el vino, la mistela y el aguardiente. De hecho, estos habían sido la principal fuente de divisas hasta la década de 1920, que fueron superados por la naranja. Los exportadores del siglo XIX y XX se dedicaron fundamentalmente a la exportación de vino a granel. Su dominio del mercado y el control de los precios dejaba poco margen para la mejora de los métodos de elaboración por parte de los agricultores o bodegueros, que en el caso de los vinos exportados por València procedían fundamentalmente de Godelleta, Utiel, Requena y de las áreas limítrofes de la Mancha. En la década de 1970 se produce un cambio de tendencia entre algunos exportadores y productores valencianos, que empezaron a producir vinos elaborados de mayor calidad, con presentaciones cuidadas y teniendo en cuenta una política de marcas. El comercio del vino agrupaba una compleja red de agentes públicos y privados que circulaban entre diferentes espacios, como oficinas comerciales, laboratorios, bodegas, patios para asolear y filtrar los vinos, almacenes de pipas, talleres de reparación de envases y barriles e instituciones oficiales, que había tanto dentro de cómo fuera del puerto. En relación con los actores privados, había agentes de aduanas (encargados de preparar los documentos de deuda, entrega o reenvío de las mercancías), y consignatarios de barcos (que representaban a los armadores de los barcos). Otros estaban relacionados más específicamente con el comercio del vino, como por ejemplo los intermediarios y los agentes comerciales (como Martínez Bermell, Algarra o Suay), exportadores locales (por ejemplo, Gandia Pla, Mompó o Garrigós), y de origen extranjero (como Schenk, Steiner, Egli, Teschendorff o Valsiangiacomo) (figura 2). Los nombres de muchos de ellos se encuentran en los voluminosos libros de registros que hay en el laboratorio aduanero de València.

Anuncis port de València

Figura 2. Anuncios de exportadores e intermediarios vinícolas del Grau de València en la dècada de 1930. (Blanco y Negro, 26/01/1936, p. 146 y fotografía del autor)

 

El laboratorio de la aduana de València es también un ejemplo de la gran relación existente entre los intereses económicos de una zona y la intervención de las autoridades en su protección. Los inspectores de géneros medicinales, mencionados anteriormente, no siempre eran capaces de analizar la creciente variedad de productos que llegaban a los puertos. Los principales controles de mercancías en las aduanas correspondían al cuerpo pericial de aduanas, creado en 1850. Estos empleados periciales se dedicaban a inspeccionar las mercancías en los barcos y en los muelles para identificar los productos y determinar los impuestos o aranceles que tenían que satisfacer. Las inspecciones tenían que ser rápidas y sencillas y solían limitarse a un reconocimiento visual de la mercancía. En caso de duda podían acudir al inspector farmacéutico, y en casos más complejos, al consultorio químico de aduanas. El envío de muestras a este servicio, perteneciente al Ministerio de Hacienda, en Madrid, resultaba caro y complejo. En 1888 este consultorio fue ampliado y transformado en laboratorio central de análisis químicos. Sin embargo, este nuevo laboratorio no fue capaz de atender el progresivo aumento de las mercancías que circulaban por las aduanas españolas. Por fin, en la década de 1920 el Ministerio de Hacienda –aconsejado por el director del Laboratorio Central, José Casaste Gil (1866-1961)– decidió organizar una red de laboratorios aduaneros en los puntos más concurridos: Barcelona, Bilbao, Irún, Puerto-Bou, València, Sevilla y Tarragona.

El laboratorio aduanero del puerto de València se inauguró en 1927 y ocupó un pabellón anexo a la nueva aduana, diseñada en 1925 (figura 3). Su primer director fue el profesor de química de la Universitat de València León le Boucher Villen (1904-1937), a quien ayudaba el químico Francisco Bosch Ariño (1902-1995). Estos laboratorios sí tuvieron personal propio y estuvieron mejor dotados que los laboratorios en los que trabajaban los otros inspectores farmacéuticos. En sus primeros cinco años, el laboratorio aduanero de València realizó más de once mil trescientos análisis químicos, de los cuales sólo trescientos sesenta correspondían a productos industriales y mercancías diversas, mientras que todos las restantes eran de vinos, alcoholes y mistelas, lo cual muestra su relación con las necesidades económicas de su entorno. En estos ensayos se determinaba principalmente la densidad del líquido, así como el contenido alcohólico, con el fin de comprobar sus propiedades y determinar el impuesto correspondiente. El laboratorio se utilizó para tasar los impuestos o los derechos de aduanas que tenían que pagar los exportadores e intermediarios. Pero, en otras ocasiones, fue utilizado para afianzar la calidad de los vinos locales. Un ejemplo de esto es el papel que jugó el laboratorio aduanero cuando numerosos marineros, que transportaron una partida de vino del puerto del València a Francia en 1932, sufrieron una intoxicación. La prensa y las autoridades francesas acusaron a los productores valencianos de elaborar vino con altos porcentajes de arsénico. Esta acusación supuso una grave amenaza contra el prestigio de los vinos locales, por lo que también se movilizaron las autoridades españolas. Además de otros expertos, como ingenieros agrónomos, el químico Francisco Bosch utilizó sus trabajos en el laboratorio aduanero para defender la calidad de los vinos valencianos, así como para defenderlos en el ámbito internacional. Durante el régimen franquista, Bosch Ariño fue nombrado director del laboratorio aduanero y también ocupó numerosos cargos institucionales: catedrático de Análisis Químico, decano de la Universitat de València, así como delegado de educación de Falange, presidente del Colegio de Farmacia y diputado provincial en la posguerra. El caso anterior, así como el del laboratorio dedicado al control de los cítricos, muestran cómo estas entidades no sólo tenían una función técnica. Ambos servicios eran una pieza fundamental del entorno del puerto de València. Como muestran también otros trabajos de historia de la ciencia, los espacios científicos eran lugares donde se tenían que tener en cuenta los intereses de numerosos agentes sociales, políticos y económicos que podían motivar la creación de los servicios mismos, así como influir en sus trabajos. Al mismo tiempo, la importancia estratégica de estos servicios científicos ofrecía a su personal la posibilidad de reivindicar la utilidad de su profesión e incluso su prestigio científico personal para acumular méritos y obtener cargos posteriormente. Por todo esto, el estudio histórico de estos espacios, puede ayudar a considerarlos no como lugares neutrales o contenedores inertes, sino como espacios en los cuales se realizaban trabajos científicos, el impacto de los cuales trascendía de las actividades que se hacían en los poblados marítimos, a la ciudad y al resto del territorio.

port de València

Figura  3. Fotografía del laboratorio aduanero de València. Fotografia del autor.

 

Ignacio Suay

Centro Interuniversitário de História das Ciências e da Tecnologia (CIUHCT-UNL)

 

Personajes y espacios de ciencia es un proyecto de la Unitat de Cultura Científica i de la Innovació de la Universitat de València, que cuenta con la colaboración del Institut d'Història de la Medicina i de la Ciència "López Piñero" y con el apoyo de la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología y del Ministerio de Economía, Industria y Comptetitividad.

 

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