Venenos, cuerno de unicornio y un castigo ejemplar en un crimen de la Valencia medieval

  • 13 junio de 2018
 
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Anna Boluda

Un hombre arruinado, un envenenamiento múltiple, muertos entre gritos de dolor y un yerno acusador. Podría ser el guion de la última serie de televisión, pero es un caso real sucedido en la Valencia medieval. Así lo ha explicado Carmel Ferragud, profesor titular del Departamento de Historia de la Ciencia y Documentación e investigador también en el Instituto Interuniversitario López Piñero, dentro del volumen colectivo ‘Medieval and Early Modern Murder. Legal, Literary and Historical Contexts’, editado por Larissa Tracy, profesora del Trinity College de Dublín. “Me llegó la propuesta para colaborar en este libro, que aborda el asesinato desde varias vertientes en la Europa medieval. Yo estoy especializado en historia de la medicina, no en asesinatos, pero a través de mi investigación había estudiado varios procesos de justicia criminal de Valencia en que los médicos participaban como peritos en los tribunales, y pensé que algún material del que tenía podía ser interesante”, explica el autor.

El caso en cuestión es el proceso criminal contra Sanxo Calbó, conservado íntegramente en el Archivo del Reino de Valencia y lleno de detalles y declaraciones en primera persona de todos los participantes.

Un envenenamiento múltiple en la casa familiar
En el año 1442, en pleno Siglo de Oro valenciano, Pere Roquer denunció a su suegro, Sanxo Calbó, por haber asesinado a su mujer, hija de Sanxo, y a otras personas que vivían en la gran casa familiar. “Murieron dos mujeres: la hija de Sanxo y la suegra de esta, la madre de Pere. El mismo Pere quedó muy malparado, incluso sufrió una parálisis temporal, y otras personas de la casa también resultaron afectadas. Es un hecho terrible, un crimen de aquellos que marcan una época, que llegó a cambiar la jurisdicción local de gestión de los venenos”, indica Ferragud.

Sanxo Calbó utilizó realgar, un sulfuro de arsénico natural relativamente fácil de conseguir porque se usaba en algunos medicamentos para eliminar roedores y como pigmento, y que en su plan criminal fue acumulando. Se trata de un tóxico muy poderoso y “como veneno es ideal, porque es incoloro, no tiene sabor, se puede eliminar muy bien y hacer ingerir fácilmente. Esto es lo que ocurrió en casa de Sanxo Calbó”, dice el historiador. “El realgar, el veneno, estaba presente en todas partes: en el agua del pozo, en el vino, la comida, los confites. Como consecuencia, fue un envenenamiento múltiple”.

Sanxo Calbó, un hombre despiadado
El proceso judicial contó con unos cuarenta testigos para averiguar la historia de Sanxo Calbó y de lo que había podido pasar. “Las conclusiones son bastante confusas, porque las declaraciones van hacia adelante y hacia atrás en la vida de este señor, pero parece que el móvil podría ser económico”, explica Ferragud.

Sabemos que Sanxo Calbó había sido un hombre importante, un artesano del textil muy bien situado. Pero después de veinte años dedicado a su negocio, empezó a tener problemas, seguramente de dinero, que lo llevaron a cometer fraudes, a estafar a los clientes. La situación se agravó tanto que el gremio lo expulsó y le prohibió ejercer la profesión. A partir de aquel momento sus movimientos fueron cada vez más truculentos, hasta el punto de intentar que la hija cambiara el testamento para dejárselo todo a él. “Este individuo fue degenerando hasta llegar al crimen más horroroso, matar a la propia hija por dinero”, dice el historiador.
 

Síntomas, antídotos y cuerno de unicornio

A medida que los habitantes de la casa fueron notando los efectos del veneno, recurrieron a varios remedios, desde médicos profesionales a brebajes que hacían vomitar o un adivino moro que decía curar con su don y unas oraciones. “La parte interesante de este caso para la historia de la medicina es que aparece lo que denominamos pluralismo asistencial, los diferentes mecanismos a los cuales recorrían para intentar curarse”, añade el investigador.

Uno de los testigos es el cura de Xirivella, amigo de la familia, que fue a ver a los enfermos cuando estaban más graves. Encontró que los habían envenenado y les dio como antídoto un agua que había tocado un cuerno de unicornio. “No era infrecuente en aquella época hablar de cuerno de unicornio como antídoto para los venenos, los reyes de la Corona de Aragón solían tenerlo. Normalmente, eran objetos que circulaban entre las élites, pero en este ejemplo vemos que incluso un simple cura podía disponer de él. Es posible que fuera colmillo de narval, un cetáceo singular que tiene un gran diente que parece un cuerno, o incluso cuerno de rinoceronte, pero nos resulta imposible saber qué era en realidad”, dice Carmel Ferragud.

Tortura, confesión y un castigo ejemplar

Los vecinos atestiguaron que escuchaban gritos de dolor y que los enfermos se arrastraban por tierra de desesperación. El envenenamiento tenía unos efectos demoledores. Ante todos estos indicios y las contradicciones del acusado, el tribunal optó por la tortura para hacerle confesar, una práctica frecuente en aquel momento y recogida por la legislación foral. Sanxo Calbó lo explicó todo: los crímenes que había perpetrado, en qué boticas había adquirido el veneno en pequeñas dosis y todos los detalles. Acabó condenado.

“Los crímenes con venenos estaban fuertemente penados. Además, había un factor de proximidad: había matado a la hija. Y en casos tan sangrantes la gente quería ver un castigo ejemplar y, a poder ser, de forma pública. La pena fue enterrarlo vivo, con el cadáver de la hija encima. Los fueros dicen que tendría que morir así, pero parece que finalmente esta fue una pena simbólica. Después lo sacaron y finalmente murió colgado en la horca”, concluye el historiador. “Si hubiera sido mujer, por cierto, según los fueros, la pena habría sido todavía más dura: las mujeres envenenadoras morían quemadas en la hoguera”.