El Ángel Exterminador

Guardamar del Segura / Junio de 1998

OJOS CERRADOS

 

I

EL PESO DEL AIRE

A veces, la atmósfera que rodea a las personas pesa, el calor excesivo hace que el aire tiemble ante el ojo, la humedad enturbia la mirada. Pero la sensación, en otros momentos, es completamente diferente: un aire seco con una luz clara de invierno hace que los objetos se vuelvan algo irreal, por demasiado presentes, y es entonces cuando aparece el auténtico peso del aire, el fluido que reviste con una película inexistente, donde las personas se convierten punto inicial de atracción, para después dejar de serlo, para ser algo más de un paisaje, como otros tantos motivos que lo conforman. Las cosas se disuelven en un todo que tiene que ser separado para llegar a entenderlo.

También puede ocurrir que el fondo, a menudo diluido, aparezca tras una primera mirada como algo más que un decorado y él mismo se convierta en elemento en juego donde perderse el pensamiento. El aire que pesa y el fondo que dialoga con él conforman un precioso souvenir de agua que espera ser sacudido por la mano que lo posee para que en él nieve y los objetos tomen movimiento, temporal movimiento. El ángel exterminador encierra en su seno objetos, personas, la misma agua que se convierte en pútrida, a pesar de los pétalos. Lo que perdura del momento es el momento mismo, el fuego que arde continuará ardiendo siempre, pero idéntico. El movimiento se detiene para perder su esencia y devenir estático. La carne, por fin, permanece incorrupta -viva o ya muerta- y las miradas plantean siempre las mismas dudas, y tal vez las respuestas ya no sean necesarias.

Tras el primer vistazo donde los personajes, dejando de ser centros, se han convertido en meros contenidos a la espera de disección, dialogan con una serie de referencias, mezcla de un mundo común, personal, mixto; el pensamiento, y ya no la mirada, pasa a hacer de las fotografías una narración bajo un título prometedor, que tal vez no sea el de cada uno de nosotros, la araña dialoga con las serpientes, las trenzas y los tirabuzones con las mariposas, un mundo camino de perderse -el pasado lejano, los dioses de nombres llenos, las hojas del otoño- deja paso al nuestro hecho de desechos, los ojos dialogan con labios y manos, y nos dejamos llevar por aquello que sabemos, por aquello que nos enseñan. Un instante después, y ya ante una nueva fotografía, el diálogo continúa, añadimos nuevas referencias, los colores -los verdes, los rojos, …- marcan ritmos, nuevas caras, nuevos lazos como nudos que se hacen con ambas manos y que jugamos a que no se deshagan.

Finalmente sólo nos queda el aire de vida, atmósfera cerrada entonces, que da cuerpo a los colores, y sobre todo una sombra de idea, el poso de la mirada, que este aire ha dejado pasar.

 

 

II

RING MY BELL

Cuando llegas a una casa para ver a alguien, tras un ligero paseo, te sitúas ante la puerta, frente a ella, y llamas para que te abran. Al cabo de poco tiempo, una mano baja el mango y el paisaje que tenías ante ti, una puerta acristalada tal vez, deja paso a otra visión, el interior de una casa con una persona en el umbral que te dice que pases.

Cuando te sitúas ante la fotografía y sobre un fondo de esperanza a quien tienes delante es una oreja como un doble labio. Las orejas no son bocas, las orejas no hablan. El resto de la cara, los ojos, la nariz, la misma boca, se esconden bajo una coraza, caparazón de tortuga, que a pesar de ser dorada no deja salir lo que la mirada dice, lo que la boca querría hacer.

Las persona, como las fotografías, a menudo por dejadez, sólo escuchan por no poder hablar. La debilidad, y la fuerza, de la pereza es su propia presencia sin dejar que nada escape de su interior. Poder hablar, poder mirar, implica moverse. Los muy fuertes, los demasiado débiles no se mueven.

 

III

LA ESPERA

 

Acudes para solicitar la mano de la princesa. Ésta, pavoneándose en la sala de un rojo intenso de tantas víctimas -cada cual arrastra pasados infiernos- te mira, los pechos relucientes como de madre que quiere darte todo lo que lleva dentro, pero los pezones no se ven a pesar de la insistencia. Soberbia, la palidez de la piel deja lucir los duelos de brazos y cuello, los ojos también son negros. ¿Qué puedes tu ofrecer a la princesa que rige bajo su mano el destino de un mundo galáctico?

Nada es para siempre para quien nada da. A menudo el infierno es repetir eternamente lo que más nos gusta, sin descanso. Al final no se sabe quien de los dos espera la respuesta.

 

 

IV

ARQUITECTURAS

La mano como un muñeco de dos grandes orejas y dos bracitos, centro de luz que huye, se agarra a los nudos de la vida, gira y poco a poco se ata a otra mano, aunque un giro abrupto pueda cambiarlos. Los hilos provienen de una cabeza bajo una construcción extraña. la boca sugerente pero apretada, los ojos profundos. La torre de diversos niveles va paulatinamente cerrándose, las escasas ventanas dejan pasar la luz necesaria. Las torres son de piedra y la piedra corta.

Lo que tu cabeza quiere, si los ojos no miran, las manos no lo hacen y la vida continúa. ¿Quién sabe donde van las manos cuando la cabeza les deja? El mundo, fondo irreal, sólo es un campo de trigo que se siega cada año para la nueva cosecha.

 

V

MÁRMOL

Medusa mira como una cámara que quiere helar la imaginación, las alas del palomo en la cabeza. Los tirabuzones rojos en una cabeza surcada de serpientes, el pensamiento que no acaba. Te sitúas enfrente y pierdes la mirada, ella tiene azul y gélida la suya. Tu estás delante y la cámara te fotografía, te quedas siempre en el instante. ¿Es ella, o tal vez eres tú, quien cuelga como un trofeo en una gran pared hecha de reluciente mármol?

Francisco Fuster Pellicer