PRISIÓN MILITAR Y AGRESIONES NEONAZIS


Carlos Pérez Barranco

Estoy bastante seguro de no estar exagerando si afirmo que la semana del 8 al 12 del pasado mes de junio quedará guardada vivamente en la memoria de mis amigos Elías, Ramiro, Plácido y Miguel, los desertores antimilitaristas presos en la cárcel militar de Alcalá de Henares. Y es que una cosa es haberse preparado previamente para minimizar el coste personal que supone optar por una línea de trabajo político posible y eficaz como la desobediencia civil, y otra es encontrarse, después de más de un año de privación de libertad, de un día para otro siendo blanco de intimidaciones, amenazas y agresiones físicas por parte de un grupo de presos neonazis. En las cuentas sobre el grado de represión asumible que estos antimilitaristas, como tod@ sensat@ aspirante a desobediente civil, debieron hacer antes de decidir sumarse a la campaña de "insumisión en los cuarteles", con toda seguridad no aparecía la posibilidad de ser amenazados con un lanzallamas casero o recibir un par de palizas, la última de ellas ante la indiferente mirada del carcelero que la había facilitado. Se trata de hechos que, si bien son puntuales (o han sido reducidos a ello por la intensa campaña de denuncia que motivaron) considerados dentro de los 18 meses de presencia de antimilitaristas en la cárcel militar, en absoluto son producto de la casualidad o simplemente de la conocida aversión de los neonazis hacia los insumisos. Mi propia vivencia personal de cuatro meses entre aquellos muros y las escandalosas circunstancias que han rodeado a las agresiones, la indulgencia con la formación de un grupo neonazi dentro de la prisión, la pasividad continuada del equipo director, la colaboración de algunos carceleros... todo ello permite entender lo sucedido como las últimas medidas tomadas por la dirección militar de la prisión para endurecer las condiciones de vida de los desertores-insumisos y neutralizar su influencia sobre el resto de presos.

El "Establecimiento Penitenciario Militar" se encuentra situado a mitad de camino entre Alcalá de Henares y la localidad de Meco, y es el único lugar en todo el Estado donde se cumplen delitos de naturaleza militar o cometidos por militares profesionales. Se trata en esencia de un cuartel del Ejército con su estructura modificada para contener un centro penitenciario cuyos semivacíos pabellones están ocupados actualmente por unos 60 reclusos estríctamente separados en el espacio y en el régimen de vida, eso sí, según su posición en el escalafón: tropa profesional y de reemplazo por un lado, suboficiales por otro lado, oficiales de otro, y jefes y generales de otro. Un asunto sagrado éste de la jerarquía en la estructura militar. El régimen interior está a cargo de los "celadores", una especie de trabajadores civiles militarizados (con los derechos laborales recortados) dependientes del M. de Defensa. En el módulo de tropa, habitado por un grupo humano de nunca más de 30 presos, conviven reclutas con alergia a la vida militar (y mala suerte), legionarios veteranos de Bosnia que intentaron hacer sus pinitos en el negocio del hachís, guardias civiles que conseguían sobresueldos con el dinero de las multas de tráfico, algún soldado que creyó realmente eso de que el Ejército es como cualquier empresa (y quiso marcharse a mitad de "contrato"), y, entre estas últimas especies, alguno que otro que usó sin permiso su "herramienta" de trabajo y ahora le acusan de homicidio...

Desde principios del año pasado hay que sumar a este rico bestiario algunos de los antimilitaristas que estamos dando vida a la "insumisión en los cuarteles", incorporándonos a filas para luego desertar públicamente como grito de desobediencia y no colaboración con el Ejército que se profesionaliza. Este comportamiento compete a la justicia militar, por lo que ahora serán militares los encargados de detenernos, acusarnos, juzgarnos y encarcelarnos. En definitiva, ejercer una represión que, como han demostrado nueve años de insumisión, acaba erosionando y volviéndose contra los represores, en forma de pérdida de legitimidad social, y dando protagonismo público a la crítica antimilitarista.

Esta interpelación directa de lo militar está teniendo su parte más visible en los insumisos-desertores que hemos ido pasando por la cárcel militar de Alcalá de Henares (o que ya han sido juzgados por tribunales militares). Allí, consecuencia esencialmente del bajo número de presos, nos hemos encontrado con unas condiciones de vida mejores de las que habíamos anticipado en los talleres sobre cárcel, basadas en la dilatada experiencia carcelaria de la insumisión. Celdas individuales, posibilidad de recibir visitas diariamente, acceso al uso del teléfono, vigilancia escasa... El ambiente convivencial que se respira, aún siendo de una extrema pobreza sensorial, no contiene la componente de violencia causada por las condiciones de hacinamiento de la mayoría de las cárceles civiles, y deja, a la vez, suficiente espacio para la propia intimidad. Así pues, por un lado, añadiendo estas condiciones a la propia preparación y el sólido apoyo exterior, la vida en la cárcel militar "quema" menos. Por otro, uno se siente mucho más motivado para ayudar, dialogar y "contagiar" actitudes e ideas hacia el resto de presos que para mantener una postura de enfrentamiento abierto y cotidiano contra la cárcel.

No cuesta mucho imaginar que todo esto no es visto con muy buenos ojos por el coronel-director de la cárcel militar cuando éste ni siquiera reconoce la presencia allí de insumisos (los reclutas que cumplen el servicio militar en éste cuartel son sancionados si son sorprendidos afirmándolo). Naturalmente, al coronel le gustaría ver a los insumisos padeciendo su encierro porque, además, les haría menos protestones, y menos firmes a la hora de señalar arbitrariedades o desobedecer ciertas imposiciones como la de la limpieza de las áreas comunes. Pero mucho menos tolerable ha debido resultarle la "inesperada" actitud serena y abierta de los insumisos, fuente de liberadoras contaminaciones antimilitaristas, cuestionadoras de la autoridad, críticas con el sistema militar y favorecederas de la desobediencia y la objeción de conciencia. Las posturas de desobediencia completa son fácilmente atajadas por cualquier institución total, por ésta y por cualquier cárcel. De actuar así le hubiéramos proporcionado al coronel-director motivos suficientes para darse el gusto de desplegar sobre nosotros toda la capacidad sancionadora del reglamento penitenciario, y conseguir de una tacada sus dos objetivos: endurecer nuestras condiciones de vida y neutralizar, aislándonos, nuestra influencia sobre el resto de presos militares.

La mayoría de los intentos de sanción por falta grave se han topado con un sólido paraguas legal que, desplegado por los abogados del MOC de Madrid, los ha bloqueado por la vía de los recursos. Fue mi caso con la cuestión de la negativa a aceptar la imposición de destinos de limpieza y, especialmente, el de Plácido Ferrándiz, denunciado por el coronel y el Juez de Vigilancia Penitenciaria militar en un primer momento por "injurias a las Fuerzas Armadas", "desobediencia permanente", y a punto de ser clasificado en régimen de aislamiento. Plácido justificó la desobediencia comparando su situación con la de un secuestrado... Ninguna de estas iniciativas ha prosperado después de 7 meses. Paralelamente a esta infructuosa vía, el director de la cárcel militar ha potenciado otra que, si bien no es demasiado original, resulta mucho más sutil y difícil de contrarrestar. En pocas palabras, se trata de darle la vuelta sistemáticamente a las quejas y peticiones de los insumisos, tomándolas como excusa para endurecimientos del régimen que generen hostilidad contra estos. Recuerdo como ante mi desobediencia cambiaron mi destino de limpieza asignándome las duchas y, por tanto, el papel protagonista en un potencial conflicto con el resto de presos, o como tras la queja que hice ante la anulación arbitraria de uno de mis números telefónicos autorizados, una nuevas normas de uso del teléfono restringían la duración de cada llamada, su horario, los números autorizados, etc.

Otro de los rasgos básicos de la prisión militar de Alcalá de Henares es la rapidez con que cambia la composición del colectivo de presos y con ella, las dinámicas en el interior de éste. Muchas condenas son de corta duración y se accede al régimen abierto con gran facilidad en comparación con cualquier cárcel civil. Así que entra dentro de lo normal, dada la afinidad ideológica entre la extrema derecha y el ejército, que por la prisión militar pasen falangistas, ex matones de Fuerza Nueva y neonazis entre otras bestias. Los problemas vienen cuando, por un lado, la fatalidad hace que coincidan un paracaidista militante de la extrema derecha, "soldado de la paz" en Bosnia y acusado de asesinar a su novia -todo en uno-, y un guardia civil fascista, y por otro lado, la dirección militar vislumbra la posibilidad de usarles como intrumento para generar hostilidad contra los insumisos y, eventualmente, agredirles. Cómo entender si no la manga ancha que al parecer han tenido con ellos desde un principio, cómo se les ha permitido hacer proselitismo en el interior de la cárcel y reclutar a cuatro descerebrados más con ansias de ser manipulados. Cómo, mientras a los insumisos-desertores se les veta completamente la entrada de materiales con contenidos "antimilitaristas o favorecedores de la insumisión" en aras del "buen orden y la seguridad del establecimiento" (e incluso de la "reeducación del resto de internos de cara a su reincorporación a las Fuerzas Armadas"), este grupo de presos ha podido introducir banderas y cassettes con himnos franquistas, y exhibir en sus celdas todo tipo de simbología fascista. Simultáneamente, ante la poco disimulada indiferencia del coronel-director, crecía una atmósfera de aversión y beligerancia contra los antimilitaristas, que tuvo su punto sin retorno el día que el alcaíde ordenó retirar las máquinas de venta de tabaco como respuesta a sus quejas sobre el precio excesivo que éste tenía. Desde entonces la historia ya es suficientemente conocida.

No puedo evitar el símil: ante la presencia prolongada de la "infección" antimilitarista, el "organismo" militar acabó por activar sus "defensas" naturales para intentar "purificarse". Pero parece que la enfermedad continúa, porque las bacterias desobedientes se han revelado tremendamente resistentes... Desde el 12 de junio no ha vuelto a producirse ninguna agresión y, además la mayor parte de los componentes del grupo neonazi han sido trasladados a prisiones civiles gracias a la dimensión de la campaña pública de denuncia impulsada por el MOC, un ejemplo "de libro" de respuesta noviolenta que hará más difícil que esta situación se vuelva a repetir. Organizaciones de defensa de los derechos humanos como la APDH (Asociación Pro Derechos Humanos), el Equipo Nizkor y Amnistía Internacional se han hecho eco de lo sucedido en la cárcel, y el Defensor del Pueblo, que visitó a los antimilitaristas el día siguiente a la última agresión, ha iniciado una investigación. Sin embargo, los celadores que alentaron y facilitaron la violencia, y el director de la prisión militar, el verdadero estratega de esta historia y a quien alcanza la máxima responsabilidad de los hechos, siguen en sus cargos. No está de más, por tanto, continuar recordando a las autoridades castrenses que incluso encerrados en la propia boca del lobo, los antimilitaristas se encuentran lejos de estar aislados.

julio, 1998


Eduardo Serra (Ministro de Defensa)
Fax: 91.556.55.72

Juez de Vigilancia Penitenciaria militar
Fax: 91.817.34.12

Fernando Alvarez de Miranda (Defensor del Pueblo)
Fax: 91.308.11.58

Jesús Ranera Alós (Coronel-Director de la Prisión Militar de Alcalá de Henares)
Tel. 91.888.03.21 / 91.889.31.72
Fax: 91.882.34.93


Insumisos-desertores encarcelados en la Prisión militar de Alcalá de Henares
marzo, 1999

Rafael Fernández Ferrete, Javier Gómez, Plácido Ferrándiz
Prisión militar de Alcalá de Henares
Ctra. de Meco, km.5
28805 Alcalá de Henares


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