|
España
paga cerebros y los exporta gratis al extranjero
Entre 3000 y 4000 doctores
españoles trabajan en el extranjero
La fuga de cerebros españoles
al extranjero sigue siendo una asignatura pendiente del sistema científico
español. Después de gastarse decenas de millones en formar
científicos jóvenes en el extranjero, la mayoría no
pueden volver a investigar en España debido a la falta de plazas
y oportunidades, la precariedad de los contratos, y comportamientos de
endogamia, a pesar de tener una valía científica reconocida
internacionalmente.
La rigidez del sistema científico
español se debe al carácter
de funcionariado de la ciencia |
Luis M. Ariza - Madrid .-
La radiografía que arrojan
estos jóvenes científicos sorprende: no son tan jóvenes.
La media de edad ronda los 35 años, y tienen entre diez y doce años
de experiencia de trabajo como investigadores profesionales.
Empezaron su
periplo con la obtención de una beca para realizar el postdoctorado
en centros de prestigio, normalmente en EE UU, Inglaterra o Alemania. Y
durante esos años, muchos lograron publicar en revistas punteras,
como «Science» o «Nature», entre otras. Algo que
muchos científicos veteranos no consiguen en toda su vida.
La mayoría
intentó volver a España con la idea de que el prestigio y
la talla científica les abriría el camino. Y fue cuando se
encontraron con la primera decepción; el choque traumático
contra una burocracia administrativa lenta e ineficaz.
«Tu capacidad
científica no cuenta para nada», explica José Luis
Jiménez, astrofísico del Instituto de Astrofísica
de Andalucía, que publicó recientemente en la revista «Science»
un trabajo sobre galaxias activas y agujeros negros.
Jiménez
tiene ofertas del extranjero, quiere quedarse, pero le queda año
y medio de sueldo, y después, un futuro incierto. Tras realizar
el postdoctorado en la Universidad de Boston durante dos años, y
trabajar allí como investigador, se trasladó a la universidad
de Manchester a mediados de 1996, y consiguió un contrato de reincorporación
a mediados de ese año, concedido por el entonces Ministerio de Educación
y Ciencia, en el propio Instituto de Andalucía.
España
se ha convertido en un exportador de cerebros al extranjero. El problema
de esta fuga no es nuevo, sino que viene de una situación heredada
desde el año 82, cuando se impulsó una política para
financiar la formación de los jóvenes científicos
españoles en el extranjero.
Esta «fiebre
científica» puso al descubierto dos hechos contradictorios.
Tras varios años de entrenamiento, los jóvenes desarrollan
el talento científico suficiente para elevar la calidad de la investigación
hasta alcanzar el reconocimiento internacional. Pero ese reconocimiento
tiene escasa o nula importancia a la hora de regresar a nuestro país.
«El problema
que teníamos antes era la fuga de cerebros, pero ahora los exportamos»,
explica Francisco Rubia, Director General de Investigación de la
Comunidad Autónoma de Madrid, y catedrático de Universidad.
«Proporcionamos becas para que los jóvenes investigadores
se formen en el extranjero, y algunos consiguen un excelente currículum.
Pero después no pueden ser incorporados al sistema de I +D español.
Esto es una barbaridad, que tiene su origen en el sistema de funcionariado
de la ciencia española».
Para Rubia, uno
de los problemas crónicos del sistema científico español
es que los tres niveles de empleo en el CSIC (científico titular,
investigador y profesor) y los dos niveles en la Universidad (profesor
titular y catedrático) son puestos vitalicios.
«Un joven
que alcanza uno de estos puestos lo tiene para toda la vida, por lo que
se bloquea el acceso a las nuevas generaciones. Es un problema grave»,
indica este experto, con una de las más sólidas formaciones
en neurociencias de España.
Esta diferencia
sustancial -la ciencia basada exclusivamente en el funcionariado- contrasta
con las políticas llevadas a cabo en países con EE UU o Alemania,
país último en el que Rubia investigó durante 25 años.
En la mayoría
de los casos, los investigadores en estos países renuevan sus contratos
cada dos años en base a su rendimiento, dice Rubia. «¿Quien
controla el rendimiento de los que tienen puestos vitalicios? Nadie»,
responde Rubia. Con el añadido de que también existen en
España excelentes científicos con un puesto vitalicio.
Los jóvenes
con talento que vienen de fuera se enfrentan con otro problema: la endogamia.
Endogamia crónica
«Es un hecho en el sistema
y ha sido criticado como un impedimento para contratar a los que vienen
de fuera», explica Rubia.
Por ley, el tribunal
que concede una plaza de profesor universitario en una especialidad tiene
dos miembros del departamento de la Universidad que la convoca, por lo
que el candidato de dentro parte ya con ventaja. «El sistema, a veces,
es injusto, porque se premia la mediocridad», afirma Rubia.
El tercer escollo,
de nuevo, también es burocrático. De forma incomprensible,
un posdoctorado que haya completado su formación en el extranjero,
por otra parte pagada con dinero público, no puede pedir una plaza
en base a un proyecto de investigación ya en España, independientemente
de su validez como científico.
Es decir, tiene
que «engancharse» a un proyecto de algún colega que
ya está dentro del circuito científico español, y
tan siquiera consta como investigador contratado, a pesar de estar adscrito
al proyecto de investigación: una rocambolesca paradoja.
«Anonimato científico»
De acuerdo con José Luis Jiménez,
de entrada, el sistema castiga sistemáticamente al que se ha ido
fuera con el anonimato.
«Se pierde
la independencia científica y la posibilidad de solicitar un proyecto,
algo que hace regularmente en otros países». En otras palabras,
la burocracia española no deja siquiera la oportunidad de que un
comité evalúe la propuesta del candidato si este viene de
fuera, ya que el candidato no puede proponer nada.
En el proyecto,
en cambio, se puede incluir a los estudiantes de dentro que hagan el doctorado
con el investigador principal.
Al final, suele
ocurrir lo mismo. Dado que la validez científica no cuenta, los
investigadores brillantes terminan trabajando en el extranjero, atraídos
por las ofertas que les hacen las universidades o los centros públicos
y privados de otros países.
La fuga de cerebros
españoles al extranjero consiste en realidad en un regalo del estado
pagado con dinero público. «Llevo 10 años investigando
y mi formación habrá costado unos 40 millones», dice
Jiménez.
Entre 800 y 900
investigadores españoles estuvieron formándose en el extranjero
en los últimos años. Muchos de ellos, tras conseguir un contrato
de reincorporación por unos tres años, ven que su futuro
termina cuando se extingue el contrato.
Esfuerzo notable
El año pasado, la Comunidad
de Madrid, que está haciendo un esfuerzo más que notable
en formación de personal científico, logró sacar a
la palestra 50 becas para estos investigadores reincorporados, sumándose
a las 100 de ese año.«Tenemos 1.000 becarios en activo, y
Madrid es la primera comunidad en ofrecer becas postdoctorales en España,
no en el extranjero», indica Rubia.
El talento científico
español es un hecho. Pero falta la financiación. «El
dinero invertido en investigación nunca es suficiente. Yo tengo
algunos proyectos que tienen una buena evaluación, pero no puedo
financiarlos porque no tengo dinero suficiente para todos», concluye
Rubia.
|