domingo 19 de noviembre de 2000
 
España paga cerebros y los exporta gratis al extranjero 

Entre 3000 y 4000 doctores españoles trabajan en el extranjero

La fuga de cerebros españoles al extranjero sigue siendo una asignatura pendiente del sistema científico español. Después de gastarse decenas de millones en formar científicos jóvenes en el extranjero, la mayoría no pueden volver a investigar en España debido a la falta de plazas y oportunidades, la precariedad de los contratos, y comportamientos de endogamia, a pesar de tener una valía científica reconocida internacionalmente. 

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La rigidez del sistema científico
español se debe al carácter
de funcionariado de la ciencia
Luis M. Ariza - Madrid .-
La radiografía que arrojan estos jóvenes científicos sorprende: no son tan jóvenes. La media de edad ronda los 35 años, y tienen entre diez y doce años de experiencia de trabajo como investigadores profesionales.
    Empezaron su periplo con la obtención de una beca para realizar el postdoctorado en centros de prestigio, normalmente en EE UU, Inglaterra o Alemania. Y durante esos años, muchos lograron publicar en revistas punteras, como «Science» o «Nature», entre otras. Algo que muchos científicos veteranos no consiguen en toda su vida.
    La mayoría intentó volver a España con la idea de que el prestigio y la talla científica les abriría el camino. Y fue cuando se encontraron con la primera decepción; el choque traumático contra una burocracia administrativa lenta e ineficaz.
    «Tu capacidad científica no cuenta para nada», explica José Luis Jiménez, astrofísico del Instituto de Astrofísica de Andalucía, que publicó recientemente en la revista «Science» un trabajo sobre galaxias activas y agujeros negros.
    Jiménez tiene ofertas del extranjero, quiere quedarse, pero le queda año y medio de sueldo, y después, un futuro incierto. Tras realizar el postdoctorado en la Universidad de Boston durante dos años, y trabajar allí como investigador, se trasladó a la universidad de Manchester a mediados de 1996, y consiguió un contrato de reincorporación a mediados de ese año, concedido por el entonces Ministerio de Educación y Ciencia, en el propio Instituto de Andalucía.
    España se ha convertido en un exportador de cerebros al extranjero. El problema de esta fuga no es nuevo, sino que viene de una situación heredada desde el año 82, cuando se impulsó una política para financiar la formación de los jóvenes científicos españoles en el extranjero.
    Esta «fiebre científica» puso al descubierto dos hechos contradictorios. Tras varios años de entrenamiento, los jóvenes desarrollan el talento científico suficiente para elevar la calidad de la investigación hasta alcanzar el reconocimiento internacional. Pero ese reconocimiento tiene escasa o nula importancia a la hora de regresar a nuestro país.
    «El problema que teníamos antes era la fuga de cerebros, pero ahora los exportamos», explica Francisco Rubia, Director General de Investigación de la Comunidad Autónoma de Madrid, y catedrático de Universidad. «Proporcionamos becas para que los jóvenes investigadores se formen en el extranjero, y algunos consiguen un excelente currículum. Pero después no pueden ser incorporados al sistema de I +D español. Esto es una barbaridad, que tiene su origen en el sistema de funcionariado de la ciencia española».
    Para Rubia, uno de los problemas crónicos del sistema científico español es que los tres niveles de empleo en el CSIC (científico titular, investigador y profesor) y los dos niveles en la Universidad (profesor titular y catedrático) son puestos vitalicios.
    «Un joven que alcanza uno de estos puestos lo tiene para toda la vida, por lo que se bloquea el acceso a las nuevas generaciones. Es un problema grave», indica este experto, con una de las más sólidas formaciones en neurociencias de España.
    Esta diferencia sustancial -la ciencia basada exclusivamente en el funcionariado- contrasta con las políticas llevadas a cabo en países con EE UU o Alemania, país último en el que Rubia investigó durante 25 años. 
    En la mayoría de los casos, los investigadores en estos países renuevan sus contratos cada dos años en base a su rendimiento, dice Rubia. «¿Quien controla el rendimiento de los que tienen puestos vitalicios? Nadie», responde Rubia. Con el añadido de que también existen en España excelentes científicos con un puesto vitalicio.
    Los jóvenes con talento que vienen de fuera se enfrentan con otro problema: la endogamia. 

Endogamia crónica

«Es un hecho en el sistema y ha sido criticado como un impedimento para contratar a los que vienen de fuera», explica Rubia.
    Por ley, el tribunal que concede una plaza de profesor universitario en una especialidad tiene dos miembros del departamento de la Universidad que la convoca, por lo que el candidato de dentro parte ya con ventaja. «El sistema, a veces, es injusto, porque se premia la mediocridad», afirma Rubia.
    El tercer escollo, de nuevo, también es burocrático. De forma incomprensible, un posdoctorado que haya completado su formación en el extranjero, por otra parte pagada con dinero público, no puede pedir una plaza en base a un proyecto de investigación ya en España, independientemente de su validez como científico. 
    Es decir, tiene que «engancharse» a un proyecto de algún colega que ya está dentro del circuito científico español, y tan siquiera consta como investigador contratado, a pesar de estar adscrito al proyecto de investigación: una rocambolesca paradoja. 

«Anonimato científico»

De acuerdo con José Luis Jiménez, de entrada, el sistema castiga sistemáticamente al que se ha ido fuera con el anonimato. 
    «Se pierde la independencia científica y la posibilidad de solicitar un proyecto, algo que hace regularmente en otros países». En otras palabras, la burocracia española no deja siquiera la oportunidad de que un comité evalúe la propuesta del candidato si este viene de fuera, ya que el candidato no puede proponer nada. 
    En el proyecto, en cambio, se puede incluir a los estudiantes de dentro que hagan el doctorado con el investigador principal.
    Al final, suele ocurrir lo mismo. Dado que la validez científica no cuenta, los investigadores brillantes terminan trabajando en el extranjero, atraídos por las ofertas que les hacen las universidades o los centros públicos y privados de otros países. 
    La fuga de cerebros españoles al extranjero consiste en realidad en un regalo del estado pagado con dinero público. «Llevo 10 años investigando y mi formación habrá costado unos 40 millones», dice Jiménez.
    Entre 800 y 900 investigadores españoles estuvieron formándose en el extranjero en los últimos años. Muchos de ellos, tras conseguir un contrato de reincorporación por unos tres años, ven que su futuro termina cuando se extingue el contrato. 

Esfuerzo notable

El año pasado, la Comunidad de Madrid, que está haciendo un esfuerzo más que notable en formación de personal científico, logró sacar a la palestra 50 becas para estos investigadores reincorporados, sumándose a las 100 de ese año.«Tenemos 1.000 becarios en activo, y Madrid es la primera comunidad en ofrecer becas postdoctorales en España, no en el extranjero», indica Rubia. 
    El talento científico español es un hecho. Pero falta la financiación. «El dinero invertido en investigación nunca es suficiente. Yo tengo algunos proyectos que tienen una buena evaluación, pero no puedo financiarlos porque no tengo dinero suficiente para todos», concluye Rubia.