Katherine Graham explicó
en sus memorias las dificultades que vivió en un mundo eminentemente
masculino. Se ofrece a continuación un extracto de su obra «Una
historia personal»:
«Cuando tomé las riendas de «The Washington Post» en 1963, parecía que mi único equipaje era la incompetencia. (...) Yo asumí la creencia de tantas personas de mi generación, según la cual las mujeres no éramos capaces de gobernar, liderar ni organizar nada salvo nuestras casas y nuestros hijos. La mayoría de nosotras nos considerábamos inferiores, menos capaces de comprender lo que ocurre en el mundo. En grupo nos manteníamos en silencio.
(...) El primer día de trabajo, todavía estaba condicionada por las viejas suposiciones. Yo era inferior a los hombres con los que trabajaba. No tenía experiencia en negocios ni dirección y mis conocimientos sobre política, economía y otras materias con las que tenía que tratar eran escasos. (...) Una mujer al frente de una compañía era algo tan singular en aquellos días que yo destacaba a la fuerza. Al menos en la mayor parte de los años sesenta, vivía en un mundo de hombres, que apenas hablaban con otras mujeres que no fueran sus secretarias.
(...) Sentía que tanto yo como otras mujeres en cargos directivos teníamos la obligación de enterrar los viejos prejuicios, primero negándonos a aceptarlos y después refutándolos allá donde nos topáramos con ellos. Las actitudes tenían que cambiar por ambas partes. Las mujeres debían aceptar la incorrección de las creencias y los mitos que teníamos sobre nosotras mismas, mientras que los hombres debían ayudar a combatir dichas convicciones, de las cuales ellos también eran víctimas.
(...) Aunque me llevó
mucho tiempo, al final comprendí la importancia de los problemas
básicos de igualdad en el trabajo, la creciente movilidad, la equidad
de salario y, más recientemente, el cuidado de los hijos. Lo más
importante para mí era que las mujeres tuvieran la oportunidad de
escoger que tipo de vida querían llevar. Al final, me di cuenta
de que si las mujeres comprendían esto y actuaban en consecuencia,
las cosas serían mejor tanto para los hombres como para las mujeres.
Katharine Graham (1917-2001)
Antonio FONTÁN
La última vez que vi
a Katharine Graham fue el año pasado en Boston, con ocasión
de la 50 Asamblea del Instituto Internacional de Prensa. Ella era la presencia
norteamericana entre los
cincuenta periodistas de cincuenta
países a los que el IPI había señalado como destacados
defensores de la libertad de prensa en el último medio siglo. Graham
fue la encargada de
agradecer al IPI, en nombre
de todos nosotros, tan honrosa distinción. Katharine, editora (publisher)
y principal propietaria de «The Washington Post», había
escalado el Olimpo de la
prensa mundial con amplio
merecimiento por sus años de responsabilidad periodística,
en los que sobresalen tres hechos principales. Primero, su decisión
de asumir a la muerte de su
esposo la dirección
de una gran empresa que estaba en números rojos. El segundo, que
en realidad fueron dos, la resolución de publicar en su periódico
en 1971 los documentos del
Pentágono sobre la
Guerra del Vietnam y, un año después, la información
sobre el «Watergate». Los «papeles» dieron lugar
a un enojoso proceso que podría haber terminado con la
condena por traición
del diario y de sus redactores, que finalmente obtuvieron una sentencia
favorable del Tribunal Supremo de los Estados Unidos. «Watergate»
acabó con la dimisión,
por primera vez en la historia,
de un presidente norteamericano. Por fin, la tercera obra de Kay Graham
fue la consolidación del conjunto empresarial de «The Washington
Post», que es
un diario de referencia en
todo el mundo y la cabecera de uno de los más importantes conjuntos
mediáticos de América. Graham no fue nunca periodista de
pluma o de ordenador. Quizá
en su autobiografía
(Premio Pulitzer de 1998) le ayudarían algunos de sus colaboradores.
Pero cuando entregó a su hijo en 1979 la responsabilidad de la compañía,
la distinguida dama
ocupaba por derecho propio
una brillante página de la historia y de la leyenda del Periodismo
del siglo XX.