Amamantar, además de una forma de
alimentar, es toda una filosofia para criar a un bebé donde el contacto
físico establece un vínculo entre la madre y el hijo único
... el juego de las miradas, el entrelazamiento de las manos, la piel junto
a la piel,
son elementos que refuerzan la unión
y convierten ese encuentro en la más auténtica y sincera
expresión del cariño.
En el amamantamiento no sólo participan
la madre y el bebé, es fundamental el apoyo de la pareja y de la
familia. La figura del padre es necesaria para el apoyo
físico y emocional de la madre, para
cuidar al hijo; a la hora de jugar, del baño, de cambiarlo, de dormirlo,
son innumerables las tareas a compartir, aunque sólo la madre puede
dar el pecho y es el privilegio de esa relación con nuestros hijos
las que nos hace diferentes, aunque mantengamos la igualdad en la pareja
a la hora de la educación. Ésta, nuestra diferencia, es la
razón de nuestro derecho a amamantar y como mujeres y como madres
es casi un deber moral el transmitirlo, el compartir nuestra experiencia
y el ayudar a otras madres a superar aquellos escollos que pudieran surgir
para que disfruten plenamente de sus lactancias.
El hecho de la maternidad y la posterior experiencia de la lactancia ayudan a la realización como mujer; dar el pecho no supone ninguna esclavitud, al contrario, proporciona una increíble sensación de bienestar y una gran seguridad en sí misma, ya que lo que estamos haciendo por nuestro bebé lo estamos haciendo bien. Es el mejor regalo que jamás haremos a nuestros hijos: darles lo mejor de nosotras mismas, lo mejor con lo que la naturaleza nos ha dotado.
Salomé Laredo.