escuela, instituto, universidad |
Desde hace bastantes años, la palabra mágica parece ser coeducación, término que se opone a la enseñanza mixta. Con el primer concepto se pretende designar una educación en igualdad de condiciones para niñas y niños, es decir, que se impartan idénticos conocimientos y se eduque en las mismas actitudes y destrezas a unas y otros. Se enfrenta al segundo concepto, enseñanza mixta, más restringido, con el que se alude al hecho simple de compartir el aula estudiantes de distinto sexo, aunque se siga perpetuando la educación segregada, esto es, diferenciando lo que es apropiado para las niñas y lo que es propio de niños.
En la escuela
se premia la
forma que los varones tienen de ver la vida Para que la coeducación sea efectiva es necesario que, desde los centros de enseñanza, se elabore y difunda una nueva imagen del ser humano, en la que se integren las características que por tradición se han considerado exclusivamente femeninas y las tenidas por exclusivamente masculinas. No obstante, lo que se está practicando en nombre de la supuesta coeducación es, en realidad, la estandarización del modelo masculino. |
Así
en la escuela, en los institutos, en la universidad, se niega lo femenino
y se premia la forma que los varones han tenido de ver la vida. Esta circunstancia
se hace palpable cuando se obliga a las niñas y adolescentes a adoptar
actitudes agresivas y competitivas, y a abandonar comportamientos que desde
siempre han sido vistos como propios de sexo femenino, porque de otro modo
esas niñas y adolescentes no podrán sobrevivir en un mundo
de fieras.
La consecuencia es que se pierden una serie de valores humanos, hasta ahora
atesorados por la mujer: paciencia, solidaridad, sensibilidad, defensa
de la vida etc. que no entran dentro del modelo masculino tradicional.
y por otro se refuerza el menosprecio de lo femenino, puesto que se convierte
en inferior aquello que ha sido desechado por todos.
Pero es evidente que de esta situación también son víctimas
los varones, que deben ajustar sus expectativas y actitudes a lo que socialmente
se espera de ellos, amputando muchas veces las tendencias personales y
de carácter, educándose en la insensibilidad masculina :
los niños no lloran, reprimiendo la expresión de afectos
y sentimientos.
El resultado final es que nos invade a varones y a mujeres una obsesión
por el trabajo, la despreocupación por las relaciones humanas y
familiares, la lucha feroz por los primeros puestos, el alejamiento de
la naturaleza, el temor a la expresión de los afectos, etcétera,,
algo contra lo que debería estar luchando la enseñanza primaria
y secundaria, a tenor de los principios de la reforma educativa iniciada
hace unos años.
Las y los educadores no se comportan de igual modo ante las chicas que
ante los chicos. Desde la infancia han recibido mensajes sexistas en todos
los ámbitos de la vida y referidos a todos ellos. Por tanto, parecen
naturales determinadas actitudes, ciertos presupuestos teóricos,
algunas imágenes, cuyo soporte último es la idea de que las
personas son en función de su sexo.
Los juicios de valor y el discurso de las y los docentes está mediatizado
por los estereotipos tradicionales, de modo que el profesorado suele ser
propenso a detectar aquellas diferencias que está esperando encontrar
en la forma de ser de niñas y niños, aún en el caso
de que objetivamente unas y otros hayan adoptado actitudes parecidas.
Quienes educan tienden a creer que las niñas son más constantes
y menos intuitivas que líos niños, más ordenadas,
más trabajadoras, más responsables, más maduras, con
menor capacidad creativa, más pasivas, menos audaces, menos dotadas
para las supuestas disciplinas científicas y técnicas y más
interesadas por la literatura o la enseñanza doméstica.
menos atención, se las motiva menos |
Además
, no se les exige idéntico esfuerzo porque se parte de la base de
que sus expectativas futuras son menores, bien por las condiciones poco
favorables del mercado de trabajo, bien por la idea de que no van a ser
el soporte económico de la familia, sino que su aportación
será meramente suplementaria, bien porque se da por sentado que
las obligaciones familiares que se les impone las conducirán a trabajos
temporales o de media jornada o de escasa responsabilidad.
En consecuencia,
las niñas y adolescentes reciben menos atención, en las aulas
se las motiva menos, y se acaba anulando ciertas aptitudes de muchas de
ellas sólo por el simple hecho de que no se las considera propias
de su sexo y, por lo tanto, no se les supone. Ésta es una ceguera
más frecuente de lo que pudiera parecer. En las clases de manualidades
el profesorado se preocupa mucho más de los niños, dirigiéndose
a ellos dos terceras veces más que a las niñas. Subyace el
perjuicio de que las alumnas no tienen imaginación y, por consiguiente,
su trabajo es menos atractivo.
En las
asignaturas de matemáticas y ciencias naturales la atención
a las niñas aumenta, pero sigue siendo escasa, ya que supone tan
sólo la mitad de la que reciben los niños, 5 palabras por
cada 100 destinadas a los niños. Se supone a los niños más
aptos para este tipo de disciplinas y es que se monopoliza la la interacción
docente-alumna/o.
En las
materias que pertenecen a ciencias sociales sigue creciendo el interés
del profesorado por las alumnas: 64 frente a 100 que corresponden a los
niños. Las clases de lengua son las que favorecen a las niñas:
80 frente a 100. esto se debe a la idea preconcebida de que las niñas
están mejor dotadas para el uso de la lengua.
En última
instancia esto explica con bastante probabilidad, que chicas y chicos se
decanten finalmente por unas especialidades u otras de forma mayoritaria,
que elijan unos determinados estudios o profesiones: poco atractivo pueden
encontrar las muchachas en algo hacia lo que no se las ha motivado suficientemente
y cuyo interés no ha sido alimentado en ellas.
Aunque
más del 50% del alumnado universitario son mujeres, no se puede
hablar de igualdad en la universidad, ya que no se da en todas las carreras
sino en los estudios que han sido considerados tradicionalmente aptos para
mujeres. Los de Humanidades y Ciencias Sociales y ciertas carreras científicas:
Medicina, Enfermería, que ya tenían presencia femenina. El
número de alumnas en carreras técnicas no sobrepasa el 30%
y esta elección es vista todavía como un comportamiento desviado.
Hay también
una contribución indirecta del profesorado en la perpetuación
del sexismo en los centros docentes. La presencia masculina y femenina
en las distintas categorías del profesorado y en los órganos
de poder , y el efecto sobre el alumnado como modelo a seguir. En los cargos
es más frecuente encontrar varones y tanto más cuanto mayor
es la responsabilidad y la remuneración de los mismos. Ante este
estado de cosas, el alumnado recibe un claro mensaje sexista en su mente,
reconoce en el ámbito profesional un papel distinto y jerarquizado
para el varón y para la mujer.
Un claro
ejemplo de esto son las elecciones a representantes del Claustro de la
Universitat de Lleida realizadas a principios de 1.999 .De los 45 estudiantes
elegidos claustrales sólo un tercio eran alumnas de , proporción
muy por debajo del porcentaje de mujeres matriculadas que era de un 55%
frente a un 45% de varones. La universidad pone de manifiesto el resultado
de la educación discriminatoria de la que hemos hablado, las niñas
que obtienen mejores resultados en primaria y secundaria se ven relegadas
a estudios de peor categoría y peor futuro profesional, perpetuándose
así el sexismo.