introducción |
Hablar hoy, en los albores del nuevo milenio, de discriminación sexual en las sociedades occidentales parece innecesario. Pensamos que la igualdad de las mujeres está asegurada por las leyes y por los cambios sociales que se han venido produciendo desde hace varias décadas. Aunque la situación en que se encuentra la mujer en la actualidad es mejor que hace cien años no debemos olvidar que esa transformación es consecuencia de un movimiento general que ha afectado a diferentes colectivos sociales, gracias a los avances científicos e ideológicos, que han llevado a la abolición de los privilegios de clase y a la equiparación de los distintos grupos humanos.
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sociedad que trata de manera diferente a uno y otro sexo |
En el mundo occidental, mujeres y hombres gozamos hoy de los mismos derechos
e idénticos deberes. Las Constituciones han intentado eliminar los
prejuicios sexistas, y las leyes no son sólo igualitarias sino incluso
protectoras para las mujeres, la llamada discriminación positiva.
Sin embargo, la legislación ha ido esta vez por delante de la evolución
de las mentalidades. Nuestra cultura occidental, que tiene como pilares
fundamentales la tradición judeocristiana y la grecolatina, ambas
androcéntricas y tendentes a la misoginia, no ha acabado de liberarse
de ideas preconcebidas de cómo son y cómo han de ser mujeres
y varones, y aún en el caso de que estemos muy concienciadas y concienciados
de la existencia de un sexismo latente, nos sorprendemos a nosotras y a
nosotros mismos con comentarios y actitudes nada igualitarias, justificando
de un modo distinto un mismo comportamiento si de quien hablamos es una
mujer o un varón.
Por tanto, es evidente que vivimos en una sociedad en la que se trata de
forma diferente a uno y otro sexo y que esto tiene que tener una repercusión
importante en la escuela y en la familia, lugares donde se moldean la personalidad
y los comportamientos futuros de las/os que nos sucederán, así
como los conocimientos imprescindibles para desenvolverse en la vida pública
y privada.
Toda transformación que queramos provocar en nuestra sociedad debe
pasar por estos dos espacios, es decir, que la educación es la única
que puede hacernos mujeres y hombres distintos. Por ello es imprescindible
que, si nuestro deseo es alcanzar un mundo más igualitario, abramos
los ojos a quienes piensan que el tema de la discriminación sexual
está solucionado, concienciemos a todo el mundo de los mecanismos
tan imperceptibles por los que campan los tópicos sexistas y tratemos
de proponer alternativas.