LA
FEMINIZACION DE LA POBREZA
¿Cuál
es la realidad cotidiana de la mujer a cargo de su hogar en los suburbios de
las principales ciudades de Asia, América Latina o Africa ?
¿Qué
efectos han tenido los programas de reajuste estructural en las vidas de mujeres
que son las únicas responsables (aproximadamente una de cada cinco en todo el
mundo) de sus familias?
¿Existe
una correlación entre el empobrecimiento de Africa Subsahariana y el elevado
porcentaje de hogares (3l%) encabezados por mujeres que se observa en esta
región ?
¿Cuáles
son las consecuencias de esta feminización de la pobreza en la trasmisión de la
pobreza de una generación a la otra ?
Si bien
hay estadísticas recientes que confirman la existencia de un creciente número
de hogares encabezados por mujeres, poco se ha investigado sobre los distintos
aspectos de sus condiciones de vida. Su situación merece un examen más
detenido, especialmente por el vínculo que existe entre este tipo de estructura
familiar y el proceso de feminización de la pobreza.
El
porcentaje de hogares encabezados por mujeres aumentó en todo el mundo durante
el decenio de 1980. En Europa Occidental, por ejemplo, creció del 24% en 1980
al 31% en 1990. En el mundo en desarrollo oscila de menos del 20% en algunos
países meridionales y del Sudeste Asiático a casi el 50% en algunos países
africanos y del Caribe.
Los
factores relacionados con este crecimiento varían de una región a otra en
relación con las condiciones sociales, demográficas y económicas. Los factores
más importantes son las migraciones, los divorcios, el abandono, los disturbios
políticos, la viudez, los nacimientos fuera del matrimonio y, más generalmente,
la idea de que los niños son responsabilidad de la mujer.
Las
observaciones recientes indican que existen más posibilidades de que los
hogares encabezados por mujeres sean más pobres de que lo sean los hogares
encabezados por hombres. Por ejemplo, según un estudio estadounidense, el
porcentaje de familias pobres, de un sólo progenitor es el 18% en Gran Bretaña,
el 19% en Alemania, el 20% en Italia, el 21% en Noruega, el 22% en Francia, el
25% en Suiza, el 40% en Irlanda, el 52% en el Canadá y el 63% en los Estados
Unidos.
Varios
factores explican esta correlación. En primer lugar, estos hogares tienen un
mayor número de personas a cargo, es decir, una mayor proporción de personas
que no trabajan (los niños y los ancianos). En segundo lugar, son hogares que,
por definición, reciben su sostén principal de la mujer, cuyo ingreso medio es
inferior al del hombre y tiene menores oportunidades de acceso a empleos
lucrativos y a los recursos de producción, tales como la tierra, el crédito y
la tecnología. En tercer lugar, las mujeres cabeza de familia deben también
asumir por sí solas las responsabilidades familiares y, especialmente en los
países en desarrollo, atender a las necesidades diarias, y ello las obliga a
optar por empleos o tipos de trabajo que no están bien remunerados (a menudo a
domicilio) pero que ofrecen condiciones más compatibles con la educación de los
hijos, las obligaciones familiares, y las actividades domésticas.
Los
hogares encabezados por mujeres con niños pequeños se encuentran entre los más
pobres. Y si no gozan de un nivel mínimo de ingresos, trasmiten la pobreza a
los niños. Esto sucede particularmente en el caso de las hijas que a menudo se
ven obligadas a abandonar la escuela y a ocuparse de sus hermanos y hermanas
mientras sus madres trabajan. La investigación llevada a cabo en Brasil, Zambia
y Filipinas revela que las posibilidades de supervivencia de los niños de estos
hogares son notablemente inferiores a las de otros niños. No obstante, también
se ha demostrado que cuando la mujer tiene un trabajo bien remunerado, es más
probable que utilice una proporción de sus ingresos para el bienestar de sus
hijos (educación, nutrición) mayor que la que destinan a ese fin los hombres.
En Guatemala, por ejemplo, se ha observado que para alcanzar un nivel similar
de nutrición infantil se requieren gastos quince veces mayores si los ingresos
proceden del padre y no de la madre. Tendencias similares se han observado en
Chile, Jamaica, Kenia y Malawi.
La
feminización de la pobreza va acompañada por la feminización de estrategias de
supervivencia
En los
países desarrollados, pese al declive de las industrias tradicionales, la
reinstalación de algunas actividades productivas en países en desarrollo y el
recorte global de los fondos del sector público, el nivel de la actividad
económica de la mujer ascendió considerablemente (en los países de la OCDE,
había 169,4 millones de mujeres activas en 1982, es decir, 33 millones más que
en 1980). Ello significa que en el sector doméstico, la exclusión social y el
descenso de los niveles de consumo se verían en gran medida compensados por una
creciente participación de la mujer en la economía productiva.
Como lo
ha señalado la OIT, gracias al ingreso de la mujer en el mercado de trabajo, la
mayoría de los hogares han podido hacer frente a la reducción de los ingresos
reales provocada por la crisis económica. Esto significa que en épocas
difíciles, es más probable que la mujer y no el hombre aproveche todas las
posibilidades existentes de trabajos o ingresos, incluidas las actividades
precarias y el trabajo mal remunerado en el hogar o en el sector informal,
trabajos que exigen un cambio de domicilio o la emigración hacia las ciudades o
hacia otros países.
En los
países en desarrollo, casi 570 millones de mujeres rurales - el 60% de la
población rural pobre - viven por debajo de la línea de pobreza.
Investigaciones realizadas recientemente por el Fondo Internacional del
Desarrollo Agrícola (FIDA) demuestran que en los países en desarrollo la mujer
es quien asegura gran parte de la producción de alimentos. En el continente
africano, se estima que producen el 70% de los alimentos. Las mujeres pobres de
estos países producen tanto para la venta como para la subsistencia; cuanto más
pobres son los hogares, estas dos actividades resultan más duras y más
esenciales. El análisis de los efectos de los programas de reajuste estructural
en la agricultura africana indica que la creciente carga de trabajo que soporta
la mujer podría provocar una nueva crisis de pobreza en la cual los hogares
pobres tendrán niveles de mortalidad sin precedentes incluso a pesar de que
aumenten los ingresos agrícolas.
Otro
factor al que la mujer debe hacer frente es la escasez de servicios sociales.
No solamente trabajan más para pagar servicios que antes estaban
subvencionados, tales como la enseñanza y la atención de la salud, sino que
también deben superar las deficiencias realizando trabajos al servicio de la
comunidad. En los países de Europa central y oriental, el efecto más
espectacular de la reducción de los gastos públicos y la privatización de las
empresas estatales fué la desintegración de la infraestructura social,
especialmente con el cierre de las guarderías financiadas por el Estado y de
los centros de atención infantil, asi como el abandono de la protección de la
maternidad, servicios con los cuales las mujeres contaban para poder conciliar sus
obligaciones profesionales y familiares.
Perspectivas
Las
mujeres son más vulnerables frente a los efectos sociales negativos de la
restructuración y la recesión económica. No obstante, como la situación de las
mujeres pobres es distinta de la de otras mujeres o de la de los hombres
pobres, no son suficientes las medidas que se adopten para corregir la
desigualdad entre los sexos. La OIT propugna que se complementen esas medidas
con actividades adaptadas a las condiciones específicas de las mujeres pobres,
que se basen en sus estrategias de supervivencia. Este enfoque tiene en cuenta
el vínculo evidente que existe entre el mejoramiento de la calidad de vida de
la mujer y el de la calidad de vida de los niños.
Las
medidas encaminadas a combatir la pobreza resultan ineficaces si se considera a
las mujeres pobres como beneficiarias pasivas de la seguridad social. Para
lograr los mejores resultados es importante hacer hincapié ante todo en el
papel de la mujer como sujeto de la actividad económica.
La OIT
considera necesario incrementar la productividad de la mujer en el trabajo a
domicilio y agrícola, ampliando al mismo tiempo sus posibilidades de empleo y
aumentando los ingresos que reciben. La transformación de las actividades
económicas de la mujer requiere reformas profundas, por ejemplo: políticas que
abran a la mujer el acceso a la tierra y a los medios de explotación, al
crédito y a la tecnología; medidas financieras que favorezcan el trabajo
independiente de la mujer; y programas de formación que las hagan competitivas
en el mercado de trabajo. Es preciso concebir un acercamiento más orientado
hacia la mujer en la formulación de programas y políticas de desarrollo
económico y social.
En
cuanto se refiere a la protección social, cada vez es mayor el número de
mujeres no protegidas por la legislación del trabajo y que no gozan ni siquiera
de las condiciones mínimas ni de los beneficios mínimos de la seguridad social.
Incluso en los casos en los que se han adoptado disposiciones legislativas, el
empleo precario y la situación económica obliga a los trabajadores a conservar
sus puestos de trabajo, y no alienta a las mujeres a exigir que se respeten sus
derechos.
En
algunos países, los sistemas de seguridad social existentes han pasado a ser
cada vez más anacrónicos debido a las transformaciones socioeconómicas y
demográficas, dado que se basan en la idea de que el hombre es el sustento del
hogar y que la mujer también está a cargo del hombre.
En su
informe de 1993 sobre la seguridad social y la protección social, el Director
General de la OIT reconoció las dificultades que traía aparejada la extensión
de los sistemas de seguridad social al sector informal, y recomendó que se
promovieran las organizaciones comunitarias y los grupos socioeconómicos al
nivel local capaces de ofrecer un marco de seguridad y de protección social.
Existen varias formas no tradicionales de protección social a cargo de
organizaciones no gubernamentales (ONG) y grupos de mujeres de auto-ayuda,
tales como el sistema de protección de la maternidad y el sistema de protección
colectiva de las 30.000 mujeres miembros de la Asociación de Trabajadoras
Autónomas de la India (SEWA).
Una
forma eficaz de mejorar la situación de las mujeres pobres, especialmente en el
sector rural y en el sector urbano informal, es alentarlas para que se
organicen y constituyan grupos. Una organización tiene numerosas ventajas y
permite a las mujeres movilizar recursos humanos, financieros y materiales,
racionalizar su actividad productiva, disminuir los riesgos y costos
relacionados con el crédito, fomentar la confianza en sí mismas y adquirir una
mayor autonomía, manteniéndose al mismo tiempo unidas y capaces de determinar
por sí mismas sus necesidades y prioridades y comenzar las transformaciones que
permitan mejorar su situación social y económica.
La feminización de la pobreza.
El término de
feminización de la pobreza responde a una realidad antigua y oculta, desvelada
por los estudios del tercer mundo y por algunos procesos muy acusados en países
como Estados Unidos. Es un fenómeno complejo y con varias facetas:
- Por una parte, al
individualizarse las estadísticas nacionales e internacionales de ingresos y
gastos, se descubre que la mayor parte de los pobres son mujeres.
- Al mismo tiempo se comienza a
develar que en familias que no son pobres ni excluidas, la renta no se
distribuye necesariamente de forma igualitaria entre sus miembros, varones y
mujeres, adultos, viejos, jóvenes y niños. Así una serie de estudios avalan con
datos la idea de que el matrimonio empobrece a las mujeres mientras que
enriquece a los varones, en términos puramente económicos.
- Por último, fenómenos nuevos en
la estructura de la familia, ponen en evidencia el incremento de un nuevo tipo
de hogares en que las sustentadoras únicas son mujeres y cuya situación social
las hace vulnerables, tanto si son madres solteras como viudas, separadas y
divorciadas.
A esto hay que añadir que la
pobreza, nueva o tradicional, no se vive igual por parte de todos los miembros
de la familia. Las mujeres tienden a cargar sobre sí la responsabilidad,
explotando su capacidad de trabajo dentro y fuera del hogar para sacar adelante
a la familia. En general, su pobreza es más intensa, por recibir menor
protección social, menos recursos para encontrar empleo, más responsabilidad en
la gestión de los recursos. Igualmente la socióloga Blanca Fernández Viguera
explica como "la mujer reproduce la pobreza de generación en
generación", tocando un tema que empieza a preocupar como es el empobrecimiento
de la infancia.
Para esta autora, se trata sobre
todo de un nuevo tipo de pobreza que no deriva tanto de la incapacidad para
entrar en una relación salarial (desempleo, enfermedad o vejez), como de la
"dependencia afectivo económica" de las mujeres. En este caso los
cambios en la vida familiar de las mujeres, las rupturas, la viudedad, los
hijos, son la causa de la pobreza y no sólo la renta o la relación con el
empleo.
Al encontrarse en profunda
transformación la familia tradicional, caracterizada por la división del
trabajo y la estabilidad emocional y demográfica, las mujeres aparecen como
posibles víctimas de la debilidad de sus "dos biografías": han
perdido la seguridad tradicional del matrimonio y de la familia sin entrar en condiciones
de igualdad en el mercado de trabajo. Aún dejando de lado el mayor desempleo,
precariedad, temporalidad y bajos salarios que sufren las mujeres, en ningún
caso tienen una situación de partida igual a los hombres: deben ocuparse de los
hijos, a menudo de otros familiares y seguir supliendo la "producción
doméstica" no pagada.
De ahí que exista una doble
discriminación: son trabajadoras discriminadas y socialmente, al no recibir
apoyos, se las discrimina de otros bienes sociales (tiempo, espacio, formación,
autonomía, etc.). De ahí que muchas mujeres, activas o inactivas, además de ser
pobres, puedan ser fácilmente marginadas o excluidas al carecer de los bienes
que forman lo que hoy en día se considera capital humano. Doblemente pobres,
por lo tanto, con pobreza antigua (por no trabajar o ser mal pagados sus
empleos) y pobreza nueva (exclusión de los bienes de la cultura, la integración
en redes, el prestigio, etc.).