SAFO

Como ocurre con todo cuanto tiene que ver con la vida de Safo, no se sabe con exactitud cuándo nació: los historiadores nos dan varias fechas para tan venturoso evento. Una fecha posible es la del año 612 a. C., en algún lugar de la isla de Lesbos. Sus contemporáneos nos cuentan que Safo no vivió mucho, cosa habitual en la época; por sus poemas, intuimos que falleció alrededor de los sesenta años.

Sabemos que Safo y su familia pertenecían a la más rancia aristocracia eolia, que su padre se llamó Escamandrónimo y que tuvo otros dos hijos, éstos varones. La madre de Safo se llamaba Cleis, al igual que Safo, que se cambió el nombre al iniciar su actividad poética. También sabemos que Safo tuvo una hija, pero ignoramos con quién, ni siquiera hay datos sobre si llegó o no a casarse. Por otra parte, aunque circuló una leyenda que hablaba de los amores de la poetisa con el marino Faón y de la desesperación que la condujo a arrojarse al mar desde un promontorio de la isla de Leucades, esta historia ha caído en descrédito y, ahora, se atribuye a una cortesana también llamada Safo.

Safo, mujer de espíritu indomable, amante de la cultura y sobre todo de la libertad, no tarda en enfrentarse, junto a otros conciudadanos, al tirano que gobierna Lesbos: Pitaco de Mitilene. Pitaco, que era un tirano al uso griego, es decir, que no tenía aterrorizado a su pueblo aunque sí lo había desposeído de sus derechos civiles, no duda en desterrar a sus oponentes. A Safo la envía a Sicilia, que entonces pertenecía a la Magna Grecia. Suponemos, dada la riqueza de su familia y la zona en la que vivió, que su forzado exilio debió de ser un exilio "dorado".

En Lesbos, al igual que en otros lugares de la Grecia antigua, la mujer gozaba casi de los mismo derechos que los hombres. En esas ciudades, las culturas dórica y eólica –entre otras– se hallaban fuertemente arraigadas y, aunque en ellas el poder estaba en manos de unas pocas familias aristocráticas, en la práctica existía una democracia más sólida que en ciudades de tradición jónica, como Atenas, en la que imperaba una cultura eminentemente sexista. No es de extrañar, pues, que pasado el tiempo y en la gloriosa época de Pericles, cuando Atenas alcanza su máximo esplendor, los cómicos atenienses, transmitiendo los sentimientos de su pueblo, tildasen a Safo de meretriz y cortesana, entre otros desafortunados calificativos.

En la gloriosa Atenas, cuna de la democracia, sólo las mujeres que vendían su cuerpo –las denominadas "friné"– tenían acceso a la cultura y a la vida social. Las demás permanecían recluidas en sus casas, presas de la ignorancia, dedicadas a las labores del hogar, y custodias y transmisoras de los valores tradicionales que las privaban a ellas y a sus hijas de los más mínimos derechos.

Safo, que tenía una manera distinta de entender la vida a la de las atenienses, fundó en su isla natal una academia para mujeres jóvenes, consagrada a la diosa Afrodita, a quien dedicó emotivos poemas. Afrodita, que era una de las divinidades de la mitología griega, pasó a formar parte de la mitología romana con el nombre de Venus. Era la diosa de la belleza, del amor y de la vida universal.

Admiramos en Safo y en su obra el tan delicado embeleso por la naturaleza que nos deja vislumbrar un no disimulado panteísmo. El mito de la diosa Afrodita está impregnado de creencias religiosas procedentes de Asia Menor, en la que ya existía un culto a la "madre tierra" desde tiempos remotos.

"Sentada en el trono del Arco Iris,
pérfida Reina de Belleza,
te lo suplico,
no dispongas para mí las trampas
de tu decaimiento, de tu tormento.
Escucha, clemente, mi oración,
como lo hiciste aquella vez
en la que, para atender mi súplica,
seguiste la ruta de los astros
sobre tu hermoso carro".

En algunas obras de la época de Safo, y en otras de siglos posteriores, podemos ver a la poetisa representada tañendo su "bárbito". La "bárbito" era un instrumento musical parecido a la lira, pero más grande, que Safo utilizó con asiduidad; en la cultura helénica, la música y la poesía estaban estrechamente relacionadas.

Sabemos que, además de su labor pedagógica, Safo desarrolló una intensa actividad poética pero, por desgracia, gran parte de su obra se perdió no mucho después de la muerte de la poetisa. Hacia los siglos III a I a. C., se rescató parte de su poesía, que se recogió en diez volúmenes: nueve de verso lírico y uno de verso elegíaco. Se conservaron copias de ellos hasta la Edad Media, en cuya oscuridad acabarían desapareciendo. Durante el siglo XI, sólo encontraremos fragmentos de la obra de Safo en las citas de algunos escritores. Nos han llegado versos tan sublimes como estos:

"Ahora, entre las mujeres de Lidia,
ella brilla sobre las estrellas que oculta
como los dorados destellos de la luna
cuando ya ha caído el día".

Safo, mujer de corazón ardiente, se enamoró en muchas ocasiones con una intensidad propia de su apasionado carácter. Embriagada por el gozo, unas veces, y otras desgarrada por el dolor, dedica a las mujeres unas odas de calidad sublime y de incomparablemente sincera expresión. Los versos que siguen están dedicados a una de sus discípulas:

"Atthi no ha regresado.
En verdad, me gustaría estar muerta.
Al abandonarme, ella lloraba.
Lloraba y me decía:
«¡Ah, Safo! Mi dolor es inmenso.
Me voy a pesar de ti...».
Y yo le respondía:
«Ve, feliz, recuérdame.
¡Ah! ¡Tú sabes bien cuánto te quiero!»".
 

En sus desmedidas pasiones, fruto quizá de su extraordinaria sensibilidad, y como contrapunto al éxtasis del amor, encontramos en algunos de sus poemas un despecho casi salvaje, como en éste que dedica, al parecer, a una bella pero superficial mujer que la rechaza:

"Morirás, y de ti no quedará memoria,
y jamás nadie sentirá deseo de ti
porque no participarás de las rosas de Pieria;
oscura en la morada de Hades,
vagarás revoloteando entre innobles muertos".

El juicio de la Historia y la Literatura ha sido dispar con respecto a Safo. Platón la consideró la "décima musa" y, teniendo en cuenta la importancia que se daba en la Grecia clásica a las musas (consideradas divinidades), más que alabar a la poetisa y a su obra, parece que Platón la venera. Posteriores estudiosos y críticos despreciarían su obra, su persona y lo que ambas significaban, otros la alabarían sin paliativos. Un poeta de la antigua Grecia nos dice de ella:

"La tierra no cubre de Safo más que las cenizas, los huesos y su nombre; su discreto canto disfruta de la inmortalidad".

Como ya hemos comentado, es muy poco lo que nos ha llegado de su obra, aunque su estilo influyó en muchos poetas de su época y en los posteriores (entre ellos Ovidio y Catulo, que la imitó con descaro). Su obra, al igual que la de Alceo, es brillante, fresca y explícita.

La inmortal obra de Safo, realizada hace unos 2500 años, ha sufrido el paso del tiempo, las malas traducciones, el plagio y la censura. No obstante, la cultura occidental, que se basa en gran medida en la griega, debe mucho más de lo que pudiera imaginar a Safo y a su manera de crear poesía.

En nuestro mundo actual, que parece haber perdido la gracia de las musas, nosotras no dejamos de recordar con especial sentimiento a Safo, que supo expresar de manera tan hermosa, y por vez primera, el amor entre mujeres.

(Marga Pérez)