TORIBIO DE BENAVENTE, «MOTOLINÍA» (-1565)
                                        por Ramón Ezquerra

 .
 

           El franciscano fray Toribio de Benavente, conocido también como «Motolinía» por su vida
           sencilla y pobre, nació en Benavente (Zamora, España) a finales del siglo XV, y murió en
           México, después de haber desarrollado una inmensa labor evangelizadora. Fue uno de
           «los doce apóstoles de México».

    Su apellido era Paredes; adoptó el de su villa natal en la Orden franciscana y el apodo de Motolinía, «el pobre», con
    que es más conocido en Nueva España, al oírse llamar así por los indios. Ingresó en la Orden a los diecisiete años, y,
    amigo de fray Martín de Valencia, le llevó éste a Méjico como predicador y confesor en el grupo de doce frailes que,
    para implantar definitivamente el cristianismo en Nueva España, partieron en 1524, siendo recibidos con suma
    reverencia por Hernán Cortés para impresionar a los indios con ella en contraste con la humildad de su aspecto.
    Quedó Motolinía, al parecer, de guardián del convento de la capital, y durante la expedición de Cortés a Honduras,
    junto con fray Martín de Valencia, sufrió las persecuciones del factor [oficial recaudador] Gonzalo de Salazar, por su
    defensa de los indios.

    De 1527 a 1529 estuvo en Guatemala para estudiar la fundación de las misiones, llegando hasta Nicaragua, y
    desarrolló una amplia acción evangelizadora. Vuelto al convento de Huejotzingo, de nuevo hubo de amparar a los
    indios contra los atropellos de Nuño de Guzmán, incitando a los caciques a quejarse a fray Juan de Zumárraga,
    primer obispo de Méjico, atrayéndose una acusación de intentar la independencia de Nueva España, en forma de
    Estado indígena dirigido por los misioneros bajo la soberanía del rey de España y con exclusión de los colonos
    españoles. El cargo era falso, pero aconsejó Motolinía el gobierno del país por infantes españoles. Pasó, en 1530, al
    convento de Tlaxcala y contribuyó activamente a la fundación de la ciudad de Puebla de los Angeles (1531).
    Desenvolvió luego su acción misionera en Tehuantepec, con el padre Valencia; en Guatemala de nuevo (1534), en
    Yucatán, con fray Jacobo de Testera, y por tercera vez en Guatemala (1543), para organizar la custodia de este país y
    de Yucatán.

    Surgida la cuestión de las Nuevas Leyes, se colocó Motolinía enfrente de los dominicos y de Las Casas, pues no
    obstante su amor a los indios, no compartía el optimismo ni los puntos de vista en exceso idealistas de aquél,
    ateniéndose a las realidades creadas. El ayuntamiento y los colonos de Guatemala le pidieron que volviera y los
    defendiera contra Las Casas, cuando renunció en 1545, pero se negó, como también rehusó un obispado que le
    ofreció Carlos V. De 1548 a 1551 fue ministro provincial de su Orden. Se retiró de las labores misioneras, pero aún
    fundó varios conventos, de los que fue guardián; en 1555 escribió una célebre carta al emperador contra Las Casas en
    defensa de la Conquista, de los colonos y de la evangelización, y censurando sus inexactitudes y sus desaforados
    ataques a los españoles. Residió los últimos años de su vida en la capital, donde falleció en 1565, y no en 1569, como
    se ha supuesto.

    Había consagrado toda su vida a los indios, a los que amó hondamente, los comprendió y defendió en el terreno de las
    realidades y de modo práctico, dejando fama de uno de los más celosos y piadosos misioneros de los primeros
    tiempos. Buen conocedor del idioma, costumbres y pasado indígena, le encomendó la Orden, en 1536, que escribiera
    el relato de las antigüedades mejicanas y la historia de la conversión, lo que efectuó Motolinía en los años siguientes;
    permaneció inédita la obra, conocida con el título convencional de Historia de los indios de la Nueva España,
    hasta que la publicó fragmentariamente lord Kingsborough, en 1848, y completa García Icazbalceta en la Colección
    de documentos para la Historia de México, en 1858. La precede una Epístola proemial al conde de Benavente,
    sobre la historia azteca. En lenguaje castizo y con mucho escrúpulo crítico refiere Motolinía simultáneamente la
    historia de la conversión y las costumbres y modo de vivir, ritos y cultura de los indios, por lo que su obra es una de
    las fuentes más importantes para el conocimiento de la etnografía y del estado de la civilización de Méjico en la época
    de la conquista, haciendo patente el espíritu curioso y observador del autor. Si defiende la Conquista no deja de
    censurar duramente los abusos de los colonos, y expresa admiración por la naturaleza mejicana. Escribió también
    varias cartas, además de las citadas; Guerra de los indios o Historia de la Conquista, perdida, pero muy utilizada
    por Cervantes de Salazar; los Memoriales, eslabón entre la anterior y su Historia (publ. por L. García Pimentel, en
    1903), entre los que se incluye una explicación del calendario azteca; algunos tratados espirituales perdidos y una
    doctrina cristiana en lengua mejicana, asimismo perdida, pero que se supone ser la impresa por Zumárraga en 1539
    (cf. la ed. de la Historia por fray Daniel Sánchez García, Barcelona, 1914, y la trad. inglesa y estudio por Francis
    Borgia Steck, O.F.M., Washington, 1941).

          Ramón Esquerra, Toribio Motolinía, en AA. VV., Diccionario de Historia de España. Madrid, Revista de
                                                                 Occidente, 1952, Tomo II, pp. 572-573.
 
 

                            TORIBIO DE BENAVENTE, «MOTOLINÍA» (-1569)
                                     por Jorge García Castillo, m.c.c.j.

    El 13 de mayo de 1524, después de más de tres meses de navegación, llegaron a las costas de Veracruz doce
    misioneros franciscanos que marcarían profundamente la evangelización de México: Martín de Valencia y Francisco
    de Soto, Martín de Jesús, Juan Suárez, Antonio de Ciudad Rodrigo, Toribio de Benavente, García de Cisneros, Luis de
    Fuensalida, Juan de Ribas, Francisco Jiménez, Andrés de Córdoba y Juan de Palos.

    Con razón se los llama «los doce apóstoles de México», que se añadían a fray Pedro de Gante y sus dos compañeros,
    llegados en 1523.

    Fieles a la tradición franciscana y, siguiendo el ejemplo de los primeros discípulos, no llevaban oro ni plata, ni dinero
    alguno en los bolsillos; ni alforjas, ni dos túnicas. Su objetivo no era ciertamente el de los conquistadores; ellos
    querían solamente cumplir el mandato de Jesús: «Id por todo el mundo y predicad la Buena Nueva a toda la
    creación».

    A pie y descalzos recorrieron las setenta leguas castellanas que separaban a Veracruz de México-Tenochtitlan, donde
    Hernán Cortés los recibió con los honores debidos, pues ya tenía en su poder la cédula real despachada por Carlos V
    el 26 de junio de 1523.

    El testimonio de pobreza de «los doce» llamó fuertemente la atención de los indígenas. Se distinguían de los
    conquistadores por su trato amable; vestían hábitos rotos y fabricados con burdo sayal, dormían en el piso cubiertos
    por pobres mantillos y comían los mismos alimentos que los naturales: tortillas con chile, capulines, tunas.

                             «Motolinía»: la pobreza como programa de vida

    A la cabeza de «los doce» iba fray Martín de Valencia, una de las columnas de la Iglesia mexicana. No menos ilustre
    fue otro de «los doce», del cual nos ocupamos ahora: fray Toribio de Benavente, mejor conocido como «Motolinía»,
    por su vida sencilla y austera.

    Resulta difícil establecer la fecha de nacimiento de fray Toribio, pero se cree que nació entre 1482 y 1491, porque en
    sus «Memoriales», en 1531, dice haber pasado ya de los cuarenta años.

    Él mismo describe su salida de España: «En el año del Señor de 1524, día de la conversión de san Pablo, que es a 25
    de enero, el padre fray Martín de Valencia con once frailes sus compañeros, partieron de España para venir a esta
    tierra de Anáhuac, enviados por el reverendísimo señor fray Francisco de los Ángeles, entonces ministro general de la
    Orden de San Francisco. Vinieron con grandes gracias y perdones de nuestro Santo Padre, y con especial
    mandamiento de la Sacra Majestad del emperador nuestro señor, para la conversión de los indios naturales de esta
    tierra de Anáhuac, ahora llamada Nueva España» (Historia de los indios de la Nueva España, Trat. I, Cap. 1).

    El 13 de mayo de 1524 llegó a San Juan de Ulúa la misión franciscana de «los doce», y a finales del mismo mes o
    principios de junio se dirigieron a la ciudad de México-Tenochtitlan. En una escala hecha en Tlaxcala, fray Toribio
    tomó el nombre de «Motolinía», al enterarse de su significado. Ese nombre sería su programa de vida: pobre habría de
    ser hasta el final de su existencia.

    A principios de julio, y a pocos días de haber llegado a México, fray Martín de Valencia, el custodio de la misión,
    convocó y celebró el primer capítulo de la Custodia del Santo Evangelio de Nueva España. En aquella asamblea fray
    Martín fue confirmado en su cargo de custodio; también se tomó la decisión de repartir el territorio en cuatro
    monasterios: México, Texcoco, Tlaxcala y Huejotzingo.

    Fray Toribio quedó en México como guardián del monasterio de la ciudad. Probablemente permaneció allí hasta
    1527.

    En agosto de 1524, fray Martín de Valencia convocó a una Junta eclesiástica para tratar el problema de la
    administración de los sacramentos. Motolinía pudo asistir a este importante acontecimiento eclesial que algunos
    historiadores (equivocadamente) llaman el «primer concilio mexicano».

                                           Fraile andariego

    Pero Motolinía no había venido para estar siempre en el mismo lugar. Su celo misionero lo puso en movimiento.
    Después del 19 de octubre de 1529 realizó su primer viaje a Guatemala y de allí a Nicaragua. Sin mencionar su
    nombre, cuenta su experiencia en la famosa carta dirigida a Carlos V: «Fraile ha habido en esta Nueva España que fue
    de México hasta Nicaragua, que son cuatrocientas leguas, que no se quedaron en todo el camino dos pueblos que no
    predicase y dijese misa y enseñase y bautizase a niños y adultos, pocos o muchos».

    No hay que olvidar que, por aquel entonces, debido a la escasez de medios y a lo accidentado de la geografía
    mexicana, cada viaje era una aventura. «Los unos pueblos están en lo profundo de los valles -dice-, y por esto los
    frailes es menester que suban a las nubes, que por ser tan altos los montes, están siempre llenos de nubes, y otras
    veces tienen que bajar a los abismos, y como la tierra es en muchas partes llena de lodo y resbaladeros aparejados
    para caer, no pueden los pobres frailes hacer estos caminos sin padecer en ellos grandísimos trabajos y fatigas»
    (Historia, Trat. III, Cap. 10).

    Nada ni nadie podía detener a aquel apóstol que, junto con los demás frailes, recorrió caminos, valles, cañadas,
    montañas, para «administrar los sacramentos y predicarles (a los indios) la palabra y Evangelio de Jesucristo, porque
    viendo la fe y necesidad con que lo demandan, ¿a qué trabajo no se pondrán por Dios y por las ánimas que Él crió a
    su imagen y semejanza, (y) redimió con su preciosa sangre, por los cuales Él mismo dice haber pasado días de dolor
    y de mucho trabajo?» (Historia, Trat. III, Cap. 10).

    Mientras otros religiosos se perdían en discusiones teológicas, él se dedicaba en cuerpo y alma a un apostolado que
    consideraba oportuno: «Otro sacerdote y yo -afirma- bautizamos en cinco días por cuenta catorce mil y tantos,
    poniendo a todos óleo y crisma, que no nos fue pequeño trabajo».

    Motolinía consideraba como su única recompensa la felicidad de los nuevos cristianos, quienes, «después de
    bautizados, es cosa de ver la alegría y regocijo con que llevan a sus hijuelos a cuestas, que parece que no caben en sí
    de placer».

    Sin embargo, fray Toribio no se preocupaba sólo de ver crecer el número de los bautizados. No quería sólo cristianos
    «remojados», sino hombres y mujeres comprometidos en llevar adelante una vida digna. Por esta razón habla con
    tanto entusiasmo de la penitencia: «Comenzóse este sacramento en la Nueva España en el año de 1526, en la provincia
    de Tezcuco..., poco a poco han venido a se confesar bien y verdaderamente..., y esto no lo hacen una vez en el año,
    sino en las pascuas y fiestas principales y aun muchos hay que se sienten con algunos pecados se confiesan más a
    menudo, y por esta causa son muchos los que se vienen a confesar; mas como los confesores son pocos, andan los
    indios de un monasterio en otro buscando quién los confiese, y no tienen en nada irse a confesar quince o veinte
    leguas; y si en alguna parte hallan confesores, luego hacen senda como hormigas» (Historia, Trat. II, Cap. 5).

    También señala que la práctica de la penitencia no era una simple cuestión devocional, pues comprometía a los indios
    en la fraternidad y la justicia. Los naturales, dice, «restituyen los esclavos que tenían antes que fuesen cristianos, y los
    casan, y ayudan, y dan con qué vivan; pero tampoco se sirven de estos indios como de sus esclavos con la
    servidumbre y trabajo que los españoles, porque los tienen casi como libres en sus estancias y heredades, adonde
    labran cierta parte para sus amos y parte para sí; y tienen sus casas, y mujeres, y hijos, de manera que no tienen tanta
    servidumbre que por ella se huyan y vayan de sus amos..., ahora como son cristianos apenas se vende indio»
    (Historia, Trat. II, Cap. 5).

                                          Promoción humana

    Hace más de cuatro siglos y medio, fray Toribio de Benavente ya había entendido la estrecha relación que existe entre
    evangelización y promoción humana, partiendo de una constatación: la inteligencia y la capacidad de los indios. «El
    que enseña a el hombre la ciencia -dice-, ese mismo probeyó y dio a estos indios naturales grande ingenio y habilidad
    para aprender todas las ciencias, artes y oficios que les han enseñado, porque con todos han salido en tan breve
    tiempo, que en viendo los oficios que en Castilla están muchos años en deprender, acá en sólo mirarlos y verlos hacer,
    han muchos quedado maestros. Tienen el entendimiento vivo, recogido y sosegado, no orgulloso ni derramado como
    en otras naciones» (Historia, Trat. III, Cap. 12).

    Esto lo dice el fraile en un tiempo en que al indio se le juzgaba incapaz y se le trataba como animal de carga.

    Esta convicción lo llevó a realizar obras tan importantes como la fundación de la ciudad de Puebla, cuya construcción
    se inició el 16 de abril de 1531. «Ese día -narra Motolinía- vinieron los que habían de ser los nuevos habitadores, y
    por mandato de la Audiencia Real fueron aquel día ayuntados muchos indios de las provincias y pueblos comarcanos,
    que todos vinieron de buena gana para dar ayuda a los cristianos, lo cual fue cosa muy de ver, porque los de un
    pueblo venían todos juntos por su camino con toda su gente, cargada de los materiales que eran menester, para luego
    hacer sus casas de paja» (Historia, Trat. III, Cap. 17).

    Por esta razón, después de muchos años de esfuerzo en la promoción de los nativos, el misionero pudo decir con gran
    satisfacción: «Hay indios herreros y tejedores, y canteros, y carpinteros y entalladores... También hacen guantes y
    calzas de aguja de seda, y bonetillos, y también son bordadores razonables... Hacen también flautas muy buenas»
    (Historia, Trat. III, Cap. 13).

                                      Controversia con Las Casas

    Fray Toribio defendió a los indios contra la voracidad de los conquistadores. Sabía que existían desmanes, pero
    también estaba seguro de que Dios intervendría a favor de los pobres. «Hase visto por experiencia -dice- en muchos y
    muchas veces, los españoles que con estos indios han sido crueles, morir malas muertes y arrebatadas, tanto que se
    trae ya por refrán: "el que con los indios es cruel, Dios lo será con él", y no quiero contar crueldades, aunque sé
    muchas, de ellas vistas y de ellas oídas» (Historia, Trat. II, Cap. 10).

    Con ese mismo espíritu de justicia asumió la defensa de sus paisanos españoles contra las acusaciones de fray
    Bartolomé de Las Casas, el dominico a quien Motolinía calificó de importuno, bullicioso y pleitista en la famosa carta
    al emperador Carlos V, fechada el 2 de enero de 1555.

    Resulta extraño que un misionero tan preocupado del destino de los indios justifique a un conquistador como Hernán
    Cortés, considerado por él como un modelo de civilizador y evangelizador de un pueblo donde «Dios nuestro Señor
    era muy ofendido, y los hombres padescían muy cruelísimas muertes, y el demonio nuestro adversario era muy
    servido con las mayores idolatrías y homecidios más crueles que jamás fueron».

    Extraña también la actitud tan violenta como crítica hacia un hombre (fray Bartolomé de Las Casas) que defendió a
    los indios contra los abusos de los conquistadores. Las Casas puede haberse equivocado, pero no es verdad que haya
    sido un andariego, explotador de indios y mal pastor como afirma Motolinía en tono difamatorio: «Quisiera yo ver a
    Las Casas quince o veinte años perseverar en confesar cada día diez o doce indios enfermos llagados y otros tantos
    sanos, viejos, que nunca se confesaron, y entender en otras cosas muchas, espirituales, tocantes a los indios».

    Parece que la preocupación de Motolinía (y la consecuente crítica a Las Casas) sea más bien de orden político. Le
    preocupa agradar al emperador y le preocupa aquel perturbador del orden público que «turba y destruye acá la
    gobernación y la república; y en esto paran sus celos».

                                             Conclusión

    Del padre Motolinía se ha dicho que fue un gran misionero, y en realidad lo fue: cuarenta y cinco años gastados por
    los indios de la Nueva España son muchos y fueron muy fecundos.

    De este apóstol se ha dicho que, en relación a «los doce», «fue el que anduvo más tierra», con el único deseo de dar a
    conocer el Evangelio de Jesucristo tanto con la palabra como con el ejemplo de una vida pobre en extremo.

    Por encima de sus errores, hay que reconocer el mérito de un hombre de Dios que participó de forma ejemplar en el
    nacimiento de una nueva nación, formada por la conjunción de dos razas y dos culturas: la nación mexicana.

    Estamos de acuerdo con el juicio emitido por un escritor liberal, don Justo Sierra, quien, hablando de la misión de
    «los doce», dice que fue «un verdadero apostolado de fe, de humildad, de pobreza, de fervor de hombres en quienes
    había tornado al mundo el espíritu evangélico del fundador».

        Jorge García Castillo, MCCJ, Fray Toribio de Benavente. «Motolinía»: pobre entre los pobres, en R. Ballán,
                 Misioneros de la primera hora. Grandes evangelizadores del Nuevo Mundo. Lima 1991, pp. 83-90.
 
 

                            TORIBIO DE BENAVENTE, «MOTOLINÍA» (-1569)
                                      por Lino Gómez Canedo, o.f.m.

    Fray Toribio Motolinía es el sexto en la lista de la «Obediencia» de «los doce apóstoles de México», si excluimos a
    fray José de la Coruña, que no llegó a México, y el último de los que figuran en dicho documento como
    «predicadores y confesores doctos». Probablemente era el más joven de los seis así calificados. Sahagún lo califica de
    «muy amigo de la santa pobreza, muy humilde y muy devoto, y competentemente letrado». Había nacido hacia 1490
    en la villa condal de Benavente (actual provincia de Zamora, en España). Su padre llevaba el apellido de Paredes, y
    parece que tuvo alguna clase de relación con los poderosos condes de Benavente; quizá su familia estuvo al servicio
    de los mismos.

    En México fue el primer guardián del convento de San Francisco (1524-1527), de donde pasó a Texcoco con el
    mismo cargo, y sucesivamente a Huejotzingo, Tlaxcala y otros. Apoyó vigorosamente al custodio fray Martín de
    Valencia en sus conflictos con los traidores tenientes de Cortés, y después hizo lo mismo con el obispo Zumárraga
    frente a la primera Audiencia. Era hombre enérgico, que no rehuía la lucha cuando la creía necesaria. Bajo la Segunda
    Audiencia fue uno de los principales promotores de la fundación de Puebla. En 1532-1533 formó parte del grupo de
    franciscanos que, con fray Martín de Valencia, pretendieron pasar a las regiones del Pacífico en busca de «muchas
    gentes que estaban por descubrir» y predicarles el Evangelio «sin que precediese conquista de armas», como él
    mismo escribe. De 1543 a 1545 misionó en Guatemala y otros países de Centroamérica, y envió también misioneros a
    Yucatán, siendo recomendado como su primer obispo. Ya con anterioridad había rechazado otro obispado. De regreso
    en México fue elegido, primero, vicario provincial, y seguidamente provincial, cargo que desempeñó hasta 1551. Una
    real cédula de 28 de noviembre de 1548 le comisionó para recoger las copias del Confesionario de Las Casas que
    hallase en México, entre los franciscanos; cosa que realizó. Por el mismo tiempo, y en su calidad de provincial, fue a
    presidir el capítulo de la custodia de los Santos Apóstoles (Michoacán y Jalisco) en Uruapan, y en aquella ocasión
    estuvo también en Pátzcuaro, donde conoció la labor de don Vasco de Quiroga. Se ocupó asimismo de la
    construcción del convento de Puebla y de las iglesias de Huaquechula y Tula. Durante su período de provincial
    dirigió representaciones a la corona (15 de mayo y 10 de junio de 1550) sobre la moderación de los tributos de los
    indios y que no pagasen diezmos.

    Solo, o en unión de otros frailes, continuó interviniendo en el problema de los diezmos de los indios. Los
    franciscanos se oponían a que los indios los pagasen, atendida su extrema pobreza y los excesivos tributos que ya
    cargaban sobre ellos. La lucha se agravó y complicó durante el episcopado de fray Alonso de Montúfar (1553-1572).
    Hasta finales de 1555, Motolinía estuvo en la primera línea de este combate. El 20 de noviembre de dicho año
    suscribió en segundo lugar -después del provincial, fray Francisco de Bustamante- una importante carta al Consejo de
    Indias sobre la materia de los diezmos, el buen tratamiento de los indios y el problema candente de las relaciones de
    los frailes con los obispos y los clérigos. Es una vigorosa exposición de tales temas que revela la mano de los dos
    primeros firmantes: Bustamante y Motolinía. Es también el último documento que tenemos de nuestro fray Toribio:
    un completo silencio lo envuelve hasta su muerte, que se supone tuvo lugar en agosto de 1569; pero la fecha no es
    segura. A principios del mismo año (2 de enero) había dirigido a Carlos V la famosa carta en que refuta a Las Casas
    en cuestiones de Indias.

    Motolinía es quizá la personalidad más brillante de los Doce. Misionero infatigable, catequizó y predicó en casi toda
    la Nueva España y gran parte de Centroamérica. Aprendió muy bien el náhuatl y puso gran empeño en conocer las
    culturas prehispánicas, lo mismo que las condiciones en que vivían los indios de su tiempo. Esto le permitió ayudarlos
    y defenderlos. Fue además hombre de pluma y nos dejo obras que todavía son fundamentales para el conocimiento de
    la historia y cultura indígenas, lo mismo que de los comienzos del período español. Tales son la Historia de los
    indios de la Nueva España y los Memoriales, ambos relacionados con otra obra hoy perdida, aunque no sea
    posible decir con precisión en qué medida y manera, puesto que dicha obra sólo es conocida a través de las citas que
    otros autores del siglo XVI hicieron de la misma.

     Lino Gómez Canedo, Fray Toribio Motolinía, en Pioneros de la cruz en México. Madrid, BAC Popular 90, 1988,
                                                                                        pp. 51-53.
 
 



 

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                             Toribio de Benavente Motolinia

                             Franciscan missionary, b. at Benavente, Spain, at the end of the fifteenth century; d. in the City of
                             Mexico, 10 August, 1568. He was one of the first band of Franciscans who sailed for Mexico with Fray
                             Martin do Valencia, and survived all his companions. Upon entering religion, he changed his name of
                             Paredes for that of Benavente, following the then regular custom of the order. As he and his
                             companions on their way to the City of Mexico passed through Tlaxcala, the Indians, seeing the
                             humble aspect and ragged habits of the religious, kept repeating to each other the word motolinia.
                             Fray Toribio, having asked the meaning of this word and learned that it was the Mexican for poor, said:
                             "It is the first word I have learned in this language, and, that I may not forget it, it shall henceforth be
                             my name." Bernal Diaz del Castillo, an eyewitness of the arrival of the first friars, singles Motolinia out
                             from the others, saying of him: "Whatever was given him he gave to the Indians, and sometimes was
                             left without food. He wore very torn clothing and went barefoot, and the Indians loved him much,
                             because he was a holy person." When Motolinia and his companions arrived at the City of Mexico,
                             Cortes wont out to receive them, accompanied by all his captains and the chief men of the place. The
                             religious carried wooden crosses in their hands; Cortes and those with him knelt and kissed their hands
                             with the deepest respect, and then conducted them to the lodgings prepared for them. The Indians
                             wondered much when they saw those whom they considered supernatural beings prostrate at the feet
                             of these humble and apparently despicable men. Cortes seized the opportunity to address a discourse
                             to the caciques (chiefs) and lords who accompanied him, recommending due veneration and respect,
                             as he himself had shown, for those who had come to teach them the Christian religion. When Cortes
                             set out on the expedition to Las Hibueras, the influence of Motolinia over the Indians was so great that
                             the conqueror commissioned him to see that "no rising took place in Mexico or the other provinces"
                             during his absence. Motolinia subsequently made a journey to Guatemala, where he made use of the
                             faculties which he had to administer confirmation, and thence passed to Nicaragua. Returning to
                             Mexico, he was guardian successively at Texcoco and Tlaxcala, and was chosen sixth provincial of the
                             Province of Santo Evangelio. When Don Sebastian Ramirez de Fuenleal, president of the second
                             Audiencia, decided to found the settlement of Puebla, Fray Toribio, who had joined in requesting this
                             foundation, was one of the commissioners chosen to carry out the work, with the auditor Don Juan de
                             Salmeron. In association with the guardians of Tlaxcala, Cholula, Huexotzingo, and Tepeaca, and
                             employing a large number of Indian labourers, they built the city. Motolinia said the first Mass here on
                             16 April, 1530, and with his companions made the allotments of land choosing for the convent the site
                             upon which is still to be seen the beautiful church of San Francisco. He himself left in writing the total of
                             baptisms performed by him, amounting to 400,000, "which," says Padre Torquemada, "I who write this
                             have seen confirmed by his name." The Indians loved him tenderly for his virtues and, above all, for his
                             ardent charity. He died in the convent of S. Francisco, in the City of Mexico, and the crowd at his burial
                             had to be restrained from cutting in pieces the habit which his corpse wore, pieces of which they would
                             have taken as relics of a saint.

                             Among the writings of Motolinia is his famous letter to Emperor Charles V, written on 2 January, 1555. It
                             is a virulent attack upon Bishop Bartolomé de las Casas, intended to discredit him completely, calling
                             him "a grievous man, restless, importunate, turbulent, injurious, and prejudicial" and moreover an
                             apostate in that he had renounced the Bishopric of Chiapas. The monarch is even advised to have him
                             shut up for safe keeping in a monastery. While it is impossible to save the memory of Motolinia from the
                             blot which this letter has p laced upon it, some explanation of his conduct can be given. He may have
                             foreseen the extremely grave evils that would have resulted to the social system, as it was then
                             established in New Spain, if the theories of Las Casas had become completely dominant. Indeed,
                             when it is remembered that these theories jeopardized the fortunes of nearly all the colonists, not only
                             in Mexico, but also throughout the New World--fortunes which they had perhaps amassed illegally, but,
                             in many instances, in good faith and at the cost of incredible labours and perils--it may well be
                             understood why so tremendous an animosity should have been felt against the man who not only had
                             originated the theories, but had effected their triumph at Court; who was endeavouring with incredible
                             tenacity of purpose to put them into practice, and who, in his directions to confessors, asserts that all
                             the Spaniards of the Indies must despoil themselves of all their property, except what they have
                             acquired by commerce, and no longer hold encomiendes or slaves. The theory of encomiendas was
                             not in itself blameworthy; for the Indians, being like all other subjects bound to contribute towards the
                             expenses of government, it made no difference to them whether the paid tribute direct to the
                             government or to the holders of royal, commissions (encomiendas). What made the system intolerable
                             was the mass of horrible abuses committed under its shadow; had las Casas aimed his attack more
                             surely against these abuses, he might perhaps have been more successful in benefitting the Indians. It
                             is certain that the "New Laws", the greatest triumph of las Casas, remained virtually inoperative in
                             Mexico; in Chiapas and Guatemala they led to serious disturbances, and in Peru they resulted in a civil
                             war fraught with crimes and horrors, amidst which the aborigines suffered greatly. Such was the man
                             whom Motolinia sought to oppose, and his attitude was shared by men of the most upright character,
                             e.g. Bishop Marroquin, the viceroy, Don Antonio de Mendoza, and the visitador Tello. However
                             pardonable the intention, it is impossible to forgive the aggressive and virulent tone of the aforesaid
                             denunciation. He wrote some works which were of assistance to Mendieta and to Torquemada, one of
                             the chief being his "Historia de los Indios de Nueva España".

                             BERISTAIN, Biblioteca hispano-americano septentrional (Amecameca, 1883); ICAZBALCETA, Obros (Mexico,
                             1903); ALAMAN, Disertaciones (Mexico, 1844); BERNAL DIAZ DEL CASTILLO, Historia verdadera de la conquista
                             de la Nueva España (Mexico, 1904); BETANCOURT, Menologio franciscono (Mexico, 1871);CARRIÓN, Hist. de
                             Puebla (Puebla., 1896); México à través de los siglos, II; MENDIETA, Hist. eclés. indiana (Mexico, 1870);
                             Colección de Documentos para la historia de México, I (Mexico, 1898).

                             CAMILLUS CRIVELLI

                             Transcribed by W.S. French, Jr.

                                                        The Catholic Encyclopedia, Volume X
                                                     Copyright © 1911 by Robert Appleton Company
                                                    Online Edition Copyright © 1999 by Kevin Knight
                                                Nihil Obstat, October 1, 1911. Remy Lafort, S.T.D., Censor
                                                Imprimatur. +John Cardinal Farley, Archbishop of New York
 



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