m o n o g r á f i c o |
Amanece el paisaje tras un vidrio empañado |
Un año más tarde, en 1995 México se hundía en la crisis económica más grande de su historia.
El conflicto de Chiapas es hoy una fuente informativa tan apasionante como inagotable y el Subcomandante Marcos mantiene su protagonismo indiscutible. La vida de personas y familias en Chiapas ha cambiado sustancialmente a partir del alzamiento zapatista. Dicen que cuando en México se desenfundan las pistolas, nunca se sabe cuándo se van a volver a enfundar.
Entrevistar a Marcos no fue fácil, era prioritario buscar contactos
que dieran credibilidad y confianza a nuestro pequeño equipo dentro
de aquel mundo convulso. Aprender a moverse entre hombres armados y militares
vigilantes en una selva, "Lacandona", de muy difícil acceso, nos
convertía en seres ingenuos y desconcertados, del todo perdidos.
Nos adentrábamos en un país en guerra pero sin encontrar
el frente, a menudo lo más difícil para un informador es
encontrar el frente de la guerra. Anecdótico pero real. El tiempo
se acababa, nuestra escasa economía disminuía, y la espera
de semana y media en San Cristóbal de las Casas se nos hizo eterna,
pero descubrí, descubrimos, otros embrujos, otros hombres, conciencias
limpias, lo eterno. Conocimos gentes maravillosas que nos hicieron la estancia
agradable, poco a poco fuimos ganando la confianza de todos ellos, el tiempo
de espera nos facilitó conocer in situ las realidades del conflicto,
las injusticias acumuladas durante siglos contra un pequeño pueblo,
era gente abandonada incluso de la mano del mismo Dios. ¿Era posible
que se los hubiera dejado tan inmisericordemente a merced del despotismo
económico que tan sólo se amplificaba en hambre y miseria,
en injusticias y racismo y, sobre todo, en olvido?. Sí, era posible,
lo comprobamos, lo veíamos, lo sentíamos a diario. Indefensos
campesinos golpeados y maltratados por pistoleros, a menudo incluso asesinados,
indígenas defendiéndose y luchando fraticidamente unos contra
otros, múltiples religiones vendiendo sus sueños eternos,
sus supuestos paraísos donde el hambre no existe.
Ante todo, allí conocimos la dignidad de las gentes de Chiapas, antropólogos, campesinos, sacerdotes, periodistas, abogados, indígenas, niños, médicos, cooperantes, etc. Fue todo un impacto estrechar la mano, oir las palabras de Monseñor Samuel Ruiz, Obispo de Chiapas y candidato al premio Nobel de la Paz en aquel año que subrayaba el final del siglo. |
Ante todo, allí conocimos la dignidad de las gentes de Chiapas, antropólogos, campesinos, sacerdotes, periodistas, abogados, indígenas, niños, médicos, cooperantes, etc. Fue todo un impacto estrechar la mano, oir las palabras de Monseñor Samuel Ruiz, Obispo de Chiapas y candidato al premio Nobel de la Paz en aquel año que subrayaba el final del siglo. Fue un todo impacto conocer a aquellos luchadores por los derechos indigenistas como Miguel Espinosa, Miguel cuyo cuerpo sin vida fue meses más tarde encontrado en la ladera de un camino olvidado. A Fernando, responsable de los Derechos Humanos, vigilado por los militares mañana, tarde y noche. Fue él, Fernando, quien nos enseñó las largas, impresionantes listas de denuncias y desapariciones que durante años se habían ido acumulando. Conocimos al "Indito", a Angel, a María, a Margarita, pero sobre todo convivimos largas horas con la familia Avendaño, luchadora enfervorecida por la causa de los indígenas, por la justicia social. Compartimos nuestros días con Amado Avendaño, el padre, Concha, la madre, los hijos, y con los otros muchos amigos que por allí pasaron, huéspedes de la hospitalaria casa de los Avendaño.
Cuando el último día abandonaba San Cristóbal de las Casas en el viejo Jeep alquilado en dirección a Tuxtla Gutiérrez, capital de Chiapas, para agarrar el autobús hacia D.F. y volver a España, escuchaba la música de Kiko Veneno, su canción "... la Coca-Cola siempre es igual, pero yo no, yo puedo cambiar...". Hubo lágrimas abundantes y sinceras, lágrimas del alma en aquella ingrata despedida: me dejaba el corazón con aquellas gentes que había conocido, y que seguramente no volvería a ver nunca jamás. Había descubierto y aprendido la realidad de algo que sólo en México se daba en aquel momento de la historia universal: la Sociedad Civil, El Poder de los ciudadanos con capacidad de movilizarse en solidaridad con las gentes con las que había convivido, con las que había desarrollado confianza y complicidad, hombres y mujeres decididos a enfrentarse a las injusticias de una revolución fracasada y olvidada, la Revolución de Pancho Villa, la de Emiliano Zapata, la revolución por el derecho a la tierra, al terrenito, al "ejido", tan necesario para el campesino como el maíz para comer. La Revolución, la primera revolución de este convulso siglo XX, y ahora parecía cerrarse el siglo con la ultima revolución y aquí mismo, la revolución de los de los derechos indígenas.
No sé si os pasará a vosotros, para mí la memoria
son imágenes de las gentes que he conocido, recreo sus rostros,
sus risas, sus lamentos, sus besos y caricias, el recuerdo de sus voces
y quizás, a partir de ahí, me voy situando en aquel espacio
y en aquel tiempo, entonces sí puedo desarrollar reflexiones, iniciar
análisis. Temo que Chiapas sólo sea ya únicamente
recuerdo, temo perder memoria y me duele el alma. A menudo, la voz de Concha
Avendaño, la esposa de Amado, suena en algún rincón
de mi mente con aquella mezcla tan suya de ternura, fragilidad y decisión;
me hace imaginar su mirada de extraña firmeza, me transporta a la
cocina de aquella su casa, al aroma de aquel su café humeante de
extraño sabor, recupero el ruido, aquellos golpes secos y rudos
que emitía la vetusta imprenta ubicada colindante a la cocina, en
la que cada día nacía tras ruidoso y difícil parto
mecánico, el diario El Tiempo. Sólo dos hojas, sólo
cuatro páginas, repletas de crueles verdades, de trabajo en defensa
de los indígenas, un escuálido periódico que niños
indigentes, repartían ajenos a cualquier contenido, a cualquier
mensaje, por las calles de San Cristóbal de las Casas con el único
afán de ganarse unos pocos pesos con los que comer aquel día,
sólo aquel día.
El tiempo ha pasado, pero cada vez que veo, escucho o leo algo de Chiapas
se amontonan centenares de sonidos e imágenes en mi mente, cada
vez que sé que nuevos indígenas mueren asesinados, suena
la música de Kiko Veneno y mi alma agoniza con ellos. Cada vez que
oigo las aspas de un helicóptero confundido por el sonido gangoso
de un coche ahogado, imagino el rostro ensangrentado de Amado Avendaño
tras el atentado criminal, le veo entre la vida y la muerte, navegando
hacia el hospital de D.F., imagino, veo con el corazón hecho astillas
el rostro de Concha bañado por las lágrimas.
El documental, es una estructura narrativa dinámica, autónoma
y variable. Crece, se desarrolla por sí misma, adquiere fuerza,
la misma fuerza de la mirada del autor. La película se rebela contra
sí misma, lucha y se enfrenta con inimaginables circunstancias que
al fin la nutren, la convierten en algo vivo. La película documental
se alimenta de la realidad inmediata, su vitamina más feroz, la
que da vida a su organismo motor, a su alma misma. Fluye, crece, avanza,
destruye, convierte la realidad en poesía y la poesía en
crueldad romántica. Si no hay realidad se debilita, si no tiene
memoria se inmoviliza, si no se documenta muere en el vacío.
Investigar, desarrollar la historia y estructurarla con claridad son
premisas imprescindibles, condiciones previas al siguiente proceso, el
cinematográfico en sí, dividido en aquellos cuatro ámbitos
clásicos: planteamiento, nudo, desarrollo y desenlace.
No es posible que iniciado el nuevo milenio se continúe pretendiendo establecer y asentar en los espectadores un solo patrón en el cine, el de más rentabilidad, el de más taquilla, el de más seguidores... |
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