h u m a n i d a d e sm o n o g r á f i c o 

Ricardo Camilo Torres Fabra

LA REVOLUCIÓN GUERRILLERA POR LA REVOLUCIÓN MEDIÁTICA:
UNA APROXIMACIÓN AL CONFLICTO DE CHIAPAS


El uno de enero de 1994 un buen número de personas escucharon por primera vez en su vida el nombre de Chiapas. Gracias a los medios de comunicación se enteraron que se trata de un Estado de Méjico y que su población era mayoritariamente indígena cuya situación era manifiestamente precaria. Aquel día, cerca de 4.000 indígenas de este distrito mejicano declararon la guerra al Gobierno y al Ejército mejicanos. Los insurrectos se otorgaban el nombre de Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), en clara simbiosis entre homenaje al guerrillero Emiliano Zapata y reivindicaciones tan socorridas como las de libertad, democracia, justicia y paz.
 

A vuestra aurora intemporal me asomo
para empapar mis ojos de hermosura

En principio, nada nuevo bajo el sol. Pero el movimiento zapatista pronto desconcertó a los analistas políticos y dejó atónitos a los voceros conservadores puesto que, a pesar que pronto se contabilizaron unos 200 cadáveres en los enfrentamientos entre zapatistas, civiles y fuerzas de seguridad del Estado –Ejército y Policía-, algo no encajaba en el asunto. Los rebeldes no reivindicaban para sí el poder, tampoco alentaban a potenciales aliados de izquierda a adherirse al movimiento, ni se invitaba siquiera a asumir el papel de simpatizantes y tampoco parecían conectados con anteriores movimientos guerrilleros latinoamericanos. No aparecieron referencias al Che, ni se escucharon discursos de complicado léxico para los profanos ni señales milenaristas. Por último, la mayor sorpresa vino de la mano de la táctica de combate del EZLN puesto que, en lugar de buscar la iniciativa empleando la orografía del terreno o el constante movimiento con la finalidad de despistar al enemigo, los insurgentes permanecieron en el territorio y, contra todo pronóstico dados los anteriores movimientos guerrilleros latinoamericanos –Bolivia, Perú, etc.-, la población de Chiapas, en su gran mayoría, arropaba a los rebeldes, que aparecían con el rostro cubierto por pasamontañas o pañuelos, sin que el color rojo predominara en los mismos, a la manera de aquellos que estábamos acostumbrados a ver en la televisión,  guerrilleros con atuendos adecuados con su misión y rostros orgullosos que reflejaban la fe en su opción desestabilizadora.

Por medio de su portavoz, el enigmático subcomandante Marcos, un personaje de formación universitaria, con dominio de varios idiomas, excelente y calmado comunicador, el EZLN asombraba todavía más a Mundo al lanzar una serie de comunicados como la denuncia efectuada sobre las elecciones mejicanas, a las que tildaba de fraudulentas o la exigencia no ya de dimisión del presidente Salinas de Gortari, sino de su expulsión del país.

Menos asombro causó la petición de la enajenación de las grandes propiedades agrarias con la finalidad de su posterior reparto entre los indígenas.

Los analistas, no tuvieron más remedio que buscar una nueva etiqueta para calificar al movimiento zapatista: postmoderno, sobre todo por las formas escénicas en que se movía utilizando la radio, televisión e internet. El recurso a la atención permanente frente la agitación permanente mediante una cadena de comunicados y el recurso a los mass media parecía dar la razón a los analistas. El zapatismo se convirtió en foco de atención de los medios de comunicación con fotos en portadas de los periódicos que recordaban mucho a las de Vietnam en su momento. Tal vez su finalidad fuese esa: copar la atención para explotar denuncias que, en un mundo altamente interconectado, produce una catarata de noticias que perdían su actualidad en el mismo momento en que salían a la luz. Imágenes de niños indígenas corriendo entre tanques y camiones se semejaban extraordinariamente a aquellas que se realizaron en el conflicto vietnamita y que dieron la vuelta al mundo, sirviendo también para que algunos periodistas gráficos obtuviesen importantes premios periodísticos. Eso sí, a costa de desprestigiar el imperialismo estadounidense y remarcar la lucha de liberación del pueblo vietnamita.

Así, no extrañarían las a priori contradicciones del EZLN que llegaban a resultar aparentemente incongruentes, como lanzar el anuncio de una marcha hacia la capital para desmentirlo a continuación o bien aceptar de inmediato la oferta de negociación lanzada por el Gobierno mejicano horas después de denunciarlo por fraudulento. En este caso, la estrategia de los zapatistas resultó todo un éxito: por una parte obligaban a la negociación haciendo responsable al Gobierno mejicano del posible fracaso de las mismas y al mismo tiempo, al centrar la atención informativa se maniataba de algún modo a las fuerzas de ocupación, siempre con la amenaza de salir mal paradas ante los ojos de la opinión pública.

El recurso a la noticia no parece haber sido una mala estrategia puesto que ha logrado transpolar el debate a los propios intelectuales que han llenado páginas enteras en la prensa, de manera que personajes del mundo de la cultura de la talla de Octavio Paz han querido ver en el movimiento zapatista la mano oculta de maoístas irredentos, partidarios de la Teoría de la Liberación con la intención última de manipular a los indígenas en pro de sus intereses. Por otro lado, Carlos Fuentes, ha tomado la voz del zapatismo para concluir con una evidencia palpable: la realidad económica mejicana no logra enmascarar los graves problemas sociales y políticos que acarrea el país. No en balde, la política dirigida por Salinas consistente en privatizaciones de todo tipo y el progresivo abandono de planificaciones sociales plasmadas en programas conceptos se han ido diluyendo a una velocidad pasmosa.

El presidente Zedillo, por su parte, comprendió el alcance de la guerra mediática desarrollada por la guerrilla zapatista, de modo que no desperdició la ocasión de intentar erosionar su influencia mediante un doble lenguaje que comprendía un semiacercamiento al FZLN llegando a obtener un alto el fuego pero contraatacando con acusaciones de terrorismo hacia los insurgentes e incluso haciendo correr la voz que el subcomandante Marcos había estado identificado y detenido.

A pesar de todo, Gobierno y zapatistas lograron sellar el acuerdo, en 1995, sobre comunidades indígenas, que, aparte del contenido del mismo, parecía más una maniobra de Zedillo para atemperar la atención hacia el FZLN con la intención de arrebatarle presencia en los medios de comunicación y minar de esa forma su influencia. Pero esta fase de aproximación se vio truncada de inmediato, puesto que muchos de los terratenientes, criollos ellos y generalmente algo más que conservadores, entendieron que el enfriamiento aparente del zapatismo y el acantonamiento de tropas en la región a pesar del alto el fuego significaba la crisis del movimiento, de manera que no dudaron en intentar hacer valer sus poderes legando a realizar matanzas de campesinos indígenas que habían entrado en sus tierras. Bajo esta óptica no dudaron en buscar el correspondiente chivo expiatorio: los sacerdotes. Para este grupo los indígenas eran incapaces de organizarse puesto que sus condiciones de pobreza y analfabetismo, además de las herencias de dominación social, les impedía presentar una estructuración efectiva. 

Pero esta retórica no era nueva. Uno de los empeños más notables de los sucesivos gobiernos mejicanos respecto a la política hacia los indígenas se plasmaba en socavar la influencia católica sobre los indios de Chiapas, incluso se llegó a fomentar desde las altas esferas gubernamentales el protestantismo con el objetivo de aculturar al sector indígena y cortar sus raíces y tradiciones. Por ello, la presencia de sacerdotes partidarios de la Teología de la Liberación, que intentaban desarrollar el cooperativismo indígena frente el expolio y la explotación de los terratenientes. Así, no dudaron en acusar a los sacerdotes católicos de comunistas al tiempo que estos se vieron envueltos en serios problemas con la jerarquía vaticana, cuya postura era no involucrarse en el conflicto directamente en lo que se entendía como un problema político más que social, a pesar de las manifestaciones en pro de los menos favorecidos.
Sospechosamente, la fecha de la declaración de guerra, el uno de enero de 1994, coincidía con el mismo día en que entraba en vigor el Tratado de Libre Comercio (TLC) que aglutinaba a Canadá,. EEUU y Méjico. A la extrañeza se le unía la curiosidad maliciosa por no decir la sospecha más descarada, lo que hizo que esta cuestión también se empleara en detrimento de los zapatistas, por la sublevación de Chiapas. Está claro que no se trataba de una simple coincidencia. La voz del EZLN denunciando las penurias de los sectores más pobres contra la creciente desigualdad fraguada en el desmantelamiento indígena venía a poner de manifiesto lo necesario de llevar adelante verdaderas reformas económicas y sociales que acabasen con la lacra de la corrupción institucionalizada.
En el cambio de siglo asistimos a un cierto agotamiento del recurso zapatista al impacto mediático, cierto, pero la elección de Fox acabando con la tradicional institucionalización del PRI ha abierto nuevas formas de acercamiento, pese a que no ha evaporado la base de los problemas ni desterrado las simpatías que el efectismo zapatista ha despertado.

Con la globalización económica y los nuevos aires que el TLC ha insuflado a la economía mejicana, se ha constatado una de las denuncias fomentadas desde el principio del movimiento del EZLN: el desarrollo económico no ha ido acompañado de reformas sociales palpables y las efectuadas en la política continúan siendo epidérmicas y clónicas, de manera que Méjico corre el riesgo de caer en una ambivalencia peligrosa: a un país potentemente reforzado económicamente se le superpondrá un país empobrecido, es decir, las desigualdades regionales se acentuarán. Por eso no parece que el zapatismo vaya a perder influencia inmediata ni vaya a despojarse de sus mantos indigenistas. Al contrario, el movimiento zapatista, ha comprendido muy bien que el peligro de la nueva correlación económica tanto interna como externa radica en no conjugar las desigualdades sociales, de manera que el populismo político no va a tener cabida en un posible entendimiento. La única salida posible estriba en que la nueva coyuntura económica se vea arropada por reformas apropiadas y que contemplen la misma magnitud a nivel social. Y aquí, la Iglesia, gracias a su influencia sobre los indígenas, tiene mucho que decir.

Mientras tanto, las sombras de Emiliano Zapata y del subcomandante Marcos cabalgarán juntas, equiparando la tradición mítica del primero con el pragmatismo romántico, según algunos, de su nuevo compañero en la iconografía heróica mejicana. La unión del idealismo y la protesta reivindicativa, en suma.

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