e s c e n a


Una sociedad diversa e indivisible

Jose Mª Morera


No sin un poco de malicia, en mis anteriores colaboraciones en esta revista prometía como conclusión seguir ocupándome al hilo de mis propuestas en otra ocasión. He confesado mi pequeña perversidad, que no es otra que la de evidenciar, fiel al espíritu de estas páginas, disposición al diálogo. Aunque, y ahí la malicia un tanto perversa de mi actitud, fuera yo mismo el interlocutor previsto.

Pues bien, después de este prólogo me propongo, y ojalá lo consiga, cerrar esta vez el discurso.

Supongo, que la práctica del púlpito y confesionario, unida a la experiencia en la convivencia con los fieles, indujo al clero al uso de la jaculatoria como remedio eficaz en la vida piadosa. Los políticos con vocación de pastores sociales las han adaptado con entusiasmo; si las enumerara todas cubriría ampliamente el espacio que generosamente me han asignado así que renuncio a relacionarlas con lo que, además, presumo, hago un favor al lector por más que sé que están en su memoria.

La sutileza, muy sabia, del método de salvación a través de un sencillo manual de jaculatorias consiste en que dan soluciones sin exigir esfuerzo, apenas un susurro. En cambio las jaculatorias políticas llevan implícita una sobretasa impositiva que los agentes fiscales cumplen cada primavera implacablemente.

No seré yo quien abomine de los deberes que me impone la ciudadanía, muy al contrario, la acepto de la misma manera que exijo el ejercicio de mis derechos, y, si me apuran, hasta un poco más si me es posible o si mi "ángel tributario" con sus tablas de la ley en la mano me muestra el irrenunciable camino de lo inexorable.

Pero mi pequeña memoria biográfica me evidencia cuan difícil me resultaba conjugar "slogans" de salvación y pensamiento. En cuanto a experiencia civil, que es mucho más amplia y desde luego bastante más responsable, sólo sé de qué manera he ganado mi vida intentando en traducir en algo tangible todo aquello en lo que creo, creí y creeré. Y ello porque las palabras dichas o escritas están en un orden distinto al de las obras. Es posible que, aún, esta pequeña obviedad sea materia de reflexión. Aunque se siga vendiendo el "2000" como mercancía de promoción.

Así que la Europa de los ciudadanos, de los pueblos, de las ciudades no lo será si no la hacemos y es cierto que para operar necesitamos un vigoroso instrumental. Es probable que nuestros jaculadores sociales lo tengan previsto; y no sería extraño que, entre un farragoso entramado de leyes y reglamentos, estén encerradas muchas de las conexiones que pondrían en marcha fabulosos mecanismos de progreso para que se cumplieran propósitos y necesidades. Sí, todo ello es posible, pero antes, o al mismo tiempo, hace falta un proceso de alfabetización europeista; es necesario que la funcionalidad de lo previsto sea accesible.

No creo que haga falta recordar de que manera tan pavorosa va creciendo el alfabetismo funcional, al tiempo que peligrosamente algunos de nuestros más jóvenes aprenden a desaprender, desaprendiendo el uso de instrumentos culturales fundamentales para un progreso ordenado y coherente y, sobretodo deseable.

El profesor Grisolía hablaba no hace mucho en un espléndido artículo del uso y abuso en las bibliotecas. Hace años una eminente pedagoga me transmitía su preocupación por el progresivo y sistemático empobrecimiento del lenguaje en cada generación de educados. Muñoz Molina reclamaba la urgencia de una política enérgica de la animación a la lectura. Y para qué llamar la atención otra vez sobre el imparable deterioro de las expresiones vocales; algunos de nuestros conciudadanos modulan el castellano como si de otro idioma se tratase; escucharlo a veces nos parece asistir a una proyección deficientemente doblada.

¿Y es que el padre Estado, la madre Autonomía, la abuela Europa o el tío América han de ser quienes, a nuestra sola imprecación, han de remediar nuestros males? Irresponsabilidad se llama esta confianza. Son las raíces las que alimentan la espiga: es la sociedad, en aquel estrato en la que se reconozca más identificada, a la que debe exigir soluciones, pero activamente; no hay esperanza si no se establece un auténtico sistema cultural. ¿A que llamo yo sistema cultural? A una relación de menor a mayor bien establecida en que ni la distancia ni la proximidad cree situaciones de complacencia; es decir, un mecanismo perfecto de retroalimentación en continua transformación.
 

Prometí en principio no dejar para otro día el final. Así afirmo: en cultura cualquier política generalista es pura jaculatoria, en cultura todo esfuerzo no integrado en un sistema es pura vanidad del que manda o del que recibe; y todo ello sabiendo que no hay esfuerzo sin riesgo.

Prometí en principio no dejar para otro día el final. Así afirmo: en cultura cualquier política generalista es pura jaculatoria, en cultura todo esfuerzo no integrado en un sistema es pura vanidad del que manda o del que recibe; y todo ello sabiendo que no hay esfuerzo sin riesgo.

Pienso en lo más íntimo de mi ciudadanía, en el territorio en el que me siento vinculado por vocación y respeto, aquel del que Luis Guarner dijo que era "diverso e indivisible" y lo veo necesitado de una auténtica regeneración comarcal y ciudadana, porque el futuro no nos ha de sorprender inermes, porque el futuro no es mañana el futuro es hoy.

Iniciativas esperanzadoras las hay y las conozco, un tejido de instituciones admirables que llenan el espectro cultural de nuestro pueblo; citar algunos no es omitir las otras sino señalarlas a todas conjuntamente: Alfons El Vell en Gandía, La Mancomunidad Cultural de los Serranos, La Mancomunidad Cultural de la Marina Alta, que con sus 32 pueblos asociados va abriendo, con imaginación y constancia, nuevas espectativas. Tal vez mi mejor propósito para cerrar este escrito sea el de: pensemos, deseemos una sociedad fuerte y la lograremos.

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