c o m u n i c a c i ó n
Vicente Vera
EL PERIODISMO DENTRO DE CIEN AÑOS
Este artículo se publicó en el año 1901. El autor vaticina sobre cómo sería la profesión periodística en el año 2001. Hemos respetado el texto original, manteniendo la normativa gramatical de principios de siglo, que difiere en algunos aspectos de la actual.

Cuando volví a Madrid después de muchos años de ausencia en el corazón del Continente africano, lo primero que deseé visitar fué la redacción y oficinas de El Relámpago, periódico que, desde el momento que desembarqué en Cádiz, había visto profusamente difundido y me había llamado mucho la atención por Infinidad de conceptos.

Vi que, en Madrid, había por todas partes kioscos en cuyas paredes exteriores había grandes placas blancas, donde automáticamente aparecían y se borraban extractos de las más importantes noticias que en las diez ediciones diarias del referido periódico se publicaban. Estos anuncios, que durante el día aparecían en letras negras sobre fondo blanco, de noche se representaban en letras luminosas, destacándose netas sobre fondo negro. Aun no acababa de ocurrir un suceso importante, y ya corría su descripción impresa en El Relámpago, acompañada de magníficos grabados. Todo esto y otras muchas cosas más contribuían a aumentar mi ansiedad por ver cómo se hacía entonces un periódico. ¡Hacía tanto tiempo que faltaba de los países civilizados!
No me fué difícil procurarme las recomendaciones necesarias, y provisto de ellas marché al palacio del periódico. El tren eléctrico me condujo en diez minutos al centro de un magnífico parque al Nordeste de Madrid, donde se alzaba un edificio de construcción singular que, con sus torres, azoteas y aparatos en lo alto, tenía tedas las apariencias de un observatorio astronómico.

Sobre la puerta principal se leía:
EL RELAMPAGO
PERIODICO UNIVERSAL
Diez ediciones diarias
Madrid, año 2001

Presenté mi tarjeta al portero que me salió al encuentro, manifestándole mi deseo de ver al director y visitar la casa, indicándole las recomendaciones que llevaba. El portero me miró de arriba abajo lleno de sorpresa y me contestó:
—¡Ver al director! ¡Eso es imposible! Está siempre ocupado. Para visitar el establecimiento le acompañará á usted uno de los guías.
Inmediatamente presentóse un caballero con aire muy amable, que me indicó se hallaba á mi disposición.
Seguíle, y me condujo a un gran salón rectangular, dividido en dos partes por una pared de cristal. Las ventanas se hallaban cerradas, y algunas lámparas eléctricas iluminaban la estancia. A la otra parte de la pared de cristal había dos personas: un individuo paseándose, con unos papeles en la mano y dictando; otro sentado ante una mesa y haciendo funcionar una máquina de escribir.

Ahí tiene usted al director de las once. Está redactando é imprimiendo la edición que saldrá dentro de media hora.

¡Oiga usted! ¡Oiga usted! exclamé lleno de asombro—. Vamos por partes. ¿Es que cada edición tiene su director especial?

¡Es claro! No hay hombre que resista el trabajo cerebral que requiere ese cargo más de una hora seguida.

¿Y dice usted que está redactando é imprimiendo el periódico al mismo tiempo? Entonces, ¿qué hacen los redactores, los cajistas y los impresores?

—Aquí no hay más redactor que el director de hora, ni más cajistas que el escribiente á quien está dictando. La impresión se hace automáticamente

—Pero quién trae las noticias? ¿Quién las redacta para dársela al director? Lo que el escribiente toma al dictado, ¿cómo se compone?

—Pues eso lo sabe ya todo el mundo. Los noticieros al servicio del periódico, y que son más de doscientos, andan por toda la ciudad; cada uno de ellos tiene una sección ó clase de trabajo perfectamente determinada. Tan pronto como tienen algo importante que comunicar, acuden al teléfono inmediato y refieren al director en brevísimas palabras lo ocurrido. El director, conforme lo oye, dicta en voz alta al escribiente. Si el asunto requiere ilustraciones, el noticiero toma instantáneas ó hace bosquejos á lápiz, y por medio del telantógrafo, envía por alambre los originales para los grabados. En el Parlamento en las iglesias, en todos los sitios públicos donde se celebra algún acto, existen receptores microtelefónicos y diáfotos. El director, como lo ve usted ahora, se sienta á la mesa del teléfono, oye lo que dicen, y en la plancha del diáfoto, en comunicación con el teléfono, presencia lo que ocurre. Otras veces el director no necesita acudir al teléfono, pues el noticiero envía sus mensajes por el telantógrafo al mismo tiempo que los dibujos, y en aquella mesa que ve usted en el rincón se halla el receptor telantográfico donde automáticamente van apareciendo las hojas con las notas ó los dibujos del noticiero.

Todo eso está muy bien. Veo cómo se recogen, se transmiten y se reciben las noticias; pero, después de dictadas al escribiente, ¿cómo se imprimen?
Pues muy sencillo. El funcionamiento de la máquina de escribir es semejante al de las maquinas
linotipos; al hacer funcionar el teclado de la máquina el escribiente opera simultáneamente con el linotipo, que está en una habitación inferior, pero que comunica por medio de alambres eléctricos con la máquina de escribir. De este modo el dactilógrafo, al mismo tiempo que obtiene en una hoja de papel una prueba ó copia de lo que le dictan, ha hecho que en el linotipo resulte compuesto todo ello.

Hay también otro procedimiento por el cual lo que el escribiente compone en la máquina resulta marcado en caracteres opacos en una placa de cristal. Tanto en este caso como en eI anterior, el resultado es que se preparan unas planchas fotográficas de las planas del periódico. Estas planchas se colocan sobre una pila de hojas de papel, y por medio de los rayos X, operando con tubos <<Crookes>> gigantescos, todas las hojas resultan impresas simultáneamente obteniéndose tiradas de 100. 000 ejemplares en menos de un minuto.

Máquinas automáticas recogen paquetes de cien ejemplares del periódico así impreso, y por medio de tubos neumáticos los reparten por los diferentes kioscos que hay en todo Madrid. Como usted ve, aquí no vienen ni repartidores ni vendedores, ni se admiten visitas que perturben al director de cada edición durante su hora de trabajo.

¡Todo esto es verdaderamente prodigioso! Pero, ¿y los artículos doctrinales, técnicos y científicos, que tanto me han llamado la atención en el periódico? ¿Y las correspondencias desde todos los ámbitos del mundo?

—Todo eso, que llaman aquí el servicio de fondo, se hace aparte. Los artículos sobre el asunto científico, comercial, político, etc., más interesante del día, se encargan siempre a 1a persona más competente y más autorizada en Madrid ó en cualquier otra ciudad del mundo. El articulo se recibe por telégrafo, y se compone é imprime conforme el director lo va leyendo en voz alta, según lo va recibiendo. Lo mismo acontece con los telegramas y cartas de los corresponsales. La profesión de corresponsal, lo mismo que la de noticiero de un periódico, son actualmente de las mejor pagadas, pero también de las que requieren más estudios, más actividad y más aptitudes especiales. Hay escuelas para ello, y requieren, además, años de práctica. Se les exige conocimiento profundo de idiomas, taquigrafía, manejo de aparatos eléctricos, los principios fundamentales de todas las ciencias sociales, físicas y naturales; ser fuertes en todos los deportes, como equitación, natación, carrera, manejo de armas, etc.; ser hábiles artistas, principalmente en el dibujo, y, sobre todo, ser diestros en saber decir todo lo que sea necesario de un modo clarísimo y con las menos palabras posibles. Esto último es lo más difícil y lo que requiere más disposición natural, más instinto y más práctica hábilmente dirigida. Se necesitan aptitudes excepcionales para todo esto, pero las empresas periodísticas han comprendido que, pagando espléndidamente, pueden atraerse á su servicio los hombres que las tengan, y el gran público recompensa, dando ciento por uno, al periódico que mejor le sirve.

Tan asombrado me quedé con todo lo que acababa de ver y oir, que no sé si dí las gracias á mi guía, ni vi por dónde me volví á mi domicilio, atónito ante los progresos que había hecho la civilización durante los luengos años de mi estancia en el corazón del Continente africano.

Imágenes artículo


© Revista Contrastes
Página actualizada por Grupo mmm
Para cualquier cambio o sugerencia dirigirse a webmaster.
© 2000-2001