Qué dejamos para los libros
Qué dejamos para la vida
Infancia, un colegio con lágrimas y recreos
donde descubriste dibujos con pocas palabras
y canciones garabateadas en el viento
con un aroma que penetró en tu vida.
Aprendiste a jugar.
Adolescencia, una clase de miradas furtivas (robadas)
donde memorizaste palabras con pocos dibujos
y conjugabas el verbo sonreír entre Historia y Literatura.
Allí, los números se tornaban corazones flechados
y yacían carpetas con nombres de un primer beso.
Tiempos en que una canción quemaba un examen
y la poesía se acostaba en cada pupitre.
Aprendiste a soñar.
Juventud, un aula decimonónica de anarquía incontrolada
dibujando tu vida arañando compromisos,
reivindicando derechos sin obligaciones.
Siempre buscabas refugio en alguna revolución
para cruzar por vez primera la calle del amor y del odio.
Aprendiste a caer, a correr, a triunfar.
Madurez, una profesión sin libros
trazaste las líneas de un dibujo abstracto
al decir sí cuando quisiste decir no.
vagaste en busca de felicidad
luchaste, competiste, viviste,
Aprendiste a ver con claridad.
Vejez, una habitación donde te retiraste a recordar
y contemplar los dibujos trazados con nostalgia.
El tiempo apremia y tienes que adoctrinarles
para que no se equivoquen
y eviten tus errores.
Aprendes a sobrevivir.
Reloj vital en un mundo donde la educación
es todo lo que ocurre
entorno a los libros mientras uno los lee.