m o n o g r á f i c o
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Traducido por Vicente Forés |
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¿Quién sabe lo que define lo inglés, o más todavía, el teatro inglés? Una cosa es segura. Siempre cuando la Royal Shakespeare Company representa las obras históricas del poeta incluido en su nombre reaparecen de nuevo las viejas certezas y la vieja confianza nacional en nuestra vida cultural. Al mismo tiempo el teatro londinense presenta en estos momentos la sátira
política más divertida desde hace tiempo: una obra llamada
Feelgood (Sienta bien) de Alistair Beaton, que arranca girones del nuevo
proyecto del Nuevo Laborismo del primer ministro británico Tony
Blair y sus colegas políticos.
Así, de forma simultánea tenemos un recordatorio de nuestra
herencia política verdadera y un entretenimiento escabroso que nos
recuerda cuán fútil y pobre es nuestra actividad y debate
político actual. La cuestión respecto a Feelgood es que uno
de los colegas del primer ministro, un granjero, ha descubierto que su
cebada genéticamente manipulada está produciendo efectos
secundarios entre los bebedores de cerveza masculinos. A muchos hombres
fuertes en toda Europa les crecen los pechos.
Nadie sugiere que nuestros políticos se extralimitarían tanto para distorsionar la verdad para beneficio propio. Pero Feelgood es una potente sátira porque se nutre de la sospecha pública que se nos cuenta lo que a los políticos les conviene que se nos cuente; y porque rápido la farsa se convierte en fantasía. El autor es un experto en Gogol. Ya tradujo en su momento La Nariz. Así se ve donde adquirió su gusto por la burla exagerada y el humor vicioso. La política de navajazo al cuello es una característica, por supuesto, del ciclo histórico de Shakespeare, también. Y la agenda secreta era que al final de las revueltas y la carnicería, Richmond en Ricardo III proclama la dinastía de los Tudor y el magnífico reinado de la Reina Isabel I. Cuando la Royal Shakespeare Company fue fundada allá en los primeros 60, produjo el ciclo histórico bajo el título genérico de la Guerra de las Rosas. El mundo de la "realpolitik" shakespeariana obtuvo así una nueva reverberación y una generación completa de actores fue lanzada junto a la ya legendaria figura de Peggy Ashcroft como la reina vengadora Margaret. Desde entonces, la RSC ha producido todo el ciclo histórico de nuevo en los setentas, y la segunda sección cronológica de ellos en los últimos 80 bajo el título de los Plantaganets. Esta última versión de las ocho obras históricas - Ricardo II, Enrique IV (Primera y Segunda Parte), Enrique V, Enrique VI (partes una, dos y tres) y Ricardo III - se conocían como "Esta Inglaterra" y conecta con todo tipo de ansiedades contemporáneas: miedo de lo francés, y a Europa en general; el patriotismo como medio para la acción; faccionismo cínico; el poder de la monarquía y los ideales de la soberanía; la corrupción en cargos públicos ejemplificado con las escenas de reclutamiento de Falstaff; y la preparación de un jóven príncipe para asumir un cargo que en realidad no desea; la noción en sí de deber público en una nación que lucha por encontrar una nueva identidad. En Enrique IV Segunda Parte, dirigida muy vivamente por Michael Attenborough, el jóven Príncipe de Gales, Hal (actuado por una nueva estrellad de talento, William Houston), elije entre figuras paternas en conflicto, el usurpador moribundo, Enrique IV y el Desorientador de la Juventud, Falstaff. Los rebeldes son emboscados, el país se encuentra en rebeldía y las escenas campestres en Gloucestershire muestran a decrépitos jueces poniendo en fila a reclutas sin esperanza mientras recuerdan los tiempos perdidos y comiendo manzanas reinetas del año pasado. El cuerpo político está infectado, y así están sus principales actores. El rey muriendo es un cadaver atormentado e insomne. La vieja huesped de Eastcheap Mistress Quickly está, digamos, pasada de su mejor momento. Y Falstaff, a quien el fino actor gales Desmond Barrit presentó como un perverso embustero con una cara llena de furúnculos y una cojera dramática de gota era una montaña de decadencia en un paisaje de campesinos rebeldes. Su actuación fue un tumulto barriobajero de agudeza musical. Su himno a las propiedades del jerez, enemigo de la cobardía, estulticia y la anemia, fue una definición de corazón de la personalidad de Falstaff. Una manta de trapo a girones sucia y mancillada añadía otro emblema a la decadencia nacional. Uno de los pocos aspectos reconfortantes del Enrique V es que nunca se han hundido tanto las relaciones Anglo-francesas como las vemos en la torpe conquista inglesa en los campos de Harfleur y Agincourt, selladas con un matrimonio político entre el rey soldado y la princesa Caterina. El primer Enrique V que jamás vi fue con un gamberro y electrificante Ian Holm dirigido por Peter Hall y John Barton en la secuencia de la Guerra de las Rosas. Como ilustración de la continuidad en el teatro británico el hijo de Hall, Edward, hizo su estreno como director en el escenario principal de Stratford-upon-Avon unos treinta y pico de años más tarde. En el principio de la trilogía de Enrique VI se deposita en la tumba el ajado cuerpo de Enrique V. Se suspende el sitio de Orleans. Un cañon humano pulveriza un soldado inglés sobre una escalera de acero. Juana de Arco alza un brazo cortado (no el propio). Y en el Jardín del Templo, los lores de York y Lancaster cortaban rosas blancas y rojas en el aire. Mientras los ciclos históricos previos de la RSC se hicieron con un estilo específico -en la Guerra de las Rosas fue brechtiano, con una mesa de consejo de acero temático, correo en cadena y mucho énfasis sobre el gamberrismo político; el ciclo de los 70 dirigido por Terry Hands fue hiperbólico, con mucho humo y cuero negro y Alan Howard haciendo la mayoría de los reyes; Los Plantagenets se interpretó agitando banderas y una puesta en escena y luces muy bellas - "Esta Inglaterra" no tiene estética visual dominante. En vez de eso, una aproximación aparentemente aleatoria como paradoja ha resultado en una progresión estética coherente que más tiene que ver con las ideas de fragmentación en nuestra cultura contemporánea que con una visión cegadora del mundo shakespeariano. En un sentido profundo esto funcionó, porque todas las obras tienen su propia atmósfera especial e individual. Ni fueron escritas consecutivamente. Ricardo II es un poema político maduro, mientras Ricardo III es un hervidero maniático. Han trabajado cuatro directores en el proyecto: Steven Pimlott en Ricardo II, Michael Attenborough en los dos Enrique IV, Edward Hall en Enrique V y Michael Boyd en la tetralogía final. El temperamento de cada director se reflejaba en la obra, que fue exhibida en los diferentes auditorios; tan sólo Enrique V ha sido representado en los escenarios principales de la RSC en Stratford-upon-Avon y en Londres. Empezamos con una versión clínica y de cámara del Ricardo II en la casa más pequeña de la RSC, seguida de un Enrique IV tradicional y de corazón generoso, seguido de un Enrique V ecléctico y muy energético. Con la cronología alterada respecto a la propia evolución del autor- la trilogía de Enrique VI es obra temprana, dura y cruda y violenta- la producción de Michael Boyd fue adecuada y explicitamente bárbara. El culebrón del recuento de votos en las elecciones presidenciales
de EE.UU, o los infantiles enfrentamientos de Tony Blair con el líder
de la oposición conservadora, William Hague, tiene el impacto del
party de té del vicario comparado con la rebelión feudal
representada en el Enrique VI, con una nación dividida haciéndose
pedazos a sí misma mientras pierde su dominio imperial en Francia.
Es significativo, también, que un rey inglés fuera representado por primera vez por un actor de color negro, David Oyelowo, quien presentó una dulce y estoica resistencia a los horrores que crecen a su alrededor. En el momento de desear una vida sencilla de pastor ya se había convertido en una doncella llorando. Este sí que era un efecto diferente respecto a los santos mártires de leyendas tales como David Marner y Alan Howard, ambos dejaron una interrogante respecto a la estabilidad emocional de Enrique. Oyelowo simplemente se retrae de los tejemanejes adúlteros de su mujer y los juegos de poder de machos de sus lores. Se convierte en indiferente culturalmente a su propia historia, acabando su vida vestido con un dhoti blanco, y la cara metida en un charco de sangre creciente. Nunca estas obras habían sido representadas con tanto veneno o atletismo. Personajes muertos se unen a los vivos en un carnaval fantasmagórico en la rebelión de Jack Cade. La sangre salpicaba y se extendía en todas direcciones. Cuerdas y trapecios en el Swan Theatre en Stratford-upon-Avon (más tarde en el Young Vic en Londres) sugerían un gimnasio de guerra. Estas obras, primero reivindicadas como textos completos en la RSC en el revival de Terry Hands, cuentan con escenas maravillosas entre el simple y vigoroso verso, con rayos del genio más familiar de Shakespeare. El Earl de Suffolk seduce a Margaret de Anjou en nombre de su rey. La misma loba Margaret enjuga al Duke de York asesinado y muriendo con el pañuelo sangriente de su propio hijo. A Jack Cade le mata en un jardín un hombre llamado Eden. Aidan McArdle, un joven actor irlandés que ya hizo de Puck para la RSC, ya como Duke de Gloucester estaba malformado como fantástico y divertido Ricardo III. De hecho, McArdle carecía del brillo satánico real de Ricardo III. Pero el último desmadre, y el ciclo en su conjunto, te hacía echar en falta la mitad de la diversión en la vida politica y pública de hoy. Las indiscreciones de una princesa real en relaciones públicas -Sophie Wessex, esposa del Principe Eduardo, había sido pillada por un periodista disfrazado de árabe y pillada en una serie de comentarios poco juiciosos sobre la familia real- o el balar a voz baja de Tony Blair intentando ser todas las cosas para todos los hombres, no son tanto trueno y sangre sino más bien golpecitos y meteduras de pata. La apasionante y bárbara trilogía del Enrique VI condujo
a la aparición del Gloucester de McArdle, un villano de pelos rizados
sonriente que seducía a sus oponentes hasta la muerte con un sencillo
gesto de mano. Pequeño, con chepa en un lado, una pierna amarrada,
este chico malo guiñando los ojos se desplazaba con rapidez sinuosa,
cambiando como un camaleón, atándose el pelo en una cola
de caballo para parecer aún más joven. Cuando la reina Margaret
de Fiona Bell desesperada desparrama los huesos de su hijo muerto, y le
maldice al infierno, soportó su rabia con una insolencia cansina.
El cortejo de Lady Anne, a menudo una seducción enfermiza, fue un
verosímil juego sexual entre un niño peligroso y la viuda
atractiva y confusa de su víctima.
Respecto a las obras históricas de Shakespeare son un monumento
al genio de un poeta y una forma apasionante de apreciar la Historia británica.
El período que cubren, desde 1380 a 1480, fue dominado por dos conflictos
cataclísmicos tanto en casa como fuera, empezando por las consecuencias
de la Muerte Negra y finalizando con la emergencia de la Inglaterra Moderna.
Esa es la razón por la que nos sentimos tan inmersos cuando las
vemos.
También hay una lección, creo, en su volatilidad y desarrollo - aunque el desarrollo artístico es hacia atrás en la escritura Shakespeariana. La vitalidad en las artes, al igual que en la política, depende del cambio y los conflictos. El éxito de las históricas de la RSC - ¿cómo hubieran podido fallar? - temporalmente enmascara una crisis más profunda en el futuro de la compañía. El director artístico de la RSC, Adrian Noble, insiste que el ciclo de las ocho obras no podría haber sido posible hacerlo sin la participación financiera de una universidad americana, Ann Arbour en Michigan, que pagó una residencia en el campus y los gastos de la gira de la compañía. Cada vez más, la RSC busca justificar su existencia extendiendo sus alas cada vez más y buscando dineros donde quiera que los pueda encontrar. El buque insignia rueda en Stratford-upon-Avon y Londres, pero siempre se habla de la imagen de marca, extensión y accesibilidad, y programas educativos. Una especie de bromuro intelectual rodea las declaraciones de la compañía y se fomenta un clima de tímida colisión tanto dentro de la compañía como en sus relaciones con la prensa. Antes que pase mucho percibo que la RSC tal como la conocemos será, o debería ser, desmantelada y se deberá empezar desde el principio. Cuando eso suceda, a lo mejor la nueva política de obras incluirá una sátira sobre los directores anteriores de la RSC en la línea de Feelgood, pues ciertamente, las obras históricas de Shakespeare volverán a aflorar para mostrarnos cómo éramos, y cómo somos en el mundo moderno. |
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