m o n o g r á f i c o
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Falangita del dedo índice de la mano derecha
al-
Todo es arte, hoy día. Todo está artistizado.
La vida de todas las personas se ha convertido en una gran obra de arte.
"Oculta tu vida" dice Silverio Lanza que dijo Quevedo que dijo Epicuro.
Es de destacar el desvelamiento de las estrategias
del arte, del espectáculo, que se fundan en la mentira, y
como Lanza, nos la muestra tan necesarias para soportar la vida como los
analgésicos para el dolor de cabeza. Pero, ¿y si la mentira,
el analgésico, hubiese crecido tanto que, por envenenamiento, hubiese
falsificado totalmente la vida?. ¿Y si el arte fuese verdad, y la
vida mentira?. ¿Y si la separación entre arte y vida fuese
homeopática?. Paradojas como "pastillas juanolas".
En un viaje a México, asistí al estreno de Total Recall, el film futurista de Verhoeven, en el D.F. La película había sido rodada allí, y entre los espectadores que nos rodeaban se encontraban muchos de los que habían salido en la película como extras. ¿No eran todos, pues, también artistas?. No protagonistas claro está, porque la invasión del arte a todas las esferas de la vida, tal como la reclamaban desde Rimbaud, dadaistas, surrealistas, hasta llegar a fluxus, afecta a los mecanismos de conocimiento y dominación estéticos, pero aún, como diría el castizo, aún hay clases. Tampoco se ha podido elegir, los mecanismos que ofrecían
las artes para soportar la vida, han sido lo único que nos dejaban
escoger, como los analgésicos, como cualquier medicina, y además
y por supuesto, pagando.
Las pretensiones de convertir el arte en vida, la vida en arte llegaron a los artistas cuando esto era ya una realidad. De todo el proceso de desmaterialización de la obra de arte, el mundo, el artístico y el otro, solo aprendió a como convertirlo todo, hasta la más nimia, vulgar y democrática situación, en mercancía. Así nos encontramos con la insistencia de ir cercenando y cercenando, cada vez más, los espacios de la vida. ¿Que momento nos queda sin que un artista haya echado sobre él su mirada para transmutarlo inmediatamente en algo que no se sabe muy bien para qué sirve pero que si sabemos por qué podemos cambiarlo, dónde podemos venderlo?. Por supuesto que todos somos inocentes en esta operación... pero cada vez que veo un desagüe prendido como signo, como metáfora, como poesía, en una obra de arte, no puedo dejar de preguntarme si seguirá igual el precio, barato, de los desagües o si la grifería moderna habrá tomado ya cartas en este asunto. Pasear por el campo, charlar con los amigos, tomarte unas copas solo, el silencio de la tarde, una obscenidad secreta, todo peligra, pues los artistas, vanguardia de la industria, están dispuestos a colonizar cualquier territorio. No hablo ya sólo de suministrar las grandes estrategias de dominio espectacular sino de colaboracionismo en la destrucción del "yo" a cambio de renovar al individuo, a la persona. ¿Pero no era ese uno de los grandes propósitos, una de las grandes metas del proyecto moderno? Un "yo" sin ningún uso posible, establecido como simple referencia de cambio. Falange distal del dedo pequeño del pie izquierdo.
la ver
En el Museo de artes populares del Tirol, encontré un extraño "toallero" que inmediatamente despertó mi atención. Hice todo lo posible por conseguir una imagen del mismo, y así, puedo describirles lo que se reproduce en la postal que tengo delante. Una figura de medio cuerpo, tallada con cierta delicadeza aunque de trazo grueso y tosco, sostiene con los brazos abiertos y en actitud oferente, la barra de lo que es usado como un toallero. La toalla que cuelga parece de crudo lino y es blanca, con bordados en punto de cruz, en hilo de color rojo, de unas geometrizantes cabras alpinas y arbustos y flores de los que superan el fuerte frío de la nieve. La tela en general presenta al menos tres tipos de tramas, desde los flecos que le cuelgan, la redecilla que bordea la tela y el propio paño de la toalla en el que se dibujan los bordados. Parece un toallero muy lujoso, por lo que debe de ser utilizado en algún ritual especial, o usado sólo para secar las manos de algún tipo de sacerdote. Y digo esto, porque lo más intrigante de dicho toallero está en las características de la figura que, partida en dos, lo porta. La mitad derecha representa una dama coronada, vestida con cierto lujo en su policromía y que presenta un seno abultado y generosamente escotado, que resalta el collar de cuentas de oro que le adorna. La mitad izquierda figura a un esqueleto, imitando la posición de la mujer y con una serpiente enroscada, simétrica, con el collar de oro, en su articulado brazo. Verdaderamente no me interesa la lectura semiótica
del objeto. Su icono es bastante conocido a partir del tema de "la muerte
y la doncella", y la presencia de la serpiente puede ofrecer una lectura
especialmente moral, el pecado original y todo eso. Lo que esta imagen
me ofrecía era una exploración clave de las relaciones de
la obra de arte con el mundo y el significado de sus mercaderías.
Si la pretensión de los artistas es que sus objetos
y acciones pasen al mundo con la misma categoría de un charco de
agua o una mancha de barro, van a tener que acabar usando este toallero
después de lavarse las manos.
Cuando Artaud preconizaba que el arte debe de actuar como la vida, se refiere que debe de actuar contra la vida, "el arte es a la vez que repetición de la vida, su contrario". Las conclusiones que pueden extraerse en una lectura atenta de El teatro y su doble es que el territorio sobre el que el arte infiere es solamente el de la muerte. "El teatro como la peste, es una crisis que se resuelve en la muerte o en la curación", y después, "el teatro es un mal, pues el equilibrio supremo no se alcanza sin destrucción", y más tarde, "el problema es saber si en este mundo que cae, que se suicida sin saberlo, se encontrará un núcleo de hombres capaces de imponer esta noción superior de teatro, hombres que restaurarán para todos nosotros el equivalente natural y mágico de los dogmas en que ya no creemos". Demasiado pronto deseché yo la simbología de la "serpiente". El arte es vida, dicen. Y usando, una vez más, unos versos de Bergamín, pienso: "Yo encuentro que es indecente / decir de un muerto insepulto / que está de cuerpo presente." Aunque fuera de la religión existen otros mundos. Toda esa maravillosa literatura ilustrada que contienen los trabajos de campo de los antropólogos, desde Boas hasta LéviStrauss y muchos otros, conviene en decir, que la relación de los pueblos con sus objetos artísticos se mide con los mismos parámetros de sus relaciones con la muerte. Un fragmento: "Cuando una mujer ha soñado con la Doble Dama, contaba hará casi un siglo un viejo indio, a partir de ese momento y emprenda lo que emprenda, nadie podrá rivalizar con ella. Pero esa mujer se conduce como una loca perdida. Ríe impulsivamente, obra de manera imprevisible. Vuelve locos a los hombres que se acercan a ella. Es por eso que a esas mujeres les llaman dobles damas. Se acuestan con cualquiera. Pero en todos los trabajos, no hay nadie que las supere. Son grandes bordadoras con púas de puerco espín, arte en el que son muy hábiles." ¿Que cómo veo y leo el "toallero"?. La muchacha es la vida o el mundo; la toalla bordada representa la obra de arte con las metáforas implícitas de que pertenece a la comunidad, al tejido social que la sostiene, el mismo tejido del que están hechos los sueños; el esqueleto es la muerte o el arte. Sin los tres elementos no es posible una noción de sentido. LéviStrauss afirmaba, hace poco tiempo, que no entendía porqué un cuadro de Picasso no podía estar en un museo de antropología y una máscara africana sí. Claro que la obra de arte es de por sí, como objeto, sólo un documento y podría exhibirse en el museo del hombre de París. Claro que la obra de arte es, como mercancía, una forma de dinero y podría mostrarse en los expositores de la Bolsa de París. Claro que la obra de arte es un objeto cuyos significados puede establecer claves que van más allá de lo semiótico y pueden estar en el museo de Louvre de París. El cambalache de pinturas, monedas y máscaras africanas pronto será costumbre en los museos de todo el mundo. Me faltaba decir que en el toallero, de autor anónimo por cierto, la media muerte y la media muchacha se andaban riendo. |
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