m o n o g r á f i c o |
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Nadie pone en duda, a estas alturas, el éxito asombroso que
alcanzó la narrativa hispanoamericana, aunque por aquel entonces
la crítica desvarió un poco, bien por despreciarla bien por
darle carácter de acontecimiento espectacular y de originalidad
absoluta. Pasado ya tiempo suficiente, es necesario un enfoque más
ajustado del hecho histórico y de los textos como tales.
Dentro de lo que se denominó "El boom de la narrativa hispanoamericana", a mi juicio el cuento hispanoamericano fue el auténtico desencadenante de ese acontecimiento, que revolucionó las lecturas de los que entonces éramos estudiantes universitarios.
El cuento hay que entenderlo como un género con características propias, que exige una organización muy sutil de la materia narrativa; es entonces cuando nos daremos cuenta de su importancia y de la participación que tuvo en la superación formal de la narrativa hispanoamericana. El cuento fue, además, la piedra de toque y la base de prueba y lanzamiento de gran número de narradores hispanoamericanos El cuento, en Hispanoamérica, fue sujeto -al inicio de su explosión- de seminarios, monográficos y suplementos de revistas, lo que sorprendió a muchos, ya que en paises como Inglaterra, Estados Unidos, etc. cada vez era más difícil encontrar publicaciones de este género. La tradición cuentista hispanoamericana se remonta muy atrás (se considera a Fray Martin de María como precursor colonial del cuento hispanoamericano; este fraile llegó a Perú hacia 1560). Ahora bien, en Hispanoamérica el cuento literario como tal es una creación del Romanticismo, aunque en forma embrionaria existiera durante muchos siglos a manera de narración interpolada en textos clásicos. A comienzos del siglo XIX, el cuento se encuentra, a menudo, supeditado a la literatura costumbrista. En este marco tenemos al peruano Ricardo Palma (1833-1919) que fue, quizás, el único que logró transformar aquella literatura ocasional y pintoresca en relatos de indiscutible vitalidad imaginativa. A pesar de los excesos coloristas, el cuento hispanoamericano fue encontrando modelos -Poe, Chèjov, etc.- que prescribían los límites y posibilidades del género. Así, hacia fines del XIX comienza a definirse el cuento. Pero, además de estos modelos, ayudan a esta definición otras corrientes literarias que surgían entonces: por ejemplo, el Modernismo, que en la prosa prefirió la narración breve. Impulsó, por otra parte, al cuento hacia un foco capaz de producir la dilatación imaginativa que caracteriza al poema. Tenemos los cuentos de Manuel Gutiérrez Nájera (1859-1895) y del gran Rubén Darío (1867-1916). Paralelamente, se cultivó el cuento naturalista, cuya espina
dorsal fue la documentación objetiva de injusticias, miserias
y experiencias embrutecedoras. En este sentido, el cuento en Hispanoamérica
es, sin lugar a dudas, lo mejor de la prosa naturalista. Aquí nos
encontramos con los cuentos de Baldomero Lillo (1867-1923) y de Javier
de Viana (1868-1926).
Hay un acontecimiento que afectó notablemente el curso del cuento hispanoamericano; la Revolución mexicana de 1910. En la generación surgida de este hecho (Mariano Azuela, 1873-1951, Gerardo Murillo, 1877-1964 y José Vasconcelos, 1881-1959) el cuento es casi siempre un bosquejo de incidentes o un mero reportaje de sucesos revolucionarios. Así, el lenguaje de los relatos rechaza embellecimientos formales que tradicionalmente cultivó la literatura burguesa. Se produjo de esta manera una forma de escritura revolucionaria a la que pertenecen cuentos admirables de Francisco Rojas González (1904-1951), Jose Revueltas (1914-1976) y Juan Rulfo (1918-1986). Hoy se señala también el hecho, tal vez un poco aislado,
de la cuentística del realismo criollista, abundante pero difícil
de precisar sus rasgos narrativos primordiales. Esta dificultad se debe
a que en la mayoría de los casos el texto aparece viciado por una
estrecha perspectiva regionalista y que se distrae con lo pasajero o con
la más cruda protesta social.
En los años de la postguerra, el cuento se verá dominado de forma creciente por la obra de grandes creadores: Borges, José Arreola, Julio Cortázar, Juan Rulfo, Gabriel García Márquez... Es justamente entonces cuando empieza a desatarse ante el mundo el potencial imaginativo de la ficción hispanoamericana contemporánea. Es con Borges (primer escritor hispanoamericano que logra genuíno renombre internacional) con quien se inicia en la narrativa hispanoamericana una intensa exploración del lenguaje que continuó en los textos principales de Cortázar, Carlos Fuentes, Guillermo Cabrera Infante, etc. Con ellos se originó una literatura que se repliega sobre si misma y que cuestiona desde sus entrañas la naturaleza de la obra literaria. Específicamente, la cuentística hispanoamericana de entonces aportó un repertorio de temas y técnicas narrativas verdaderamente deslumbrante. Conviene, por último, tener presente que el cuento ocupa, dentro
de la esfera literaria hispanoamericana, un ámbito propio de extraordinaria
riqueza que, además no siempre entronca con los objetivos de la
novela. Muchos de los autores mencionados son, ante todo, cuentistas: Borges,
Revueltas Arreola y Rulfo, aunque hayan escrito novelas; otros como García
Márquez y Cortázar son maestros en ambos géneros.
Una cala en García Márquez "Gabo" debe su fama, fundamentalmente, a Cien años de soledad, publicada en 1967. Es uno de los más activos y polifacéticos escritores hispanoamericanos, muy ligado a la influencia e inspiración de Jorge Luis Borges. Sus novelas y cuentos son más sencillos y directos en comparación con los de Cortázar, Rulfo o Vargas Llosa, por ejemplo. Aunque más tradicional que sus compañeros de generación, y en una época en que el deseo del cambio revolucionario rige con tanta fuerza y exige unas posturas individuales y concretas, su importancia e influencia son indudables, sobre todo en sus contemporáneos. Toda su obra tiene unos lazos comunes como, por ejemplo, que muchos de los mismos personajes figuran en distintas obras, creando así un tipo de mundo ficticio o familiar, cuyos miembros van y vienen mientras siguen su vida cotidiana en Macondo, el pueblo mítico cuya fundación, apogeo y destrucción quedan tan vivos en el recuerdo de sus lectores. Los funerales de la Mamá Grande sirve de puente entre los monólogos interiores de La hojarasca y 1a prosa exuberante de otras posteriores. Hemos de tener en cuenta, como ya hemos señalado más arriba, que todas estas narraciones continúan una larga herencia cuentística: influencias de maestros como Chèjov, Poe y Kipling. Además, en el caso de García Márquez, los cuentos forman al mismo tiempo una parte integra de una creación literaria de mayor alcance, que incluye artículos de periódico y guiones de cine, igual que novelas. Él ha dicho que El coronel no tiene quien le escriba, La mala hora y Los funerales de la Mamá Grande son el resultado de lo que originariamente se concibió como una sola novela, explicando de esta forma que comparten entre sí el mismo tema general, los mismos personajes, el mismo ambiente. Al lectores se le exige que relacione lo nuevo con lo anterior, ya sea una segunda versión de una escena ya tratada o el relato de otro episodio en la vida de un personaje conocido ya. Muchas veces, estos cambios de perspectiva alteran sustancialmente la técnica narrativa, y además de prestar a la obra de García Márquez en su conjunto una curiosa y viva cohesión, estimulan en el lector un deseo de ponerse al corriente de esta evolución contínua de su genio como escritor. Ejemplo de esta evolución la tenemos en el encuentro entre el dentista y el alcalde de Macondo, presentada desde dos puntos de vista distintos: por una parte, el del dentista en "Un día de estos", de Los funerales de la Mamá Grande y, por otra, el del alcalde en La mala hora. En "Un día de estos", el autor da un enfoque inicial que mantendrá a lo largo del cuento (presentación del dentista Aurelio Estovar, solo en su oficina). En La mala hora, el contexto es mayor y se concentra en la figura del alcalde. García Márquez vuelve frecuentemente a leer sus propias obras, buscando nuevas maneras de expresar sus recuerdos de la Colombia en que se crió. La fantasía y la exageración son componentes fundamentales de su versión particular del realismo, de su visión de Macondo, donde todo cabe dentro de lo posible. Macondo trasciende lo nacional colombiano para convertirse en una recreación de la naturaleza hispanoamericana en su integridad, presentando situaciones que son regionales en su detalle pero universales en sus implicaciones. Los personajes de García Márquez soportan tanto injusticias civiles como los males de la sociedad moderna: la soledad, la angustia, la falta de comunicación, careciendo totalmente de una comprensión clara de como realizar sus ambiciones. Los personajes masculinos de Los funerales de la Mamá Grande son los antecedentes lógicos de los Buendía de Cien años de soledad cuyo ingenio natural contribuye tanto a la desintegración de la sociedad que ellos mismos han forjado. La postura del autor ante Macondo es a veces crítica, pero no la convierte nunca en una condena total de este mundo de su juventud. Él siente un gran afecto por la sencillez de esa vida y por esa gente tan simpática como perezosa, y tan graciosa como brutal. Los detalles con que nos muestra el carácter de los personajes vienen a ser una parte esencial de su interpretación de la realidad y la obvia autenticidad de estos condiciona previamente al lector a que acepte el misterio y la magia (recordemos la estera voladora de los gitanos, la elevación del padre Nicanor, la tormenta que dura cuatro años, once meses y dos días y las plagas de insomnio y amnesia de Cien años de soledad). Mediante su genio para la comicidad consigue humanizar un mundo en que
la corrupción y la pobreza, la violencia y el sufrimiento no podrían
producir en él y en sus lectores sino un pesimismo desesperado.
El final del cuento Los funerales de la Mamá Grande (destrucción
de su casa por parte de sus parientes y ahijados que se han lanzado a repartir
la herencia) se parece mucho al final de Cien años de soledad en
donde las hormigas están royendo la casa, mientras esta se va deshaciendo
alrededor de los últimos miembros de la familia Buendía.v
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