h u m a n i d a d e s
Aleix Vidal-Quadras
LA VIA UNICA

En su introducción al opúsculo de Tony Blair titulado “La Tercera Vía”, Victoria Camps observa que la sociedad europea mira hacia la izquierda demandándole soluciones a los viejos y a los nuevos problemas. Esta es una gran verdad, pero la ilustre profesora de Ética olvida un pequeño detalle: que la izquierda mira hacia la derecha para encontrar esas soluciones. El descubrimiento de esa mirada escrutadora es la Tercera Vía.

Tony Blair nos comunica en su agradable librito que la política tiene que ver ante todo con las ideas. Sin embargo, y eso Blair no lo dice, muchas veces consiste en el astuto manejo de la ausencia de ideas. La hábil administración de la carencia de pensamiento ha tenido y tiene auténticos maestros que han alcanzado las cumbres del poder gracias precisamente a tan preciosa técnica. Por supuesto, este no es el caso de Tony Blair. El premier británico tiene ideas, y algunas bastante interesantes. El hecho de que estas ideas ni sean novedosas ni sean suyas no le resta ningún mérito porque para un político descubrir un buen filón conceptual y explotarlo es una muestra clara de inteligencia. De hecho, muchos políticos no distinguen una idea interesante de una banalidad insustancial. Incluso los hay que sienten una desconfianza instintiva hacia las ideas, sobre todo si son buenas, en tanto que las trivialidades y los lugares comunes les proporcionan estremecimientos de placer. Blair no pertenece a esta categoría inferior. Se le nota al leerle y escucharle que disfruta con las ideas, casi tanto como sus speech-writers, que son, por cierto, de primera. La doctrina blairita no es, en efecto, banal ni superficial. Es ligera y burbujeante, pero consistentemente ligera y elegantemente pétillant, y sabe comunicarla, dato esencial, con convicción y atractivo.

Blair ha escrito un catecismo, “La Tercera Vía”, que es un prontuario divulgativo de la obra del mismo título escrita por el actual director de la London School of Economics, Anthony Giddens. Hay que reconocer que en este trabajo de síntesis y adelgazamiento, la economía de esfuerzo y el tributo intelectual han sido notables. Blair es un político con mentor, con guía espiritual, con padre intelectual, lo que dice mucho en su favor. Giddens es para Blair lo que fue Aristóteles para Alejandro, Voltaire para Cristina de Suecia, Hayek para Margaret Thatcher. Esta colaboración de cerebro y sonrisa comunicadora ha cosechado un éxito descollante. Blair gobierna el Reino Unido y a Giddens se lo disputan todos los líderes políticos de Occidente para que les dé la receta mágica. Después de los Beatles, de Mary Quant y de la ropa Burberrys, Giddens. Gracias esta vez a la Tercera Vía el Made in Britain vuelve a pegar fuerte.

Europa está adquiriendo un nuevo rostro socialista en la medida que el socialismo se ha hecho un peeling, es decir, Europa ha regresado a la socialdemocracia después de la llamada revolución neoliberal de los ochenta en la medida que la socialdemocracia ha dejado de serlo -sin que se note demasiado- de la mano del tándem Giddens-Blair. No es que el Gobierno español vaya ahora con el paso cambiado, como pretende malévolamente Josep Borrell en su admirativo prólogo de la edición española del manifiesto electoral del New Labour. Es la socialdemocracia la que ha cambiado la cadencia de su propio paso y, en consecuencia, derecha e izquierda civilizadas se disponen a entrar en el siglo XXI al mismo ritmo. De otras derechas e izquierdas asilvestradas no vale la pena hablar porque este artículo trata de la Tercera Vía, no de la Vía Muerta.
Cuando los exégetas de la nueva izquierda radicalmente centrada dicen que la renovación de su espacio político pasa por perfilar un camino entre el liberalismo puro y duro y una socialdemocracia agotada, desenfocan levemente el asunto. Lo que han acometido, y hay que reconocer que con asombroso acierto, es retocar la socialdemocracia para que se aproxime al liberalismo. Esta operación ha sido la contribución magistral de Blair que, al mismo tiempo que se apropia de las ideas del adversario y las envuelve en un ropaje más amable y seductor, las presenta como un gran descubrimiento y además arrolla por mayoría absoluta. La conclusión sólo puede ser una: Blair es sencillamente un genio.

La situación no deja de ser divertida para un ingenuo observador externo. La derecha intenta parecerse a la izquierda para ganar votos y, salvo honrosas excepciones, resulta un poco patética. La izquierda, que ya tiene habitualmente los votos, asume las ideas de la derecha para conseguir el crecimiento económico y la generación de empleo sin perder el dominio del lenguaje y de la imagen. En definitiva, que la izquierda, si es mínimamente honrada en su gestión -objetivo que no siempre consigue-, dado que sus líderes son casi sin excepción más simpáticos, es imbatible. El motivo es obvio: la derecha siempre ha trabajado sobre la base de lo que los seres humanos realmente somos, mientras que la izquierda funciona a partir de lo que nos gustaría ser.
No hay color, y la Tercera Vía es la muestra de esta abrumadora y desesperante superioridad.

Existen, de todos modos, algunos aspectos inquietantes en la salvadora palabra blairita. Consideremos al respecto dos celebradas frases extraídas de la excelente intervención del Primer Ministro británico ante la Asamblea Francesa el 24 de marzo de 1998. La primera es antológica: “La gente desea una sociedad sin prejuicios, pero no sin reglas”. Magnífico. Despojémonos de los polvorientos y anacrónicos prejuicios y dotémonos de saludables reglas. ¿Cuál es la aplicación práctica de esta sabia máxima?. El Ministro de Comercio de Blair se vio obligado a dimitir fulminantemente porque había aceptado un préstamo a bajo interés de un acaudalado empresario que fue casualmente nombrado a continuación viceministro del Tesoro. Y su Ministro para Gales renunció velozmente después de ser asaltado por unos chaperos en un parque de mala reputación por el que paseaba en su coche no se sabe con que románticos fines. ¿Reglas o prejuicios? Parece que a la hora de la verdad no es evidente prescindir de normas éticas contundentes. El intento, muy Tercera Vía, de combatir el relativismo moral sin recurrir a la trascendencia, algo así como curar el tifus sin antibióticos, no acaba de funcionar. La simpática aventura de fijar reglas sin atender a su fundamento no lleva a terreno firme. La Tercera Vía muestra a poco que se rasque en ella evidentes fragilidades.
La segunda frase tampoco está nada mal, aunque es más vulgar: “Ya no existen políticas económicas de derecha o de izquierda. Sólo las hay buenas o malas”. O sea, busquemos la eficacia y dejémonos de tonterías ideológicas. Arriesgada filosofía, que puede precipitarnos en el abismo. Si la eficacia es el supremo criterio, se abre la puerta al terrorismo de Estado o a la negociación política con ETA canjeando reformas constitucionales por el silencio definitivo de las pistolas asesinas. La Tercera Vía nos muestra de repente una senda oscuramente maquiavélica, pero sin virtú. 

La Tercera Vía aspira a ser la respuesta política al fin de la Historia. Si la Historia ha acabado, terminemos también con la Política. La Tercera Vía, en un mundo desideologizado, blandamente hedonista, higiénicamente moderado, prudentemente razonable y asépticamente capitalista, es la Vía Única, la placentera y definitiva vereda hacia la dicha globalizada, miniaturizada y virtual que a todos nos acoge en la Red infinita que nunca nos engaña, que jamás nos colma. El viejo e hirsuto Marx escribió en la vasta frialdad de la Biblioteca Británica: “De cada uno según su capacidad, a cada uno según su necesidad”. Tony Blair, en su confortable despacho de cálida caoba tras la puerta del 10 de Downing Street ha acuñado una fórmula muy superior: “A cada uno los medios para que pueda ser competitivo, de cada uno lo justo para que no deje de serlo”.

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