![]() s UN TRAYECTO DE IDA Y VUELTA Consuelo
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A poco que nos detengamos a analizar la evolución histórica operada en el ámbito artístico occidental, podremos fácilmente constatar la existencia de una serie de centros que han actuado como catalizadores de una determinada etapa o movimiento. Así, y estamos tan sólo poniendo un mero ejemplo, aunque el Renacimiento supuso para toda Europa una profunda convulsión artística y cultural, será Italia y, más en concreto Florencia, el punto que actuará como referente ineludible en su configuración y desarrollo. Con posterioridad, esta tendencia focalizadora podrá de nuevo ser constatada gracias a la creación de nexos como los establecidos entre el arte español y el Barroco o entre el arte francés y el Rococó. Por su parte, la llegada de la modernidad no sólo no supondrá obstáculo alguno en este proceso de centralización geográfica, sino que acentuará, todavía más, esta tendencia. De este modo, si durante el siglo XIX y primeras décadas del XX el protagonismo artístico quedó centrado en ciudades como Roma y París, tras la 2ª Guerra Mundial éste se desplazará a Estados Unidos y, especialmente, a Nueva York, ciudad que en nuestros días sigue actuando, aunque ya no en solitario, como núcleo artístico de primer orden. Ahora bien, con independencia de la validez o no de estas afirmaciones –convertidas ya en verdaderos tópicos–, así como de la importancia que la historiografía ha asumido en la configuración de las mismas, lo que querríamos destacar en estos momentos es el hecho, básicamente postmoderno, de cómo la globalización que estamos viviendo ha traído consigo no sólo la multiplicación de centros y áreas de influencia, sino también la consiguiente proliferación de modelos discursivos. Frente a la centralización existente en etapas anteriores, la
sensibilidad postmoderna ha puesto de relieve la necesidad de reordenar
y situar los centros estableciendo un nuevo discurso de los márgenes.
Lo que con ello se pretende no es generar ningún tipo de confrontación,
sino poner en crisis la propia noción de centralidad concebida como
modelo único de referencia. La riqueza de la multiculturalidad reside,
precisamente, en este hecho: no tanto en la constatación de una
pluralidad que día a día resulta más evidente, sino
en la superación de un discurso que niega la necesidad de la otredad.
Lo multicultural, por tanto, no surge como rechazo, sino como posibilidad
expresiva de unos márgenes que hasta el presente habían carecido
de voz y de representatividad. Más que la asimilación –en
cuyo interior puede latir la uniformidad– lo que se busca es la afirmación
de la diversidad, una diversidad que conlleva la apuesta por la multicentralidad.
En tanto que país vinculado a una realidad que no sólo queda definida por lo geográfico, nuestra cultura resulta difícilmente comprensible sin la referencia mediterránea. Este hecho tantas veces repetido no debe, sin embargo, hacernos olvidar la propia pluralidad que caracteriza ese referente. De ahí que si no queremos convertir el mismo en una mera coartada retórica, tengamos que redefinir desde una perspectiva globalizadora no sólo qué es aquello que entendemos por cultura mediterránea, sino también cuál es el papel que la misma debe desempeñar en este nuevo siglo. Tal y como con anterioridad hemos señalado, las derivas postmodernas
han acentuado el carácter multifocal de la realidad. Ésta
ha dejado de ser algo único y cerrado para convertirse en un concepto,
sin duda alguna contradictorio, aunque afortunadamente diverso.
Curiosamente, el ámbito artístico ha sido concebido, de manera especial desde el Romanticismo, como un espacio de libertad, reflexión e investigación, un ámbito que ha actuado como área privilegiada en el desarrollo de la crítica y del diálogo. Partiendo de ello, este carácter debe seguir siendo fomentado, ya que a través del mismo toda cultura se va paulatinamente afianzando en los valores solidarios a los que antes aludíamos, unos valores que hoy en día continúan siendo indispensables en la profundización del sentido democrático. A su vez, la necesaria cohesión que el Mediterráneo reclama dentro de la nueva cultura global se tiene que sustentar en dichos valores, puesto que sin ellos no es posible cultura alguna. El arte adquiere, precisamente por este motivo, un relevante protagonismo. Teniendo en cuenta que resulta impensable una cultura sin libertad y que el arte es sinónimo de esa libertad, tenemos que favorecer todas aquellas vías de intercambio que posibiliten la colaboración conjunta de unos pueblos cuya mediterraneidad es parte constitutiva e ineludible de los mismos. La puesta en marcha de estas vías constituye uno de los principales
instrumentos de los que disponemos a la hora de establecer un nuevo foco
de influencia. La globalización en modo alguno supone el abandono
de lo local, ya que la dialéctica entre ambos conceptos requiere
la multiplicación y diversificación de centros. Este hecho
es el que nos lleva a pensar que cualquier proyecto que tome como punto
de partida el Mediterráneo tiene que articularse en relación
a un contexto mundial en el que los intercambios son cada vez más
intensos y complejos.
La cultura mediterránea no esconde añoranza alguna, ya
que en ella no es posible la regresión. Lo que en la misma vive,
por el contrario, es una posibilidad de futuro. Una posibilidad de futuro
que es tal porque bajo una historia milenaria se continúan agrupando
un conjunto de jóvenes pueblos cuyas peculiaridades y diferencias
invitan a compartidos planteamientos.
Nuestro deseo sería que la UNESCO, apreciando la significación histórica de Santa Maria de la Valldigna y su potencialidad futura, dispensara singularizada atención, en términos semejantes a los del Monasterio de Santa Caterina del Sinaí, pues si allí el Profeta Mahoma dejó testimonio en el pasado de la posible tolerancia y entendimiento entre las diversas religiones del Libro, el territorio de la Valldigna, con sus componentes judíos, musulmanes y cristianos, es prueba, en cierto modo simétrica, de la voluntad futura del entendimiento, tolerancia, y progreso de la democracia que se hace posible cuando la riqueza cultural y el patrimonio histórico y artístico se convierten en instrumentos eficaces para la creación de riqueza esconómica y de igualdad. Así, bajo las directrices y la supervisión directa del
Mediterranean Cultural Council, el próximo mes de mayo celebraremos
en el propio monasterio de Santa María de la Valldigna, las Primeras
Jornadas Internacionales: Patrimonio, Comunicación y Gestión
de la Cultura: por un Mediterraneo sostenible, desde la modernidad plural.
Este encuentro, en el que esperamos contar con la presencia de los responsables
de museos y centros culturales, de responsables de gestión del turismo
y de los impulsores de la economía de la cultura, tanto de las instituciones
públicas como de fundaciones privadas y organizaciones no gubernamentales,
será, al propio tiempo, tercer encuentro para periodistas del mediterráneo
(en linea con los ya celebrados en Valencia en 1986 y 1987) a fin de que
la difusión sea eficaz en cada uno de los países de procedencia.
En el transcurso de los próximos años queremos incidir en este hecho. Para hacerlo tenemos previsto poner en marcha diversos encuentros y bienales que, desde punto de vista complementario e interdisciplinar, ayuden a repensar qué Mediterráneo necesitamos y cuál es el papel que el mismo puede desempeñar dentro de un mundo en constante relación y dependencia. En este sentido, proyectos ya próximos como la futura Bienal de Valencia de las Artes, el Encuentro Mundial de las Artes que estamos preparando para este mismo año, y la venidera Bienal Internacional de Dramaturgos, van a marcar un punto de inflexión en este proceso de consolidación de un foco cultural mediterráneo. Una realidad global requiere la riqueza del particularismo. Por este motivo desde la Comunidad Valenciana estamos institucionalmente apoyando aquellos proyectos, tanto en Latinoamérica, como en Europa o en el Mediterráneo, que nos permiten abrirnos a los demás sin olvidar aquello que somos, es decir, que nos posibilitan mirar hacia adelante sin olvidar de dónde venimos. |
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