![]() José
Miguel G. Cortés
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Son múltiples las violencias que sentimos y son numerosos los excluidos que se originan, como es inmenso el dolor que ocasionan y 1a rabia que a menudo nos embarga. Los medios de comunicación están repletos de historias terribles -sangrientas unas' humillantes otras- que postergan a diferentes seres humanos a dolorosos estados de postración. Imágenes violentas nos asaltan cada día desde guerras y matanzas de carácter político, a palizas y violaciones en el ámbito más privado. Nuestra cotidianidad se nutre de violencia física y verbal' de agresividad social y exclusión personal ante la que - en innumerables ocasiones- nos sentimos impotentes.
Cuando un hombre es asesinado por su color de piel, una mujer violada por llevar una falda corta, un joven apaleado por ser gay, una ciudad arrasada por albergar a una etnia determinada una población condenada a la miseria por pertenecer al denominado tercer mundo' una cultura negada por ser minoritaria o un individuo humillado, simplemente, por ser diferente nuestra vida está siendo vapuleada y nuestra conciencia maltratada. En ocasiones esta violencia alcanza determinados grados de crueldad y se convierte en una acción destructiva de carácter sistemático e indiscriminado, dando paso al terror. El cerrar los ojos ante ello no evitará que suceda, la pasividad ante los atropellos no hará que no se vuelvan a repetir. El silencio ante la barbarie y la violencia nos hace de algún modo, cómplices de un estado de cosas sobre el que sería muy conveniente reflexionar si deseamos vivir en un mundo más habitable. Sin embargo, creo adivinar un cierto pesimismo y consecuencia de ello un cierto conformismo, en gran parte de la cultura contemporánea. Pocos son los intelectuales (si exceptuamos a algunos como Juan Goytisolo, Susan Sontag, José Saramago o Manuel Vázquez Montalbán) y muchos menos los artistas plásticos, que se manifiestan clara y contundentemente contra una situación cada vez más insoportable. El mundo del arte, especialmente en estos últimos años y aquí en España, se ha mostrado reacio a tomar una posición comprometida, a manifestarse en contra de los atropellos e injusticias que se repiten a diario. Todavía es ampliamente mayoritaria la opinión -tanto en la crítica, como en la universidad o en los talleres- de que el pensamiento y/o la actividad artística nada (o muy poco) tienen que ver con la cotidianidad que conforma nuestra existencia. Las prácticas se presentan ausentes de ideología y se enzarzan en discusiones que a muy pocos interesan, mientras los problemas que transforman, enriquecen o anulan nuestra existencia pasan por su lado. En este sentido, me ha parecido muy conveniente dar la oportunidad al
profesor y teórico del arte Juan Vicente Aliaga (una de las voces
más comprometidas del panorama artístico español),
de mostrar y analizar la actitud y la vinculación que el mundo del
arte contemporáneo está manteniendo con la problemática
de la violencia.
En una sociedad donde las voces -muchas veces- son demasiado monocordes y el pensamiento único gana cada vez más adeptos me ha parecido muy importante abrir las puertas y las ventanas a la disonancia, a la discrepancia y al inconformismo permitiendo que entren ideas e imágenes que nos den una visión amplia y plural de las experiencias vitales y del arte. |
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