m o n o g r á f i c o
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Traducido
por Rosalina Lasso de la Vega
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El Mediterráneo es una cultura y también una barbarie . “No hay nada más siniestro que el sol” dijo Jean-Paul Sartre en Las Moscas, obra que retoma uno de los grandes temas de la tragedia mediterránea. Ciertamente sin remontar a los orígenes a menudo trágicos de nuestro mar amado, este mar sin el cual no seríamos lo que somos, hombres y mujeres de aquí, pero también hombres y mujeres de más lejano, es cierto con solo mirar a nuestro alrededor hic et nunc, que la tragedia continúa alumbrando sombríamente, siniestramente, la actualidad de nuestros países. No quiero citar ningún nombre. Diría solamente que hasta la orilla oeste de mediterráneo, que se podría estimar como preservada, está también cargada de acontecimientos dramáticos. En unos sitios por isla interpuesta, siempre la tensión presente,en otros por región lingüística. Ya sea la orilla sur, ya sea la orilla este. ¿ De dónde viene, en el mediterráneo, esta barbarie fundamental? Al hilo de una historia plurimilenaria precisará que los hombres, con sed de sangre saciada, compongan, a fin de crear, poco a poco en cada parcela de este territorio precioso que rodea el elemento admirablemente líquido y azul las grandes realizaciones que son: en su diversidad, nuestras concepciones religiosas y filosóficas, nuestros grandiosos o delicados monumentos, nuestras obras y nuestras obras maestras poéticas o literarias, nuestras ciudades con este acento arquitectural inimitable que distingue a uno de entre los demás, a estas grandes realizaciones que son también nuestros intercambios y nuestro comercio de toda naturaleza, nuestras especialidades culinarias, nuestro placer para reencontrarnos y para reconocernos en el seno de una organización del tiempo y del espacio que es más o menos común –este orden mediterráneo que, a menudo, tiene aspecto de desorden a los ojos y a espíritus septentrionales-, la idea de que el amor es la mayor de las pulsiones dominadoras y de las tentaciones humanas y que, no obstante frente a este amor que está ardiente, hay toda clase de obstáculos imaginados por el destino, del que la irremediable muerte, a la que el amor se medirá en el momento que llegue para vencerla incluso hasta cuando ella estima haber vencido. Sí, todo ésto, cantado por nuestros poetas, pintado en imágenes y en iconos por nuestros pintores, esculpido en el sueño (la idea) y la piedra, todo esto, una vez superada la barbarie constituida por las fuerzas desencadenadas hace que el mediterráneo sea el mediterráneo y así permanecerá a través de los hombres para siempre.
A menudo, me he interrogado sobre las razones de la barbarie mediterránea.
Pero la voz barbarie ¿de dónde proviene? Los diccionarios
etimológicos la sitúan en tiempo de los griegos: “bárbaros,
nos dice por ejemplo el diccionario histórico de la lengua francesa
de Alain Rey, viene del griego bárbaros que designaba a los no griegos,
palabra formada sobre una onomatopeya que evoca el habla confusa, la expresión
incomprensible: en el sanscrito, bárbara (que farfulla) utilizado
en plural como designación de los pueblos extranjeros, se le aproxima”
Alain Rey no admite, no sabemos bien por qué, el sumerio bar-bar
que también significa extranjero y el babilonio barbaru, ya que
dice que el acadio barbaru no significa más que “lobo”. Quizá
es dar de barato esta máxima primitiva, que se encuentra bajo muchas
formas alrededor del Bassin o Cuenca mediterránea, máxima
que debemos admitir expresa una sabiduría dolorosa y desolada, realista
en cualquier caso y que proviene del pragmatismo un poco triste del que
solo el mediterráneo tiene el secreto: “Homo homini lupus” fórmula
atribuida a Plauto y adoptada por Hobbes a todas nuestras lenguas. Berebere,
berberisco, barbarismo son todos palabras que desembocan en un mismo concepto
para significar, a los ojos de algunos –con el mismo título que
el lugar llamado barbarie (en “figue de Barbarie”, “higo chumbo”, por ejemplo)-
el territorio enemigo poblado de gentes hostiles que hablan no se sabe
bien que charabia, (dialecto al-garabía), lengua incomprensible
y confusa en la que aparece el árabe rechazado, en la lengua francesa
y en las expresiones populares españolas.
Olvidamos a veces, al ver tan maravillosamente habitadas sus orillas, y por consiguiente civilizaciones bellamente contrastadas –complementarias en el seno mismo de su contraste- que es en el Mediterráneo donde se produce una de las principales fisuras tectónicas y que es aquí, en el Mediterráneo, donde todavía quedan algunos volcanes, mal apagados del planeta (simbólicos y físicos). De vez en cuando, un temblor de tierra, una erupción violenta, debida a la naturaleza o a los hombres, nos lo recuerdan - y es Pompeya o Bosnia, el seísmo de Al-Asnan o la terrible guerra del Líbano, la peste negra o verdosa o negruzca de tal o tal fascismo ribeteado (galonado) o la marejada de Lisboa. Mezclando los datos y los acontecimientos, el Mediterráneo es nuestra memoria, común e inmemorial. Fueron precisas, ya grandes sacudidas –geográficas, históricas, intelectuales y espirituales- ya conflagraciones entre hombres y sociedades, incluso en el seno de una misma comunidad, para que se hayan convertido en creíbles –bajo el duro sol del Mediterráneo que da su sombra parsimoniosamente, a Moises, Jesús, y Mahoma, a Sócrates, Platón y Aristóteles, Maimonides e Ib Rushd, San Agustín e Ibn Arabi, Ibn Gabirol e Ibn Khaldoun, y aún otros, los poderosos (valientes) aventureros curiosos de hombres y mundos, los Marco Polo, los Ibn Batuta, los Cristóbal Colón. Pero también todos los artistas sublimes que conocemos, desde Fidias a Picasso, del escultor anónimo egipcio al arquitecto anónimo romano, de Leonardo Da Vinci a Velázquez, de Wassiti a Fray Angélico o al Greco, de Paladio a Sinân y de Zeuxis a Cézanne. Si fue necesario este duro sol nuestro, sin ternura excesiva pero sabiendo ceder su parte también a la luna y a la noche, para que nacieran la Iliada, la Odisea, la Eneida, el Libro de los Muertos (egipcio): Esquilo, Sófocles y Eurípides; Aristófanes y Plauto; Dante y Montaigne; Lope de Vega y Omar Ibn al-Faridh; Yunus Emré y Pirandelo; Cervantes y Naghib Mahfouz. No quiero mezclar y de ninguna manera deseo confundir los grandes intelectuales, los grandes inspirados, algunos de nuestros maestros eternos y los artistas o poetas de los que he citado algunos de entre los miles posibles. Lo que deseo decir y decirlo con fuerza, es que en el Mediterráneo es donde ha nacido por primera vez en la Historia, y muy especialmente en la historia del pensamiento, la idea, esencial, que no es el número quien tiene razón sino el individuo –a cual el código de Hamurabi ya reconocía derechos- pero aún más intensamente y una vez que la tragedia común se ha desenmascarado socialmente, cosa de la que he apuntado la nocividad, que es la persona, la verdadera medida de las cosas, siendo identificada como única e irremplazable. No es fácil que el individuo, que la persona, haga prevalecer su voz frente a la masa, pero suele ocurrir que ella, si es preciso eleva el precio de su vida. Sócrates y su copa envenenada hacen eco al suplicio de Cristo en la soledad terriblemente conquistada y en la muerte que, sola, concede el derecho de haber hablado retrospectivamente. “Había más tarde un solo cristiano y fue crucificado” dijo Nietzsche.
Hablar es uno de los puntos fuertes de los hombres del Mediterráneo. “En el principio fue el Verbo” dijo Dios. Hablar para informar, hablar para persuadir, hablar para orientar, hablar para salvar. Es en el Mediterráneo, patria de grandes oradores –Demóstenes o Cicerón, grades juristas como los Vulpiano y los Justiniano, conquistadores de pueblos como Alejandro, Anibal, César o Napoleón, es, quiero decir, por todos estos, por el mejor y a veces por el peor, donde el hecho de pensar y de pensar libremente, el hecho de hablar y de hablar audazmente, llegan a constituir, en el hilo de la historia, un cierto tipo de intelectual y a veces moralista de la que el Mediterráneo tiene el secreto, probablemente más que ninguna otra región del mundo. Y además el Mediterráneo está lejos de limitarse a sus fronteras geográficas: por todas partes en el Universo donde se habla una de las lenguas del Mediterráneo, que son a menudo grandes vértices de comunicación –francés, español, italiano, árabe, entre otras- se está de alguna manera en el Mediterráneo y ello hace que se extiendan manchas azules sobre todos nuestros planisferios. Está el Mediterráneo también por todo el mundo donde Moisés, Jesús, y Mahoma tienen predominio espiritual, por todas partes donde se cita y se habla de Platón y Aristóteles, de Averroes y Ibn Arabi. Estamos también en el Mediterráneo por lo menos a través de las formas del razonamiento dialéctico o del razonamiento científico, por todas partes donde, frente al esfuerzo de la inteligencia que busca leyes y reglas, la naturaleza es tenida en cuenta y donde, sin querer contradecirla, el espíritu quiere apropiarse del signo para aligerarse y aligerar, para ir más lejos en la exploración del universo usando símbolos y figuras: en el Mediterráneo nacieron los silogismos, la geografía, arabesco y el algebra. Para los hombres del Mediterráneo intelectuales y artistas, la dialéctica es en efecto una de las tácticas fundamentales para resolver la complejidad del mundo: “Los inmortales son mortales y los mortales son inmortales” dice Heráclito aproximando de este modo las mas puras fuentes de la intuición abrahámica, nada como recurrir a la dualidad descubierta en un solo ejercicio de la realidad. La dialéctica es el camino seguido por Orfeo que pierde a Eurídice en el mismo instante en el que la encuentra. Dialéctica es el intercambio que se produce entre el catalán Juan Gris y el normando, pero también mediterráneo Georges Braque que inventa el fauvismo, más tarde el cubismo en Colliure, en contacto con Cezanne y Picasso: “ Me gusta la regla que corrige la emoción”, dice uno. “Me gusta la emoción que corrige la regla” responde el otro. Y entonces, por qué no decirlo, esta es la misma dialéctica en la economía del mundo que la que formulaban nuestros profetas, cuya idea asombrosa, es que está en la muerte que vive, resucita la vida. “Si la simiente no muere ...”, asegura la parábola evangélica; y el Corán en un acercamiento hacia Dios: Tú haces penetrar la noche en el día
Europa se está haciendo. Cada día un poco más y un poco mejor. El sueño de todo mediterráneo es que esta Europa se haga de norte a sur y de oeste a este sin olvidar el mar, este mar, esta matriz donde un día nació. Y su nombre mismo, Europa, es el de una princesita de Oriente hija del rey Agenor de Tyro, un pueblecito de mi país en el Líbano que fue antaño una de las emperatrices del mar. Es pues en el Mediterráneo donde Europa ha tomado su nombre, sus valores filosóficos y espirituales, lo que le ha hecho reino del hombre y soplo de Dios. Y ciertamente en el Mediterráneo donde se hace sentir más la necesidad de una Europa fuerte, humana, generosa, equilibrada y equilibrante para los nosotros. Es inmensa la necesidad en el Mediterráneo, y detrás de la imagen de los países mediterráneos, existen otras necesidades que provienen de otros países. ¡Quécantidad de manos tendidas hacia Europa y cuantas esperanzas encadenadas a su emergencia! He llegado a escribir esto: “(hoy) nuevos espacios inmensos se despliegan delante de las libertades encontradas. Europa se deshace y se rehace y como Europa, desde la mitad del siglo XV, queramos o no, nos alegremos o no, es el punto central del planeta, su sitio focal desde donde surgen todas las líneas del pensamiento, de la industria y del comercio y hacia donde miran todas con una actividad constante de flujo y reflujo, la metamorfosis de Europa surge muy rápida y tendrá como consecuencia la metamorfosis del mundo”. Europa crea espacios diáfanos, genera hombres libres: he aquí lo que Europa es y está en vías de inventar a nuestros ojos. Hablo evidentemente de una Europa de alto vuelo, de una Europa soñada. De una Europa que habría al fin comprendido que el espacio conquistado por la fuerza de las armas es necesariamente una prisión, cualquiera que sean las armas utilizadas para este fin. De una Europa que habría al fin comprendido después de la gloria abrupta y fría de los imperios, que la libertad es indivisible, que un solo esclavo quienquiera que sea incluye en las cadenas la libertad de todos. La libre circulación de las ideas y de hombres es un inmenso pensamiento europeo y hay que recibirlo como conviene, ideas nobles que hacen buena la vida y por las que vale la pena morir. Pero este programa ¿serviría solamente para Europa y por una Europa cada día un poco más cobarde y que tiene miedo de lo mismo por lo que ella ha hecho una espléndida publicidad? Atención cuando llegue ese día, a la intención de todos los hombres. La libre circulación del pensamiento y de los hombres se ha proclamado. Respecto de las ideas, he aquí de lo que Europa tiene miedo: si éstas le parecen un riesgo para sus propios valores, y, sobretodo, si estas ideas vienen del sur del planeta; respecto de los hombres, he aquí de lo que Europa tiene miedo: si le parece que ellos llegan a ella no solamente para darle –cosa que en el ayer hicieron largamente para omnipotencia del imperialismo colonial- sino también para darle lo poco que ellos tienen (su trabajo, su sudor, su pobre olor de penitentes en los bajos fondos de lujo y lucro) si ellos vienen, digo para pedirle lo poco que ella quiera consentir darles, este poco que para ellos es mucho y del que viven. Los hombres, su libre circulación, Europa tiene miedo hoy, sobre todo, si ellos circulan por ella desde el punto de partida del sur del planeta. Una Europa sólo para los europeos y que iría desde el Atlántico a los Urales, ¿quées lo queda por hacer? ¿Una Europa cerrada, cerrada sobre ella misma? ¿Por qué no? Porque entonces ya no sería Europa. |
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