m o n o g r á f i c o
c o m u n i c a c i ó n
Agustín
Andreu
Hora
de Leibniz
Es muy posible que este comienzo de siglo sea "hora de Leibniz". Estaba
pre-visto por el grupo de discípulos de Hermann Cohen que llenaron
la primera parte del siglo XX y que sintieron la insatisfacción
e insuficiencia de los derroteros que permitía la circunstancia,
o a los que forzaba. Las cuentas de la modernidad que hemos ido haciendo
en la segunda parte del siglo recién pasado, presentan un saldo
tan negativo en la convivencia de las naciones y en su mutua atención
mínima, que, junto a los desastres ecológicos que se nos
están entrando por cocinas y hospitales, por mercados y paisajes,
auguran un futuro inmediato desolador. Leibniz había prevenido a
sus contemporáneos:
"Nos estamos adiestrando en los principios de errores muy peligrosos"
La Lógica y la matemática en las que, como es tan bien
sabido, Leibniz fue insigne, le abrieron las puertas de las Sociedades
científicas de Londres y París; pero, sobre todo, le permitieron
calcular el bien y el mal que las tecnologías del cálculo
mecánico e infinitesimal, podían arrastrar consigo. La unidad
del mundo científico natural en su diversidad metódica y
material, y la unidad del mundo científico y del científico-social,
era para él un principio de inteligencia del Universo y de todos
sus contenidos. Su esfuerzo por hacer hablar a los principios de la filosofía
con los de la ciencia llevaban la intención de que respondieran
con seguridad, juntas, del camino que le abrían al género
humano.
Ese esfuerzo se convirtió en su semilla. Leibniz es uno de esos
hombres que envía la Naturaleza o Dios de cuando en cuando a repartir
ideas, colocándolas en el mejor sitio mental y social para que rindan
frutos inmediatos y susciten fe en el progreso mediante el conocimiento
y la convicción. Ideas de planteamiento, de las que abren panoramas
nuevos por su mayor calidad sanante y bienhechora. Capaz de apoderarse
del nivel de los conocimiento en las mas diversas áreas, lo suyo,
propiamente, era la "arquitecturación" de los saberes y de los conocimientos
ya adquiridos, y su aprovechamiento al máximo. Los panoramas abiertos
por las aplicaciones tecnológicas que previó, son ilimitados,
tanto como cautos y subordinados al verdadero progreso del bienestar de
los pueblos. Y la organización internacional e interprofesional
del trabajo, que propugnó, es el impulso y esquema que puede convertir
la globalización creciente en humanización. Los conocedores
de la obra leibniciana tienen una gran responsabilidad en este sentido.
Leibniz está en la Historia de la Ciencia, en vivo. No ya por
lo que hombres como Bertrand Rusell vieron en él -en su modo de
conocimiento y en su modo de plantearse la vida como científico-,
sino porque ninguna de sus directrices científicas ha dejado de
ser fecunda. Su manera de repasar la historia del pensamiento y de la ciencia,
y de aprovecharlos, muestra la eficacia del principio de continuidad en
la serie de invenciones y adelantos, así como la falta de inspiración
en que cae quien se limita a trabajar desde el momento presente del conocimiento.
Contra insolidaridad, generosidad, dice Leibniz en diversos aspectos.
En el medallón donde quiso resumir la fórmula de su sistema
-al estilo de las matemática que es metafísica, según
él-, rodeó la circunferencia con dos leyendas, que dejan
a los lados las cuatro reglas. La de arriba dice: "En las cosas no hay
nada que no caiga y quepa en la Unidad." Y la de abajo: "Sólo
una cosa es necesaria." Unidad y justicia como principio de inteligencia
productiva y de moralidad social. Entender algo es saberlo ver dentro de
una unidad constructiva y fecunda, averiguando y describiendo su verdadero
"sitio"; no hay elementos locos y sueltos justificadamente. Y en la moral
social no hay más que una cosa que no puede ser aplazada, ignorada,
trabucada.
La inteligencia que quiere verdaderamente entender está obligada
a orden y síntesis según principio de realidad.
Es muy probable que este comienzo de siglo sea "hora de Leibniz"
Leibniz es una figura ‘proteica’. Hay muchos Leibniz en Leibniz. Podemos
elegir un filósofo, un matemático, un físico, un tecnólogo.
Podemos elegir el de la Disputatio, un intelectual joven y fogoso, el de
la Protogaea, un geólogo o el del las Novissima Sinica y Consilium
Aegyptiacum, un científico de la política, un diplomático,
un estadista.
Podemos mirarle como un científico, como un filósofo,
como un teólogo. Intelectualmente parece no tener fin. Es casi inabarcable
para una formación científica o tecnológica del nivel
universitario que posee cualquier persona normal de nuestra sociedad actual,
la mas ‘formada’ de la historia de la humanidad.
Adolfo Plasencia
adolfo@mag.upv.es
Leibniz Proteico
Su espectro de pensamiento es tan amplio, de ideas tan ‘claras’, como
él decía, que na-vega por el Álgebra, el Calculo,
la Física, el Lenguaje o la Filosofía siempre con el mismo
vendaval en sus velas.
Con esa variedad de pensamiento podría hoy, de la misma forma
que practican el chat los jóvenes proteicos de Internet, presentarse
o adaptarse a identidades personales e intelectuales diversas, a veces
síncronas, a veces asíncronas pero siempre instaladas en
el cambio
Leibniz podría aparecer con soltura, aún hoy inusitada,
en distintos foros científicos especializados, por ejemplo en teorías
de computación, y lidiar controversias de máximo nivel con
ventaja extraordinaria sobre cualquier ‘especialista’.
Se ve esto en su Characteristica Universalis, en su Monadologia, y
sobre todo en su Dissertatio de Arte Combinatoria, que escribió
con vente años de edad, incluso su citada Disputatio Metaphysica
de Principio Individui que le sirvió para obtener su título
de Bacchalaureatus universitario.
El pensamiento de Leibniz, como su personalidad, también es proteico,
un espejo de múltiples facetas donde los jóvenes de hoy pueden
y deberían mirarse a menudo y zambullirse en profundidad. El pensamiento
de Leibniz es música que suena, sobre todo, en latín, un
idioma casi desconocido en Internet, pero al que la Red le debe su primera
expresión de identidad. Fue en latín la lengua en que Leibniz
escribió la idea ‘clara’ del concepto inicial del sistema binario,
idea primigenia a la cual Internet y la tecnología digital deben
el tributo de su existencia.
Mas que pertinente, el hacer luz intensa hoy, de nuevo, sobre las ideas
de Leibniz es necesario, casi imprescindible. No sólo los jóvenes
de nuestra época son proteicos. Nuestro siglo XXI va a ser proteico.
Nadie como Gottfried Wilhem Leibniz para servir de brújula en una
época como la que nos ha tocado vivir. La figura multidimensional
de Leibniz no es fácil de digerir para ciertos intelectuales partidarios
excluyentes del monocultivo intelectual.
El XXI va a ser un siglo en el que necesitaremos de su transversalidad
para poder entender, poder pensar, saber decidir y, luego, poder actuar.
Probablemente, sin saberlo, los jóvenes actuales interactúan
en Internet, de forma proteica, tal como lo hizo Leibniz en el mundo científico,
político e intelectual de su tiempo.
Hoy, mas que nunca, es necesario retomar a Leibniz.
Webs relacionadas con la obra de Leibniz:
o Congreso:
http://www.ifs.csic.es/ConSem/valencia.htm
o E-list Leibniz
by George Gale at the University of Missouri. Kansas City:
http://scistud.umkc.edu/leibniz/
o The Leibniz page:
http://www.hfac.uh.edu/gbrown/philosophers/ leibniz/LeibnizJavaMenu.html
o Edicion electrónica de las Obras de Leibniz (Ingles):
http://www.cpm.ehime-u.ac.jp/AkamacHomePage/Akamac_E-text_Links/Leibniz.html
o A Leibnitian Chronology
http://www.znort.it/suiseth/drole/gwlchron.html#Chron
En algún lugar de su obra cuenta Leibniz la hipotética
historia de una pequeña sociedad desértica donde no se dispondría
como materia prima más que de la planta del esparto. Y expone los
pasos o grados cómo, a partir del esparto. Y expone los pasos o
grados cómo, a partir del esparto, esa sociedad llegaba no sólo
a asegurar su supervivencia tranquila, sino a envidiable prosperidad. Por
sus pasos o grados y según principios.
Agustín Andreu
LEIBNIZ : DEL CASI NADA AL CASI
TODO
Organizaban en esa mínimamente favorecida sociedad a los sembradores
y colectores, almacenadores y transportistas –de momento a lomos--, pero
sobre todo aprovechaban las ideas relativas a cuanto se puede producir
o fabricar con el esparto, desde instrumentos fuertes como maromas para
barco la influencia principal de los inventores, los cuales a su vez se
inspiraban, al viajar para el comercio sus exportaciones, en las necesidades
y gustos de los pueblos remotos desconocedores del esparto. Los maravillaban
con ingeniosidades y ocurrencias de respuesta, suscitadas precisamente
por as naturalidades que observaban en las tierras lejanas y distintas.
Desde el esparto llegaban a lo más distante y ajeno; el esparto
bien entendido y organizado se lo traía todo a casa. Si no hubiera
sido porque en la medida misma que evolucionaba el tratamiento de su privativa
materia prima, estaba evolucionando también la cultura de la tierra,
la mejora de la planta del esparto, el conocimiento de las artes de los
hombres de otros sitios y de sus costumbres y modos de organización
social, en suma, la cultura espiritual, lo debían tanto al esparto
que lo hubieran declarado Dios, o por lo menos bienhechor máximo
de la Patria.
Pero no hubo necesidad de incurrir en excesos y "tránsitos a
otro género", se limitaron a explicar bien en las escuelas el principio
combinatorio, consistente, como dice la palabra misma, en el arte de combinar
cosas y circunstancias de suerte que con lo que en tu mano tienes sean
atraídas las cosas que te faltan, y que sean atraídas siguiendo
su orden de necesidad, combinando a su vez necesidades y rehuyendo o evitando
la entrada del capítulo llamado autoridad, y más aún,
en su forma seca de fuerza que se impone. La fuerza era en esa Espartilandia
también elemento combinatorio, pero sin sustituir nunca el trabajo
de la inteligencia y la información.
La práctica de este principio combinatorio, junto al principio
de continuidad, organizaba de modo real e inteligible el cuerpo social.
La concepción de la colaboración como una continuidad ventajosa
(bien combinada) daba a la sociedad una estructura práctica muy
sólida, inteligentemente trabajada, sobre todo porque se asentaba
sobre la mejora general y particular de la vida, de los negocios que aseguraban
la vida y su progreso doméstico, familiar, social. Y es que el principio
experiencia hacía poco necesarias las campañas electorales
largas y costosas. Acabada la legislatura, se sentaban unos hombres serios
a la mesa y decían: "Calculemos". Calculaban los progresos hechos
en todos los órdenes y asignaban la nota merecida a los gobernantes,
que no solían ser técnicos de la otra política, la
que calculaba sobre las pasiones de los hombres.
Esto último era utopía, porque sin pasiones no hay hombres,
sabía Leibniz. Pero creyendo que hay que una racionalidad en cifras
provenientes de todas las esferas, que puede aprovechar los impulsos de
las pasiones y combinarlos acertadamente.
Así como concebía la sociedad este alemán, atento
a todas las fuerzas que desde el conocimiento puede reunir el hombre para
que la organización del trabajo de todos pueda reunir con razón
suficiente y escape del desorden y de las insuficiencias irresponsables,
es decir, de un género humano o medio rendimiento por déficits
en su aprovechamiento de lo disponible.
Se lo razonaba Leibniz a las Provincias Unidas o al Reino Unido, a las
grandes monarquías o al Imperio, al emperador de China… Era la aplicación
del principio de la Unidad y la Multiplicidad. Pero él lo mostraba
ya a la moderna: con el conocimiento progresivo de la geología y
la dinámica, de la mecánica y la biología, de la medicina
y la economía…, y con la disposición de instrumentos que
pusieron al alcance de todos un método seguro de alcanzar reglas
prácticas de actuación, tal que pudieran las actuaciones
estar a la altura o nivel de las posibilidades.
Un Congreso sobre Leibniz es un Congreso congruente con los inicios
de un siglo que se sabe, más que una mera fecha, una ocasión
llena de composibles.
|