m o n o g r á f i c o h u m a n i d a d e s 

Rafael Blasco Castany
Voluntariado, solidaridad y justicia

“Ningún proceso es irreversible, ningún mal irremediable”

Justificación
El pasado mes de noviembre tuvo lugar en Valencia el IV Congreso Estatal de Voluntariado junto con las I Jornadas Mediterráneas del Voluntariado. Como consecuencia de estos dos acontecimientos la revista Contrastes me solicitó una reflexión sobre lo que puede representar el Voluntariado como movimiento y sus repercusiones sociales en este Año Internacional del Voluntariado. La presencia de destacadas personalidades como Federico Mayor Zaragoza, Ricardo Díez Hochleitner o Adela Cortina, me obligaba, como responsable de la Consellería de Bienestar Social de la Generalitat Valenciana, a participar, desde mi modesta experiencia en el departamento, en una reflexión que está a caballo entre el desarrollo político y la concienciación social de una ética que a todos, en nuestra condición de humanos, nos incumbe.

Las líneas que siguen son el fruto en unos casos de las aportaciones que allí se debatieron, en otros, de la reflexión posterior.
La experiencia de la insolidaridad

Más de un diez por ciento de la población valenciana participa activamente en acciones de voluntariado a través de las 1.500 organizaciones existentes en nuestro territorio. Son hombres y mujeres que dedican una parte de su tiempo a tareas que, por cualquier motivo, otras personas no pueden desarrollar en su plenitud. Ello nos sitúa con diferencia a la cabeza de las regiones de España y de Europa en el renovado movimiento que inunda regiones y países pero, sobre todo, conciencias.
 

Sin un sueño roto que
valga la pena llorarlo

Si analizamos con rigor el proceso de consolidación de este movimiento es preciso retrotraernos al final de la Segunda Guerra Mundial y la posterior partición del mundo en dos polos, lo que se ha denominado durante muchos años la época de la Guerra Fría. Parecía como si un acto de solidaridad activa solo tuviese razón de ser para apoyar o atacar a uno de los dos frentes. El que circulaba alrededor de la antigua URSS o el que se polarizaba al entorno de los Estados Unidos. En nuestro país, por razones histórico-políticas especialmente, pero de una manera semejante en la Europa Occidental, empezó a tener éxito el concepto de solidaridad asociado a ideologías de izquierda mientras que quedaba el de caridad para el resto de sectores de población.
Durante mucho tiempo, los silencios del entramado estalinista o las represiones sufridas por muchos países de la órbita socialista fueron aprovechados para unir el concepto de solidaridad con las posiciones que luchaban por el triunfo de uno de los polos. Nadie podía arrogarse una patente de solidaridad si antes no militaba o apoyaba a ideologías que allá donde se habían instaurado se mostraban con su faz más deshumanizada, más antisolidaria. Nos encontrábamos ante una de las paradojas históricas menos estudiadas aún a día de hoy: el apoyo desde posiciones solidarias de las situaciones más antisolidarias y deshumanizadoras que han existido en este siglo junto con la Alemania nazi.

Esta paradoja desembocó en un primer momento en dos fechas claves para la historia de la solidaridad: la Primavera de Praga y el Mayo del 68. Dos momentos que con sus matices luchaban contra un mundo que no gustaba, un mundo en el que desde dentro, es decir, desde Praga y desde París se lanzaba un grito de disgusto por dos modelos que tras su aparente triunfo no hacían otra cosa que crear marginación, insolidaridad y represión. 

Hablamos de momentos políticos importantes que tienen su importancia para encontrar las claves que explican la eclosión del voluntariado de finales de siglo. 

Sin embargo, estas dos ciudades se alzaron con un protagonismo que se diluyó en el tiempo. Hubo una especie de fracaso, que visto con perspectiva no cabe interpretarlo como tal. Esos mismos movimientos espontáneos fueron los que con el tiempo se unieron en una nueva ciudad europea, en Berlín, en 1989, para derribar el muro de la vergüenza, el muro que había mantenido un continente y un mundo dividido en dos partes aparentemente irreconciliables. El muro caía por agotamiento, por falta de cimientos, pero era derribado sobre todo por un movimiento de solidaridad que había impregnado la conciencia de los hombres y mujeres del viejo continente. 

Europa empezaba a ver la luz tras varias décadas de oscuridad. Pero esa misma luz servía para iluminar las carencias, las desgracias. La alegría inicial por el triunfo tenía un precio, y era un precio alto, un precio que sólo nosotros podíamos asumir y que además estábamos dispuestos a asumir.

El nascente voluntariado
Las miserias, las desgracias o las desigualdades, empezaron a tener nombres propios, eran los nombres de personas y pueblos enteros que querían participar de las ventajas de la libertad, de la igualdad y también de la solidaridad. Los medios de comunicación tomaron parte activa en las denuncias de situaciones insostenibles, la extensión de los viajes a muchos hombres y mujeres del primer mundo nos ofrecía la cara más ruin de la miseria y la desigualdad. 

Era el principio sin retorno de una nueva concienciación que espontáneamente nacía de la persona. Aparecía así lo que en una muy acertada acepción se ha denominado sinfronterismo1. No se trata de un movimiento con unas pautas únicas, sino que es heterogéneo en su formación y en sus finalidades. Cualquier profesión, idea o necesidad se ha asociado al sinfronterismo. A los iniciales médicos o farmacéuticos se han unido los bomberos, los payasos, los motores… es decir cualquier persona toma conciencia de que en su vida hay algo que puede compartir con otros seres. 

Algunos estudiosos del tema han intentado buscar las raíces de este movimiento de voluntarios en la decepción causada por las grandes ideologías, en la pérdida de valores, en la banalización de la cultura e, incluso, en el fin de la historia. Es posible que todo ello haya influido en esta renovada concienciación y, también, como han tenido su cuota de participación los medios de comunicación y la extensión de la posibilidad de desplazamiento. Pero quiero destacar aquí que difícilmente el voluntariado hubiese llegado a concitar tanta atención sin un compromiso cívico por cambiar un mundo que no se ajustaba al ser humano. 
Es el compromiso del individuo con la sociedad en la que vive y en la que ha roto cualquier frontera que lo separe de sus vecinos, entendiendo vecinos como ciudadanos del mundo. Si el mundo se ha hecho pequeño, la persona se ha engrandecido. Los hombres y mujeres han optado libre y personalmente por dejar de culpabilizar al otro para emprender un trabajo constante y diario que saque a la luz los principales valores de la humanidad: la libertad, la paz, la solidaridad o la igualdad.

Se trata de valores que subyacen en cualquier organización no gubernamental y que como es obvio, pese a los vaivenes actuales y las posibles discrepancias en sus finalidades, se irán clarificando con el paso del tiempo y triunfarán en esta nueva mirada humana con que el voluntariado contempla el mundo. La reorientación de los valores y su ajuste a las viejas necesidades humanas tienen en la solidaridad que emerge del voluntariado un reto que, como cualquier otro desafío nacido del hombre, tendrá su recompensa
Conceptos tales como solidaridad, justicia, igualdad, libertad o paz, concitan a su alrededor una unanimidad difícilmente soslayable y pocas veces contradecible. La contradicción, las grietas, o los aparentes contrasentidos aparecen, en todo caso, en el momento de establecer estrategias que les den contenido a conceptos tan universales.

El resurgir de la conciencia
El mundo de la solidaridad, con su punta de lanza en el movimiento del voluntariado, obedece a un objetivo superior. La distribución equilibrada de los bienes, las riquezas, los alimentos y las infraestructuras son el objetivo último del voluntariado. 
En un mundo con más de mil millones de personas que sufren la amenaza del hambre, donde la sanidad o el medio ambiente son la causa de las desdichas de millones de seres humanos. Un mundo en el que el agua potable es un lujo para más de una cuarta de la población mundial o que un dólar diario es el sustento para una quinta parte de los habitantes del planeta. Cuando enfermedades como el sida apagan diariamente la vida de miles de personas en el continente africano, mientras en los países industrializados empieza a convertirse en una enfermedad crónica, la reflexión se impone sobre el papel que cada cual puede desempeñar ante tamaña incoherencia. Dos entidades tan enfrentadas a los movimientos solidarios como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial y más recientemente el Foro de Davos calificaban esta situación de auténtica bomba de relojería. 
Ante esta situación  se hace indispensable un proceso de concienciación a largo plazo. Una participación de la sociedad civil que cada día con mayor efervescencia se hace notar en las realidades sociales. Las estrategias y las decisiones de las administraciones, e incluso de las grandes corporaciones o empresas, no pueden dejar de lado el valor emergente de la solidaridad como marco de cohesión social, como forma de acumular capital social. La tradicional separación entre el sector público y privado se ha visto impelida a hacer suyas muchas de las propuestas nacidas del dinamismo social, porque, como muy bien señala Adela Cortina en estas mismas páginas «las instituciones y las sociedades tienen que pretender ser justas, las personas, además de ser justas, sueñan con ser felices.»
El medio ambiente, la atención a los mayores, la lucha contra la desigualdad educativa o la pobreza son campos donde la ética que se expande a través del voluntariado ha sabido introducir la conciencia necesaria para formalizar la solidaridad en las políticas transversales de cualquier gobierno. El bienestar o la calidad de vida medidos solo por valores materiales nos conducen irremediablemente al fracaso como sociedad. Es preciso aunar esfuerzos para derribar fronteras, y la principal frontera en este momento es la de la desigualdad norte-sur.

La Comunidad Valenciana y la solidaridad
Y, el Gobierno de la Generalitat no es una excepción. La Comunidad Valenciana se sitúa a la cabeza en cuanto al número de voluntarios se refiere. Existe una red de organizaciones de voluntarios ejemplar y activa en todos los frentes, tanto públicos como privados. Uno de los ejes de este movimiento gira alrededor de la Fundación de la Solidaridad y el Voluntariado que servirá de foro de comunicación para acercar ambas orillas del Mediterráneo en una propuesta arriesgada para transformar la cultura en punto de encuentro y no en elemento de disensión. Tenemos también un proyecto de ley del voluntariado, emblema de una política de participación social ilusionante y concienciadora, y, en pocas semanas se pondrá en marcha el Observatorio del Voluntariado.
Por primera vez, instituciones públicas y privadas vamos a tener ocasión de aunar esfuerzos de cara a una participación social que rompe los moldes de la justicia como mero –y justo– poder, para que ésta pueda alcanzar a las personas.
 

Por primera vez, instituciones públicas y privadas vamos a tener ocasión de aunar esfuerzos de cara a una participación social que rompe los moldes de la justicia como mero –y justo– poder, para que ésta pueda alcanzar a las personas.

El voluntariado está en condiciones de llevar a cabo un proceso de regeneración, de reequilibrio social. La responsabilidad y la ética de las sociedades van a depender en gran medida de la capacidad que tengan éstas para hacer germinar tales movimientos espontáneos de solidaridad en su seno. En fin, antiguos temas que deberán encauzarse por sendas innovadoras, este es el gran reto de los humanos ante el siglo que acabamos de empezar.
 

1 DOMINGO MORATALLA, Agustín, «Los valores que sustentan el voluntariado» en Documentos de trabajo, núm. 11, de la 2.ª Escuela de Otoño de la Plataforma para la Promoción del Voluntariado en España. 
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