m o n o g r á f i c o
a r t e s p l á s t i c a s
Fernando
I. Chover
LA
IMPONENTE AUSENCIA
“La experiencia no es siempre la verdad, pues
aparece coloreada por los ojos de quien la ve. Sólo en el silencio
de nuestra mente podremos oir la verdad.”
Marcia Grad
“Golpeado por el incesante martillo, el mineral
insensato se puso a cantar”
Ibsen
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Desde que el silencio cedió su espacio a la palabra,
nunca tan mudas sonaron las voces, ni tan sordos parecieron los incrédulos
oídos, como en este presente, gobernado por la banalización,
el ruido, la confusión y la trivialidad. Y ante esta situación,
parece difícil la frustrante comunicación entre el vilipendiado
y hermético movimiento artístico contemporáneo y un
irónico y escéptico público.
Y es que el arte; sarcástico reflejo del alma
de la sociedad, evoluciona afectado por infinidad de manifestaciones culturales
que arrojan ideas y adoptan formas, colores o sonidos. Una transformación
que subyace indeleblemente en la sociedad y que propicia su evolución.
Una imparable evolución sociocultural que empieza a olvidar el pasado
y mira hacia el futuro sin vivir un presente gobernado por un traumático
problema de incomunicación. Porque hoy en día, acuciados
por tanta información, escuchamos sin oir, miramos sin ver, y hablamos
sin comunicarnos.
Por esta razón, entre otras, hoy más que
nunca, recobran sentido proclamas espirituales que estimulan la quietud
y la reflexión.
En este sentido, el arte imbuido por esta espiritualidad
ofrece determinadas manifestaciones en las que el silencio es analizado
y desarrollado. Un silencio que de una forma o de otra acompaña
al creador y a su obra: formalmente, conceptualmente e incluso místicamente.
Además, clarificar la presencia del silencio;
entendido como ausencia de palabra, sonido, forma o color, contribuye a
comprender su ausencia, osea se, a la palabra, el sonido, la forma o el
color.
El silencio rompió la palabra
“Por mucho, mucho tiempo, la voz humana fue la base y
la condición de la literatura [...] Todo el cuerpo humano, presente
bajo la voz y apoyo, condición de equilibrio de la idea...Vino un
día en que supimos leer con los ojos sin deletrear, sin oir, y la
literatura cambió de cuajo” Paul Valery
Paradójica evolución de la literatura de
la voz al silencio, del grupo al individuo, del afuera al adentro. Una
nueva concepción de la palabra que debía ser sentida no vivida.
Un nuevo modo de estructurar y formular sus contenidos, para adaptar la
literatura a la lectura.
Este determinante cambio traslaticio marcó la
historia de la literatura y de algunos de sus más ilustres representantes,
entre los que se encuentra Lope de Vega
“que muchas cosas que suenan
al oído con gracia
que mucho después mil faltas
[si] escritas se consideran;
que entre leer y escuchar
hay notable diferencia, que aunque son voces entrambas,
una es viva y otra es muerta”
(El guante de doña Blanca, Lope de Vega)
Y es que, aunque toda la literatura son palabras, no todas
las palabras son literatura. De hecho, sólo 106 lenguas han practicado
la escritura como para producir una literatura.
Y dentro de este arte, los literatos debieron repensar
el silencio para que este ámbito evolucionase.
Desde ese momento, el creador de la escena debió
aprender a escribir para el silencio.
Pero, en este proceso, hasta hoy, el silencio se ha utilizado
en múltiples y variados sentidos.
Paradójicamente, como la antigua formulación
de la literatura orientada a la escena, en la actualidad también
se utiliza el silencio como recurso rítmico argumental que enfatiza
o distiende la dramatización de la escena según sea utilizado.
Pero la escena también debió evolucionar
hasta crear el denominado séptimo arte: el cine.
Aunque, en definitiva un arte escénico que también
ha utilizado creativamente el silencio como rincón inevitable para
nuestros sentidos.
Tanto es así que aunque al principio las carencias
técnicas impidiesen la utilización de sonido, hoy día
grandes obras cinematográficas, como la brillante “Herida” de Bertolucci,
transcurren sin que ninguno de sus protagonistas medien palabra, homenajeando
aquel glorioso cine mudo que conseguía transmitir con tal simplicidad,
concisión y alarde de recursos expresivos, que resultaba imposible
que ninguna palabra aportase más humor, ternura o complejidad a
la historia, enseñándonos así a escuchar con los ojos.
Silencio musicado: Bethoween
La literatura, independientemente de la estructura de
sus contenidos, utiliza elementos musicales como tiempo y sonido para ser
introducidos en el mundo de las palabras, y el silencio es utilizado en
diversos sentidos como ya he explicado.
Pero, de todas las manifestaciones artísticas
la música es la más estrechamente relacionada con el silencio.
La alternancia de sonido, con sus diferentes escalas,
y el silencio, de mayor o menor duración, producen la magia de la
música.
Y la música, como todo arte, evoluciona y se interrelaciona
con las otras artes propiciando un replanteamiento de todas sus estructuras
formales y teóricas.
Durante este proceso evolutivo han existido innumerables
autores que marcaron brillantemente el curso de la música, pero
en la década de los 70, John Cage un músico comprometido,
como pocos, con la evolución intelectual y creativa del arte, desveló
provocativamente los ilimitados confines de la música. Además,
plasmó como pocos la ruptura de un lenguaje hermético aprovechándose
de las virtudes comunicacionales de todas las artes, combinándolas
y dotándolas de una carga conceptual revitalizadora.
Este autor supo reproducir a través del arte,
sus más profundas inquietudes existenciales y toda una carga ideológica,
cuyas consecuencias mantienen su vigor. Se trata además, de un autor
y una obra cuya esencia reflexiona, en diversas ocasiones, entorno a como
el silencio afecta nuestras vidas. Un silencio que en ocasiones se manifiesta
en forma de ruido, tal y como demostró en 1949 en el Artist Club
de Nueva York, en un precedente de las futuras performances. En esta ocasión,
combinó la pintura de Bob Rauschenberg, el baile de Merce Cunningham,
la poesía de Charles Olsen y el piano de David Tudor. Esta combinación
de elementos creativos, accidentalmente entrelazados, ofrecían un
confuso y sorprendente ruido, mostrando así el que él consideraba
el modo de creación más completo y complejo, exento de la
simplificación producida por las ideas o por una planificada elaboración
acorde a unos gustos que matizan y restan protagonismo a la rica espontaneidad.
Además, este silencioso ruido sirvió de
germen creacional de su posterior obra en el Teachers College (Columbia),
en la que el silencio era utilizado como forma y fondo de la creación.
En esta ocasión, un grupo de músicos salían a escena
y permanecían sepulcralmente silenciosos, de manera que este silencio
se tornaba paulatinamente en una aparente y hermosa plasticidad producida
por los accidentales ruidos producidos por el sorprendido público.
Con esta obra, John Cage explicaba que el silencio, como
la vida, es rico en matices que debemos aprender a admirar, ya que miles
de cosas ocurren al unísono, sin importar el lugar ni el momento,
sin nuestra voluntad ni consciencia.
Una capacidad de percepción que distingue, a mi
modo de ver, de un modo contundente la mayor agudeza sensorial de los creadores
y que de una manera muy clara expresa José Emilio Pacheco:
“Sus primeras palabras que también fueron sus
últimas/ y lo indecible/ que el arrebató a la omnívora
zona del silencio”
Colores chillones, formas que hablan, el arte del silencio
Del mismo modo que Fedro enseña a Sócrates
el lenguaje de los árboles, los espectadores debemos aprender a
observar la pintura en un sentido más profundo y metafísico
donde no importe la fisicidad de la obra sino el concepto y la documentación
relativa tal y como defiende Douglas Huebler y sus obras pertenecientes
al Eatrh Art.
Además, múltiples teóricos ensalzan
la conducta ritual por encima de la producción de los objetos, ya
que constituye el elemento más importante de la actividad del artista
de vanguardia.
Y es que, las artes plásticas siempre han buscado
epatar al espectador, hasta el extremo en el que se cuestiona la esencia
del arte, como ocurre en el dadaísmo, o se reta a los gustos del
público, como defiende el futurismo, de manera que nada ni nadie
debiera sorprendernos.
Así pues, los diferentes movimientos y “vanguardias”
reflejan una necesidad de cambios profundos, como manifestación
de la evolución sociocultural en la que, llegados a este punto,
vivimos un presente donde predeciblemente cobran protagonismo teorías
místicas y filosóficas reflejadas de algún modo en
el arte, trasladando a un contexto artístico unas nociones existencialistas.
Además, se ha llegado a un alto grado de complejidad
en el manejo de los diversos elementos significantes (color, forma, textura,
etc.) y las infinitas posibilidades de interrelacionarlos entre sí,
de manera que se debe buscar nuevas dimensiones en el tratamiento de la
información.
En este sentido, marcados por influencias Zen o experiencias
interiores del Tao, multitud de artistas como Mark Rothko o Barnett Newman,
pretenden que una obra de arte más que mirada sea vivenciada. Buscan
la eliminación de todos los elementos que obstaculicen entre el
artista y la idea, la idea y el observador, consiguiendo así una
ambigüedad e indefinición material basada en una concreción
espiritual y energética.
Pero esta curiosidad por las teosofías ya intrigó
a Malevich, Kandinsky y Mondrián, del mismo modo que inquietan a
artistas contemporáneos como José María Yturralde.
Según este artista, tres dimensiones impulsan
su obra: la material, la intelectual y “la espiritual”, por lo que en su
obra se aprecia claramente la vivencia poética contenida en el color,
huyendo así de la fisicidad y produciendo energía contenida
en una sutil transparencia.
Y es este plano espiritual el que inspira a diversos
artistas contempráneo como Jorge Oteiza, que buscan las emociones
básicas para dejar atrás la dimensión metafísica.
En definitiva, el vacío en la obra de arte representa
una meditación no verbalizada; un tiempo ausente, unas notas sordas,
los colores transparentes, el silencio.
Un silencio íntimamente ligado a la obra de arte,
ya que, tal y como afirma el crítico literario George Steiner, el
arte es soledad, intemporalidad, silencio, trascendencia, y para construir
una gran obra es necesario huir de la banalización, del ruido, y
de la confusión y trivialidad epocales.
Deja de hablar y escucha el silencio
“La TV grita, parpadea, despide continuamente imágenes
fragmentadas, y, con sus gritos, hace silencio, hace nada” Alfredo García
Gregorio
Sociológicamente, el silencio puede y debe ser
entendido de muy diversas maneras.
Hay quiénes mantienen que estamos saliendo de
una histórica primacía verbal, del período clásico
de la expresión culta, para entrar en una fase de lenguaje caduco,
de formas de leguaje psicolingüísticas y acaso, de silencio
parcial.
Y es que el silencio habita en nuestro interior anunciando
lastimosamente nuestra soledad u ofreciendo el disfrute de la gozosa quietud,
delatando soberbia o clamando comprensión, acariciando un instante
o rasgando una eternidad.
Además, el silencio bien evitaría la vulgaridad,
la imprecisión y la codicia a la que arrastra en la cultura de masas
de las democracias la mala utilización del lenguaje, tal y como
señala George Steiner.
Y es que el silencio habita en nuestro interior anunciando lastimosamente
nuestra soledad u ofreciendo el disfrute de la gozosa quietud, delatando
sobervia o clamando comprensión, acariciando un instante o rasgando
una eternidad.
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Y, aunque el silencio debiera ser el milagro hueco descrito
por Margit, en el cual ocurren miles de sorprendentes y maravillosas aventuras,
hoy día vivimos buscando respuestas que están en nosotros
mismos, escogemos el todo y hayamos la nada, brindamos los logros sin reconocer
las derrotas, crecemos sin evolucionar y vivimos un tiempo sin tiempo,
un todo que no es nada y una nada que lo es todo. Palabras, sonidos, formas
y colores que son silencio, y silencios que son palabras, sonidos, formas
y colores.
Silencios que están en todas partes en el insomnio
de Scott Fitzgerald, en la tribu de los mabaanes, en los escritos de Auden,
en los experimentos de sir Robert Boyle, en El Mundanal Silencio de Raimon
Pannikar y en todo aquello que no sabemos, ni queremos decir, porque siempre
es más fácil adentrarse en el mundanal ruido que descubrir
el mundanal silencio. |