m o n o g r á f i c o |
Saben ustedes que hay muchas discusiones sobre si los derechos humanos son un manifestación etnocéntrica, si son occidentales. Pero conviene recordar, por una parte, que los derechos económicos, sociales y culturales pueden tener muy claramente pretensiones de universalidad. |
Saben ustedes que hay muchas discusiones sobre si los derechos humanos son un manifestación etnocéntrica, si son occidentales. Pero conviene recordar, por una parte, que los derechos económicos, sociales y culturales pueden tener muy claramente pretensiones de universalidad. Que las gentes puedan tener un ingreso básico, una vivienda, asistencia sanitaria de calidad, una educación de calidad, esto es algo que todos los posibles beneficiarios reconocen urbi et orbi. Y con respecto a los derechos civiles, comentaba Amartya Sen en su libro Desarrollo y Libertad que conviene tener mucho cuidado y no decir simple y llanamente que las gentes de otras culturas no valoran la libertad de expresión, de asociación, de reunión. Tal vez son los dirigentes los que prefieren decir que el pueblo no las valora, pero hay que preguntar al pueblo si desea expresarse libremente y formarse su conciencia, o prefiere estar subordinada. Es posible que nos lleváramos muchas sorpresas y que tuviéramos que cambiar nuestras opiniones sobre el etnocentrismo de estos derechos.
Por otra parte, el universalismo de los derechos se forja también porque las culturas han estado en diálogo desde siempre, no hay culturas separadas e independientes, no hay RH negativos, afortunadamente. Afortunadamente, hay mestizaje, sangres mezcladas, iberos, celtas, romanos, cartagineses y fenicios, y judíos y árabes y cuantos más mejor, porque cuanta más sangre nueva, más riqueza, y cuanta más variedad más riqueza. Las culturas están mezcladas y desde esas culturas es desde donde se pretende que todo ser humano tiene derecho al ejercicio de su libertad. Un derecho que no podemos rebajar, si no queremos caer bajo mínimos de justicia. La pregunta es ahora quiénes han de proteger esos derechos. Aquí aparece una de esas cómodas divisiones del trabajo en sectores sociales, tres en este caso, que resultan tan apropiadas para manuales y charlas.
El primer sector, el del poder político, se dice que se rige por la conquista y por la conservación del poder, el sector económico que se dice que se rige por el dinero y la creación de riqueza, y el sector social que se dice que se rige, por la solidaridad. Yo quisiera empezar proponiéndoles que no dividamos el trabajo de las sociedades en tres sectores. Porque el sector político no tiene por tarea conservar el poder, tiene por tarea -y por eso se legitiman los Estados de derecho- proteger y defender los derechos humanos. El estado de derecho nace con el sentido de proteger los derechos humanos, y por lo tanto, es el poder político al que le caben en primera instancia: al poder político autonómico, al poder político estatal, al poder político trasnacional, a los organismos que van creando una ciudadanía cosmopolita; a ellos es a los que en primera instancia les corresponde proteger los derechos, porque esa es su tarea, y que tiene que hacer el voluntariado, recordarles que esa es su tarea.¿Y qué debe hacer la sociedad civil al respecto? Recordar al poder político que ésa es su tarea y no puede abandonarla.
El sector económico es el que está obligado a crear riqueza para todos los seres humanos, y una riqueza de calidad. Como decía mi buen amigo Aurelio Martínez, que ha sido Conseller de Economía en esta Comunidad Autónoma, es un verdadero fracaso de la economía que una gran parte de la humanidad se esté muriendo de hambre; la economía no está libre de valores, sino que tiene como meta la de crear riqueza para todos los seres humanos, y una economía que no lo consigue es, como tal ciencia económica, un fracaso. Por eso no hay que decir que el sector político y el sector económico van cada uno a su marcha, generando un conjunto de desgraciados, marginados, excluidos, que caen como una especie de pozo sin fondo, y allí vienen los voluntarios, gentes de buen corazón, gentes con una cierta moralina, buenas personas que recogen los deshechos.
No es así: el poder político tiene que hacer su tarea, el poder económico ha de generar riqueza para todos los seres humanos y no generar exclusión, y por eso las empresas han de remoralizarse desde dentro. Con esta orientación creamos la fundación ÉTNOR, de la que soy directora, como se ha dicho en la presentación, con la intención de elevar la moral de las empresas desde dentro, con esa orientación escribimos un grupo de investigación Ética de la empresa y dediqué a la empresa un capítulo en Ciudadanos del Mundo: con la metade remoralizar las empresas desde dentro e impedir que los sectores primero y segundo vayan creando marginados, que después acoge la buena gente. No es eso: cada uno ha de hacer su tarea. Pero también ha de hacerla es amplio sector al que se llama el Sector del Voluntariado, el Sector Social, el de la Solidaridad. ¿Y en qué consiste esa tarea? Ustedes lo saben mejor que yo, porque pertenecen a él, pero tal vez sea bueno que lo recordemos juntos en voz alta.
Mucha gente piensa que si el poder político y el económico funcionaran como deben, entonces los voluntarios se harían superfluos. Y, sin embargo, ustedes saben que los voluntarios jamás serán superfluos, es más, que el próximo milenio será el del voluntariado, cuyo oficio consiste, entre otras cosas, en recordar a los otros dos poderes cómo tienen que realizar su tarea, espoleándoles para ello. Pero no sólo eso.
En occidente hemos trazado nuestra idea de justicia desde la idea de
los derechos y los deberes. Hablamos de derechos humanos y preguntamos
a quién corresponde el deber de protegerlos. Pero ocurre que hay
un conjunto de obligaciones que no son deberes porque no corresponden a
derechos. Decía Charles Taylor que cuando se habla de derechos nos
referimos a unas capacidades de los seres humanos que hasta tal punto nos
parece que tienen que ser protegidas, porque son indispensables para llevar
una vida verdaderamente humana, que decimos que tienen derecho a desarrollarlas.
Pero, en primer lugar, para que esos derechos se protejan no basta los
otros dos poderes (el político y el económico), sino que
hace falta ese sector de las gentes que hacen las cosas (y perdónenme
la expresión, porque va a parecer muy tosca), que ejercen la solidaridad
porque les da la real gana, porque son voluntarios, porque quieren, porque
les sale del fondo del corazón, y porque hablan desde la sobreabundancia
de su corazón.
Porque quieren realizar la justicia, no por coacción, no por
sanción, sino porque les sale del fondo.
Es tarea del voluntariado diseñar una idea de felicidad que no sea la del mero bienestar, sino que incluya de forma ineludible la justicia. Porque, según yo lo entiendo, el voluntario es el que no puede ser feliz, si no se hace justicia, el que no puede tener su vida como autorrealizada si no es desde la compasión, desde la indignación ante la injusticia, desde el co-sufrimiento, desde el estar con los otros. Para el voluntario la felicidad no puede reducirse a bienestar, sino que se mueve porque le da la real gana, porque nadie se lo manda, porque quiere, porque se lo dice su corazón y le sale desde el fondo.
Entiendo que la gran tarea del voluntariado consiste en llevar adelante esa idea de felicidad y que, por si faltara poco, sucede que los seres humanos únicamente podremos proteger de verdad la justicia si forma parte de nuestros proyectos personales de felicidad. En caso contrario, podrán hacerse muchas proclamas, dedicaremos al Voluntariado un año desde la ONU, y otro al perro y al gato, al niño, al anciano, y a quien ustedes quieran, pero la justicia se nos quedará bajo mínimos, porque a la justicia se llega desde los proyectos de felicidad que, a fin de cuentas, es a lo que aspiran los seres humanos.
Una felicidad imposible si, amén de los derechos, nadie se ocupa de satisfacer necesidades que nunca podrán reclamarse como derechos y ante las que nadie puede tener el deber de satisfacerlas. Las personas necesitamos sentido para nuestra vida, consuelo, cariño, esperanza, y jamás esas necesidades podrán ser protegidas con un derecho, ni corresponde satisfacerlas al poder poder político ni al económico, sino a ese amplio mundo del voluntariado, en el que se inscriben las familias, las escuelas, las asociaciones y comunidades, formadas por personas que no entienden su felicidad si no forma parte de ella ese otro, que es ya parte de mi vida, que nadie me obliga a atenderle, pero yo me siento obligado, porque hace mucho tiempo, que me sé ligado a él. Si no se descubre ese lazo por el que nos sintamos obligados, la humanidad podrá ser un mundo de hombres, pero no un mundo de seres humanos. Por eso, por favor, ayúdennos a que el tercer milenio sea el de una felicidad que incluye la justicia y la satisfacción de las necesidades humanas.
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