m o n o g r á f i c o |
Inauguración de las I Jornadas Mediterráneas del Voluntariado
IV Congreso Estatal del Voluntariado "Mil orillas: una arena"
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Queridos voluntarios, señoras y señores:
Quiero hacer llegar un saludo especial a los voluntarios de otros países,
porque las acciones de voluntariado son una expresión de solidaridad
que transciende nuestras fronteras. De manera especial, la labor de los
voluntarios llega en primer lugar a quienes tenemos más cerca, a
nuestros vecinos del Mare Nostrum. Un Mare Nostrum que, a decir verdad,
mirado desde el sur parece más bien el mar de los que habitamos
su orilla norte. Confío en que se establezcan nuevos y numerosos
lazos de asociación entre voluntarios del Norte y el Sur. Porque
se está construyendo un nuevo muro invisible que separa cada vez
más las costas de la abundancia de aquellas habitadas por
los más menesterosos.
Es difícil decir quiénes son,
por qué me ponen triste |
El artículo primero de la Declaración de los Derechos
Humanos consagra el principio de que todos los hombres nacen libres e iguales
en dignidad. El día en que se hizo esta Declaración el 10
de diciembre de 1948- es a mi modo de ver, el día más importante
del siglo XX, porque a partir de esa fecha los hombres disponemos de un
punto de referencia moral para todos. Este marco moral ha de servirnos
de referencia en los momentos de desmayo en los que sentimos que no vale
la pena seguir, que es imposible ir contra esta inmensa maquinaria de una
sociedad basada en el principio "si quieres la paz, prepara la guerra".
Si preparamos la guerra, estaremos preparados para hacer la guerra. Nos
tenemos que preparar para la paz. Y la paz, como el amor, la libertad o
la justicia, no se otorga, sino que se construye, es un esfuerzo continuo
–y un derecho- de cada ser humano.
El ser humano está dotado de unos derechos inalienables y hermosos
y de una capacidad específica y única que es la capacidad
de crear. Aunque la ciencia llegue a descifrar todos los secretos del código
genético, les puedo asegurar –yo que soy científico- que
nunca se podrá medir o predecir al ser humano, porque el ser humano
es único, desmesurado –inconmensurable- e impredecible. En esto
reside nuestra esperanza, en nuestra capacidad de crear, imaginar e inventar.
En nuestra capacidad de pensar, pero sobre todo, en nuestra capacidad de
sentir
Todo esto nos libre del fatalismo. Ningún proceso es irreversible, ningún mal irremediable. El hombre puede cambiar el curso de las cosas y es amo de su futuro. Algunas veces tendemos a mirar demasiado hacia atrás, intentando interpretar y describir el pasado. Sin embargo, el pasado ya no puede rehacerse, no podemos escribirlo, sólo describirlo. En cambio, podemos y debemos escribir el futuro las manos juntas. El futuro, el "por-venir", es el gran legado que transmitiremos a nuestros hijos y nietos. Si queremos que sea un futuro de calidad de vida y bienestar compartidos, debemos tener esa pasión humana que mueve a los voluntarios. No hay solidaridad si no se tiene el convencimiento de que cada ser humano cuenta. Todos somos contados, en las encuestas, en las estadísticas..., pero a menudo no contamos como ciudadanos porque no participamos.
Los voluntarios, mejor que nadie, son conscientes de los desgarros que
se producen en el tejido humano, pero también son conscientes de
que cada una de las hebras que lo conforman –cada una de un color y con
un temperamento distinto- es maravillosa y única. Por eso no debe
ser la prioridad de los Estados defender las fronteras, invirtiendo cada
vez más recursos en armamentos –dos mil millones de dólares
al día. Lo importante es defender y preservar lo que hay dentro
de las fronteras: a las personas en primer lugar, pero también el
agua que beben, la tierra que les alimenta y el aire que respiran. Ante
las tremendas asimetrías que separan unos seres humanos de otros,
ante las tendencias negativas que amenazan la diginidad y la supervivencia
de muchos de ellos –en nuestras ciudades, en nuestros países y a
escala mundial- nosotros tenemos que hacer todo lo que sea posible, primero
para evitarlos, después –si ya se ha producido la herida- para restañarla.
Y esto es un trabajo que se hace a contra viento, conscientes de
que es muy difícil ir contra esta enorme inercia, que a veces nos
hace desistir de nuestros propósitos de fraternidad.
Yo quiero agradecer a todos los voluntarios su ejemplo de compasión,
de compartir –que significa partir lo que tenemos. Ya en 1976 se denunció
que era intolerable que el 20% de la humanidad poseyera el 80% de los recursos.
Hoy, en lugar de reducirse ese abismo, se ha ampliado y el 17% de los privilegiados
detentan el 83% de la riqueza. Los voluntarios comparten, dan parte de
su tiempo y de sus recursos –no sólo materiales-, dan su amor y
su generosidad. Hagamos todo lo posible para que se extienda este movimiento
de solidaridad como una gran ola a todo el mundo.
El año 2001 es el Año Internacional del Voluntariado
y coincidirá con el Año Internacional del Diálogo
entre Civilizaciones. Me parece una hermosa coincidencia: los voluntarios-los
que prestan sus manos-, junto a los que buscan que se tiendan manos y puentes
de diálogo entre civilizaciones. Todos ellos que quieren decir al
Profesor Francis Fukuyama que la historia no se ha terminado, que sólo
ha terminado la historia del predominio del más fuerte sobre el
débil y que queremos empezar otra historia. Y que tampoco tiene
razón el Profesor Huntington al hablar de choque entre generaciones,
que si nos lo proponemos, no se tienen por enfrentamientos entre los que
creen de una manera y los que piensan de otra.
Se han dicho cosas muy importantes. Una de las que más ha llamado mi atención es la afirmación de que este cambio de siglo y de milenio es un momento simbólico. Tenemos que aprovechar para elevar nuestras voces y ser oídos por las instancias de poder. La verdadera democracia sólo se obtiene con una actitud de escucha permanente de la voz del pueblo. Debemos formar como esos castells que se hacen en Tarragona, mi tierra de origen, en los que unas personas se van poniendo hombro con hombre y unos encima de otros, hasta que el último –el más pequeño- llega al balcón y habla con el alcalde. Yo invito a todos a aprovechar el entusiasmo que se respira y a unirse formando en una gran red de organizaciones, de voluntarios, para que al final seamos oídos por las instancias de quienes depende la toma de decisiones.
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