m o n o g r á f i c o h u m a n i d a d e s 

Federico Mayor Zaragoza

Fundación para una Cultura de Paz


Inauguración de las I Jornadas Mediterráneas del Voluntariado
IV Congreso Estatal del Voluntariado
"Mil orillas: una arena"

Queridos voluntarios, señoras y señores:

Quiero hacer llegar un saludo especial a los voluntarios de otros países, porque las acciones de voluntariado son una expresión de solidaridad que transciende nuestras fronteras. De manera especial, la labor de los voluntarios llega en primer lugar a quienes tenemos más cerca, a nuestros vecinos del Mare Nostrum. Un Mare Nostrum que, a decir verdad, mirado desde el sur parece más bien el mar de los que habitamos su orilla norte. Confío en que se establezcan nuevos y numerosos lazos de asociación entre voluntarios del Norte y el Sur. Porque se está construyendo un nuevo muro invisible que separa cada vez más las costas de la abundancia  de aquellas habitadas por los más menesterosos. 
 
 

Es difícil decir quiénes son,
por qué me ponen triste

El artículo primero de la Declaración de los Derechos Humanos consagra el principio de que todos los hombres nacen libres e iguales en dignidad. El día en que se hizo esta Declaración el 10 de diciembre de 1948- es a mi modo de ver, el día más importante del siglo XX, porque a partir de esa fecha los hombres disponemos de un punto de referencia moral para todos. Este marco moral ha de servirnos de referencia en los momentos de desmayo en los que sentimos que no vale la pena seguir, que es imposible ir contra esta inmensa maquinaria de una sociedad basada en el principio "si quieres la paz, prepara la guerra". Si preparamos la guerra, estaremos preparados para hacer la guerra. Nos tenemos que preparar para la paz. Y la paz, como el amor, la libertad o la justicia, no se otorga, sino que se construye, es un esfuerzo continuo –y un derecho- de cada ser humano.
El ser humano está dotado de unos derechos inalienables y hermosos y de una capacidad específica y única que es la capacidad de crear. Aunque la ciencia llegue a descifrar todos los secretos del código genético, les puedo asegurar –yo que soy científico- que nunca se podrá medir o predecir al ser humano, porque el ser humano es único, desmesurado –inconmensurable- e impredecible. En esto reside nuestra esperanza, en nuestra capacidad de crear, imaginar e inventar. En nuestra capacidad de pensar, pero sobre todo, en nuestra capacidad de sentir

Todo esto nos libre del fatalismo. Ningún proceso es irreversible, ningún mal irremediable. El hombre puede cambiar el curso de las cosas y es amo de su futuro. Algunas veces tendemos a mirar demasiado hacia atrás, intentando interpretar y describir el pasado. Sin embargo, el pasado ya no puede rehacerse, no podemos escribirlo, sólo describirlo. En cambio, podemos y debemos escribir el futuro las manos juntas. El futuro, el "por-venir", es el gran legado que transmitiremos a nuestros hijos y nietos. Si queremos que sea un futuro de calidad de vida y bienestar compartidos, debemos tener esa pasión humana que mueve a los voluntarios. No hay solidaridad si no se tiene el convencimiento de que cada ser humano cuenta. Todos somos contados, en las encuestas, en las estadísticas..., pero a menudo no contamos como ciudadanos porque no participamos. 

Los voluntarios, mejor que nadie, son conscientes de los desgarros que se producen en el tejido humano, pero también son conscientes de que cada una de las hebras que lo conforman –cada una de un color y con un temperamento distinto- es maravillosa y única. Por eso no debe ser la prioridad de los Estados defender las fronteras, invirtiendo cada vez más recursos en armamentos –dos mil millones de dólares al día. Lo importante es defender y preservar lo que hay dentro de las fronteras: a las personas en primer lugar, pero también el agua que beben, la tierra que les alimenta y el aire que respiran. Ante  las tremendas asimetrías que separan unos seres humanos de otros, ante las tendencias negativas que amenazan la diginidad y la supervivencia de muchos de ellos –en nuestras ciudades, en nuestros países y a escala mundial- nosotros tenemos que hacer todo lo que sea posible, primero para evitarlos, después –si ya se ha producido la herida- para restañarla. Y esto es un trabajo que se hace  a contra viento, conscientes de que es muy difícil ir contra esta enorme inercia, que a veces nos hace desistir de nuestros propósitos de fraternidad. 
Yo quiero agradecer a todos los voluntarios su ejemplo de compasión, de compartir –que significa partir lo que tenemos. Ya en 1976 se denunció que era intolerable que el 20% de la humanidad poseyera el 80% de los recursos. Hoy, en lugar de reducirse ese abismo, se ha ampliado y el 17% de los privilegiados detentan el 83% de la riqueza. Los voluntarios comparten, dan parte de su tiempo y de sus recursos –no sólo materiales-, dan su amor y su generosidad. Hagamos todo lo posible para que se extienda este movimiento de solidaridad como una gran ola a todo el mundo. 
El año 2001 es el Año Internacional del Voluntariado y coincidirá con el Año Internacional del Diálogo entre Civilizaciones. Me parece una hermosa coincidencia: los voluntarios-los que prestan sus manos-, junto a los que buscan que se tiendan manos y puentes de diálogo entre civilizaciones. Todos ellos que quieren decir al Profesor Francis Fukuyama que la historia no se ha terminado, que sólo ha terminado la historia del predominio del más fuerte sobre el débil y que queremos empezar otra historia. Y que tampoco tiene razón el Profesor Huntington al hablar de choque entre generaciones, que si nos lo proponemos, no se tienen por enfrentamientos entre los que creen de una manera y los que piensan de otra.

Se han dicho cosas muy importantes. Una de las que más ha llamado mi atención es la afirmación de que este cambio de siglo y de milenio es un momento simbólico. Tenemos que aprovechar para elevar nuestras voces y ser oídos por las instancias de poder. La verdadera democracia sólo se obtiene con una actitud de escucha permanente de la voz del pueblo. Debemos formar como esos castells que se hacen en Tarragona, mi tierra de origen, en los que unas personas se van poniendo hombro con hombre y unos encima de otros, hasta que el último –el más pequeño- llega al balcón y habla con el alcalde. Yo invito a todos a aprovechar el entusiasmo que se respira y a unirse formando en una gran red de organizaciones, de voluntarios, para que al final seamos oídos por las instancias de quienes depende la toma de decisiones. 

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