e s c e n a


ARTE DRAMATICO EN EL SIGLO XXI:
Entre la realidad virtual y la pornografía

por Rafael Cruz
racruzi@teleline.es


 
A pesar de su juventud, Rafael Cruz ha acumulado una extensa educación artística derivada de su prolija experiencia nacional e internacional cerca siempre de los más cualificados maestros de actores. En estos días ha tomado el relevo generacional y, cogiendo con fuerza el testigo, comienza un camino en solitario desde el Centro de Arte Experimental de Valencia (veáse programación escena) en el que revierte y comparte entre sus alumnos todo su talento. Conocedor de las tradicionales doctrinas artísticas y apasionado por las nuevas corrientes experimentales, ha contribuido de manera comprometida a través de todas sus puestas en escena,  a que el arte escénico permanezca en constante efervescencia pasional.

La historia del arte dramático ha estado siempre dividida por las localizaciones geográficas. Su historia, siempre, ha estado basada en la contraposición geográfica, que identifica no solo las vastas áreas culturales relativamente homogéneas, sino también en diferencias de tipo fisiológico (se dice que los japoneses tienen el sentido de la recepción sonora en el lado del cerebro opuesto a los occidentales). Desde Grecia el discurso ha oscilado sobre el sistema binario este/oeste, hasta casi nuestros días en que la contraposición parecía estar en la división de bloques político-sociales del capitalismo y el comunismo. Hoy, sin embargo, con la irrupción de Bill Gates en China, ya no sabría decir dónde está la contraposición. El efecto globalizador al que estamos siendo sometidos gracias a los media y a las nuevas tecnologías hace que, desde los 80 caminemos hacia un encuentro inevitable, hacia un baño del que seguro saldremos todos beneficiados. De alguna forma el pionero de esta manera nueva de entender el arte y en el caso que nos ocupa las artes escénicas fue Peter Brook, con experiencias como la del Mahabarata, o Eugenio Barba (maravilloso su diccionario antropológico del teatro). Los constantes movimientos migratorios, incontrolables ya, de población están provocando una cultura mestiza, una cultura de paso, no sé si propia de fin de milenio. En cualquier caso esta cultura híbrida lo que intenta es satisfacer el nuevo impulso globalizador de las nuevas tecnologías. Estamos en disposición de constatar que los nuevos directores escénicos, dramaturgos, actores, etc. han iniciado la búsqueda de un lenguaje común que colme las posibles diferencias de ideologías, de razas, clases, opciones sexuales, etc. Una cultura "contaminada" que avanza hacia la extraterritorialidad que ya vaticinó Steiner en su estudio sobre Borges, Nabokov y Beckett. El profesional de las artes escénicas asiste hoy a la reunión de contrarios, a identidades mutantes, al nomadismo cultural por norma. Si no nos exigimos el máximo corremos el riesgo de perder el diálogo con el espectador que ya está acostumbrado a los bancos de datos, a magazines on-line, a soportes de internet. Corremos, insisto, el riesgo de convertirnos en arqueología de un mundo en el que el espectador no era virtual, de un mundo que vigilaba la relación sociedad-cultura. El teatro, cada vez más, recuerda a los espectáculos pornográf¦cos dé los canales de Amsterdam o de Pigalle en París. Solo falta que el director escénico se asome a la calle y grite aquello de "pasen y vean actores de verdad, de carne y hueso, en directo". 
 

El teatro, cada vez más, recuerda a los espectáculos pornográf¦cos dé los canales de Amsterdam o de Pigalle en París. Solo falta que el director escénico se asome a la calle y grite aquello de "pasen y vean actores de verdad, de carne y hueso, en directo".

El enorme abuso de internet produce lo que se ha llamado la soft-generation ("web- generation" en el anuncio televisivo censurado a instancias gubernamentales), individuos que se asemejan al científico encerrado 16 horas en su laboratorio vigilando un viroide. De la misma suerte la soft-generation se ha divorciado de la realidad y se ha casado con la virtual. Se les reconoce por, como su nombre indica, ser lights como la Coca Cola que beben, no fuman, hacer el amor no es una de sus preferencias y cuando lo hacen es previa presentación de análisis sanitario.

Con este antecedente el hecho teatral basado en la inmediatez, en lo efímero pero sobre todas las cosas en la carnalidad que supone tener a un actor delante de ti al que puedes tocar y oler y al que le pueden ocurrir cosas -hasta morir- para la soft- generation es pornografía dura, de mal gusto. La palabra teatro les evoca un espectáculo sórdido. Algo así como presenciar esos espectáculos circenses en los que los animales están en condiciones paupérrimas, el presentador pierde lentejuelas del traje, la trapecista lleva una carrera en la media y el payaso en vez de maquillaje blanco lleva polvos de talco. A esto hemos llegado y o le ponemos freno los responsables y nos arremangamos la camisa o lo dejamos morir plácidamente entre moquetas y terciopelo granate, dejamos morir a todas las Noras, las Hedas Gabler, los Estragones, las Cordelias que mueren por un "nada" y las Ofelias que mueren víctimas de la semántica. Ha llegado el momento de obligarnos mutuamente en los espectáculos teatrales (el cine parece tenerlo más claro) a acercar al espectador "virtual" a la dialéctica hegeliana del HOMBRE frente al desarrollo tecnológico. De nada servirán las construcciones suspendidas en el vacío, los artificios técnicos, la realidad virtual si no asumimos que es el hombre el que está detrás meciendo la cuna, si no le decimos al potencial espectador que hay un tempo para el arte, que el arte no es verdad como le sucede en internet y si es verdad lo es en tanto que es arte en sí mismo. No en tanto que nos remite a la realidad -igual que en la realidad virtual-. Si buscamos la realidad no debemos hacer arte. El internauta construye realidades paralelas, el responsable escénico debe construir ámbitos como quien construye personajes. Sin arte no hay la posible construcción mágica de nada. Nadie -abogados, médicos, toreros, ¡artistas!- son capaces de crear nada sin el arte del arte. Demasiadas veces necesitamos que todo suene de una manera concreta, codificada, que sea bella o fea pero no contusa como les ocurre a los miembros de la soft-generation. El arte no se explica como parecen insistir en escuelas, universidades y demás centros docentes, como no se explica en la realidad -lo que llaman realidad- el carisma, la "persona". El arte se vive. Hay que tener seguridad de que estamos elaborando algo como cuando nos elaboramos y mimamos algo de nuestra "persona" que nos gusta.
No me gustaría dar la sensación de parecer excesivamente críptico pero debemos ganar la batalla de "ser modernos" como lo ha hecho el cine -fabuloso el personaje virtual de Lucas en La Amenaza Fantasma-, la arquitectura de hombres como Calatrava que tienden puentes que unen al Hombre y su tiempo; hasta la moda ha conseguido construir un show más auténtico que el teatro, creando verdaderas catarsis purificadoras en los asistentes de los desfiles.

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