h u m a n i d a d e s
Antonio Escario
Un Museo es una pieza única

 
Museo: (del lat. museum, y éste del gr. µouceîov.) m. Edificio o lugar destinado para el estudio de las ciencias, letras humanas y artes liberales || 2. Lugar donde, con fines exclusivamente culturales, se guardan y exponen objetos notables pertenecientes a las ciencias y las artes; como pinturas, medallas, máquinas, armas, etc. / DICCIONARIO DE LA LENGUA. REAL ACADEMIA DE LA LENGUA ESPAÑOLA

Museo: (del lat. museum, y éste del gr. mouseíon). M. Lugar destinado para el estudio de las ciencias y las letras, / Lugar en el que se guadan objetos notables pertenecientes a las ciencias y las artes.
Museo. Hist. En un principio, el museo fue el lugar consagrado a las musas y al estudio: en Grecia era célebre el de Atenas, donde se reunían los sabios, los artistas y los poetas; y con el mismo fin fue instituido por Tolomeo Filadelfo el museo alejandrino en 280, a. de J.C. Andando el tiempo, perdieron los museos su carácter primitivo y vinieron a tener su finalidad actual. / DICCIONARIO SOPENA DE LA LENGUA ESPAÑOLA

Desde hace años, el concepto de museo ha tenido diversas acepciones en función de los intereses culturales, políticos o económicos, con que se fuese a utilizar la palabra y también, en función del ámbito personal intelectual, profesional o emocional con que se quisiera manejar el término.

En mi caso, podría asociar el sustantivo museo con las ideas que a mí me provocan como persona, a quien le interesan las artes, la cultura y la ciencia, o con las que desencadena el ligar el concepto a las cuestiones relacionadas con mi vocación y mi experiencia como arquitecto.

Obviamente, no existe una sola definición de museo y podemos encontrar numerosas y diferentes en distintos diccionarios.
Dentro de los límites del corto espacio de éstas páginas y dada la complejidad del tema, me limitaré a expresar una sintética aproximación al concepto de museo desde mi visión como profesional de la arquitectura.

Hay mil museos pensables y cada uno de ellos es fruto de una compleja combinatoria. Los arquitectos, antes de construir, hemos de pensarlos (en cada caso) en su totalidad, teniendo en cuenta, no sólo el lugar de ubicación, los materiales, la física de la estructura, las formas/volúmenes exteriores e interiores o la lógica y dinámica de su funcionamiento presente y futuro. Ha de pensarse sobre todo, qué pretenderán de ese museo en concreto, sus visitantes que deberían ser (al menos desde la visión arquitectónica) su principal razón para existir. Sin espectadores, sin visitantes que lleguen a usarlo y disfrutar de su contenido no tiene sentido un museo: entonces el edifico es otra cosa, pero no un museo. La proximidad de los usuarios del museo debe contemplarse en todas sus escalas, su capacidad de atracción, va a depender del grado de integración de continente y contenido, e influirá en la relación con los potenciales usuarios a partir de las citadas escalas y grados de proximidad, tanto en el plano de la urbanidad como en el de la culturalidad. El museo, pues, debe concebirse, a mi entender, por los arquitectos, como un polo magnético de atracción física (arquitectónica, urbanística), mental (intelectual, cultural) y emocional (en una relación también sentimental en el mejor sentido de la palabra). Si un museo significa de verdad todo ello, no será para el visitante la anécdota de una única vista en el calendario, sino que el visitante pasará a ser más usuario del edifico y de su contenido que turista accidental.
El tema, podría tornarse infinito, pero no veo mi papel en ésta reflexión más que centrado en lo que me es propio: dentro de un análisis que tiene como objetivo concreto los parámetros estrictamente arquitectónicos de la cuestión, que no es poco, sino mas bien todo lo contrario.

Como autor, mi posición con aspecto al museo, sea un proyecto de mi creación o la realización de otros colegas, es siempre muy subjetiva. Me resulta muy difícil, por no decir imposible, olvidarme de lo que soy por mi vocación, formación o experiencia y reubicarme con la percepción de un usuario más.

Mi relación con los museos, incluso en su dimensión emocional, siempre estará deformada por mi condición de arquitecto y desde ella he de comunicarlo. Para mí, lo natural es que el museo se explicite por sí mismo como un edificio especial (que no es exactamente lo mismo que edificio singular, sino que va mucho mas allá). Lo entiendo  como un dificilísmo equilibrio de factores y circunstancias en el que proyectar y construir son es tan sólo dos de ellas (hemos de afrontar sobre todo la creación de un museo con humildad y defenderlo del peligro nuestra propia soberbia y de la de otros).

Un museo puede materializarse en una arquitectura de calidad, en un magnifico edificio a priori y, al mismo tiempo, puede ser un museo muerto. Un fracaso. Existen en este momento excelentes muestras, per se, de arquitectura pero que son museos muertos. En una época como la nuestra en la que la creación de un museo supone una ingente y arriesgada inversión, pero que también es capaz de generar por sí sola, capacidad de cambio cultural y de transformación de la imagen urbana local (y la que proyecta al exterior) de una ciudad entera. En un tiempo en el que el éxito de un museo se puede medir por el número de visitantes; el resultado final  puede ser un fracaso. 

En esos casos ¿Quién ha tenido la culpa? ¿La gestión? ¿La ubicación elegida por los promotores?. ¿El planteamiento de su proyección en la ciudad y al exterior?. ¿Ha sido inadecuado reiteradamente el estilo de la programación de contenidos en relación a la oferta cultural de la zona?. ¿Se combinó inadecuadamente el conjunto de elementos y factores, incluidos los arquitectónicos, que definen su identidad? Las formas y ambientación pueden ser tan repetitivas que se puede perder la identidad (en una visita al Macba, (Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona), de Richard Meier hubo un momento en que no estaba seguro de en cual de los museos me encontraba, si en Frankfurt o en Barcelona.

Cada arquitecto y en cada caso debería afrontar, insisto, su trabajo de creación del museo como un reto único y singular. 
En el proyecto para la creación del Museo Arqueológico de Albacete, promovido con un imperativo de implantación en el parque de la ciudad con estanque y grandes árboles (en al año 64, cuando aún no había ocurrido la actual eclosión de los museos) planteamos la disposición de los espacios como secuencias de zonas cerradas alternadas por áreas abiertas al exterior en las que se entraba en contacto visual con la naturaleza, con el bosque de pinos del parque en que se encontraba el edificio. Pretendíamos con ello, crear un ritmo en recorrido que los visitantes realizaban por el interior del edificio para contemplar las extraordinarias piezas expuestas. Dicha contemplación produce intensa emoción interior. Se trataba de conseguir tiempos álgidos de emoción en el visitante, alternados con lapsos en los que ese nivel de la emoción era relajado y matizado por la contemplación del bosque, de la naturaleza próxima, en las zonas abiertas al exterior que de tanto en tanto, el visitante atraviesa en su recorrido. Intentábamos conseguir, de esta manera, la creación de un ritmo en la emoción del visitante que en su itinerario, alternativamente, de intensificaría y suavizaría, facilitando la asimilación y el disfrute en la contemplación de las extraordinarias pinturas y piezas neolíticas, o las esculturas iberas y romanas del museo. Al mismo tiempo, debíamos conseguir que la referencia espacial de situación del observador no se perdiera (el recorrido por un museo no debe  provocar al visitante la sensación de moverse por un laberinto). Aquel trabajo, reforzó mi idea de que cada museo es un caso único y excepcional. Contando con la riqueza arqueológica de la zona (en intensa investigación por entonces), preparamos una sala con las dimensiones adecuadas contener un gran mosaico, que aún no había aparecido. Puede que fuera una premonición. El caso es que el mosaico, una pieza fantástica, apareció posteriormente y hoy, felizmente, se puede contemplar en ese dicha sala. 

Aquél museo se construyó según el plan, en el que como arquitecto, intentamos dar solución en la medida de nuestras posibilidades a las ideas que he descrito. Tenemos la experiencia de que transcurridos los años, el tiempo y el uso está validando la filosofía  con la que se acometió el proyecto. Sin embargo, afortunadamente, la realidad siempre nos da lecciones de que todo es más complejo de lo que habíamos pensado y eso es bueno si aprendemos la lección. Les relataré una anécdota muy significativa. Tiempo después de estar en funcionamiento el museo, el gran pintor hiperrealista Antonio Lopéz, oriundo del lugar, fue invitado a realizar una gran exposición de su obra, ocupando temporalmente parte del museo. ¿Y qué es lo primero que ordenó el pintor para acondicionar los espacios de su exposición? Hizo cubrir todas los espacios  abiertos al exterior que yo había dispuesto para la contemplación del bosque cercano. El pintor no quería que sus cuadros realistas compitieran con la naturaleza por la atención del visitante. 

Esto nos lleva al problema del equilibrio que significa un museo. Equilibrio entre continente y contenido. Hay museos de reciente creación en los que el continente “puede” con el contenido. En mi reciente visita al Guggenheim de Bilbao, hice un recorrido exhaustivo por todo el edificio. Al salir, me di cuenta de que apenas recordaba las formas, los matices o colores de las piezas expuestas, que había tenido delante en mi recorrido. Puede que haya, en mi caso, cierta deformación profesional, pero la realidad es que en el interior de museo lo que monopolizó mi atención fueron los volúmenes “escultóricos”, los materiales, las formas y colores de las paredes, el techo o los suelos, es decir, la “arquitectura”. Está claro que allí, el continente “puede” con el contenido. Más de un artista celoso de su obra puede que se lo piense, antes de exponer en este  museo, que como contenedor probablemente “avasalle” estéticamente su obra expuesta. También podría ocurrir que el artista se vea valorado, se sienta ya satisfecho sobre todo que ha conseguido que su obra esté en el interior del Guggenheim.. Entonces, ¿cuál es la verdadera función de un museo como el Guggenheim? ¿Cumple esta edificación las funciones que se atribuyen teóricamente a un museo? ¿Y cuáles cumple con mayor o menor eficacia? ¿cuáles son su funciones reales? ¿Es una función superior de su arquitectura ser un icono cultural, un faro de atracción/atención internacional de la ciudad, Bilbao, sobre la lógica arquitectónica de uso (hospedar exposiciones)? He oído a Rafael Moneo definir al Guggenheim como “museo catedralicio”. 

Confieso, que tras más de treinta años de profesión, aún sigo en la duda de cómo hay que pensar los museos. Tal vez, incluso si consiguiera alejarme de los factores efímeros y temporales (incluidas las modas que afectan gravemente a promotores y políticos), que deforman últimamente los procesos de decisión que conducen a la generación de éstos edificios, y me preguntaran qué entiendo por museo, respondería: depende. Cada caso es en mi opinión un asunto excepcional o único, porque la combinatoria de factores que se cruzan para la materialización del museo/edificio es única. Lo que es la tecnología cotidiana interna de funcionamiento (iluminar bien, situar la experiencia técnica de exhibición de los objetos, etc. Es lo que puede valer como experiencia repetitiva En cambio, la creación de los ámbitos debe ser singular en cada caso y de hecho la experiencia demuestra que es así. 

Sin embargo, creo que al paso que vamos, si sumamos a lo anterior la combinación de los factores espúreos a la evolución de los procesos y los costes de la fabricación arquitectónica, entenderemos porqué se están provocando preocupantes derivas que afectan al proceso creador de la arquitectura (muy evidentes en el caso de los museos). Últimamente, sobre todo en el caso del concepto que nos ocupa en éste artículo, se están construyendo demasiados “ámbitos” repetitivos (es fácil encontrar ejemplos si se piensa en museos de creación reciente). Vemos frecuentes casos en los que la creación de ámbitos arquitectónicos se ha convertido también en una evidente experiencia repetitiva.
 

Vemos frecuentes casos en los que la creación de ámbitos arquitectónicos se ha convertido también en una evidente experiencia repetitiva.
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