m o n o g r á f i c o |
De una sensibilidad casi enfermiza por las bellas artes, amigo de Schiller y Víctor Hugo, Alfred Krupp gustaba de reunir a los más sobresalientes artistas del momento para conocer sus últimos trabajos y discutir sobre los conceptos filosóficos del arte. |
Durante dos meses, las obras quedaban expuestas en la villa para deleite de los numerosos amigos de los Krupp, que acudían a la isla para admirarlas. Schiller bautizó aquellas reuniones como Bienales d’Arte .
Las Bienales de la isla de Capri terminaron trágicamente en el
otoño de 1900, hace exactamente un siglo. Aquel año los artistas
invitados por los Krupp fueron los escultores Rodin y Albert Bartholomé,
y los pintores Gustave Coubert, Millet y Corot.
Como era costumbre en "Villa Florentina", la primera noche, los artistas
invitados cenaron en la intimidad con el matrimonio Krupp y luego subieron
a tomar café a la sala de las columnas donde ya estaban todas las
obras expuestas, y comenzaron a departir, en animada charla, sobre las
características más notorias de cada trabajo.
Rodin y Bartholomé comenzaron explicando el significado de los
bocetos de sus últimas creaciones "La puerta del infierno"
y "Monumento a los muertos", donde las calaveras y los
esqueletos se multiplicaban hasta el infinito en una macabra alegoría
de la muerte. La esposa de Krupp, no pudo evitar un comentario:
- Deberían hacer ustedes cosas menos fúnebres.
Albert Bartholomé intentó justificarse:
- Los sentimientos religiosos en Europa están en pleno apogeo.
El culto a los muertos forma parte de la religión y...
- Me aburre soberanamente lo religioso –confesó la alemana cortándole
el discurso-
- Por Dios, querida –intervino Herr Krupp- Al artista hay que respetarle
su libertad -y para aliviar aquel desagradable incidente añadió-:
Veamos ahora que nos han traído los pintores.
Gustave Coubert, valiéndose de su único brazo, retiró
el paño de terciopelo que cubría su lienzo y anunció
con voz grave:
- Se titula "Entierro en Ornans". He querido plasmar los sentimientos
de dolor y tristeza...
De nuevo la señora Krupp, tras apurar la tercera copa de brandy,
intervino tajante:
- Señor Coubert. Su sentido trágico de la vida, resulta
aburridísimo. -Esbozó una sonrisa y añadió:
Parece que han olvidado ustedes la belleza de los desnudos.
Los artistas se miraron entre sí sin decir palabra. Millet ya
no se atrevió a comentar la profunda carga religiosa que adornaba
las figuras de su "Ángelus" y permaneció en silencio. Corot
se puso en pié y descubrió su cuadro "La danza de las ninfas".
Por primera vez, la alemana hizo un gesto de satisfacción. Lo observó
detenidamente y, al fin, exclamó:
- No está mal. Pero... ¿Quieren que les diga una cosa?
¡A todos ustedes les falta pasión!
La miraron sin acertar a responder, y Frau Krupp añadió
una frase lapidaria:
- El artista que no es apasionado, no puede dar a luz una gran obra.
- ¿Supongo que no pondrás en duda el talento de nuestros
invitados? –apuntó su marido-
- Por supuesto que no. Pero insisto: creo que no han puesto pasión
en sus trabajos.
Coubert no se mordió la lengua y replicó:
- Decía la Rochefoucauld que muchas veces la pasión torna
necio al hombre más hábil.
La alemana no se inmutó; se ahuecó el escote para abanicarse
los pechos y respondió con una sonrisa:
- Eso es una boutade. Si no hay pasión, no hay vida, amigos
míos.
A Albert Bartholomé se le fueron los ojos tras el escote y no
pudo menos que exclamar:
- Ahora comprendo que os obsesionéis con las pasiones.
- Recordad -intervino Millet con su característica mojigatería-
que donde hay pasión, hay pecado.
Pero el escultor, excitado por la momentánea visión de
los pechos, replicó a su compañero:
- Sólo las pasiones, las grandes pasiones, pueden elevar el
alma a las grandes cosas.
- Nada tan interesante como la pasión, porque en ella todo es
imprevisto y el agente es el héroe –Apostilló Corot, animado
por la cuarta copa de brandy-
- ¡Bravo! –gritó Frau Krupp- Ahora veo que por lo
menos ustedes dos empiezan a comprender.
Aburrido y cansado de aquel empecinamiento de su esposa, tras dar las
buenas noches, Alfred Krupp se retiró a sus aposentos. Le siguieron
Millet, Coubert y Rodin, que guiados por sus sentimientos religiosos decidieron
abandonar la embarazosa discusión.
Quedaron solos Corot y Albert Bartholomé con la señora
de la casa. Poco a poco, inmersos en la esencia de las grandes pasiones,
la conversación fue haciéndose cada vez más excitante,
hasta que, mediada la segunda botella de brandy, llegaron a la conclusión
de que la pasión era la virtud por excelencia, pues si se mataba
la pasión, se mataba con ella todo a la vez: el goce y el dolor,
el sufrimiento y la voluptuosidad, el bien, el mal, la belleza y, por fin
y sobre todo, la virtud.
El título de la obra rezaba así: "Las grandes pasiones".
El público, siempre ávido de novedades, se agolpaba ante aquella naturaleza muerta. Sin duda se trataba de la mejor obra de la Bienal. |
Al día siguiente, cuando se abrieron las puertas del salón de las columnas, y los primeros visitantes entraron para admirar las obras de la Bienal, el cuerpo de la señora Krupp, pintado completamente de negro, colgaba de un garfio de carnicero en una de las paredes. Los pechos, separados limpiamente del cuerpo, reposaban en el suelo sobre una bandeja de plata con los pezones pintados de oro, y del orificio anal de la alemana sobresalían cinco plumas de pavo real. El título de la obra rezaba así: "Las grandes pasiones".
El público, siempre ávido de novedades, se agolpaba ante aquella naturaleza muerta. Sin duda se trataba de la mejor obra de la Bienal.
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