m o n o g r á f i c o h u m a n i d a d e s 

José Miguel Borja
EL  ARTE  DE  LAS  PASIONES

Pocas noticias he logrado encontrar sobre los orígenes de las actuales bienales de arte que se organizan a lo largo y ancho de Europa. Pero quizá, la más interesante se remonta a finales del siglo XVIII, en unas reuniones o encuentros que, cada dos años, celebraba el magnate del acero y fabricante de armas alemán, Alfred Krupp, en su espléndida "Villa Florentina" en la isla de Capri. Un palacio de mármol rosa y travertino, rodeado de la lujuria de un jardín espléndido poblado por pavos reales y oropéndolas. 
 

De una sensibilidad casi enfermiza por las bellas artes, amigo de Schiller y Víctor Hugo, Alfred Krupp gustaba de reunir a los más sobresalientes artistas del momento para conocer sus últimos trabajos y discutir sobre los conceptos filosóficos del arte.

Durante dos meses, las obras quedaban expuestas en la villa para deleite de los numerosos amigos de los Krupp, que acudían a la isla para admirarlas. Schiller bautizó aquellas reuniones como Bienales d’Arte .

Las Bienales de la isla de Capri terminaron trágicamente en el otoño de 1900, hace exactamente un siglo. Aquel año los artistas invitados por los Krupp fueron los escultores Rodin y Albert Bartholomé, y los pintores Gustave Coubert, Millet y Corot.
Como era costumbre en "Villa Florentina", la primera noche, los artistas invitados cenaron en la intimidad con el matrimonio Krupp y luego subieron a tomar café a la sala de las columnas donde ya estaban todas las obras expuestas, y comenzaron a departir, en animada charla, sobre las características más notorias de cada trabajo.

Rodin y Bartholomé comenzaron explicando el significado de los bocetos de sus últimas creaciones  "La puerta del infierno"  y   "Monumento a los muertos",  donde las calaveras y los esqueletos se multiplicaban hasta el infinito en una macabra alegoría de la muerte.  La esposa de Krupp, no pudo evitar un comentario:
- Deberían hacer ustedes cosas menos fúnebres.
Albert Bartholomé intentó justificarse:
- Los sentimientos religiosos en Europa están en pleno apogeo. El culto a los muertos forma parte de la religión y...
- Me aburre soberanamente lo religioso –confesó la alemana cortándole el discurso-
- Por Dios, querida –intervino Herr Krupp- Al artista hay que respetarle su libertad -y para aliviar aquel desagradable incidente añadió-: Veamos ahora que nos han traído los pintores.
Gustave Coubert, valiéndose de su único brazo, retiró el paño de terciopelo que cubría su lienzo y anunció con voz grave:
- Se titula "Entierro en Ornans". He querido plasmar los sentimientos de dolor y tristeza...
De nuevo la señora Krupp, tras apurar la tercera copa de brandy, intervino tajante:
- Señor Coubert. Su sentido trágico de la vida, resulta aburridísimo. -Esbozó una sonrisa y añadió: Parece que han olvidado ustedes la belleza de los desnudos. 

Los artistas se miraron entre sí sin decir palabra. Millet ya no se atrevió a comentar la profunda carga religiosa que adornaba las figuras de su "Ángelus" y permaneció en silencio. Corot se puso en pié y descubrió su cuadro "La danza de las ninfas". Por primera vez, la alemana hizo un gesto de satisfacción. Lo observó detenidamente y, al fin, exclamó:
- No está mal. Pero... ¿Quieren que les diga una cosa? ¡A todos ustedes les falta pasión!
La miraron sin acertar a responder, y Frau Krupp añadió una frase lapidaria:
- El artista que no es apasionado, no puede dar a luz una gran obra.
- ¿Supongo que no pondrás en duda el talento de nuestros invitados? –apuntó su marido-
- Por supuesto que no. Pero insisto: creo que no han puesto pasión en sus trabajos. 
Coubert no se mordió la lengua y replicó:
- Decía la Rochefoucauld que muchas veces la pasión torna necio al hombre más hábil. 
La alemana no se inmutó; se ahuecó el escote para abanicarse los pechos y respondió con una sonrisa:
- Eso es una boutade. Si no hay pasión, no hay vida, amigos míos.
A Albert Bartholomé se le fueron los ojos tras el escote y no pudo menos que exclamar:
- Ahora comprendo que os obsesionéis con las pasiones.
- Recordad -intervino Millet con su característica mojigatería- que donde hay pasión, hay pecado.
Pero el escultor, excitado por la momentánea visión de los pechos, replicó a su compañero:
- Sólo las pasiones, las grandes pasiones, pueden elevar el alma a las grandes cosas.
- Nada tan interesante como la pasión, porque en ella todo es imprevisto y el agente es el héroe –Apostilló Corot, animado por la cuarta copa de brandy-
- ¡Bravo! –gritó Frau Krupp-  Ahora veo que por lo menos ustedes dos empiezan a comprender.

Aburrido y cansado de aquel empecinamiento de su esposa, tras dar las buenas noches, Alfred Krupp se retiró a sus aposentos. Le siguieron Millet, Coubert y Rodin, que guiados por sus sentimientos religiosos decidieron abandonar la embarazosa discusión. 
Quedaron solos Corot y Albert Bartholomé  con la señora de la casa. Poco a poco, inmersos en la esencia de las grandes pasiones, la conversación fue haciéndose cada vez más excitante, hasta que, mediada la segunda botella de brandy, llegaron a la conclusión de que la pasión era la virtud por excelencia, pues si se mataba la pasión, se mataba con ella todo a la vez: el goce y el dolor, el sufrimiento y la voluptuosidad, el bien, el mal, la belleza y, por fin y sobre todo, la virtud.
 

El título de la obra rezaba así: "Las grandes pasiones".
El público, siempre ávido de novedades, se agolpaba ante aquella naturaleza muerta. Sin duda se trataba de la mejor obra de la Bienal.

Al día siguiente, cuando se abrieron las puertas del salón de las columnas,  y los primeros visitantes entraron para admirar las obras de la Bienal, el cuerpo de la señora Krupp, pintado completamente de negro, colgaba de un garfio de carnicero en una de las paredes. Los pechos, separados limpiamente del cuerpo, reposaban en el suelo sobre una bandeja de plata con los pezones pintados de oro, y del orificio anal de la alemana sobresalían cinco plumas de pavo real. El título de la obra rezaba así: "Las grandes pasiones".

El público, siempre ávido de novedades, se agolpaba ante aquella naturaleza muerta. Sin duda se trataba de la mejor obra de la Bienal.

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