Título: Tristísimo Warhol • Autora: Estrella de Diego • Editorial: Siruela, Madrid, 1999 Colección: La Biblioteca Azul • Precio: 3500 ptas.

Crítica por Armando Pilato

Estrella de Diego (1958) es doctora en Historia del Arte y profesora de Arte Contemporáneo en la Universidad Complutense de Madrid. Ha sido becaria Fullbright en la New York University e invitada para dictar cursos en distintas universidades europeas. Autora de textos como La Mujer y la Pintura en el Siglo XIX Español (1987), El Andrógino Asexuado (1992), Leonardo (1994) y Arte Contemporáneo (1996). Recientemente ha publicado, también con la Editorial Siruela, su primer trabajo literario.

El libro, que lleva por subtítulo la sugerente frase de Cadillacs, Piscinas y otros síndromes modernos, se adentra en el universo de uno de los artistas más conocidos de la segunda mitad del siglo XX. El polifacético Andy Warhol (Pittsburg, 1930-Nueva York, 1987) encarnó y sigue encarnando la manera de vivir del moderno creador que desde los Estados Unidos propició, a través del replanteamiento de los iconos la sociedad de consumo, un giro de tuerca a la percepción del arte occidental. Esta referencia se muestra justamente en una de las ilustraciones del volumen, cuidadosamente editado por Siruela, que representa el Autorretrato con calavera de Warhol (1978). En dicha obra el artista y cineasta se exhibe con el símbolo de la muerte apoyado en su hombro izquierdo, a la manera de un vanguardista Hamlet ante la incontestada, eterna y escueta pregunta.

La autora se cuestiona qué papel representaría la figura del artista: si la del autor más conocido de la cultura del Pop Art, investido del éxito y hábil manipulador de los mecanismos de la publicidad, o la del último pintor de la tradición clásica, heredero de una estética centenaria que se opone al cacareado fin del arte. Estrella de Diego plantea el exhaustivo estudio biográfico y artístico con la difícil forma del relato de una manera en la que aparentemente la intuición y la recreación podrían restarle cientifismo. Sin embargo el texto se basa en un profundo conocimiento de la trayectoria del arte norteamericano desde la Segunda Guerra Mundial hasta nuestros días. El punto de partida de la historia arranca con la trágica desaparición del pintor Jackson Pollock, estrellado en Long Island con su potente automóvil en 1956; prácticamente un año después de que James Dean, otro de los mitos de la reciente historia norteamericana, falleciese al volcar con su flamante Porsche Spyder en una carretera de California.

A partir de ahí aparecen en el trenzado relato todas las figuras del arte contemporáneo de los Estados Unidos como Jasper Johns, David Hockney o Tom Wesselmann, entre otros muchos artistas y literatos. En esta mezcla de ilusión y ficción el personaje central toma vida propia para reconstruir un pasado reciente en el que se desarrollan los conceptos fundamentales de nuestro tiempo. Así los capítulos titulados La Nostalgia de Warhol; La Melancolía, Colecciones; Y la Muerte, pulsan las nociones del pensamiento consideradas por la autora como los síndromes de la modernidad. El cuento nos traslada a un tiempo y un espacio en el que la platina imagen de Warhol brilla, como si de un personaje de teatro bajo el cañón de luz de la fama se tratara, en la vanidad de la noche neoyorquina o en el bullicioso circuito de la Factory.
El artista Warhol se transmuta en el ciudadano Warhol y viceversa, lo bello y lo freak parecen darse la mano en una sociedad que acelera su ritmo al compás de sonidos y señas de identidad colectivas. Las latas de sopa, los paquetes de detergentes y los refrescos de cola se convierten en nuevos motivos de barrocos bodegones. Las repeticiones de las imágenes, de los retratos de las estrellas del cine y de la alta sociedad conviven en un mundo en el que la carga del pasado, la desmemoria parricida, no era tan evidentemente vertiginosa como ahora. La lectura de esta historia, contada en el justo punto que separa al cuento del ensayo, encuentra en la complicidad de Estrella de Diego con el personaje principal una intensa admiración que la hace mágica. Pero es también esa ilusión donde nos damos cuenta que unas gotas de la angostura del republicano surrealismo de André Breton podrían haber enriquecido el amargo fin de la utopía.


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