LÍNEAS
DE FUGA:
En 1985 Italo Calvino tenía finalizadas cinco de las seis conferencias
que, a partir del mes de septiembre de dicho año, debía pronunciar
en la Universidad de Harvard. Las mismas, convenientemente redactadas para
su posterior traducción al inglés, no pudieron llegar a ser
leídas debido al inesperado fallecimiento de su autor. A pesar de
ello, el contenido de estas conferencias fue editado en un libro póstumo
(Seis propuestas para el próximo milenio) elaborado a partir del
manuscrito que el propio escritor italiano iba a utilizar en Harvard. El
volumen publicado recoge aquellos valores poéticos (levedad, rapidez,
exactitud, visibilidad y multiplicidad –la sexta conferencia destinada
a analizar la consistencia quedó sin escribir–) que Calvino apreciaba
particularmente dentro del ámbito literario.
Con independencia del acierto en la selección temática
efectuada, el interés que plantea el mencionado proyecto viene determinado
por la propia imposibilidad totalizadora que vertebra, una imposibilidad
derivada de la inexistencia de un discurso legitimador único. Ante
esta ausencia, Calvino se decanta no tanto por la creación de un
corpus, como por la celebración de un cuerpo que, tal y como sucede
con el literario, sólo vive a partir de los destellos de una fragmentación
que se muestra incapaz de asumir norma universal alguna. No hay, pues,
espacio posible para la articulación de un proyecto concluso y global,
de ahí que el discurso de nuestro autor sólo pueda quedar
concebido como propuesta, como perecedero relámpago de una poética
inestable que se nutre de querencias y afinidades, de retazos y emociones.
Quizás, debido a ello, en los párrafos finales de la última
de las conferencias escritas –al efectuar la aproximación al concepto
de multiplicidad– Calvino apunta: "¿Qué somos, qué
es cada uno de nosotros sino una combinatoria de experiencias, de informaciones,
de lecturas, de imaginaciones? Cada vida es una enciclopedia, una biblioteca,
un muestrario de estilos donde todo se puede mezclar continuamente y reordenar
de todas las formas posibles".
Desde esta perspectiva, elaborar un proyecto que mecánicamente
intente establecer el conjunto de cualidades o valores que el arte actual
tiene que continuar perpetuando en los próximos años puede
resultar tan pretencioso, como ineficaz e inadecuado. Sin embargo, la evidencia
de este hecho no debe hacernos abdicar de la necesidad –y, acaso, de la
urgencia– de apostar por un discurso a través del cual el arte continúe
ofreciendo, aunque sea a través de la perplejidad y de la duda,
argumentos para la resistencia. Para esa resistencia a la que precisamente
Ernesto Sabato ha dedicado el último de sus libros y a la
que ya había hecho referencia en su anterior ensayo, ese apasionado
alegato que se rebela, cercano ya el fin, no tanto contra la propia muerte,
como contra la muerte de la vida, esa muerte propiciada a partes iguales
por el racionalismo "que sólo nos ha traído la miseria y
los totalitarismos" y por "la imbecilidad de los que creen en el progreso
y en el avance de la civilización". Y es que "en estos tiempos de
triunfalismos falsos, la verdadera resistencia es la que combate por valores
que se consideran perdidos".
De este modo, las líneas de fuga se relacionan explícitamente con la multiplicidad y la intensidad, con las conexiones y los cuerpos sin órganos, con la heterogeneidad y el rizoma. A su vez, en su expansivo trazado configuran una imposibilidad que más que marcar un límite, contribuye a subvertir cualquier frontera. Una imposibilidad que, paralelamente, se halla vinculada al rechazo por suscitar un discurso arborescente y unitario, jerárquico y centralizado, genealógico y causal. Estas características determinan la naturaleza de la apuesta emprendida por nosotros, una naturaleza en la que frente a la falacia de la seguridad, oponemos el temblor de la perplejidad. Y en la que frente al modelo de difusión e imposición acelerada de información, auténtico "sistema controlado de las consignas vigentes en una sociedad dada", tal y como fue definido por Deleuze, contraponemos la resistencia de una mirada -–sin consumo o desconsignada– a la que todavía, aunque no necesariamente, puede invitar la actividad artística. No en vano, en el mismo texto que acabamos de citar y ante el dominio insultante y casi inexpugnable del actual sistema, el filósofo francés incidía –acaso con un excesivo optimismo– en la importancia que la obra de arte posee como acto de resistencia: "No todo acto de resistencia es una obra de arte, aunque, en cierta manera, también lo sea. No toda obra de arte es un acto de resistencia y, sin embargo, en cierta manera también lo es". La exposición Líneas de fuga agrupará a un conjunto aproximado de quince artistas plásticos valencianos menores de 35 años. A esta cifra se añadirá la de los autores vinculados con los ámbitos poético y literario que también participarán en la misma realizando una serie de aproximaciones teóricas en torno a los diversos conceptos seleccionados. Las áreas y disciplinas creativas que el presente proyecto contempla intentan, asimismo, actuar como un fiel reflejo de esa multiplicidad transversal que la propia Bienal desea promover. De ahí que nuestra exposición acoja intervenciones relacionadas con pintura, fotografía, escultura, videoinstalación, videodanza, cine, música, instalaciones sonoras, diseño gráfico, poesía y literatura. Es más que probable que la actividad artística esté condenada –pese a los esfuerzos que en sentido contrario puedan ser realizados– a convertirse en un espectáculo más de la omnipresente institucionalización. Tal vez, en uno de los espectáculos más vistosos y correctos desde una vertiente política y estética. En cualquier caso, mientras quepa algún tipo de duda, mientras todavía queden palabras no gastadas por decir e imágenes sin colonizar, puede resultar conveniente asumir riesgos como éste… Aun sabiendo que hay mucho perdido, pero no todo, ya que el "monólogo autoelogioso" que, según apuntó Debord, el poder lleva constantemente a cabo, hace que el espectáculo sea "el discurso ininterrumpido que el orden actual mantiene sobre sí mismo". A pesar de todo, y aunque sea desde la perplejidad y también desde el cansancio, lo que resulta indudable es que necesitamos seguir aferrados a la vida. Y también al arte. Acaso con una obstinada, desmedida e inexplicable terquedad. Y sin que ello nos lleve a olvidar lo apuntado por César Simón en un texto aparecido pocos meses antes de su fallecimiento: "Sentirse aferrado a la vida no implica emitir sobre ella un juicio favorable. Estamos asidos a algo que es horrible. No existe contradicción en ello". |
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