REFLEXIONES SOBRE CULTURA Y SIGLO XXI
El concepto tradicional de cultura, el aceptado fundamentalmente por lo menos hasta finales del XIX, estaba ligado al conocimiento o capacidad para valorar actividades como las bellas artes, el teatro, la literatura, la música, el vestido, la gastronomía, etc.... Esa concepción, por tanto, permitía solamente un acceso a la cultura de determinados grupos. Era su dominio un símbolo de pertenencia a una clase social determinada. En los últimos años del siglo XIX, cuando las organizaciones
obreras consiguen un eco civil, sindical y político relevante, empieza
a generarse un ámbito de cultura propio del mundo del trabajo. Las
sociedades populares, las corales, las Casas del Pueblo, los ateneos populares,
etc... propician, así como publicaciones y actividades varias, un
concepto cultural nuevo unido básicamente a la idea de libertad
personal y colectiva y de reivindicación social.
Las posibilidades de un mayor acceso a los múltiples lenguajes culturales no han conducido totalmente, aún, a la desaparición de las culturas de clase, ni a la renuncia de algunos grupos sociales de crear una cultura o identificar la cultura con su propia situación social y su papel en la sociedad. Por todo ello habrá que reconocer el largo camino que aún queda en el proceso de democratización de la cultura o de acceso indiscriminado a la misma. Seria conveniente, acaso necesario, replantear el significado de palabra cultura, la interpretación específica del término cultura (evidentemente partiendo de la diferenciación entre civilización y cultura, asumida actualmente por todos los estudiosos del tema). Y hacerlo no con la amplitud o ambición de ciertas proposiciones antropológicas sino con la más matizada que de unos años acá proponen entidades y organizaciones internacionales, que poco más o menos podemos concretar con la siguiente definición: Cultura es aquello que nos permite comprender mejor una situación para poder actuar eventualmente en su transformación. Ante esta nueva proposición habría que indicar (en el marco específico valenciano, pero no solamente en éste) algunos principios y objetivos ajustados en tiempo y espacio. Por ejemplo: a) La cultura como puerta de acceso a la libertad.- Cultura y libertad han de considerarse sinónimos o al menos estrechamente unidos so pena de que aquella se convierta, como en el pasado, en una simple acumulación de conocimientos o propuestas más o menos originales. b) La cultura instrumento básico para la plenitud personal y colectiva.- La consolidación de un marco cultural potente va íntimamente ligado a la capacidad personal y colectiva para comprender y actuar internamente, pero también cívicamente, más allá de las proposiciones derivadas de un conocimiento académico a menudo hijastro de un enciclopedismo burdo. c) La cultura principio conformador y vertebrador de una comunidad.- En la actualísima polémica sobre nacionalismos suele tenderse al totum revolutum sin la menor determinación de orígenes o principios emanadores de la filosofía nacionalitaria. En todo proceso cultural tendrá un protagonismo, más o menos destacado, la influencia de otras culturas colindantes, o simplemente el mestizaje, en tanto que en procesos raciales solo la pureza étnica será significativa. Por ello la vertebración, y aún el nacimiento, del sentimiento comunitario presentará una configuración diferente en función del origen cultural o racial así como una evolución desigual. d) La cultura motor de cambios sociales y ligada a nuevas propuestas.- Sin duda una de las innovaciones más trascendentes de las últimas décadas corresponde a la conceptualización de la cultura como motor de cambios sociales y su apertura a nuevas proposiciones y formulaciones sociales. Creer que la cultura es un edificio estático y relevante por su perdurabilidad formal es un error ya superado por cualquiera de las filosofías que incitan los procesos culturales de hoy. El mundo del rock, del cómic, de las artes alternativas, de las formas modernas, de los planteamientos puntuales y quizá transitorios,.... han propiciado una magnitud mucho más rica y plural del hecho cultural. Hay que considerar finiquitada la sacralización (probablemente hija del miedo a todo lo nuevo) y la mausoleación (perdón por el neoadjetivo) del proceso cultural. e) La cultura elemento clave de las ciudades.- Y no sólo de las grandes ciudades, pero esencialmente en este tipo de conurbanización. Esta importancia viene señalada por dos dimensiones inseparables y eminentes ambas. El valor material, derivado del sector comercial que influye directamente o indirectamente sobre las urbes, está adquiriendo un relieve más importante día a día en la vida ciudadana. El Guggenheim, por ejemplo, va más allá, en tanto que producto mercantil, de las simples transacciones generadas por las entradas y salidas del museo. Pero tanto o más valioso es el efecto de concienciación y vertebración (véase el ejemplo de Girona) que ejerce sobre la ciudad y cada uno de sus habitantes. La satisfacción, o desencanto, expresada en encuestas por los ciudadanos esta propiciada en buena medida por actuaciones culturales de este tipo. Desligar la ciudad de una oferta cultural ambiciosa es uno de los grandes errores que puede cometer el político. f) La cultura como elemento nivelador y solidario.- Las nuevas tecnologías y capacidades técnicas permiten romper la barrera social, y económica, que permitía el acceso o no a unas determinadas formulaciones culturales. Sin embargo, aún está lejos la absoluta igualdad del acceso. La existencia de espacios que posibiliten una aproximación sin límites por la procedencia económica o social, así como propuestas plurales capaces de interesar a todo ciudadano se inscribirían en este principio. g) Los nuevos lenguajes culturales y los nuevos públicos.- Unido a todos los enunciados anteriores, los lenguajes derivados de las tecnologías o capacidades modernas posibilitan una dimensión desconocida hasta hace apenas unos años y también unos públicos tradicionalmente menospreciados desde los dogmatismos arcaicos y rancios. Sólo desde la limpieza intelectual y aceptación de las nuevas formas y modos puede comprenderse cualquier proposición no clásica pero tan válida como ésta. La curiosidad y la libertad formal se nos ofrecen como muletas imprescindibles ante los nuevos retos, y su carencia puede ser letal. Ante el nuevo siglo y milenio (que uno se acaba de entender en eso del calendario y los dos mil o los dos mil uno) la reflexión sobre los nuevos conceptos de cultura, o sus lenguajes y públicos, se presenta tan atrayente y esperanzadora como compleja e interrogante. Acaso sólo desde la voluntad sincera y abierta de asumir un reto sin limitaciones ni posturas estratificadas puede conducir a la comprensión feliz de que va a ser la cultura y que caminos trajinará en un futuro que ya está aquí. |
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