h u m a n i d a d e s
![]() Un modelo de ciudad para el próximo siglo |
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El imparable avance del modo de vida urbano indica que el próximo siglo será, en gran parte, el siglo de las ciudades y, sin embargo, es muy difícil, si no imposible, hablar de la ciudad en general y mucho más proponer un modelo de ciudad para el siglo XXI. Los problemas a los que se enfrentan las nuevas metrópolis africanas, por ejemplo, son muy distintos de los de las viejas ciudades europeas, y los de éstas, a su vez, difieren en muchos aspectos de los que afectan a los conglomerados urbanos norteamericanos. Cada ciudad tiene su historia, sus puntos fuertes y sus flaquezas, sus tradiciones y sus aspiraciones. En todo caso, para hablar de las ciudades en el próximo siglo,
quizás resulte útil –por más que evidentemente simplificador–
recurrir a una analogía muy sencilla: toda ciudad es, en cierto
modo, como un sistema informático muy complejo, compuesto, por un
lado, de un sub-conjunto de sistemas físicos (hardware) y, por otro,
de un sub-conjunto de códigos simbólicos, sistemas operativos
y programas (software).
Dentro del software habría todos los sistemas operativos y programas –todos ellos, códigos y sistemas simbólicos, intangibles– con los que hacemos funcionar esta maquinaria física: lenguajes, tradiciones, conocimientos, legislaciones, políticas sectoriales, actitudes, normas morales, en resumen, códigos de interpretación, códigos de valoración, pautas de conducta... Pues bien, el hardware urbano es y seguirá siendo básico, fundamental, para el desarrollo de una ciudad, pero cada vez van a cobrar mayor importancia los componentes intangibles, los sistemas operativos y los programas. Ello es especialmente cierto para las ciudades del mundo occidental,
sometidas como están a un intenso proceso de transformación
de su base económica y productiva.
Sin embargo, contrariamente a lo que algunas veces se ha sostenido, este fenómeno no convierte en económicamente obsoletas las ciudades. Por un lado, la densidad de la vida urbana, la diversidad de cualificaciones y de servicios que en ellas se ofrece, la sinergia que se produce entre los diferentes sectores, etc., todo ello hace que las grandes ciudades se constituyan como el espacio más favorable para aquello que es más esencial en una economía avanzada: la producción, transmisión, renovación e innovación de cualificaciones, conocimientos y valores culturales. Por otro lado, en una sociedad donde cada vez se dispondrá de
mayor tiempo libre, la tradición, la vitalidad y la riqueza cultural
de las ciudades deviene no sólo una dimensión decisiva de
la calidad de vida, sino un factor económico de primer orden.
Por ello, para poder desarrollarse como centro económico y social vital y dinámico, además de cuidar su hardware, su base física, una ciudad debe identificar y estimular al máximo aquellos recursos intangibles que le permitan adaptarse con éxito a las nuevas condiciones socioeconómicas. En un mundo cada vez más globalizado e intercomunicado, las ciudades pueden y deben identificar y reforzar sus especificidades, no sólo para valorizar sus activos en un contexto altamente competitivo, sino también para cooperar desde sus propias capacidades y habilidades. Es decir, no existe ningún modelo único, de aplicación general. Lo que es bueno para una ciudad puede no serlo para otra. Cada ciudad debe definir su propio modelo. Con todo, sí existen, seguramente, algunas condiciones básicas
para que cada ciudad pueda desarrollar el modelo que le conviene. Desde
la óptica de la política municipal, la primera de estas condiciones
es la de entender la ciudad no como un agregado informe de componentes
parciales sino como una estructura compleja que necesita de la comunicación
y participación activa de todos sus sectores.
Así, y volviendo a las ciudades, si desde el punto vista físico, del hardware urbano, es esencial que una ciudad no sea una suma de islotes sino una estructura integrada y articulada, fácilmente comunicada y accesible en todas sus partes, no es menos esencial que, en su dimensión intangible, la ciudad sea un espacio común de comunicación, diálogo, debate y definición de proyectos colectivos. Una segunda condición es la de gozar de una fuerte autonomía municipal, que le permita a la ciudad fijar sus opciones, así como seleccionar y desarrollar sus recursos. En el límite, cada ciudad –por lo menos, cada gran ciudad– debiera tener su Carta Municipal, no como algo contrapuesto al ordenamiento legislativo de rango regional o estatal, sino como instrumento básico de definición de las reglas de juego de la vida urbana y de su proyecto de futuro, de su propio modelo. Hay que aceptar la importancia de lo local para que en el nivel autonómico y en el estatal se puedan dar las respuestas que los ciudadanos demandan. Porque la búsqueda de las soluciones debe partir de la proximidad. |
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