e s c e n a


Jose Mª Morera
NOTA PARA LA INTERPRETACIÓN DE LOS CLÁSICOS

 
"En nombre de Dios, sentémonos en tierra y narremos tristes historias de reyes desaparecidos; cómo fueron destronados, unos muertos, otros en guerra; perseguidos otros por las sombras de los que destronaron; envenenados aquéllos por sus mujeres; quiénes hechos matar mientras dormían; todos asesinados"

(Ricardo III  1.1)

 No es mala cosa sentarse en la tierra, hundir las manos en ella, cerrar los ojos y sentir aquello que el arte de los hombres ha transformado en algo que es más verdadero que la vida.

Ahora ya no nos sentamos sobre piedras, ni los versos nos llegan envueltos en el polvo de los corrales; el cielo está pintado en los teatros a la italiana que aún usamos y los nuevos auditorios se confiesan meros contenedores donde el aire, el sol o el misterio de la noche tienen prohibida rigurosamente la entrada.

Y sin embargo, sigo insistiendo en que es preciso hundir las manos en la tierra de creación, en la experiencia emocional del arte, para que los clásicos sean vida que no solamente historia.
Hace unas horas, leí en un periódico que una editorial (Norma) se proponía reeditar los clásicos universales "a los de otras lenguas habría que traducirlos cada cuarenta años porque en este tiempo el lenguaje se metamorfea, nuestra visión del mundo cambia".

Nada que objetar. Vivimos sobre nuestra conciencia y nuestra experiencia nos hace crear lenguajes en perpétua transformación, pero advierto que dos sombras tenebrosas cubren este mar de confianza:

 a) la literalidad
 b) la banalidad

Cualquier artista (en este caso se diría presunto) que leyera con exactitud las equivalencias amorosas, sociales, políticas de los grandes personajes o de los temas que nos han sido legados, tal vez llegue a conseguir una hermosa contemplación, un espectáculo.

Sin embargo, cuando el artista se sumerge en su propia aventura inacabada y, desde ella, desde la profundidad, se arriesga a arrancarse de lo que le aplasta y restituye lo que exalta, su obra alcanza ese grado de humilde grandeza al que llamamos arte; cuando sus invenciones alcancen en su diversidad todas las experiencias posibles.

He de repetir cuanto he suscrito otras veces:  "el arte no es la respuesta a una pregunta, formula una pregunta para una respuesta que aún no existe" (Jean Duviguard).
Si lo que he dicho con respecto a la interpretación literal (con cuantos soportes historiográficos, que ennoblecen con toda seguridad) puede parecer determinante, mucho más lo ha de ser la segunda hidra advertida. La incorporación, mejor dicho, la sustitución de lenguajes (sean los que fueren) que se alejen de la calidad, de la fagocitación salvaje del conflicto humano, es evidentemente el pecado más grande. Ciertamente, la aventura humana no ha terminado y toma cada día formas impredecibles, y es preciso que esta forma adquiera toda la profundidad que el proyecto requiere. No es válido jugar desde la superficie de lo que nos parece contemporáneo con la claridad rotunda de lo eterno. No se lucha contra la muerte con formas que no tienen vida.

Podría ilustrar cuanto he dicho con anécdotas sin fin. Podría concluir estas notas con ejemplos de aplicación a textos, personajes y situaciones. Debería hacer una referencia a la traición creativa y, desde luego, tendría que haber reseñado que las profundidades expresivas cuentan hoy con unos auxilios técnicos irrenunciables.

Pero sobre todo, antes de acabar, quiero denunciar, y que esta denuncia sea explícita, que con relación a los clásicos castellanos es urgente inventar un nuevo camino para su declamación.

Así como siempre, dejo el final abierto, sentado en la tierra con las manos hundidas continuaré...

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