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La introducción de la digital en la terapéutica científica
Las propiedades más evidentes y sensibles de las plantas, como el color, el sabor y el olor, apenas tienen relación con las enfermedades para cuya curación son apropiadas. Por ello, sus cualidades características no dependen de modo seguro de su configuración externa. Tras una gran pérdida de tiempo y de trabajo se ha demostrado que carece de utilidad su análisis químico por el fuego, que actualmente ha sido abandonado de forma general. Posiblemente se descubrirán otros métodos de análisis que proporcionen mejores resultados, pero hasta ahora hemos progresado muy poco en la química de las sustancias animales y vegetales. Por ello, sus virtudes tienen que ser estudiadas mediante observaciones de sus efectos en animales inferiores y en cuadrúpedos, o bien deducidas por analogía de las acciones ya conocidas de algunas del mismo género, o de su uso empírico y la experiencia popular.
El primero de estos métodos ha sido muy poco utilizado hasta ahora. El segundo sólo puede perfeccionarse si llegamos a descubrir un sistema auténticamente natural. El tercero, por el contrario, a pesar de sus limitaciones, está al alcance de cualquiera que preste atención a las informaciones, vengan de donde vengan.
En una circunstancia de este tipo me interesé por vez primera por la digital. El año 1775 me consultaron acerca de una receta popular para la curación de la hidropesía. Me informaron que durante largo tiempo había sido mantenida en secreto por una vieja de Shropshire que había conseguido a veces curaciones tras fracasar los clínicos más experimentados. Me enteré también de que los efectos que producía eran fuertes vómitos y diarreas, mientras que la acción diurética parecía no haber sido tenida en cuenta. El remedio se componía de veinte o más hierbas diferentes, pero no resultaba difícil para cualquiera fami-liarizado con estas materias descubrir que la planta activa no podía ser otra que la digital ...
Si se administra la digital a dosis muy elevadas y repetidas produce malestar, vómitos, diarreas, vértigos, visión confusa, apareciendo los objetos verdes y amarillos. La excreción urinaria está aumentada, con necesidad frecuente de expulsarla y, en ocasiones, incapacidad para rete-nerla. El pulso es lento, incluso de 35 pulsaciones por minuto. Aparecen, por último, sudoraciones frías, convulsiones, síncope y muerte.
Si se administra de forma más moderada, produce la mayor parte de estos efectos con menos intensidad. Es curioso observar que con una determinada dosis de medicamento las alteraciones no aparecen hasta muchas horas después de su administración y que la excreción urinaria aparece en ocasiones al mismo tiempo que las alteraciones y con más frecuencia varios días después, siendo a menudo interrumpida por ellas. La enfermedad así producida es muy diferente de la ocasionada por cualquier otro medicamento. Es especialmente penosa para el paciente; cesa y vuelve a aparecer tan violenta como antes, prosiguiendo durante tres o cuatro días sus reapariciones a intervalos cada vez más distantes.
Estas alteraciones, sin embargo, no son todas necesarias. Son el resultado de nuestra inexperiencia y, en mayor o menor grado, se pre-sentan en circunstancias parecidas al administrar casi todos los medi-camentos activos y poderosos.
Quizás el lector entienda mejor la forma en la que debe ser admi-nistrado con un resumen de mis propios progresos que con preceptos terminantes que dejen sin aclarar su procedencia.
Al principio creí necesario producir y mantener las alteraciones para asegurar los efectos diuréticos.
Muy pronto me di cuenta de que una vez aparecidas las náuseas no era necesario reiterar el medicamento, ya que volvían a aparecer a intervalos más o menos grandes. En consecuencia, decidí que mis enfermos lo tomaran hasta que se presentaran las náuseas, suspen-diéndole entonces.
No obstante, comprobé que los efectos diuréticos podían aparecer antes y que a veces se interrumpían cuando sobrevenía el malestar o la diarrea. La pauta a seguir fue ampliada, por lo tanto, en la siguiente forma: continuar la medicación hasta que aparezca la excreción uri-naria, el malestar o la diarrea.
Durante dos o tres años me consideré satisfecho con estas normas, pero de tarde en tarde tuve algunos casos en los que el pulso se enlentecía en grado alarmante sin ningún otro efecto previo. Ello exigió que en las normas prestara atención al estado del pulso, que se debía, más que a repetir las dosis con demasiada frecuencia, a no dejar tiempo suficiente para que cada una de ellas produjera efecto, lo que conducía a administrar una cantidad nociva de medicamento antes de que aparecieran los signos fijados para su suspensión.
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