1

ACTO III, ESCENA 4&
DESDÉMONA.

OTHELLO.

DESDÉMONA.
OTHELLO.
DESDÉMONA.
OTHELLO.


DESDÉMONA.
OTHELLO.
89

De ello tenéis la prueba. Fue ella quien os entregó mi alma. Mano generosa. Antaño era el alma la que manos entregaba. ¿Ahora son manos, y no alma, un nuevo blasón? Nada sé de esto... ¿Olvidáis vuestra promesa? ¿Qué promesa, mujer mía?
Hice llamar a Cassio para que os hablara. Un fuerte y pertinaz catarro me hace sufrir.
Vuestro pañuelo! ¡ Dádmelo!
DESDÉMONA.
Aquí lo tenéis, señor.
OTHELLO. ¡ El que os regalé!
DESDÉMONA.
No lo llevo conmigo.
OTHELLO.
¿No?
DESDÉMONA.
No. No lo traigo conmigo, señor.
OTHELLO.
Ese pañuelo
se lo dio una zíngara a mi madre. Una egipcia, una hechicera que incluso sabía adivinar el pensamiento. Y ella le dijo que su encanto no habría de perderlo mientras lo conservara, y que a mi
[padre
tendría siempre enamorado; mas, perdiéndolo, o, silo regalaba, mi padre apartaría sus ojos de ella, y la rechazaría para que su alma buscara otras aventuras amorosas. Me lo dio a mí al morir, diciéndome que se lo entregara a mi mujer, si llegaba a casarme. Así lo hice. Guárdalo bien. Cuídalo con todo cariño, como a tus propios ojos. Perderlo o regalarlo sería desgracia grande no semejante a ninguna otra.
¿Es posible?
Así es. Hay magia en su tejido. Una sibila, que desde la tierra pudo contar hasta doscientas vueltas completas del sol, fue quien hizo el bordado en pleno éxtasis profético, usando sedas de gusanos encantados y tintes cuyos colores
Eso es grave.
50


60


70

1