Ana Guinart Palacios

MOHAMED OMAR

SEMBLANZA DE UN TALIBÁN

Comentario de La Opinión/ Lucha contra el Terrorismo Islámico

 

    Las leyes que gobiernan a las personas no son las mismas que las que gobiernan las almas de las personas, no pertenecen a la misma dimensión, no son válidas las unas para las otras ni aceptables y, por tanto,  no se deberían confundir. Se podría afirmar que las religiones son los organismos encargados de regular esas almas. El problema emerge cuando dos cosas distintas e inconexas se entienden como una misma.

 

El Islam, más que ser una religión se encarga de regular, juzgar y organizar un modo determinado de vida, en todos sus aspectos. Para los musulmanes sólo existen dos maneras de percibir el mundo: ocultando lo sagrado o aceptando incuestionablemente los designios de Dios. Quienes rechazan lo sagrado o no lo reconocen son denominados kufar (herejes, paganos).

Los musulmanes aceptan la existencia del Señor; son conscientes de que no les incumbe ser dueños de su propia vida, que hay que entregarse a Alá, y sólo ese abandono les llevará a sumergirse en la paz de Dios.  Los cinco pilares que sustentan y constituyen el ámbito de la vida musulmana son: La aceptación de la unicidad divina (shahada), la oración (salat), la beneficencia (sakat), el ayuno (ramadán), y la peregrinación a la Meca.

Todas estas consideraciones jugaban a favor del líder del hasta muy reciente régimen talibán que gobernaba Afganistán, el Mulá Mohamed Omar. Hay un sector implacable, aunque no tan elevado en número como se cree, de musulmanes radicales que se mueven al son de las premisas que dicta el Mulá Omar. Éstas no son sino retóricas apocalípticas tales como: “Conoceréis terremotos y tornados de Dios, el todopoderoso Alá, y después os sorprenderéis de lo que os pase”, que le reportan la admiración de dicho sector de la población.

Muchas veces, para personas que han perdido todo tipo de apoyo y esperanza, como es el caso de la población afgana, el único consuelo posible que les resta es el abandono a la fe de su dios omnipotente que les ayude a sobrevivir hasta que llegue el final de sus días, y a él se encomiendan a la hora de cometer todos sus actos.

 

    Los comportamientos radicales no conducen, por lo general, a nada bueno, aunque si te asomas al trasfondo de muchos de ellos sin quedarte únicamente en la apariencia y la superficie, descubres al menos que si no se pueden justificar, sí se puede hallar cierta coherencia en todos esos “actos de fe”.

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